Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Maravillosa y
solitaria ascensión. La Laguna de la Nava y la garganta homónima son de las
menos conocidas de Gredos, a pesar de su facilidad de acceso, y se encuentran
en un entorno impresionante. Respecto al pico, es una cumbre importante y no
tiene nada que envidiar como ascensión a la Covacha. El valle del retorno es,
sin embargo, el más popular paraje de estos contornos; pero difícilmente nos
encontraremos una multitud. Más abierta y verde que la de la Nava, esta
garganta ofrece además un contraste que hará la ruta variada.
Escogí en esta ocasión la
subida más fácil desde la laguna al pico del Corral del Diablo; la nieve estaba
muy húmeda y su consistencia era dudosa, así que no quise meterme en los tubos
más inclinados que corren a la derecha de la zona central. Sería aún más
tendido haber subido a la cresta por la vaguada del collado de las Hoyuelas
Bajas pero, cuando comprobé que por el lomo oriental se caminaba bien, no quise
dar aún más rodeo.
RELATO GRÁFICO:
A las
nueve menos cuarto de la mañana, salí del Puente de la Yunta por la misma pista
por la que había llegado. El camino rodea por el este el modesto Cerro del
Camocho, en suave subida entre robles, para entrar en la Garganta de la Nava.
Aparte de estacas del PR-AV 39, descomunales hitos balizan la ruta.
Cuando la
pista giró al suroeste, pude ver entre los árboles el extremo de la Cuerda de
Riscos Altos, coronado de nieve contra el cielo azul. Ocasionalmente, también
aparecía el Alto del Corral del Diablo asomando por el hueco de la garganta.
El monte
chorreaba agua y tenía que ir cambiando de lado por el camino para evitar
mojarme los pies; sería tónica de la jornada. La pista me dejó ante una pradera
cerrada por una cancela metálica. Tras cruzarla, continué por una senda, no
siempre clara, pero bien señalada con hitos.
Al poco,
pasé junto al Refugio de Navacasera, que parece marcar la entrada a la montaña.
Pequeño, sin comodidades y en estado de limpieza mediocre, está en un prado
encantador. La senda me llevó a cierta altura sobre el agua del río, cuyo ruido
venía siendo mi único compañero de camino.
Al rato,
pasé una segunda cabaña, en algo mejor estado pero también espartana, y bajé al
cauce, que alcancé justo por debajo de la línea de sombra. El cambio de luz, al
coincidir con el estrechamiento donde acaban los prados y pasa a preponderar la
roca, acentúa el cambio de decorado.
Los hitos
señalaban el lugar teóricamente mejor para cruzar el torrente pero, ese día, el
volumen de agua hacía imposible vadear en seco. Sabiendo que poco más arriba el
arroyo se divide en varios brazos, lo remonté hasta encontrar un lugar lo
suficientemente estrecho para pasar a la otra orilla sin mojarme mucho.
Una vez
en la orilla derecha, la tónica de la ruta no cambió: buena senda balizada con
grandes hitos que gana altura, con el valle, muy gradualmente. Por ella, llegué
junto a una gran roca con una hornacina; ya no estaba la cruz de madera que
había antes.
A partir
de ahí, se estrecha la garganta y el agua forma una sucesión de pequeñas
cascadas y pozas.
El camino
mejora, apareciendo tramos empedrados al estilo de las mejores trochas
gredenses, y ganó altura bruscamente, pero en lazadas, para evitar...
... lo
más abrupto del congosto.
La
pendiente se dulcificó cuando salí a una terraza rocosa bañada por el sol, que
recorrí paralelo al eje de la garganta. Fue agradable este relativo descanso
aunque el viento frío de las crestas empezaba ya dejarse sentir.
Volví a
estar a la altura del torrente en un ensanche de la garganta, dominado ya por
la cumbre, que asomaba sobre el escalón pedregoso del fondo del rellano, que es
la antigua morrena que cierra la cuenca de la Laguna de la Nava.
Aunque el
camino rodea el rellano por el este, al encontrarlo cubierto de nieve, lo
atravesé directamente y superé con un par de zigzags el resalte, alcanzando...
... una
represa de piedra, que demuestra que se pueden hacer obras útiles sin ofender la
vista. El camino termina ahí, a la entrada impresionante del circo de la Laguna
de la Nava, que yacía helada bajo una empinada ladera de nieve y roca de 350
metros.
En esta
ocasión, a la vista de que empezaba a hacer calor y la nieve no parecía muy
consistente, en vez de buscar los tubos del fondo del circo, decidí girar a la
izquierda (E) y subir por lo más fácil; es decir, por...
