Canto Cabronero (2.000)

ASCENSIÓN DESDE EL COLLADO DEL ANGÓN

POR LA ARISTA NORTE

La Sierra de Beza es un pequeño núcleo montañoso al oeste del Macizo del Cornión, del que lo separa el cañón del Dobra. Aunque está fuera de los tres macizos que generalmente se considera que componen los Picos de Europa, forma parte de la misma unidad geológica. De hecho, también se conoce a estas montañas como Precornión. El Canto Cabronero es su máxima cumbre y, si por altitud es montaña modesta, no lo es por tamaño: todas sus vertientes se levantan más de 700 m sobre la base, circunstancia que raramente se da por estos pagos. Tanta prominencia, junto a su situación excéntrica, dejan adivinar que las vistas desde su cumbre serán extensas; y así es en todas direcciones, salvo al este, donde la masa ingente del Cornión oculta panoramas más lejanos, aunque lo compensa con el espectáculo magnífico de su gran muralla occidental coronada de agujas. Respecto al entorno, no puede ser más típico: sobre el pie de sierra poblado de bosque húmedo, se extienden amplios prados donde pasta el ganado. Más arriba, hacia los 1.300 m, está el reino del rebeco; empinadas rampas donde se mezclan la hierba y la caliza, hasta quedar sólo la roca desnuda en las crestas.

La ruta comienza con una larga aproximación a través de la vertiente occidental del valle del Dobra, para alcanzar la Majada de Sabugo. A partir de ahí, hay que encaramarse a la arista norte por su flanco oeste; recorrerla hasta la cima, y retornar descendiendo directamente por el ancho canalón que constituye la cara noroeste de la montaña.

La Sierra de Beza desde el sur. Sobre la arista cimera de la peña homónima, asoma, en segundo término, el Canto Cabronero

SITUACIÓN:

  • Zona: Picos de Europa (Cordillera Cantábrica)
  • Unidad: Precornión
  • Base de partida: Amieva (Ávila)
ACCESO: Amieva es el nombre de una parroquia y del concejo asturiano del que forma parte, situado en el sureste de la provincia, sobre el valle del Río Sella. La ruta parte del Collado del Angón, situado a unos 3,5 km al sureste del pueblo, por una pista de cemento que sale frente a la iglesia, girando a contramano a la derecha, según se llega al casco urbano. Puedes calcular un itinerario desde tu lugar de origen al punto de partida de la ruta en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 813 / 2.000
  • Mi tiempo efectivo: 6h23
  • Mi tiempo total: 8h01
  • Dificultades: PD-. Resalte de dificultad baja (II grado) y unos 10 m de altura llegando a cumbre. Unos cuantos pasos más fáciles (I), todos cortos. Bajada prolongada por terreno muy empinado y suelto a veces.
  • Track para descargar en Wikiloc
Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: Salir del Collado del Angón por la Senda del Arcediano. Ésta se encuentra bien señalizada y conduce cómodamente y sin dudas hasta la majada de Sabugo. Dejar el camino por la izquierda (SE) para descender a cruzar el Río Toneyo y situarse bajo el flanco de la arista norte del Cabronero. Remontar los prados, derivando a la izquierda (NE), hacia un pasillo despejado que corta la arboleda que hay ladera arriba. Por él, se alcanza la cuerda, que se toma a la derecha (S), alcanzado enseguida la modesta prominencia llamada Voz de Llaviñeru. Continuar arista arriba, caminando y trepando, hasta la cumbre del Canto Cabronero (PD-).

Seguir por la arista hasta la punta sur (F). Al pie de la misma, girar a la derecha (NO) y dejarse caer por una ancha y empinada canal mixta de hierba y piedra suelta, buscando el terreno más estable. Así, se llega de nuevo frente a Sabugo. Volver a cruzar el riachuelo y retomar la Senda del Arcediano para regresar al Collado del Angón.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: Bonita ascensión, que se sale de las rutas habituales sin afrontar grandes dificultades. Creo que es un complemento magnífico a las subidas típicas desde Sajambre. El Canto Cabronero es una gran montaña; sí, con sus dos mil metros justos es una cumbre que merece más de una visita y esta ruta es una buena opción para la vertiente norte. El itinerario une al agradable paseo de la aproximación un recorrido de arista fácil, en medio de hermosas perspectivas. La trepada del final es divertida y, aunque creo que se puede evitar rodeando el resalte por una repisa que vi por el lado oeste (derecho), no merece la pena el rodeo y es más divertido atacar de frente el resalte. El descenso directo es agreste, pero sin excesos: yo nunca he sido buen bajador y no lo pasé mal ni se me hizo largo.

