ASCENSIÓN
DESDE TANARRIO
CANALES DE LECHUGALES Y LAS ARREDONDAS
La Morra de Lechugales es la cumbre del Macizo
de Andara. Este núcleo oriental de Picos de Europa ha estado siempre algo
infravalorado por ser sus altitudes ligeramente inferiores y carecer de las
grandes agujas y torres del resto. Sin embargo, basculado al norte, su
vertiente meridional es un descomunal paredón de casi 2.000 metros recorrido
por empinadas canales; un territorio montañero que se sale de las
características comunes de Picos para aproximarse a las grandes vías
pirenaicas. Pero el entorno sigue siendo cantábrico, con afilados remates
calizos para las laderas que surgen de hayedos y robledales. Eso en el exterior
porque, dentro del macizo, una serie de hoyas cársticas concentra y absorbe
toda el agua, dando lugar a un entorno de aridez extrema.
La
ruta consiste en encaramarse a la Morra por su vía normal, accediendo y
regresando de la misma por sendas canales, las más convenientes, de la
vertiente sur del macizo.
Vertiente
sur del Macizo de Andara; a la izquierda, bajo la Morra de Lechugales, se
muestra la canal homónima
SITUACIÓN:
- Zona: Picos de Europa (Cordillera Cantábrica)
- Unidad: Macizo de Andara
- Base de partida: Tanarrio (Cantabria)
ACCESO: La población de Tanarrio, perteneciente al municipio cántabro
de Camaleño, en el oeste de la provincia, está situada en el valle de Liébana, retrepada
en las faldas de la vertiente sur del macizo oriental de los Picos de Europa.
Lo más práctico es aparcar en el lugar habilitado a la salida de la carretera
hacia Brez, junto al puente sobre la Riega Valgó. Puedes calcular un itinerario
desde tu lugar de origen hasta allí en el siguiente link a GoogleMaps.
OTROS
DATOS:
- Cota mínima / máxima: 640 / 2.441
- Mi tiempo efectivo
(aproximado): 9h15
- Mi tiempo total: 10h45
- Dificultades: PD. Varios pasos cortos de I grado
y una pequeña escalada de cuatro metros (II+ sin usar la cuerda que
había). Tramos por terreno muy empinado y suelto.
Mapa
tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA
LA RUTA: Salir de Tanarrio hacia el NO, por el camino que
llega a la Riega de Piedras Negras.
Remontar el barranco y continuar por la Canal
de Lechugales hasta el collado 2.392
(F). Girar a la izquierda (O) y
seguir el cordal hasta el flanco norte de la Morra de Lechugales (PD), por donde resulta más fácil encaramarse
al bloque cimero.
Regresar al collado 2.392 (PD) y tomar a la
izquierda (N) la senda que rodea la cabecera del Hoyo del Evangelista y sigue
luego la cuerda al E. En el Collado del
Mojón (F), bajar a la derecha (SO) y descender, siempre por senda, la Canal de las Arredondas. Al llegar al
cauce del Arroyo de la Vega,
vadearlo y seguir por el camino balizado (PR-PNPE-27) que arranca en la orilla
y va por la su ribera derecha hasta Brez.
Desde allí, seguir la carretera hasta Tanarrio.
Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Magnífica
ascensión, con unas características alpinas que no siempre se encuentran en
Picos de Europa. Aunque el desnivel es grande, se lleva mejor de lo que parece
y no hay dificultades reseñables, salvo la trepada final a la cumbre, que es
común a todas las rutas normales de la Morra de Lechugales. Por tanto, creo que
es la opción más atractiva para ascender a esta cumbre sin escalar y con la
única condición de estar en buena forma física. La bajada por la Canal de las
Arredondas supone un rodeo pero merece la pena; es muy bonita, más aún que la
de Lechugales, con la que creo que se complementa para llenar un día de montaña
de paisajes variados. Si se dispone de dos coches, dejando uno en Brez se
ahorra caminar kilómetro y medio por asfalto, perdiendo 100 m de cota, lo que
supondría entre 15 y 20 minutos menos de tiempo.
RELATO GRÁFICO:
Ya según
me acercaba a Tanarrio, me impresionó la vista desde la carretera: detrás de la
aldea, se alza un paredón rematado de picos, entre los que destacan...
... los
dos corteses. A las ocho y media de la mañana, comencé a caminar por un carril
de cemento que sube al oeste entre las casas más altas de Tanarrio para salir
al otro lado, convertido ya en pista de tierra. Mientras atravesaba el bosque,
dejé atrás un par de desvíos a la derecha.
Al acabar
la pista en un pequeño prado, continué adelante subiendo al noroeste junto a la
orilla de la Riega de Piedras Negras, que toma su nombre de un llamativo
peñasco que se ve a la derecha, más oscuro que el resto del roquedo. Tras dejar
a la derecha una cavidad en un resalte de roca, el barranco se estrecha.
