Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ascensión
bella y divertida que, a diferencia de la ruta normal, está a la altura de la
relevancia del Turó de l’Home. Combina un recorrido panorámico por cresta con
un reposado paseo a través del bosque al regreso e incluso ciertas emociones
aéreas subiendo a Les Agudes, cresta que, sin ser un itinerario de dificultad,
tiene bastante trepada y algún pasaje vertiginoso. Con una longitud media, creo
que está al alcance de la mayoría de montañeros con algo de experiencia,
seguros en las trepadas fáciles y sin una exagerada aprensión al vacío.
Francamente, salí encantado, a pesar de que las nubes me hurtaron las vistas de
medio horizonte.
RELATO GRÁFICO:
A las
nueve y media de una mañana fría y despejada, comencé a caminar por el camino
que se interna en el bosque frente al pequeño aparcamiento que hay entre los
puntos kilométricos 25 y 26 de la carretera BV-5114. Subiendo suavemente bajo
las hayas peladas, llegué enseguida al cruce con otro carril, más ancho, donde
proseguí por la derecha (SO).
Al
alcanzar el lomo de la sierra y salir del bosque, mi camino desembocó en otro
que recorre el cordal. Lo tomé a la izquierda (SE), llegando enseguida al
rellano de Pla d'en Jep Xic, a la vista de Les Agudes.
Este
sendero es más estrecho que el del bosque y está marcado con manchas de pintura
roja. Me llevó, alternando tramos de matorral y bosque, hasta un segundo
rellano, desde donde, mirando atrás, podía ver el Matagalls sobre la vegetación
circundante.
Luego, tercer
rellano, el Coll Saciureda de Dalt, donde arranca la cresta de los Castellets,
cuya primera prominencia distinguía entre las ramas de los árboles.
También,
al norte, las nieves del Pirineo.
Dado que
el lomo septentrional del primer Castellet, además de empinado, estaba cubierto
de vegetación muy densa, no me encaramé directamente a la arista sino que continué
por la senda, que me llevó por su flanco derecho del cordal.
Tras
rodear esa primera punta, subí por un tubo pedregoso a un collado, el primero
de la cresta de los Castellets. Salí del mismo por una repisa, de nuevo por la
vertiente derecha. Las marcas rojas me llevaron a continuación a superar unos
bloques (I), alcanzado de nuevo la arista.
En ese
momento abandoné la senda, trepando por el lomo rocoso que subía a mi derecha
(II).
Superados
unos 15 m, alcancé lo alto del cueto y...
... pude
ver lo que me quedaba hasta lo que creía Les Agudes, en realidad su antecima
norte: dos o tres Castellets y un lomo empinado donde se mezclan hierba y roca.
Pocos
metros por debajo, transcurría la senda de la ruta normal que, si yendo por
arriba la dificultad es escasa, es allí nula.
Fui trasponiendo
pequeñas elevaciones, mediante subidas y bajadas que no superaban el II grado
ni los 15 m de altura.
Tras la
tercera de ellas, me encontré frente a un lomo más alto a cuyo pie cruza la
senda para ascender por el lado izquierdo. Yo, por mi parte, trepé
directamente, más o menos por la arista, aunque rodeando los tramos de hierba o
matorral. La roca es segura, está llena de apoyos y la exposición nunca es
fuerte. Tras superar este tramo, el más largo pero fácil y juguetón (I / 30 m),
llegué...
... a un
rellano desde el que, al volverme, esperaba ver la cresta que llevaba pasada.
Pero no como estaba, velada por nubes bajas que añadían un toque de misterio.
No abandonarían el Montseny en todo el día pero sin llegar a molestar y, si
bien a veces quitaba claridad a las vistas, otras las hacían mágicas.
A mi
derecha, llevaba ahora la cabecera boscosa de la Riera de Sant Marçal, en cuyas
partes bajas aún conservaban las hayas algún follaje.
Por
delante, tras un trecho casi horizontal de arista, el terreno volvía a
empinarse conservando la tónica de hierba y roca mezclados. El arranque de esta
nueva subida era...
... otro
largo tramo de I grado, tras el que...
