Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ascensión
fácil y relativamente llevadera a una cumbre poco conocida, creo que
injustamente, fuera de León. Decidí subir a esta montaña antes de saber cómo se
llamaba: desde diversas cimas de la mitad este de la Montaña Leonesa, veía al sur un pico altivo y
solitario que me atrajo desde el primer momento. Pero, ya digo, fuera del
ámbito regional, pocos montañeros saben siquiera de la existencia de Peña
Corada.
Esta ruta no es rara, pero
tampoco es la más habitual; la escogí para, de paso, visitar el santuario; el
edificio es notable, mezcla de estilos del barroco al neoclásico bastante bien
conservado y cerrado a cal y canto. Tampoco es que importe esto último, ya que
el exterior es lo más interesante, pues (extrañamente...) la imagen original
del siglo XV y el tesoro fueron cuidadosamente saqueados, junto con cualquier
cosa valiosa de la decoración que se pudieras desmontar, en 1.979.
La primera parte de la
excursión, hasta dejar la pista, podría hacerse con coche, pues la pista es
transitable y está abierta; pero creo que no merece la pena: la subida es suave
y transcurre entre hermosos robles. Por otro lado, para el regreso di un rodeo
por el oeste con la intención de utilizar una senda que figura en el mapa pero
ésta no existe (o no conseguí dar con ella). Pero no me arrepiento: el terreno
es bueno y la ruta gana en variedad con ese descenso diferente. Sólo siento,
pero eso se me ocurrió después, que debía haber ido a pisar el Pico Corbero, al
lado de cuya cima llegué a estar, que seguro que guarda alguna bonita
perspectiva, al menos de Peña Corada.
RELATO GRÁFICO:
Al entrar
en el Valle del Tuéjar, se ve la gran masa gris de Peña Corada sobresaliendo
del robledal, elevándose casi 1.000 m por encima de las aldeas. Hacía frío y un
viento cortante arrastraba copitos de nieve, pese a que el cielo estaba
despejado sobre mi cabeza; el tiempo, sin ser malo, no podía estar más revuelto
esa mañana.
Tras
aparcar en la explanada ante el Santuario de la Virgen de Velilla, dejé el
lugar, pasando pocos minutos de las nueve de la mañana, por una pista de tierra
que sale frente al acceso al recinto, poco antes del final del asfalto.
El carril
se dirige primero al sureste pero enseguida gira para tomar dirección dominante
suroeste, ascendiendo en diagonal la ladera entre grandes robles que aún no
habían retoñado. Aunque los árboles son magníficos, el bosque no es muy denso y
deja ver el alto valle del Tuéjar. Debe ser bonito esto con la primavera más
avanzada.
Salí a
terreno despejado al alcanzar lo alto de una estribación que se desprende al
noreste de la cumbre. La pista se aparta enseguida del lomo para seguir
flanqueando y yo la dejé por la izquierda (S) para continuar encaramado al
mismo.
Este lomo
norte de Peña Corada es ancho y suave y está cubierto de hierba. El matorral,
muy abierto, no entorpece para nada el paso. Al ganar altura, comencé a tener
hermosas perspectivas de la zona norte del macizo, donde destacaban, rocosas,
la cercana Peña Villa y el cónico Camporiondo.
El
terreno no tardó en empinarse pero, pese a ello y a empezar a aparecer las
piedras, el avance seguía siendo cómodo, mientras se abría también el panorama
al este, mas velado por las nubes que no dejaban ver las estribaciones
occidentales del Alto Carrión. Una pena.
Al llegar
frente a las peñas que culminan una cota secundaria, marcada como 1.494 en el
mapa, las rodeé por la izquierda, entrando en una especie de barranquillo
colgado desde cuya parte superior pude contemplar, por primera vez
completamente, la vertiente norte de la Peña Corada: una rampa de casi 400 m,
de fuerte pendiente, cortada por una colorida torrentera.
