Alto del Corral del Diablo (2.366)

ASCENSIÓN DESDE nava del barco

gargantas de la Nava y Galín Gómez

El Pico de la Nava o del Corral del Diablo es el segundón del Macizo Occidental de Gredos, el cual, en comparación con el resto de la cadena, es un paraíso de soledad. La explicación es simple: ascensiones siempre largas y lejos de Madrid. La vegetación y fauna son las típicas de Gredos, con robledales en las partes bajas, prado y piornos hasta el límite de la roca y muchas cabras como representante mayor de la fauna salvaje. Respecto a esta cima, destaca entre sus vecinos cercanos por su morfología y situación, ya que convergen en ella tres largas gargantas rematadas por sendos circos lacustres, donde la montaña se muestra en apoteosis. Destaca el del Corral del Diablo, abierto al noreste del pico, de cabecera barreada por resaltes donde, en invierno, se forman espectaculares cascadas de hielo. Separando esos valles, se alzan suaves y anchos cordales, adornados, aquí y allá, por potentes crestones de granito afilado. Una delicia.

La ruta consiste en alcanzar el Alto del Corral del Diablo y regresar, utilizando las rutas más accesibles de las dos gargantas que, confluyendo al norte de la cima, permiten realizar naturalmente un recorrido circular.

El Alto del Corral del Diablo sobre la Garganta de la Nava y su circo cabecero

SITUACIÓN:

  • Zona: Sector Principal de Gredos (Sistema Central)
  • Unidad: Macizo Occidental
  • Base de partida: Nava del Barco (Ávila)
ACCESO: Nava del Barco es un municipio abulense situado en el suroeste de la provincia, al pie de las estribaciones septentrionales del Macizo Occidental de Gredos. La ruta parte del Puente de la Yunta, conocida base de excursiones con sitio para aparcar, dos kilómetros y medio al suroeste de la población por pista transitable. Puedes calcular un itinerario desde tu lugar de origen hasta allí en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 1.213 / 2.366
  • Mi tiempo efectivo: 6h50
  • Mi tiempo total: 8h58
  • Dificultades: F, en las condiciones del día: nieve continua no muy consistente sobre la cota 1.900. Pendientes ligeramente superiores a 30º. Dos vadeos comprometidos.
  • Track para descargar en Wikiloc
Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: Cruzar el Puente de la Yunta y seguir la pista, marcada con hitos y señales de PR, que rodea el Cerro del Camocho y entra en la Garganta de la Nava. Remontarla por senda balizada, pasando por el Refugio de Navacasera y otra cabaña antes alcanzar la Laguna de la Nava. Girar a la izquierda (E) para rodear su orilla y remontar la ladera tras una casa en ruinas. Al llegar al lomo, girar a la derecha (S) y seguirlo hasta la confluencia con la arista este, por la que se continúa la subida (O) hasta llegar al Alto del Corral del Diablo.

Bajar al noroeste por una empinada ladera hasta el collado del Pico del Mosquito, atravesarlo y continuar el descenso, enlazando terrazas por tubos evidentes, nunca muy empinados, hasta llegar a la Laguna del Barco, cerca del dique. Tomar al norte el camino que recorre la Garganta de Galín Gómez y, a la altura del Chozo de Anselmo, dejarlo por la derecha (N). Unos hitos llevan a una pradera junto al cauce, vadearlo y seguir la orilla derecha del barranco por senda bien balizada. Al llegar a Robles Amarillos, tomar la pista que allí arranca y conduce al Puente de la Yunta.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: Maravillosa y solitaria ascensión. La Laguna de la Nava y la garganta homónima son de las menos conocidas de Gredos, a pesar de su facilidad de acceso, y se encuentran en un entorno impresionante. Respecto al pico, es una cumbre importante y no tiene nada que envidiar como ascensión a la Covacha. El valle del retorno es, sin embargo, el más popular paraje de estos contornos; pero difícilmente nos encontraremos una multitud. Más abierta y verde que la de la Nava, esta garganta ofrece además un contraste que hará la ruta variada.

Escogí en esta ocasión la subida más fácil desde la laguna al pico del Corral del Diablo; la nieve estaba muy húmeda y su consistencia era dudosa, así que no quise meterme en los tubos más inclinados que corren a la derecha de la zona central. Sería aún más tendido haber subido a la cresta por la vaguada del collado de las Hoyuelas Bajas pero, cuando comprobé que por el lomo oriental se caminaba bien, no quise dar aún más rodeo.

