Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Bonita
ascensión, que se sale de las rutas habituales sin afrontar grandes dificultades.
Creo que es un complemento magnífico a las subidas típicas desde Sajambre. El
Canto Cabronero es una gran montaña; sí, con sus dos mil metros justos es una
cumbre que merece más de una visita y esta ruta es una buena opción para la
vertiente norte. El itinerario une al agradable paseo de la aproximación un
recorrido de arista fácil, en medio de hermosas perspectivas. La trepada del
final es divertida y, aunque creo que se puede evitar rodeando el resalte por
una repisa que vi por el lado oeste (derecho), no merece la pena el rodeo y es
más divertido atacar de frente el resalte. El descenso directo es agreste, pero
sin excesos: yo nunca he sido buen bajador y no lo pasé mal ni se me hizo largo.
Ese descenso, lo improvisé
sobre la marcha. Con tanta belleza, se me había hecho tarde (al llegar a la
cima, ya llevaba gastado casi hora y cuarto en paradas) y, encima, hacía un
calor tremendo... así que decidí regresar por lo más corto, cuando la idea
original había sido prolongar el cresteo hasta la Peña de Beza, desde donde se
presentan dos opciones para regresar: Senda del Arcediano de nuevo o Puerto
Barcinera y descender el Dobra. De poder disponer de un día largo completo,
cualquiera de esas alternativas creo que mejorarían aún más la jornada.
RELATO GRÁFICO:
A las
ocho y media de la mañana, el Collado del Angón estaba todavía en sombra. En el
cielo, sólo algunas hilachas de nubes altas rallaban un azul pálido, como
desteñido tras las lluvias de los últimos días. Del fondo de la explanada,
arranca la Senda del Arcediano, camino antiguo, ancho e indudablemente
indicado, que comunica Amieva con Sajambre a través de la sierra. Por él inicié
la excursión.
Tras un
arranque llano sobre piso de tierra, enseguida comencé a ganar suavemente altura
y me topé con el característico empedrado que cubre esta vereda. Este rústico
pavimento, que debería facilitar el paso, me lo hizo incómodo: las piedras,
irregulares y pulidas, estaban cubiertas de una película de barro líquido,
sobre la que mis botas resbalaban a cada paso. El lado bueno de tanta humedad
fue que, pese a lo despejado del día, encontré y atravesé un breve jirón de
niebla, que llenó de misterio el hayedo por un momento.
Llevaba
ya un ratito caminando cuando salí del arbolado ante un pequeño alto. Al acercarme
al mismo, fue descubriéndose, enmarcado por los ribazos del camino, el Canto
Cabronero. Justo de frente, se despeñaba desde la peña cimera la arista por
donde pensaba subir. Ni preparada a propósito podría ser más efectista la
primera visión de la cumbre del día. Me dejó con la boca abierta.
A partir
de ahí, transité por terreno despejado, ya bajo el sol matinal, y me pude
asombrar ante el profundo corte del Dobra bajo la muralla occidental del
Cornión.
Al
trasponer un espolón, giré con la senda a la derecha para...
...
remontar el Río Toneyo, cuya confluencia con el Dobra define la arista norte
del Cabronero. Este vallecito se interna al sur en la Sierra de Beza, separando
su núcleo principal del cordal occidental. Un amplio prado se extiende a media
altura del barranco: es Sabugo, donde hay una fuente y un grupo de cabañas
pastoriles. Allí terminaba la aproximación y comenzaba la verdadera ascensión
que, en suma, consistía en encaramarse a la arista norte y seguirla hasta la
cumbre.
Al llegar
a la majada de Sabugo, al otro lado del río, se veía una arboleda que se
extiende a media ladera, cortada por un pasillo de hierba; ese sería el camino
para alcanzar la cuerda. Para alcanzar su base, dejé el camino por la izquierda
(SE) a la altura de las primeras cabañas y bajé al borde del profundo tajo por donde corre el riachuelo.