... el
lomo que cierra el circo por ese lado. Para ello, me subí al lomo que se alza
detrás de una casa en ruinas junto al estribo oriental del dique. Desde ahí,
seguí unas huellas en la nieve que salían hacia la derecha (S) para remontarlo
y, sin entrar en la vaguada que sube al collado de las Hoyuelas Bajas,...
... van
girando con la cuerda (SO) sin perder de vista la laguna.
Ahí, tras
la curva, encontré la primera pendiente de más de 30º.
Al superar
ese escalón, me golpeó un fuerte viento que soplaba de frente, barriendo este
lomo ancho y suave, desde el cual veía ya la cumbre, precedida de dos
antecimas, y el cresteo que me quedaba hasta ella, que transcurriría siempre
por terreno cómodo, con pendientes que oscilaban entre los 20 y 30º.
La
Garganta de la Nava quedaba abajo; impactaba su adusta aridez vista desde este entorno
luminoso.
El viento
había hecho de las suyas y la nieve disminuyó al superar en altitud a la
divisoria del Sistema Central, que podía ver a mi izquierda. Y, asomando sobre
la misma, las grandes cumbres del Circo de Gredos.
Terminé
de converger con la arista este del Corral del diablo junto a una prominencia.
Por fortuna, el cordal es lo suficientemente ancho como para que las cornisas
que colgaban al norte no supusieran un peligro, con la elemental precaución de
no caminar sobre ellas.
A mi
izquierda, podía ver ahora la cumbre famosa del macizo: la Covacha.
Tras un
par de cambios de pendiente sin apenas prominencia, apareció la cumbre,
sostenida al norte por un bonito muro de nieve. Antes de la una y media llegué
al Alto del Corral del Diablo, en cuya amplia cima sobresalían de la nieve al
menos tres hitos, compitiendo, supongo, por señalar el punto más alto... algo
difícil de determinar, y más con el manto blanco suavizando los relieves.
Lo
primero que hice fue asomarme al abismo de la cara noreste, esperando ver la
laguna en el fondo de un gran hoyo, pero una terraza que corta el circo a dos
tercios de su altura tapaba la perspectiva.
La vista
de la Sierra de Gredos al este se había ampliado y, pese a la distancia,
impresionaba...
... el
carácter alpino de las crestas del Circo, sobre todo al contrastar con la
monotonía de la Sierra Llana.
Más
cerca, el Cancho, quizá el pico más aislado de Gredos, también atraía la
mirada.
La
Covacha, muy cerca al suroeste, no mostraba su mejor aspecto, pero las aristas
que la flanqueaban sí pon el carácter en este rincón del Sistema Central, menos
conocido que el Circo o los Galayos.
Al
noroeste, la Sierra de Candelario aparecía achaparrada, pintando de blanco el
horizonte sobre las cuerdas del Risco del Águila y Riscos Altos. Ésta quedaba
al otro lado de una suave rampa nevada, mostrando una collada a la izquierda de
su única prominencia, el Pico del Mosquito. Por ahí volvería. Antes, permanecí
apenas 20 minutos en cumbre, pues el viento invitaba a iniciar el descenso
cuanto antes. Como la pendiente era intensa por ese lado y la nieve no estaba
firme, di un rodeo por la izquierda, pasando...
... bajo
el collado suroeste del Alto del Corral del Diablo, antes de...
...
descender más directamente, dando la espalda a la cumbre. Ésta parece bastante
pacífica desde aquí; nada deja adivinar los abismos de la vertiente opuesta Por
entonces, comenzaron a llegar unas nubes oscuras y bajó notoriamente la
temperatura, pero todo quedó en amenaza: el tiempo se mantuvo estable,
incluyendo, eso sí, el molesto vendaval.
Al otro
lado del collado del Pico del Mosquito, emprendí un raudo descenso por terreno
relativamente empinado (se sobrepasan los 30º, pero no por mucho), enlazando
tubos y cortas terrazas, guiándome por el instinto y la lógica.
A media
bajada, empecé a ver el gran prado bajo la Laguna del Barco. Quería ir a parar
más o menos al refugio, que queda un poco más arriba, y procuré ir corrigiendo
mi trayectoria hacia la izquierda.
A ese
mismo lado, se iba descubriendo la abrupta vertiente bajo la cresta que une los
picos de Castilfrío y la Azagaya, maravilla de esta Garganta de Galín Gómez en
la que iba entrando.
Tampoco
tardó mucho en aparecer la laguna, objetivo del descenso.
En la
última parte de la bajada, encontré el terreno más empinado, al tiempo que la
nieve iba escaseando. Pero la cinta conservada dentro de un tubo me permitió no
pisar piedra hasta casi llegar al Refugio de la Laguna del Barco. Éste es
bastante más amplio que los otros y está en buen estado... de conservación.