RELATO GRÁFICO:

A las nueve menos cuarto de la mañana, salí del Puente de la Yunta por la misma pista por la que había llegado. El camino rodea por el este el modesto Cerro del Camocho, en suave subida entre robles, para entrar en la Garganta de la Nava. Aparte de estacas del PR-AV 39, descomunales hitos balizan la ruta.

Cuando la pista giró al suroeste, pude ver entre los árboles el extremo de la Cuerda de Riscos Altos, coronado de nieve contra el cielo azul. Ocasionalmente, también aparecía el Alto del Corral del Diablo asomando por el hueco de la garganta.

El monte chorreaba agua y tenía que ir cambiando de lado por el camino para evitar mojarme los pies; sería tónica de la jornada. La pista me dejó ante una pradera cerrada por una cancela metálica. Tras cruzarla, continué por una senda, no siempre clara, pero bien señalada con hitos.

Al poco, pasé junto al Refugio de Navacasera, que parece marcar la entrada a la montaña. Pequeño, sin comodidades y en estado de limpieza mediocre, está en un prado encantador. La senda me llevó a cierta altura sobre el agua del río, cuyo ruido venía siendo mi único compañero de camino.

Al rato, pasé una segunda cabaña, en algo mejor estado pero también espartana, y bajé al cauce, que alcancé justo por debajo de la línea de sombra. El cambio de luz, al coincidir con el estrechamiento donde acaban los prados y pasa a preponderar la roca, acentúa el cambio de decorado.

Los hitos señalaban el lugar teóricamente mejor para cruzar el torrente pero, ese día, el volumen de agua hacía imposible vadear en seco. Sabiendo que poco más arriba el arroyo se divide en varios brazos, lo remonté hasta encontrar un lugar lo suficientemente estrecho para pasar a la otra orilla sin mojarme mucho. 

Una vez en la orilla derecha, la tónica de la ruta no cambió: buena senda balizada con grandes hitos que gana altura, con el valle, muy gradualmente. Por ella, llegué junto a una gran roca con una hornacina; ya no estaba la cruz de madera que había antes.

A partir de ahí, se estrecha la garganta y el agua forma una sucesión de pequeñas cascadas y pozas.

El camino mejora, apareciendo tramos empedrados al estilo de las mejores trochas gredenses, y ganó altura bruscamente, pero en lazadas, para evitar...

... lo más abrupto del congosto.

La pendiente se dulcificó cuando salí a una terraza rocosa bañada por el sol, que recorrí paralelo al eje de la garganta. Fue agradable este relativo descanso aunque el viento frío de las crestas empezaba ya dejarse sentir.

Volví a estar a la altura del torrente en un ensanche de la garganta, dominado ya por la cumbre, que asomaba sobre el escalón pedregoso del fondo del rellano, que es la antigua morrena que cierra la cuenca de la Laguna de la Nava.

Aunque el camino rodea el rellano por el este, al encontrarlo cubierto de nieve, lo atravesé directamente y superé con un par de zigzags el resalte, alcanzando...

... una represa de piedra, que demuestra que se pueden hacer obras útiles sin ofender la vista. El camino termina ahí, a la entrada impresionante del circo de la Laguna de la Nava, que yacía helada bajo una empinada ladera de nieve y roca de 350 metros.

En esta ocasión, a la vista de que empezaba a hacer calor y la nieve no parecía muy consistente, en vez de buscar los tubos del fondo del circo, decidí girar a la izquierda (E) y subir por lo más fácil; es decir, por...

... el lomo que cierra el circo por ese lado. Para ello, me subí al lomo que se alza detrás de una casa en ruinas junto al estribo oriental del dique. Desde ahí, seguí unas huellas en la nieve que salían hacia la derecha (S) para remontarlo y, sin entrar en la vaguada que sube al collado de las Hoyuelas Bajas,...

... van girando con la cuerda (SO) sin perder de vista la laguna.

Ahí, tras la curva, encontré la primera pendiente de más de 30º.