... la
vista atrás empezaba a ser realmente impresionante. Mientras las nubes seguían
jugando con la cresta, si elevaba la vista,...
... las
nieves del Ripollés y el Canigó blanqueaban un horizonte azul. Un lujo de
subida, creo que bastante más emocionante que ir por la senda.
En el
entorno cercano, a mi izquierda veía otra arista magnífica, convergente con la
mía, sobre la Riera de les Truites.
Tras otro
rellano, me encontré frente a una nueva subida, donde la roca predomina
claramente. A partir de ahí, fui encontrando de vez en cuando marcas amarillas
señalando el paso más conveniente para superar algún resalte.
También,
los dos pasos más difíciles. Primero, un corto diedro de II+ y 4 m de altura.
Luego, la
salida de una horcada previa a la antecima norte de Les Agudes (II+ / 8 m).
Tras superar ese obstáculo,...
...
empecé a ver a la derecha la cumbre de la sierra, más allá de una suave arista.
Y otra
mirada atrás.
Tras un
corto tramo de arista, horizontal y una breve subida final, todo ello carente
de dificultad,...
...
llegué a Les Agudes a las once y veinte de la mañana, con las nubes cerradas al
este de la sierra, pero...
... la
loma despejada. Atrás quedaba una trepada divertida en un ambiente bellísimo,
que había superado todas mis expectativas. Apenas estuve diez minutos en esta
punta antes de reemprender camino hacia la cumbre, siguiendo la senda que
recorre la cresta de la sierra y que abandoné en el primer collado para...
...
seguir a plena arista, ganado mediante una fácil trepada (I / 12 m) el Puig
Sacarbassa.
Como
venía haciendo desde el inicio, había decidido completar el recorrido hasta el
Turó de l’Home manteniéndome en la divisoria. Y merece la pena pues, sin
plantear apenas dificultades ni incomodidades extras, se gana en panorámicas.
Desde esa
punta secundaria, una corta bajada por su lomo suroeste, tan suave como abrupto
es el flanco opuesto, me llevó a un collado donde me crucé de nuevo con la
senda antes de proseguir por un lomo todavía más ancho y suave. Por él llegué
al Catiu d’Or, modestísima punta secundaria que, en días más despejados puede
que tenga las mejores...
...
vistas hacia la vertiente de La Tordera.
Bueno,
realmente debí pasar por su cima porque recorrí la arista pero, entre tanto
pequeño sube y baja, es difícil saber cuál es el punto más alto del Catiu.
A
continuación, un descenso corto por terreno cómodo me dejó en el Coll
Sesbasses, de donde arranca la subida final, por camino amplio, marcadísimo y
transitadísimo, a la cima del Montseny.
A las
doce y cuarto llegué al Turó de l' Home, urbanizada cumbre, donde llega una
carretera, se levanta una casa y me encontré con una multitud. Las nubes se
habían ido cerrando en torno a la montaña durante el recorrido por la cresta,
pero esta se mantenía aún despejada, dejándome ver la llana Serra del Sot Mal,
que había recorrido desde Les Agudes. Sobre la misma, llenaban el horizonte las
montañas del Ripollés, destacando...
... en
ambos extremos las moles del Puigmal y el Bastiments.
Más a la
derecha, tras el boquete de la cabecera del Ter, el Canigó se elevaba
magnífico.
Contrastando
con ese panorama, las nubes ensombrecían el llano más allá del cóncavo oriental
del Montseny.
Estuve
media hora en la cumbre, antes de emprender la vuelta, comenzando por bajar al
sur, hacia el vecino Coll Pregón. Giré allí a la izquierda (NE) para...
... un
camino señalado con marcas de GR, que corta en diagonal la vaguada de ese lado
y estaba muy transitado. Me aparté de la caravana en la primera curva a la
derecha, donde continué recto por...
... una
vereda menos marcada pero cuyo trazo claro de distinguía bien en el monte bajo.
Mi nuevo camino estaba marcado con unas manchas de pintura roja, medio borradas
pero aún visibles.