Mejor situado para la actividad montañera, su interior estaba realmente puerco.
Mejor
estar al aire mientras se pueda, y más en un paraje como éste, de una belleza
serena y armoniosa, donde parece
hubieran colocado canchos y nieve, en la gran pared cabecera del circo,
a propósito para que quede bonito. Por aquí viene bastante gente pero nada que
ver con las multitudes del Circo o Peñalara; ojalá se mantenga así: de la media
docena de veces que he pasado por aquí, la mitad no me he encontrado a nadie y,
el resto, como esta vez: un solo grupo al otro lado del dique. Lo que me lleva
a pensar: no sólo han enguarrado la cabaña... ¡además lo han hecho entre pocos!
En la
puerta misma del refugio, tomé un camino pedregoso que se dirige al norte,
descendiendo la Garganta de Galín Gómez; sí aquélla junto a la que había dejado
el coche... luego no hay más que seguir el agua. En primer lugar, rodeé por su
borde derecho una amplia pradera recorrida por multitud de brazos de agua,
entre los que...
...
pastaban las cabras, y...
... al
extremo de la cual merece la pena volverse para despedirse del macizo.
La senda
está ahora marcada como PR-AV 38 y las señales me llevaron hacia un vado donde
hay incluso cantos estratégicamente dispuestos para cruzar sin mojarse... que
se encontraban ese día más de un palmo bajo el agua. Aquí sí que no hay
solución: pasar y cambiarse de calcetines.
Más abajo
del vado, el valle cae bruscamente y la senda da un rodeo por la izquierda para
descender más suavemente, trazando una diagonal por la herbosa ladera de ese
lado desde la que se contempla una cascada.
Cerca del
cauce de nuevo, el camino hace una curva a la izquierda para doblar un
contrafuerte y acceder a la rinconada donde está el Chozo de Anselmo, refugio
de pastores con alguna comodidad pero que puede estar ocupado por sus
titulares. Luego, la pista gana altura para salir del valle y dirigirse hacia Puerto
Umbrías. Como ese no era mi objetivo, la dejé por la derecha (N), cruzando una
pradera que termina...
... en un
cancho abalconado, donde vi unos hitos. El terreno cae aquí de nuevo, hasta
otro rellano herboso, en una fuerte bajada, al final de la cual crucé dos
brazos de agua, canalizaciones artificiales que se llevan la mayor parte del
caudal, por sendas pasarelas de cemento.
Así pues,
cuando fui a cruzar el cauce principal, lo superé prácticamente de un salto,
por debajo de una bonita poza en la base de lo que, con mayor caudal, debe ser
una cascada.
A medida
que avanzaba internándome en los prados, guiado por los hitos, un trazo se fue
definiendo hasta convertirse en una senda, estrecha pero clara. Esta zona es la
transición entre la montaña mineral, que dejaba atrás, y la viva: de aquí al
final de la excursión, prados, monte bajo y arboledas dominarían el entorno.
Al salir
del rellano, el fondo de la garganta se estrecha y la vereda me condujo a ganar
altura para continuar por una terraza pedregosa adosada a la vertiente derecha.
Por ella,
llegué a una extensa pradera de pendiente suave: las Taheñas, en la base de un
barranco que divide en dos la Cuerda de Riscos Altos. En medio, crecía un único
y frondoso árbol; efectivamente, es la referencia para salir de este paraje por
el lugar adecuado: el arranque de una pista que pasa por un bosquete llamado
Robles Amarillos.
Desde su
extremo, me despedí de los Riscos Altos, que se alzaban sobre un recóndito circo,
la Taheña Honda, que no conozco. Ante su aspecto, se impone una visita futura. Tras
un dudoso inicio, la pista...
... mejoró
y se convirtió en transitable.
Me llamó
la atención el perfecto paralelismo de las divisiones de los prados en la
ribera opuesta; y seguro que lo hicieron a ojo.
Cuando
quedó atrás el breve robledal, vi algo más adelante una masa pinos, la misma
que había dejado a la derecha al cruzar el puente al inicio de la excursión. El
camino me llevó a rodearlo por su linde superior, que quedaba en sombra, algo
que agradecí pues, a esa hora de la tarde y abrigado del viento que soplaba en
altura, el calor se hacía notar.
Tras
dejar a la derecha un desvío, quedó atrás la arboleda y me encontré con la
pista por la que había comenzado la ruta. Poco más abajo, estaba el Puente de
la Yunta, que alcancé a las seis menos cuarto de la tarde, sin más que dejarme
caer por unos atajos que cortaban las lazadas. Había sido una hermosa
excursión, uniendo dos de los parajes más bonitos de todo Gredos a través de una
gran cima. Y el tiempo acompañó. ¿Qué más podía pedir?
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