Al superar ese escalón, me golpeó un fuerte viento que soplaba de frente, barriendo este lomo ancho y suave, desde el cual veía ya la cumbre, precedida de dos antecimas, y el cresteo que me quedaba hasta ella, que transcurriría siempre por terreno cómodo, con pendientes que oscilaban entre los 20 y 30º.

La Garganta de la Nava quedaba abajo; impactaba su adusta aridez vista desde este entorno luminoso.

El viento había hecho de las suyas y la nieve disminuyó al superar en altitud a la divisoria del Sistema Central, que podía ver a mi izquierda. Y, asomando sobre la misma, las grandes cumbres del Circo de Gredos.

Terminé de converger con la arista este del Corral del diablo junto a una prominencia. Por fortuna, el cordal es lo suficientemente ancho como para que las cornisas que colgaban al norte no supusieran un peligro, con la elemental precaución de no caminar sobre ellas.

A mi izquierda, podía ver ahora la cumbre famosa del macizo: la Covacha.

Tras un par de cambios de pendiente sin apenas prominencia, apareció la cumbre, sostenida al norte por un bonito muro de nieve. Antes de la una y media llegué al Alto del Corral del Diablo, en cuya amplia cima sobresalían de la nieve al menos tres hitos, compitiendo, supongo, por señalar el punto más alto... algo difícil de determinar, y más con el manto blanco suavizando los relieves.

Lo primero que hice fue asomarme al abismo de la cara noreste, esperando ver la laguna en el fondo de un gran hoyo, pero una terraza que corta el circo a dos tercios de su altura tapaba la perspectiva.

La vista de la Sierra de Gredos al este se había ampliado y, pese a la distancia, impresionaba...

... el carácter alpino de las crestas del Circo, sobre todo al contrastar con la monotonía de la Sierra Llana.

Más cerca, el Cancho, quizá el pico más aislado de Gredos, también atraía la mirada.

La Covacha, muy cerca al suroeste, no mostraba su mejor aspecto, pero las aristas que la flanqueaban sí pon el carácter en este rincón del Sistema Central, menos conocido que el Circo o los Galayos.

Al noroeste, la Sierra de Candelario aparecía achaparrada, pintando de blanco el horizonte sobre las cuerdas del Risco del Águila y Riscos Altos. Ésta quedaba al otro lado de una suave rampa nevada, mostrando una collada a la izquierda de su única prominencia, el Pico del Mosquito. Por ahí volvería. Antes, permanecí apenas 20 minutos en cumbre, pues el viento invitaba a iniciar el descenso cuanto antes. Como la pendiente era intensa por ese lado y la nieve no estaba firme, di un rodeo por la izquierda, pasando...

... bajo el collado suroeste del Alto del Corral del Diablo, antes de...

... descender más directamente, dando la espalda a la cumbre. Ésta parece bastante pacífica desde aquí; nada deja adivinar los abismos de la vertiente opuesta Por entonces, comenzaron a llegar unas nubes oscuras y bajó notoriamente la temperatura, pero todo quedó en amenaza: el tiempo se mantuvo estable, incluyendo, eso sí, el molesto vendaval.

Al otro lado del collado del Pico del Mosquito, emprendí un raudo descenso por terreno relativamente empinado (se sobrepasan los 30º, pero no por mucho), enlazando tubos y cortas terrazas, guiándome por el instinto y la lógica.

A media bajada, empecé a ver el gran prado bajo la Laguna del Barco. Quería ir a parar más o menos al refugio, que queda un poco más arriba, y procuré ir corrigiendo mi trayectoria hacia la izquierda.

A ese mismo lado, se iba descubriendo la abrupta vertiente bajo la cresta que une los picos de Castilfrío y la Azagaya, maravilla de esta Garganta de Galín Gómez en la que iba entrando.

Tampoco tardó mucho en aparecer la laguna, objetivo del descenso.

En la última parte de la bajada, encontré el terreno más empinado, al tiempo que la nieve iba escaseando. Pero la cinta conservada dentro de un tubo me permitió no pisar piedra hasta casi llegar al Refugio de la Laguna del Barco. Éste es bastante más amplio que los otros y está en buen estado... de conservación. Mejor situado para la actividad montañera, su interior estaba realmente puerco.