Lo
remonté un breve trecho hasta que, por encima de un modesto salto de agua, el
lecho se encuentra prácticamente al nivel del prado y resulta fácil de vadear,
como se a la izquierda en la foto. Tras ello, comencé a remontar la ladera en
dirección a la arboleda antes citada.
Cerca de
la linde, me topé con una traza de paso en la hierba que subía muy suavemente
en diagonal desde mi derecha y, al llegar bajo el pasillo entre los árboles,
giraba y entraba en él. Siguiéndola, entré en esa banda despejada, ancha pero
no tanto como para que la sombra no se mantuviera en ella, lo que empezaba a
ser de agradecer.
Aunque la
pendiente era más que mediana, el terreno despejado y firme hizo, con la ayuda
de la traza, el ascenso cómodo y bastante rápido, de modo que pronto los prados
de Sabugo fueron quedando bastante abajo.
Al dejar
atrás los árboles, llegué a una amplia pradera, donde la pendiente disminuye
anunciando la cercanía de la cuerda. A mi izquierda, aparecieron las paredes de
la cresta más noroccidental del Cornión y, más allá, la Sierra del Sueve,
surgiendo hoy de la niebla que llenaba los valles asturianos.
La senda
acaba en ese prado superior, pocos metros antes de alcanzar el lomo de la
montaña.
Al
encaramarme al mismo, pude ver de nuevo, al otro lado, la muralla del Cornión,
que aparecía ahora coronada por el grupo de las Tres Marías. Estaba ya en la
arista norte y la continuación era obvia: girar a la derecha (S) y...
... subir
por la cuerda, que es aquí amplia y herbosa. No hay senda o hitos, ni falta que
hacen. La pendiente es suave en los primeros metros pero se yergue al pie del
hombro conocido como Voz de Llaviñeru. Superé esa pendiente con poco gasto y
sin más dificultad que ir buscando el paso entre las rocas.
Arriba, se
abrió a la derecha la vista de la verde cabecera de Toneyo. Más allá, sobre la
cresta de la sierra, el Mampodre y la pareja de pirámides de las peñas Ten y
Pileñes, a partir de las cuales crestas blanqueadas de la divisoria cantábrica
se prolongaban al oeste hasta perderse de vista. Comenzaba el espectáculo, y vaya
espectáculo.
Desde la
Voz de Llaviñeru ya se ve el cueto cimero y todo lo que queda de arista. En
primer lugar, un lomo que se ondula en ligeros subibajas; en la vertiente derecha,
se advertían unas trazas de paso para evitarlos. No las seguí; me mantuve todo
el rato en pleno filo, pues así podía ver las dos vertientes y refrescarme con
la brisa ligera que, llegando del suroeste, traía el frescor de los neveros de
la cresta cantábrica. Caminar a toda cresta por un terreno tan cómodo y en
medio de ese entorno es un lujo.
Por
entonces, se descubrió al oeste el Tiatordos, que mostraba el descomunal cóncavo
de la Pared de la Copa.
Mirando
atrás, el panorama se había ampliado al norte, donde ya distinguía el mar más
allá del palio de nubes.
Hacia los
1.800 m de altitud, se arista se irguió notablemente, aunque continuó sin
presentar obstáculos, hasta el remate rocoso de la montaña. Según me acercaba
al mismo, se descubrió a mi izquierda...
... la
Peña Santa, hasta entonces oculta.
La peña
cimera tendrá 80 ó 90 m de altura y se puede superar por bastantes sitios;
incluso rodearla totalmente por una repisa del flanco derecho y alcanzar el
pico desde el otro lado, casi sin dificultad. Por mi parte, decidí atacar la
roca por ese mismo lado, el derecho, donde...
...
apenas comenzado el flanqueo se abre una fractura en la roca del crestón, que
permite encaramarse casi sin dificultad al filo.
Me
encontré entonces al pie de un resalte de unos 10 m, con una
fisura-chimenea en su lado derecho, que facilitaba la trepa (II).