Ese descenso, lo improvisé sobre la marcha. Con tanta belleza, se me había hecho tarde (al llegar a la cima, ya llevaba gastado casi hora y cuarto en paradas) y, encima, hacía un calor tremendo... así que decidí regresar por lo más corto, cuando la idea original había sido prolongar el cresteo hasta la Peña de Beza, desde donde se presentan dos opciones para regresar: Senda del Arcediano de nuevo o Puerto Barcinera y descender el Dobra. De poder disponer de un día largo completo, cualquiera de esas alternativas creo que mejorarían aún más la jornada.

RELATO GRÁFICO:

A las ocho y media de la mañana, el Collado del Angón estaba todavía en sombra. En el cielo, sólo algunas hilachas de nubes altas rallaban un azul pálido, como desteñido tras las lluvias de los últimos días. Del fondo de la explanada, arranca la Senda del Arcediano, camino antiguo, ancho e indudablemente indicado, que comunica Amieva con Sajambre a través de la sierra. Por él inicié la excursión.

Tras un arranque llano sobre piso de tierra, enseguida comencé a ganar suavemente altura y me topé con el característico empedrado que cubre esta vereda. Este rústico pavimento, que debería facilitar el paso, me lo hizo incómodo: las piedras, irregulares y pulidas, estaban cubiertas de una película de barro líquido, sobre la que mis botas resbalaban a cada paso. El lado bueno de tanta humedad fue que, pese a lo despejado del día, encontré y atravesé un breve jirón de niebla, que llenó de misterio el hayedo por un momento.

Llevaba ya un ratito caminando cuando salí del arbolado ante un pequeño alto. Al acercarme al mismo, fue descubriéndose, enmarcado por los ribazos del camino, el Canto Cabronero. Justo de frente, se despeñaba desde la peña cimera la arista por donde pensaba subir. Ni preparada a propósito podría ser más efectista la primera visión de la cumbre del día. Me dejó con la boca abierta.

A partir de ahí, transité por terreno despejado, ya bajo el sol matinal, y me pude asombrar ante el profundo corte del Dobra bajo la muralla occidental del Cornión.

Al trasponer un espolón, giré con la senda a la derecha para...

... remontar el Río Toneyo, cuya confluencia con el Dobra define la arista norte del Cabronero. Este vallecito se interna al sur en la Sierra de Beza, separando su núcleo principal del cordal occidental. Un amplio prado se extiende a media altura del barranco: es Sabugo, donde hay una fuente y un grupo de cabañas pastoriles. Allí terminaba la aproximación y comenzaba la verdadera ascensión que, en suma, consistía en encaramarse a la arista norte y seguirla hasta la cumbre.

Al llegar a la majada de Sabugo, al otro lado del río, se veía una arboleda que se extiende a media ladera, cortada por un pasillo de hierba; ese sería el camino para alcanzar la cuerda. Para alcanzar su base, dejé el camino por la izquierda (SE) a la altura de las primeras cabañas y bajé al borde del  profundo tajo por donde corre el riachuelo.

Lo remonté un breve trecho hasta que, por encima de un modesto salto de agua, el lecho se encuentra prácticamente al nivel del prado y resulta fácil de vadear, como se a la izquierda en la foto. Tras ello, comencé a remontar la ladera en dirección a la arboleda antes citada.

Cerca de la linde, me topé con una traza de paso en la hierba que subía muy suavemente en diagonal desde mi derecha y, al llegar bajo el pasillo entre los árboles, giraba y entraba en él. Siguiéndola, entré en esa banda despejada, ancha pero no tanto como para que la sombra no se mantuviera en ella, lo que empezaba a ser de agradecer.

Aunque la pendiente era más que mediana, el terreno despejado y firme hizo, con la ayuda de la traza, el ascenso cómodo y bastante rápido, de modo que pronto los prados de Sabugo fueron quedando bastante abajo.

Al dejar atrás los árboles, llegué a una amplia pradera, donde la pendiente disminuye anunciando la cercanía de la cuerda. A mi izquierda, aparecieron las paredes de la cresta más noroccidental del Cornión y, más allá, la Sierra del Sueve, surgiendo hoy de la niebla que llenaba los valles asturianos.