Mejor estar al aire mientras se pueda, y más en un paraje como éste, de una belleza serena y armoniosa, donde parece  hubieran colocado canchos y nieve, en la gran pared cabecera del circo, a propósito para que quede bonito. Por aquí viene bastante gente pero nada que ver con las multitudes del Circo o Peñalara; ojalá se mantenga así: de la media docena de veces que he pasado por aquí, la mitad no me he encontrado a nadie y, el resto, como esta vez: un solo grupo al otro lado del dique. Lo que me lleva a pensar: no sólo han enguarrado la cabaña... ¡además lo han hecho entre pocos!

En la puerta misma del refugio, tomé un camino pedregoso que se dirige al norte, descendiendo la Garganta de Galín Gómez; sí aquélla junto a la que había dejado el coche... luego no hay más que seguir el agua. En primer lugar, rodeé por su borde derecho una amplia pradera recorrida por multitud de brazos de agua, entre los que...

... pastaban las cabras, y...

... al extremo de la cual merece la pena volverse para despedirse del macizo.

La senda está ahora marcada como PR-AV 38 y las señales me llevaron hacia un vado donde hay incluso cantos estratégicamente dispuestos para cruzar sin mojarse... que se encontraban ese día más de un palmo bajo el agua. Aquí sí que no hay solución: pasar y cambiarse de calcetines.

Más abajo del vado, el valle cae bruscamente y la senda da un rodeo por la izquierda para descender más suavemente, trazando una diagonal por la herbosa ladera de ese lado desde la que se contempla una cascada.

Cerca del cauce de nuevo, el camino hace una curva a la izquierda para doblar un contrafuerte y acceder a la rinconada donde está el Chozo de Anselmo, refugio de pastores con alguna comodidad pero que puede estar ocupado por sus titulares. Luego, la pista gana altura para salir del valle y dirigirse hacia Puerto Umbrías. Como ese no era mi objetivo, la dejé por la derecha (N), cruzando una pradera que termina...

... en un cancho abalconado, donde vi unos hitos. El terreno cae aquí de nuevo, hasta otro rellano herboso, en una fuerte bajada, al final de la cual crucé dos brazos de agua, canalizaciones artificiales que se llevan la mayor parte del caudal, por sendas pasarelas de cemento.

Así pues, cuando fui a cruzar el cauce principal, lo superé prácticamente de un salto, por debajo de una bonita poza en la base de lo que, con mayor caudal, debe ser una cascada.

A medida que avanzaba internándome en los prados, guiado por los hitos, un trazo se fue definiendo hasta convertirse en una senda, estrecha pero clara. Esta zona es la transición entre la montaña mineral, que dejaba atrás, y la viva: de aquí al final de la excursión, prados, monte bajo y arboledas dominarían el entorno.

Al salir del rellano, el fondo de la garganta se estrecha y la vereda me condujo a ganar altura para continuar por una terraza pedregosa adosada a la vertiente derecha.

Por ella, llegué a una extensa pradera de pendiente suave: las Taheñas, en la base de un barranco que divide en dos la Cuerda de Riscos Altos. En medio, crecía un único y frondoso árbol; efectivamente, es la referencia para salir de este paraje por el lugar adecuado: el arranque de una pista que pasa por un bosquete llamado Robles Amarillos.

Desde su extremo, me despedí de los Riscos Altos, que se alzaban sobre un recóndito circo, la Taheña Honda, que no conozco. Ante su aspecto, se impone una visita futura. Tras un dudoso inicio, la pista...

... mejoró y se convirtió en transitable.

Me llamó la atención el perfecto paralelismo de las divisiones de los prados en la ribera opuesta; y seguro que lo hicieron a ojo.

Cuando quedó atrás el breve robledal, vi algo más adelante una masa pinos, la misma que había dejado a la derecha al cruzar el puente al inicio de la excursión. El camino me llevó a rodearlo por su linde superior, que quedaba en sombra, algo que agradecí pues, a esa hora de la tarde y abrigado del viento que soplaba en altura, el calor se hacía notar.

Tras dejar a la derecha un desvío, quedó atrás la arboleda y me encontré con la pista por la que había comenzado la ruta. Poco más abajo, estaba el Puente de la Yunta, que alcancé a las seis menos cuarto de la tarde, sin más que dejarme caer por unos atajos que cortaban las lazadas. Había sido una hermosa excursión, uniendo dos de los parajes más bonitos de todo Gredos a través de una gran cima. Y el tiempo acompañó. ¿Qué más podía pedir?

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