De ese
barranco colgado, salí a una especie de terraza por la que terminé de rodear el
crestón antes aludido, mientras empezaban a llegar unos diminutos copos de
nieve arrastrados por el viento, que brillaban al sol causando un bonito
efecto.
Al volver
a ganar el lomo, apareció la vertiente occidental: la cuenca de la Duerna dominada
por los montes que rodean Sabero, borrosos por las nubes.
Pero lo
mejor estaba al norte. La prolongación septentrional del macizo está culminada
por un puñado de modestos picos calizos, a cual más bonito: Pico Moro, Peña
Rionda, Peña Villa, Cerroso, Camporiondo, Peña Verde... ¡Qué hermosas cimas!
Venía para subir un monte y había encontrado toda una zona para explorar.
Una
bajada corta pero muy empinada por terreno pedregoso, que me tomé con
precaución para resguardar los tobillos, me dejó en una collada herbosa al pie
de la subida final. Allí encontré un hito, pero no vi su continuación y
proseguí por lo alto del lomo. Al llegar a una masa de matorral, me encontré varios
trazos estrechos que lo atravesaban. Tomé el más claro y, según avanzaba, éste
se fue definiendo hasta merecer el nombre de senda.
A la
salida, el terreno se fue cubriendo gradualmente de piedras sueltas, en las que
la senda trazaba una clara diagonal a la derecha, rodeando un cancho por su
base, para evitar las pendientes más fuertes en la zona superior. Había topado
con el itinerario habitual.
La ladera
era cada vez más empinada, pero la diagonal me hizo la subida llevadera.
Constantemente miraba hacia atrás, al amplio panorama sobre la cabecera de los
valles que convergen en la cresta de Peña Villa. Y, aunque estaba rodeado de
nubes, el sol lucía sobre mi cabeza.
El
terreno era ya netamente pedregoso cuando alcancé la cuerda en la collada de
Cuatro Vientos, que ese día, al menos, hacía honor a su nombre: hasta costaba
trabajo mantenerse erguido.
Desde
allí, me asomé a la vertiente sur, donde los llanos leoneses configuraban un
panorama sin fin más allá del cercano Pico Corbero. Sólo se distinguían en el
horizonte unas diminutas manchitas blancas hacia la derecha: la Sierra del
Teleno. Girando a la izquierda (E), me dispuse a...
...
remontar lo poco que quedaba hasta la cumbre. El inicio es un pedregoso y ancho
lomo, pero pronto me cerró el paso un crestón de roca.
Siguiendo
la senda, lo rodeé por la vertiente meridional. En este tramo, pasó una breve
nube y nevó de verdad durante unos minutos. Nada grave. Incluso me gustó para
dar variedad a la jornada.
A las
once de la mañana, llegué a la cima de Peña Corada, donde encontré tres buzones
conviviendo con el hito geodésico. Aunque en otras tierras no hayamos casi ni
oído hablar de este monte, está claro que, para los leoneses es un pico
importante.
Las nubes
iban y venían y los copitos no dejaban de caer pero Peña Corada seguía
mayormente despejada. Al oeste, de donde había llegado, me llamó la atención la
belleza adusta, desolada, de la árida vertiente meridional del macizo. Por desgracia,
no se veía más allá.
Al norte,
incluso los picos que antes aparecían claros estaban, en el mejor de los casos,
medio velados. Pero el panorama mostraba lo suficiente para hacerse idea de la
belleza de este rincón de la Cordillera Cantábrica, tan alejado de los polos de
atracción habituales.
Al este,
aunque no estaba cerrado del todo, la bruma y la luz tamizada impedían ver con
claridad más allá de lo más inmediato.
Pese al
vendaval, aguanté casi media hora en cumbre. Faltaba poco para las once y media
cuando regresé, por donde había llegado, a Cuatro Vientos. Tenía la intención
de continuar por la cresta al oeste, en busca de una senda que, según el mapa,
bajaba desde una prominencia justo antes del Pico Corbero.
