Al salir
a una pista forestal, la tomé a la izquierda (NO), hacia donde subía
suavemente. A los pocos metros, me encontré ante una bifurcación (ésta) y, de
nuevo, las marcas del GR. Evidentemente, debí de dejarme atrás un desvío,
aunque no me explico cómo, pues estos caminos no son como para no verlos. Total,
que, encogiéndome de hombros, retomé la senda balizada por el ramal derecho
(N), que subía suavemente.
Entre los
árboles, apenas se veía nada. Sólo muy de vez en cuando, un hueco me dejaba ver
un trocito de las montañas de Port del Comte, que tenía a mi izquierda.
Tras un
cambio de dirección, tomando dirección este, la pista se tapó de vegetación
pero, esta vez, las marcas continuaban señalando el camino y el paso, aunque
estrecho, no era incómodo.
Así,
llegué al fondo de un barranco seco. Las marcas habían desaparecido de nuevo y,
mirando el mapa, era obvio que había vuelto a perder traza. Aquí, podía ser más
lógico dejarse un desvío si éste estaba tapado de matorral. La primera idea fue
volver atrás, pero, viendo que el cauce estaba bastante despejado, que la
pendiente no era mucha y que parecía recorrerlo incluso lo que podía ser un
carril de saca, giré a la izquierda (NE) y comencé a remontar el barranco. El
carril desapareció al poco pero la subida estaba despejada por el fondo
pedregoso, de modo que seguí adelante, pues, si el mapa estaba bien, más arriba...
... debería
reencontrar el camino. Y así fue. Tras un ratito de remontada, llegue a una
zona menos inclinada, donde los árboles se abren y me encontré con una pista deteriorada,
pero con sus marcas de GR. La tomé a la derecha (E) y continué subiendo, ahora
suavemente, bajo el sol que caía de un cielo límpido.
La menor
pendiente y densidad del bosque indicaban la cercanía del Pla de Prat, que
alcancé en minutos. Esta amplia collada es un delicioso lugar, rodeado de
pinos, que separa la cresta del Cotaróns de un pico secundario destacado al
sur, el Cap del Solá. Las marcas de pintura me llevaron a atravesarlo y salir
por el otro lado (NE), por...
... un
camino en mejores condiciones que ascendía suavemente por la vertiente
meridional del cordal y próximo a su lomo. Ahí vi, por primera vez, la cumbre,
mientras que, a mi derecha,...
... al
otro lado del profundo corte del Río de Mola, aparecía espectacular el Cap del
Verd. Cuando llegué a un desvío, dejé, ahora conscientemente, el GR150 para
dirigirme por el carril de la izquierda (NE) hacia la divisoria, que alcancé...
... al
poco, en el hombro llamado Cap de la Serra, frente a la inmensa vertiente sur
de la Sierra del Cadí. El camino cruza la sierra y yo lo dejé, girando a la
derecha (E), para...
...
ascender por el cordal, siguiendo unos innecesarios hitos. El lomo es, en su
inicio, ancho, pedregoso y escasamente empinado. La inclinación aumentaba
paulatinamente, mientras subía por un pasillo entre pinos.
Cuando
éstos se abrieron, pude ver, ahora con mayor extensión, las sierras del Verd y
Port del Comte cerrando el horizonte al sur y al oeste. Un precioso panorama,
con la nieve brillando en las crestas entre el verde y el azul.
Los
neveros fueron haciéndose cada vez más grandes y abundantes en la loma, hasta
hacerse la nieve continua en un lugar sorprendente: la cresta se dividió en
dos, dejando en medio una especie de vaguadita despejada entre árboles. El
sitio era realmente bonito. Lástima que la nieve estuviera tan podrida bajo la
finísima capa superficial consistente; ésta se vencía a cada paso y ni siquiera
con raquetas el avance era cómodo. Es más, como a cada ruptura éstas se
quedaban enganchadas en la costra, opté por quitármelas. Total, prácticamente
me hundía lo mismo que con ellas.
Al final
de ese cóncavo abrigado, donde también sufrí el calor por primera vez en el
día, una breve subida me devolvió a lo alto del lomo de la sierra, de nuevo
único y más definido que antes. Ahora, la incomodidad era diferente: la nieve
era poco espesa y estaba más dura, pero la cresta estaba llena de árboles
caídos, peñascos y matorral. Pero tampoco fue para tanto. No era lo mismo que
andar por un sendero pero, con paciencia, fui avanzando hasta que la loma, que
nunca fue empinada, comenzó a perder pendiente al tiempo que...
... se
ensanchaba, despejaba y cubría de bosque. Entonces, la cumbre se anunció al
asomar sobre el horizonte cercano la cumbre inconfundible del Pedraforca.