La senda acaba en ese prado superior, pocos metros antes de alcanzar el lomo de la montaña.

Al encaramarme al mismo, pude ver de nuevo, al otro lado, la muralla del Cornión, que aparecía ahora coronada por el grupo de las Tres Marías. Estaba ya en la arista norte y la continuación era obvia: girar a la derecha (S) y...

... subir por la cuerda, que es aquí amplia y herbosa. No hay senda o hitos, ni falta que hacen. La pendiente es suave en los primeros metros pero se yergue al pie del hombro conocido como Voz de Llaviñeru. Superé esa pendiente con poco gasto y sin más dificultad que ir buscando el paso entre las rocas.

Arriba, se abrió a la derecha la vista de la verde cabecera de Toneyo. Más allá, sobre la cresta de la sierra, el Mampodre y la pareja de pirámides de las peñas Ten y Pileñes, a partir de las cuales crestas blanqueadas de la divisoria cantábrica se prolongaban al oeste hasta perderse de vista. Comenzaba el espectáculo, y vaya espectáculo.

Desde la Voz de Llaviñeru ya se ve el cueto cimero y todo lo que queda de arista. En primer lugar, un lomo que se ondula en ligeros subibajas; en la vertiente derecha, se advertían unas trazas de paso para evitarlos. No las seguí; me mantuve todo el rato en pleno filo, pues así podía ver las dos vertientes y refrescarme con la brisa ligera que, llegando del suroeste, traía el frescor de los neveros de la cresta cantábrica. Caminar a toda cresta por un terreno tan cómodo y en medio de ese entorno es un lujo.

Por entonces, se descubrió al oeste el Tiatordos, que mostraba el descomunal cóncavo de la Pared de la Copa.

Mirando atrás, el panorama se había ampliado al norte, donde ya distinguía el mar más allá del palio de nubes.

Hacia los 1.800 m de altitud, se arista se irguió notablemente, aunque continuó sin presentar obstáculos, hasta el remate rocoso de la montaña. Según me acercaba al mismo, se descubrió a mi izquierda...

... la Peña Santa, hasta entonces oculta.

La peña cimera tendrá 80 ó 90 m de altura y se puede superar por bastantes sitios; incluso rodearla totalmente por una repisa del flanco derecho y alcanzar el pico desde el otro lado, casi sin dificultad. Por mi parte, decidí atacar la roca por ese mismo lado, el derecho, donde...

... apenas comenzado el flanqueo se abre una fractura en la roca del crestón, que permite encaramarse casi sin dificultad al filo.

Me encontré entonces al pie de un resalte de unos 10 m, con una fisura-chimenea en su lado derecho, que facilitaba la trepa (II).

Tras ese obstáculo, la arista se afila y comienza a tenderse. Aunque una repisa a la derecha permitiría pasar caminando, por mero afán de jugar, progresé por el filo, gateando al principio (I) y caminando luego, aunque con tiento.

Superé así otros 30 m de desnivel, tras los que llegué a una repisa herbosa de donde arranca un lomo ancho y pedregoso, de escasa inclinación que conduce a...

... la cima del Canto Cabronero. Ante mí, la arista cimera se prolongaba, apuntando hacia el Mampodre, que aparecía acompañado en primer término de las peñas Ten y Pileñes. Eran las doce y media de la mañana y el calor empezaba a hacerse notar, incluso con el airecillo fresco que seguía soplando.

Pero apenas lo notaba teniendo enfrente una de las vistas más espectaculares del Cornión, con...

... la Peña Santa, que muestra desde aquí una airosa esbeltez, en todo lo alto.

También me impresionó el profundo hoyo que se abre bajo la misma. A la derecha, se alzaba más chaparro el núcleo de la Torre Bermeja. En medio, a través del boquete de Vega Huerta, asomaban Torre Cerredo y el Pico de los Cabrones.

Al sur, la cercana Peña de Beza, segunda altura de la sierra, se elevaba sobre la parte alta de la Canal de los Ablaneos, con bastante nieve todavía. Más lejos, horizontes sucesivos que desembocan en el Alto Carrión.

Al oeste, veía prolongarse el Mampodre, junto a las impresionantes peñas Ten y Pileñes.