Lo
primero que encontré al otro lado de la collada fue un breve crestón de roca,
que la senda rodea prudentemente por la izquierda.
Yo
preferí caminar por lo alto; no se gana mucho, pero resultó entretenido y sumamente
fácil: pasé caminando.
A continuación,
la loma vuelve a ser amplia y herbosa y, por ella, continué caminando en suave
bajada. Tras pasar junto a una característica roca culminada en tres puntas,
una casi imperceptible subida me dejó en una alargada prominencia, donde la
cresta gira a la izquierda, sobre el collado norte del Pico Corbero.
Allí
debía estar la senda pero no la vi; busqué y rebusqué... ¡y nada! Como la
ladera norte, una rampa pedregosa despejada y de regular pendiente, parecía
buena, me dejé caer por ella. Bajé en diagonal a la derecha (NE), con el
propósito de atravesar la vertiente, tomando como referencia la cota secundaria
(1.494) que había rodeado a la subida, tras dejar la pista.
La cómoda
progresión me permitió disfrutar de las vistas, que ahora volvían a ser claras.
Al rato,
empecé a llevar por debajo la linde de un robledal. Estuve tentado de bajar
directamente pues, más allá, podía ver la pista por la que pensaba volver al
santuario y que era mi objetivo inmediato, pero descarté la idea. En vez de
eso, continué descendiendo en diagonal mientras rodeaba al bosque.
Al poco,
encontré unas trazas de paso por el pedregal, que me ayudaron a avanzar con más
comodidad aún.
Al llegar
al extremo oriental de la arboleda, las trazas me llevaron a seguir horizontalmente,
sin casi perder altura, hasta que se abrió a mi izquierda (NO) La Bodeguina,
pequeña cuenca encajada entre la masa de Peña Corada y su estribación norte,
por la que descendí directamente. Apareció el matorral, pero sus escasos porte
y densidad no molestaban el paso. Crucé una torrentera y,...
... llegando
a la segunda, la vegetación se despejó y me encontré en lo alto de una banda de
hierba que bajaba junto a la orilla izquierda del cauce seco. Girando a la
izquierda (NO), me dejé caer por ella. El terreno era empinado pero muy regular
y firme, así que el descenso fue raudo, hasta alcanzar un cuenco rodeado de
peñas al pie de la rampa. Allí, viré ligeramente a la izquierda siguiendo el
arroyo.
La
pendiente disminuyó y me encontré con un denso brezal, afortunadamente cortado
por una amplia y confortable traza.
Al otro
lado, salí a una pradera desde la que se puede ver una bonita perspectiva de la
vertiente noroccidental de la montaña, por donde había transcurrido la bajada. Bordeando
este rellano, pasa...
... la
pista que va del santuario a Fuentes de Peñacorada; la misma por donde inicié
la excursión y que me devolvería al lugar de partida. La tomé a la derecha (N)
y fui rodeando, en suave ascenso, la vertiente del monte, que está defendido
aquí por una serie de peñas.
Esa
última subida me dejó en el collado de El Campurrial, que separa la cresta de
Peña Villa de la Corada. Volviéndome, me despedí de su vertiente oeste, donde
destacaba espectacular, sobre la suavidad del valle, una de las peñas anónimas,
que acababa de rodear.
Pasando
al este, continué faldeando la montaña, pasando ahora bajo el crestón rocoso de
la estribación norte; aquél que había subido para comenzar la verdadera
ascensión tras dejar la pista. En éstas, el cielo comenzó a cubrirse y la nieve
y el viento arreciaron. Pero, total, estaba ya en la recta final. Pronto
alcancé el lugar en que me había apartado del camino y no tardé en...
... tener
a la vista el santuario, que alcancé a la una y media, sin que el tiempo
hubiera llegado a estropearse del todo. Me nevaría de firme luego, durante el
regreso a casa en coche, pero eso no pertenece a esta historia.
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