Alcancé
la cima de Els Cotaróns a la una y media de la tarde. Una pequeña decepción fue
constatar que, pese a superar bastante los 2.000 metros, los árboles rodeaban
el hito por tres de los cuatro puntos, dejando ver apenas nada.
Bueno, al
menos, un balcón abierto al este dejaba ver el mentado Pedraforca y, un poco
más a la derecha,...
... otro
hueco permitía admirar la Sierra Ensija, los Rasos de Peguera y parte de la
Sierra del Verd.
Respecto
a la de Port del Comte, apenas se distinguía su cresta más alta entre las copas
de los pinos.
Y, del
Cadí, sólo fragmentos difíciles de identificar. Al cabo de media hora,
reemprendí la marcha, descendiendo directamente de la cumbre, precisamente en
esa dirección (NE),...
... a
través del pinar. La nieve estaba más dura en esta umbría, lo justo para hacer
cómodo el avance sólo con las botas. Además, aunque la pendiente no llegó a los
30º, se aproximaba lo suficiente como para hacer incómodo ir con raquetas. Sin
otro objetivo que perder altura por esta ladera, según me lo marcaba el
terreno, fui derivando hasta tomar dirección norte.
Con la altura,
disminuyó la pendiente y terminé...
...
saliendo al Camino del Prat de les Aiguadelles, que recorre horizontal esta
vertiente. Lo tomé a la derecha (E) y, enseguida, me topé con una bifurcación.
Cualquiera de ambos ramales me llevaría hacia el Coll de Josa y yo opté por el
izquierdo (NE), que es un poco más largo pero me pareció que podía tener
mejores vistas, al menos cuando los árboles se aclararan.
Y no me
equivoqué, al poco, a través del primer hueco, pude ver la airosa cresta del Cadinell,
objetivo del día siguiente.
La pista
no tardó en perder la nieve, al tiempo que el pinar se aclaró, descubriendo
todo el valle del Río de Josa.
Avanzaba
hacia el norte, rodeando la estribación de Costa Freda. Al tomar distancia del
cordal principal, pude ver la cima de Els Cotaróns quedar atrás. Buen lugar
para despedirse, pues no tardé en perderla de vista al cambiar de vertiente
junto a la Roca del Millet.
Ahora, lo
que podía ver algo mejor era la Sierra del Cadí. Y, a continuación,...
... de
nuevo el Pedraforca, al iniciar el descenso hacia el Coll de Josa. Para llegar
allí, se puede seguir la pista hasta el final pero no es necesario. Al poco, sale,
a la izquierda (NE),...
... un
buen camino marcado con hitos, que baja más directamente. El sendero se
convierte luego en un carril maderero, poco antes de llegar a una confusa zona
de cruces pero a la vista ya del...
... Coll
de Josa. Aquí volví a encontrar las marcas del GR150, que me llevaron a iniciar
el descenso por una vereda que sale a la derecha de la carretera (S), a la
altura del cambio de rasante. Tras un breve paso entre árboles, salí a una
ladera despejada desde la que se domina el valle en que se asienta Gósol, bajo
el Pedraforca y la Sierra Ensija. El sendero, pedregoso, desciende en fuerte
pendiente hasta llegar a la altura de los prados, donde...
...
desemboca en un carril herboso, más ancho y suave. Siguiendo las marcas, lo
tomé a la derecha (S), para ir bajando gradualmente, entre verdes campos, hacia
el cercano pueblecito, muy paisajístico con su torre y el hermoso Cap Llitzet
al fondo. Alcancé Gósol por su extremo noroeste, saliendo a la carretera que
baja del Coll de Josa.
Casi sin
pisarla, la pintura me llevó a la derecha (S) para rodear el núcleo urbano por
una calle de su parte baja. Al poco, había vuelto a los prados, desde donde
veía quedar atrás la Sierra del Cadí.
Continué
por una pista que prolonga la calle y pasa por el hueco entre el cerro sobre el
que está el castillo y la ladera de Els Cotaróns. En una bifurcación,
precisamente en ese pasillo, giré a la derecha (S) para continuar rodeando el
monte. Justo antes de entrar en la vertiente meridional, pero ya a la vista del
núcleo principal de la Sierra del Verd, el GR me llevó a abandonar la pista por
un buen sendero (éste), que sale a la derecha (SO) y remonta la ladera.
El
camino, ancho y bien acondicionado, sube la pendiente con decisión pero sin
agobios y se cruza varias veces con una pista apta para vehículos, que es la
misma que había dejado en el desvío anterior. Por ella, la subida sería más
suave pero, estando abierta al tráfico, sería al coste de irse encontrando con
vehículos. Por cierto, que por esta zona, a primera hora de la tarde y en
solana, volví a pasar calor.