Por fin, al norte, la arista por donde había subido caía al profundo tajo del Dobra, cerrado al otro lado por altas murallas, por encima de las cuales veía cómo Asturias en su suave descenso al mar, se sobresaltaba en la Sierra del Sueve, esa pequeña gran montaña que, con poco más de 1.000 metros de altitud, destacaba altiva desde lejos.

Tras un ratito, no mucho, en cumbre, emprendí el regreso. Había salido con la idea de recorrer la cresta hasta la Peña de Beza y, para ello, comencé por dirigirme a la punta suroeste del Cabronero, de la que me separaba una arista rocosa, que comienza siendo de bloques, muy estables, y cae unos 15 m bastante empinados.

Bajé destrepando pequeños escalones que apenas presentaron dificultad (I). En el punto más bajo, la arista se afila pero pierde pendiente y se hace regular hasta la punta secundaria.

Al pasar lo más bajo de la arista, me había fijado en que la caída a Sabugo parecía practicable. Ante el tremendo calor y la hora (acabada la excursión, aún tendría que conducir hasta Madrid), me decidí por esa bajada directa y dejar la Peña de Beza para otro día. Así pues, tras la visita a la punta sureste, volví al collado y descendí por el lado izquierdo (NO), pendiente muy abierta y amplia.

Al poco de iniciar el descenso, pasando de la roca a la hierba, me encontré con una traza marcada con hitos. Continué por ella, pero la dejé cuando, muy poco más bajo, se iba hacia la izquierda para recorrer en diagonal la ladera al sur; está claro que es la traza de la subida habitual desde la Huesal.

Proseguí el descenso más o menos por el eje de un poco evidente tubo, rápido pero sin embalarme, pues la hierba era resbaladiza y, además, menudeaban las piedras sueltas. Según perdía altitud, las manchas de guijarros se hicieron más abundantes, grandes e inestables y comencé a desviarme a la derecha en busca de mejor terreno. Hacia media bajada, me fijé en que, a mi izquierda, es decir del lado contrario de la canal, las pendientes se empezaban a suavizarse más arriba, así que me desvié hacia allí, con la referencia de una arboleda que veía al pie del Valdepino y que era la vegetación más alta en esa parte de la ladera.

Lo que no había apreciado desde arriba, es el karst de roca sólida, plagado de pozos y grietas entre cantos de aristas cortantes, que se extendía entre los mi objetivo y yo. Sin plantear un gran obstáculo, fue incómodo atravesarlo, teniendo que ayudarme de las manos con frecuencia y realizando peripecias al pasar de un canto a otro, pisando sobre puntas agudas. Fue un descanso poner de nuevo los pies en la hierba.

Descendí por el pasto, menos empinado ahora, directamente pendiente abajo y, de pronto, me encontré ante una senda, clara y bien marcada, que nacía de repente y bajaba en lazadas hacia los árboles. Sin embargo, tan súbitamente como surgió, se esfumó cerca de la linde. Sin entrar en la arboleda, giré a la derecha (N) para...

... continuar por una pradera despejada, de moderada pendiente regular. Al dejar atrás los árboles, me encontré en la parte superior del gran prado de Sabugo, con el vado y las cabañas a la vista. Con el único apremio del calor, me dejé caer directamente hacia allí pasando...

... bajo la vertiente occidental del Canto Cabronero, hacia el que me iba volviendo para despedirme. Podía ver la bajada directa que había hecho; no me falló la intuición; estuvo bien. Y quizá sea una bonita subida en invierno: 800 m de pala nevada regular pueden estar bien. Tras vadear el riachuelo, atravesé las cabañas y, al pasar junto a una fuente con pilón, me detuve y, aparte tomar agua más fresca que el caldo que llevaba en la cantimplora, me entretuve en remojarme un poco los pies... placeres del campo.

Dejé Sabugo por la Senda del Arcediano, que ya había recorrido esa mañana. Ahora hacía más calor pero las cambiantes perspectivas, con mejor luz, de la muralla occidental del Cornión hicieron ameno el trayecto.

Pero esto no quita que, cuando perdí las vistas al entrar en el bosque, me alegrara. Parece mentira pero, siendo las cuatro de la tarde, seguía húmedo y fresco, con zonas todavía resbaladizas por los cantos mojados, aunque el paso era mucho más cómodo que esa mañana.

La vegetación se abrió llegando al Collado del Angón. Eran cerca de las cuatro y media de la tarde, cuando lo alcancé, a la vista de un bonito roquedo en el que no me había fijado al salir. “Les Texuques” se llama.

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