Crucé el
cauce para seguir la remontada con más comodidad por las praderas de la
vertiente derecha. Volviendo la vista, podía contemplar algunas cumbres del
Alto Carrión que iban asomando según ganaba altitud.
La senda
se perdía con frecuencia, pero no es problema en un terreno tan cómodo y claro.
Para ir por lo mejor, me separé bastante del torrente, rodeando por la
izquierda un mogote que divide en dos el barranco.
Tras
volver de nuevo al eje del tubo, me encontré ante un llano pedregoso donde
confluyen varias canales. Unos hitos muy separados, pero bien visibles, me
llevaron hacia la derecha para rodear unas barras rocosas y entrar en la Canal
de Lechugales.
La subida
transcurrió a través de sucesivas terrazas herbosas, evitando los escalones. Al
otro lado del barranco, podía ver los dos picos de Cortés. Entonces apareció la
neblina que,...
... por
fortuna, no fue tan densa ni persistente como para entorpecer el paso. Al final
de este tramo, que corresponde al embudo de la canal, remonté de cara al monte
una pendiente más intensa y salí a un rellano.
La
continuación siguió siendo por prado, pasando como punto característico por un
pequeño estrechamiento bajo una aguja plantada en plena canal.
Y de
pronto volvió el sol, para dejarme ver a gusto el Cueto de la Encina.
Llegaba
al final del tramo herboso de la canal, que, a partir de aquí, es...
... un
pedregal movedizo e incómodo, por el que subí procurando aprovechar las lajas y
peñas que sobresalían del canchal, aunque tuviera que gatear un poco. Se podría
pensar que una canal tan larga se haría monótona, pero no fue así; el ambiente
grandioso, junto a la perspectiva de las montañas de la divisoria cantábrica a
mi espalda, no me cansaba.
El
entorno se fue haciendo cada vez más impresionante y desolado, transformada ya
la canal en un tubo mineral, de pedrera entre crestas de caliza desnuda. Tras
un doble giro, derecha - izquierda, que me llevó a transitar al pie del
cresterío de la Tabla, una barra rocosa me interrumpió el paso.
La superé
por una fractura, llegando a una gran laja llena de fisuras pero sólida, por la
que era un alivio caminar tras las pedreras.
Tras esa
placa, la vista de la cima del Cueto de la Encina me dio una idea del desnivel
ganado.
Me
encontré otra vez en la pedrera, con hitos marcando las zonas más estables.
Sólo me desviaba de la ruta marcada buscando la roca sólida.
Al
acercarme a la cresta, se alzó mi izquierda la Morra de Lechugales, que
presenta de este lado una imponente pared.
La canal acaba
a los pies de una pared, pero que presenta un punto débil. A la izquierda,
sobre un gran cono de derrubios, vi una chimenea. Me dirigí a ella y encontré...
... un
tubo de unos 8 m, de fácil trepada (I).
Salí a
una placa inclinada, que superé hacia la derecha, aprovechando unas fracturas
(I).
Tras un
nuevo rellano, afronté un último tramo de pedrera, breve pero ya inevitable,
para llegar al collado 2.392.
Me asomé
allí a la otra vertiente, descubriendo el Hoyo del Evangelista, más allá del
cual bandas de nubes cubrían las tierras bajas de Asturias y Cantabria. Podía
ver a mi izquierda (O)...
... la
Morra de Lechugales, y hacia allí me dirigí, siguiendo una senda bien marcada
que va por el flanco norte (derecho) del cordal, para enseguida girar a la
izquierda y pasar al otro lado.
De nuevo
en la vertiente sur, fui recorriendo terrazas estrechas, aéreas en algún punto,
pero muy fáciles.
Volví a
la divisoria en una horcada que da vista a los Urrieles. Para salir de ella,
cambiando de nuevo de vertiente, tuve que superar un pequeño escalón de un par
de metros (I). Tras rodear una punta, volví a...
... la cuerda,
ancha y pedregosa ahora, frente a la cima. A la derecha del flanco más cercano
del canto, una chimenea permite superar el resalte de su base.
Pero no
trepé por el fondo sino por su borde derecho; una verdadera escala de presas en
buena roca (II+). Había una cuerda fija pero no la encontré necesaria. Además,
era dinámica y, al estirarse hacía incómodo trepar.
De ahí, salí a un lomo de roca por donde
accedí a la cima con sólo algún apoyo de manos (I). Era la una menos cuarto
cuando alcancé la punta más alta de la Morra de Lechugales, marcada con un
modesto hito de piedras. Pocos metros al sur, al otro lado de una arista
horizontal, hay un buzón, pero es notorio que la primera (donde saqué la foto)
es más elevada. El horizonte se llenaba con las crestas de la Cordillera
Cantábrica al sur y...
... al este. Por cierto, a la izquierda, en el
pico de la Silla de Caballo Cimero, había un grupito de montañeros. Las
primeras personas que veía en todo el día.
Más
cerca, sobre la Canal de Lechugales,...
... una
cresta caótica se extiende hasta el Pico Cortés.