Así que me
alegré de llegar a la Ermita de Santa Margarida, que resultó...
... ser
del siglo XVIII y no románica, como me esperaba. Intenta imitar dicho estilo
aunque, en mi opinión, les quedó un poco mazacote. Pero merece la pena tomarse
un respiro a su sombra pues, desde la puerta, hay...
... una
vista estupenda del valle bajo el Pedraforca y la Ensija, cuyo colorido queda
realzado por el “precioso” camping para caravanas estratégicamente situado en
pleno centro de los prados.
Dejé el
lugar por una senda que sale a la espalda del edificio y continua la remontada
de en diagonal de la vertiente, introduciéndose enseguida...
... en un
pinar, cuya sombra agradecí bastante.
De vez en
cuando un claro me dejaba ver en lo alto, a la derecha, los aparentes canchos
llamados Cingles de les Costasses. Había encontrado bastantes referencias a
ellos preparando la ruta y me esperaba otra cosa, más espectacular o llamativa.
Quedan bonitos y dan gracia a la ladera, pero, como roquedo, no son gran cosa.
En el
enésimo cruce con la pista, las marcas me invitaron a tomarla de nuevo a la
izquierda (SO), para culminar por ella la subida al Coll de Mola. El collado
está situado justo al sur de la cumbre de Els Clotaróns y, a la vista de la
ladera que se extiende en medio, una subida directa es perfectamente factible.
Una posibilidad a tener en cuenta.
Allí, me
encontré ante el Valle de Mola, al fondo del cual se levantaba la Sierra de
Port del Comte. Lástima que un tendido eléctrico afee estos parajes. Bueno, al
menos es algo útil.
Bajé
suavemente por la pista, recorriendo la ladera de Els Cotaróns, culminada ahora
por un roquedo más llamativo entre los pinos. Parece que este el lado bueno de
las Cingles de les Costasses.
Pero
mejor aún era, al otro lado del valle, la espectacular vertiente del Verd que
ya me había llamado la atención antes.
El GR150
deja la pista por un camino que sale a la derecha (O), en el vértice de una
curva cerrada a la izquierda, y va hacia el Pla de Prat, donde hubiera
reencontrado el itinerario de subida. Sin embargo, el valle era tan bonito, la
tarde tan tranquila y se caminaba tan a gusto bajo los pinos, que decidí
continuar por la pista, aunque eso retrasara mi llegada a Tuixent. Total, para
cosas así llevo años cargando siempre con la frontal, sin apenas haberla usado.
El
roquedo en la Umbría del Verd iba cambiando de aspecto al variar la luz y el
ángulo desde el que lo contemplaba.
Al
frente, sobre el Port del Comte, se iban acumulando nubes pero la amenaza no
pasó a mayores.
Si dejó
de iluminarme el sol, fue cuando las sombras bajaron desde la cresta de Els
Clotaróns.
Al llegar
al fondo del barranco, el roquedo de la vertiente del Verd fue ganando
espectacularidad,...
...
especialmente en el Circo de Les Feus.
Avanzaba
ahora llevando el agua a mi izquierda mientras caía la tarde y se doraban las
copas de los árboles.
Tras
cruzar el cauce, la pista me dejó en un área recreativa sobreequipada: bancos,
mesas, carteles, barbacoas, inexplicables barandillas, tramos de escalones...
los Planells del Sastró. A la derecha (NO), tomé un camino marcado con pintura
roja y blanca; que yo sepa, no es un GR pero un letrero indicaba que era la
“Ruta de las Plantas Medicinales”. Éste era bueno e iba junto al río, en vez de
ganar altura como la pista. Cada cierto trecho, un cartel informaba de la
planta junto al mismo, incluyendo sus propiedades saludables. Interesante, pero
no tenía tiempo para detenerme en todos.
Más
abajo, crucé de nuevo el río, en el Cortal d'en Jaumet, y el entorno comenzó a
“ruralizarse”, apareciendo los campos limitados por muretes y otros elementos
agrarios. Al otro lado, el último sol del día hacía brillar la cresta norte del
Cap del Verd.
Finalmente,
desemboqué en una carretera, la misma por donde había salido de Tuixent. Pero
no la tomé: junto a la misma, sale también a la derecha (NO) un camino
paralelo, sin el inconveniente del tráfico. Aunque, ya cerca del pueblo, acabé
en el asfalto.
Entré en
Tuixent poco antes de las siete y media de la tarde. Y, como si me esperaran,
se encendieron los faroles cuando entré por las primeras casas. Tampoco hizo
falta la linterna esta vez.
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