Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Esto iba a
ser una ascensión al San Lorenzo, pero decidí dejarlo en el Salineros por las
malas condiciones de meteorología y nieve, unidas a haber salido casi una hora
más tarde de lo previsto en una época en que los días son cortos. Casi mejor,
pues luego encontré subidas mejores para el San Lorenzo por la vertiente sur.
La ruta es larga y
físicamente exigente, pero casi carece de dificultad, si bien transcurre casi
toda sin camino, y la orientación es obvia y el terreno, cómodo de pasar. Sólo
en la vertiente norte del Pico Culillas hay que poner alguna atención con
nieve, cuando la loma se empina y aparece la roca. Creo que, en seco, ni eso.
RELATO GRÁFICO:
Hacia las
nueve y cuarto de la mañana salí de Mansilla de la Sierra. Dejé aparcado el
coche junto a un abrevadero que hay en lo más alto del pueblo; el lugar no
tiene pérdida pues, subiendo por la única calle que remonta la población
haciendo zigzags, no puede llegarse a otro sitio. Comencé remontando una ladera
poblada de encinas, bastante empinada; no hay otro camino que algunos trazos de
ganado, pero la ruta es obvia. Además, enseguida se empieza a ver el llamativo
Pico Culillas por los huecos entre árboles.
La mañana
era muy fría, pero, de momento, el viento estaba en calma y el cielo despejado,
con sólo alguna nube agarrada a las crestas. Así se veía Neila a mi espalda.
La
pendiente cedió tras ganar una primera prominencia (1.251) y vino un tramo de
cortas y suaves subidas y bajadas, muy apacible Con la loma cubierta ahora de
hierba escarchada y sólo algunas encinas dispersas, podía ver a mi alrededor. A
la derecha, el valle del Río Cambrones y, al lado contrario, las…
… crestas
de la parte del Pico Gatón, con…
… el tajo
del río homónimo a sus pies.
Justo
antes de iniciar la subida al Pico Culillas, atravesé un tramo de loma bastante
prolongado…
… casi
llano y cubierto de hierba, conocido como La Muñeca. El principio de la subida
es empinado. El matorral se cierra al atravesar una banda de robledal, pero
encontré una senda estrecha y borrosa pero suficiente para el pasar sin
demasiada pelea con la vegetación.
Tras
salir de los árboles, llegué a un rellano donde la vegetación se reduce a pasto
corto y surge la roca, algo bastante escaso por estas sierras. Estaba en la
cota 1.643 y el resto de subida hasta el Culillas era aún más cómoda por el
roquedo.
Según me
acercaba a la cima de este pico secundario, la nieve empezó a ser preponderante
sobre la roca y, aunque estaba consistente, no necesité ponerme los crampones. A
mi izquierda, cordales y barrancos paralelos.
Llegando al Pico Culillas, empezaron a cerrarse las nubes alrededor pero todavía podía ver, echando la vista atrás, la loma que había superado hasta ese momento. Era mediodía cuando llegué a esta cima y, a la vista del empeoramiento del tiempo, apenas pasé en ella cinco minutos antes de continuar camino.
A partir de aquí, cambió el panorama radicalmente, presentándose un mundo nevado y con las crestas ya totalmente ocultas por grises nubarrones. En principio, la loma aparentaba ser suave y de muy buen pasar. Pero me esperaba una sorpresa: ante mis pies, …
… se desplomó el cordal en una empinada arista de roca y nieve. Aunque tuve que poner algún cuidado por la nieve al destrepar, la dificultad resultó ser aún menor de lo que parecía y por el flanco este (derecho) de la arista, una …
… sucesión de cortos escalones y repisas me permitió alcanzar el collado inmediato con seguridad. Ya subiendo hacia la siguiente prominencia de la loma, aunque el tiempo aclaraba, se levantó un vientecillo que venía acompañado por copos de nieve. Parece que el día no iba a aguantar bueno hasta el final.
La loma de ahí al Salineros, con algún pequeño subibaja, es amplia y suave. Incluso había hitos y, pese a la nieve, distinguí un rastro de senda; parece que las visitas al Culillas son más habituales desde arriba.
A mi izquierda, seguía viendo las lomas sucesivas y paralelas que se levantan entre los barrancos que desaguan al Gatón. Aunque se vea sol, la tónica no sería ésa. Durante el resto de la jornada, fui pasando de un mundo radiante a otro cubierto de nubes bajas y oscuras o incluso envuelto en niebla o ventisca. Lo que se dice tiempo revuelto.
Una corta subida me llevó a la cota 1.938, previa al Salineros y, Como coincidí con un ratito soleado y había parado el viento, aproveché para hacer por aquí la parada larga que no efectué en el Culillas. También, para repasar la cuerda recorrida.
A partir de ahí, me restaba una corta bajada, cruzar el collado intermedio y una subida prolongada pero suave hasta la cumbre.
Al entrar entre unos pinos helados, encontré un carril que facilitó aún más una progresión que ya era cómoda. Y eso, a pesar de que me iba hundiendo hasta media pantorrilla en la nieve reciente y la pendiente arreciaba. Había dejado las raquetas en el coche, pensando que el espesor nunca llegaría a ser tanto. Nunca se aprende del todo.
Cuando el camino giró a la izquierda para atravesar la ladera oeste del Salineros horizontalmente, lo dejé por la derecha (N) para remontar la loma que lleva a la punta occidental. El cielo empezó a cubrirse de nuevo entonces, aunque todavía podía contemplar el Río Cambrones y, por encima, la mole del…
... Pancrudo y la cresta del Gómare.
Cuando alcancé las cercanías de la más oriental de las tres puntas del Salineros, como si hubieran estado esperando, se cerraron las nubes grises y el recorrido de esta amplia y suave loma cimera fue…
… en blanco y negro. Al principio, envuelto en un silencio roto sólo por mis pasos, hasta que, llegando a cumbre, se desencadenó un ventarrón recio, que arrastraba tanta nieve que no sé si realmente estaba cayendo o eran copos levantados por el vendaval. En la cumbre del Salineros, la visibilidad era nula y el buzón estaba convertido en una seta de hielo.
Del San Lorenzo apenas se distinguía el arranque de la subida desde el Collado tres Cruces. Y en todas direcciones más o menos lo mismo. Eran las dos y veinte de la tarde y las condiciones no animaban a parar mucho.
Antes de diez minutos, estaba bajando. Para librarme cuanto antes del vendaval, perdí altura en dirección contraria al viento: al suroeste, por una ladera uniformemente nevada de moderada pendiente, hasta encontrar el corte del carril de antes. Lo tomé a la izquierda (SE) y poco después me encontraba de nuevo en la loma sur y entre los pinos donde había abandonado antes este mismo camino.
La bajada la realicé por la misma loma, sólo procuré ir ahora por el flanco oeste (derecho) siempre que podía. Excepto en el Pico Culillas, que no le vi buen rodeo. Llegando al mismo, se levantaron las nubes y cayó, a plena luz del sol, una nevada tranquila, casi solemne, de copos grandes y lentos. Por lo menos era bonito.
Según
perdía altitud, se fue abriendo más el cielo y, la tarde, haciéndose apacible y
dorada. Cuando iba llegando ya a las zonas bajas de La Muñeca, incluso se
podían ver las cimas de los montes del Urbión entre las encinas. Cuando llegué
de nuevo a Mansilla de la Sierra, eran ya las cinco y media y la temperatura empezaba
ya a bajar con el sol ocultándose.
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