Pero para
vista impresionante, la de los Urrieles al otro lado del Valle del Duje.
Aquí, un
primer plano de la Torre Cerredo rodeada de satélites.
Sólo al
norte el terreno se suaviza, en los redondeados cordales que culminan en los
Picos del Jierru. Tenía un regreso largo por delante y no me demoré mucho en
cumbre. Antes de las dos y media emprendí el descenso, comenzando por regresar
al collado 2.392 por el mismo camino que a la ida.
Una vez
allí, giré a la izquierda (NO), retomando la misma senda que me trajo de
cumbre, que ahora baja en diagonal por la vertiente del Hoyo del Evangelista.
Tras evitar por debajo un resalte, subí por una rampa terrosa al collado sur de
la Pica del Jierru, de donde...
... cae
al otro lado este imponente corredor.
Hitos y rastros
discontinuos me llevaron a rodear por la derecha la Pica del Jierru. Al
retornar a la cuerda, me asomé al Jou Lleroso.
Proseguí al
este por la arista, horizontal y relativamente movida (pasos de I). Cuando ésta
se torna más difícil, volví a la vertiente derecha, donde...
... se
marcaba un trazo colgado sobre el desolado Hoyo del Evangelista.
Ya desde
allí iba viendo la Canal de las Arredondas, por donde bajaría y que se puede
alcanzar descendiendo directamente por unas empinadísimas pedreras. Acortaría
bastante pero a costa de castigar las piernas, así que preferí continuar por la
senda. Y lo que se veía espléndido a su través era...
... la
Sierra de Peña Sagra.
Retomé la
cuerda donde vuelve a ser un lomo pedregoso. En un collado, encontré el camino
que conducía a las minas del Hoyo del Evangelista y lo tomé a la izquierda (NE)
para seguir recorriendo el cordal. Tras rodear la cota previa al Pico del
Grajal de Abajo, alcancé...
... el
Collado del Mojón, donde giré a la derecha (SE) para bajar por un camino que
cae a ese lado.
Entré así
en la Canal de las Arredondas, cuya parte más alta es un canchal inestable que,
sin camino, sería desagradable pasar.
Más abajo,
me llamó la atención el contraste entre unos pozos mineros en un rellano árido
y los espolones verdes que veía detrás. Hacia aquéllos me fue llevando el
camino, no siempre claro pero marcado con hitos y unas manchas de pintura
blanca.
Según
perdía altura, pasé por los restos de algunas pequeñas explotaciones mineras y
fue apareciendo la hierba.
Con el
declinar de la tarde, las crestas empezaron a dorarse mientras las sombras
invadían el fondo de las canales, formando bellos contrastes.
Esta
Canal de las Arredondas es larga pero se baja muy bien, en parte porque nunca
llega a ser tan empinada como la de Lechugales y en parte por el viejo camino
minero que, aunque medio borrado a veces, aún mantiene el aterrazamiento. El
entorno, cada vez más suave y verde, era realmente bonito.
Al pasar
junto a una pedrera que el camino bordea por la derecha, me salí del mismo para
bajar por el eje del barranco. Las piedras eran inestables pero, siendo
pequeñas, me deslicé por ellas con bastante comodidad y rapidez hasta la cubeta
del final, donde retomé la senda, bajo...
... unas
llamativas peñas oscuras barreadas de hierba.
Al estrecharse
el barranco tras confluir con el Arroyo de la Vega, la senda me llevó a
descender más gradualmente por la vertiente derecha. Al salir de la canal y
volverme, me sorprendió la altiva Tabla del Pino. Preciosa e impresionante
desde aquí.
Al llegar
al cauce del Arroyo de la Vega, lo crucé para tomar el camino verde que se veía
al otro lado.
Es ancho
y bien trazado, muy cómodo y estupendo para relajar las piernas en la paz de la
tarde. Me encantan estos finales de bajada. Algo tiene el aire de la Cordillera
Cantábrica; su extraordinaria transparencia y quietud en estos atardeceres
soleados no los he encontrado en otro lugar.
Enseguida
llegué a un cruce señalizado con un cartel. Pasa por él el sendero balizado
PR-PNPE-27, que tomé a la izquierda (SE) para ir hacia Brez por el camino más
corto. El carril me fue llevando ahora a través de un bosque hasta un segundo
cruce donde, siguiendo otro letrero, giré a la derecha (S).
Cuando
los árboles me dejaban, podía ver a mi izquierda la Peña Sagra bajo la luna,
pero aún enrojecida por el sol.
Pasadas
las siete y media de la tarde, llegué a Brez, mientras el último sol nimbaba la
característica silueta del Coriscao. Tras cruzar la aldea, salí por la
carretera que se dirige a Tanarrio, adonde llegué...
... poco
antes de las ocho, cuando las sombras iban ya poblando la montaña. Al final, un
día de monte variado y fascinante, recorriendo grandiosos parajes en total
soledad. Y sin dificultades notables. Toda una gran jornada.
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