Al sobrepasar
el espolón del Serrat de les Saleres, entré en la cuenca del Sot de la Jaça
d’en Pla, cubierto de hayas. Tras una fuerte bajada en diagonal a la izquierda,
llegué al bosque. Pese a que los árboles habían perdido su follaje, no dejaba
de tener encanto la luz del sol filtrándose entre las ramas desnudas,
salpicando de manchas brillantes la alfombra rojiza de hojas caídas. La senda
me llevó al extremo de una pista, por cuyas lazadas descendí cómoda y
parsimoniosamente a través el hayedo.
De vez en
cuando, un claro en el ramaje me dejaba ver alguna cresta próxima.
Ahora,
convenía ir con el mapa a mano y prestando atención a las marcas de pintura
para no despistarse en el dédalo de caminos que sigue. En el primer cruce,
seguí por la izquierda (NO), para ir a cruzar el cauce seco del barranco y
continuar el descenso, más suave ahora, por la otra vertiente. Luego dejé atrás
un par de desvíos a la izquierda, en el último de los cuales cambié la pista
por una senda estrecha pero clara, que terminó desembocando en otro camino más
ancho. Lo tomé a la izquierda (E) y fui cruzando barrancos y espolones mientras
recorría horizontalmente y luego en ligera subida la ladera del Mal Pas.
Justo
antes del cruce del Sot de la Font del Porrasar, me encontré un senderillo muy
señalizado, que entra en el camino por la izquierda y sale por la derecha unos
metros más allá. Sin tenerlo en cuenta, continué recto y crucé el cauce
pedregoso del barranco que, a diferencia del resto, llevaba al menos un hilillo
de agua.
Yendo
hacia el espolón subsiguiente, pasé dos bifurcaciones muy seguidas, donde tomé
respectivamente los caminos de la izquierda y la derecha (NE en ambos casos).
Al salir al Porrassar de Dalt, me encontré con la cresta de los Castellets
asomando entre las copas peladas. Había en este lomo otra bifurcación, de la
que salí por la derecha (N).
Al
desembocar en otro cruce, en la Jaça de les Eugues, giré a la izquierda (O) y,
al pasar el recodo inmediato, se me descubrió, no ya la cresta entrevista de
antes, sino el impresionante cuadro de Les Agudes dominando el bosque. Casi me costó
creer que esa arista era la misma que había recorrido esa mañana, aún más
impresionante desde aquí que cuando estás trepando por ella.
A
continuación, fui cruzando una porción de pequeños barrancos, todos sin
dificultad, excepto el último, el Sot d’Orelles d’Os, donde el camino se
estrecha mucho y se torna borroso. Para cruzar el cauce, húmedo y hondo, bajé
junto a un bonito resalte de roca cubierta de musgo.
Una vez
abajo, la salida es empinada, en algún momento vertiginosa y no se ve senda por
ningún sitio... pero es indudable. Sólo hay un trazado que, aprovechando
estrechas cornisas de tierra, permite dejar el barranco sin trepar. Además, me
encontré un hito a la salida, junto a la reaparición de la senda que,
horizontal, cruza el espolón que limita el tajo.
El camino
se hizo de nuevo ancho mientras recorría horizontal la ladera boscosa, a la
sombra de Les Agudes. Por aquí, me llamó la atención el bonito espolón de roca
dorada que, surgiendo de un colorido bosque, exhibe un cerrillo del reborde
exterior de la sierra, visto a través de un hueco en los árboles. Quizás sea el
Turó de Grenys y, en todo caso, ilustra una vez más que la altitud y la belleza
no siempre van unidas.
Esta
última parte del retorno estaba siendo realmente bonita y me alegré de haber
dado este rodeo en vez de volver del Turó de l’Home por lo más corto. Tras
dejar atrás el enésimo desvío y cruzar algún lomo más, terminé saliendo al Coll
Saciureda de Dalt, donde reencontré el itinerario de subida que, tomado en sentido
opuesto (N), me llevó por terreno conocido hasta...
... la
carretera, frente al lugar donde había dejado el coche. Pasaban minutos de las
dos y media de la tarde y la luz del sol rozaba apenas la copa de las hayas en
esta umbría dominada por la masa formidable de Les Agudes.
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