Tras ese
obstáculo, la arista se afila y comienza a tenderse. Aunque una repisa a la
derecha permitiría pasar caminando, por mero afán de jugar, progresé por el
filo, gateando al principio (I) y caminando luego, aunque con tiento.
Superé
así otros 30 m de desnivel, tras los que llegué a una repisa herbosa de donde
arranca un lomo ancho y pedregoso, de escasa inclinación que conduce a...
... la
cima del Canto Cabronero. Ante mí, la arista cimera se prolongaba, apuntando
hacia el Mampodre, que aparecía acompañado en primer término de las peñas Ten y
Pileñes. Eran las doce y media de la mañana y el calor empezaba a hacerse
notar, incluso con el airecillo fresco que seguía soplando.
Pero
apenas lo notaba teniendo enfrente una de las vistas más espectaculares del
Cornión, con...
... la
Peña Santa, que muestra desde aquí una airosa esbeltez, en todo lo alto.
También
me impresionó el profundo hoyo que se abre bajo la misma. A la derecha, se
alzaba más chaparro el núcleo de la Torre Bermeja. En medio, a través del
boquete de Vega Huerta, asomaban Torre Cerredo y el Pico de los Cabrones.
Al sur,
la cercana Peña de Beza, segunda altura de la sierra, se elevaba sobre la parte
alta de la Canal de los Ablaneos, con bastante nieve todavía. Más lejos,
horizontes sucesivos que desembocan en el Alto Carrión.
Al oeste,
veía prolongarse el Mampodre, junto a las impresionantes peñas Ten y Pileñes.
Por fin,
al norte, la arista por donde había subido caía al profundo tajo del Dobra,
cerrado al otro lado por altas murallas, por encima de las cuales veía cómo
Asturias en su suave descenso al mar, se sobresaltaba en la Sierra del Sueve,
esa pequeña gran montaña que, con poco más de 1.000 metros de altitud,
destacaba altiva desde lejos.
Tras un
ratito, no mucho, en cumbre, emprendí el regreso. Había salido con la idea de
recorrer la cresta hasta la Peña de Beza y, para ello, comencé por dirigirme a
la punta suroeste del Cabronero, de la que me separaba una arista rocosa, que
comienza siendo de bloques, muy estables, y cae unos 15 m bastante empinados.
Bajé
destrepando pequeños escalones que apenas presentaron dificultad (I). En el
punto más bajo, la arista se afila pero pierde pendiente y se hace regular
hasta la punta secundaria.
Al pasar
lo más bajo de la arista, me había fijado en que la caída a Sabugo parecía
practicable. Ante el tremendo calor y la hora (acabada la excursión, aún
tendría que conducir hasta Madrid), me decidí por esa bajada directa y dejar la
Peña de Beza para otro día. Así pues, tras la visita a la punta sureste, volví al
collado y descendí por el lado izquierdo (NO), pendiente muy abierta y amplia.
Al poco
de iniciar el descenso, pasando de la roca a la hierba, me encontré con una
traza marcada con hitos. Continué por ella, pero la dejé cuando, muy poco más
bajo, se iba hacia la izquierda para recorrer en diagonal la ladera al sur;
está claro que es la traza de la subida habitual desde la Huesal.
Proseguí
el descenso más o menos por el eje de un poco evidente tubo, rápido pero sin
embalarme, pues la hierba era resbaladiza y, además, menudeaban las piedras
sueltas. Según perdía altitud, las manchas de guijarros se hicieron más
abundantes, grandes e inestables y comencé a desviarme a la derecha en busca de
mejor terreno. Hacia media bajada, me fijé en que, a mi izquierda, es decir del
lado contrario de la canal, las pendientes se empezaban a suavizarse más
arriba, así que me desvié hacia allí, con la referencia de una arboleda que
veía al pie del Valdepino y que era la vegetación más alta en esa parte de la
ladera.

Lo que no
había apreciado desde arriba, es el karst de roca sólida, plagado de pozos y
grietas entre cantos de aristas cortantes, que se extendía entre los mi
objetivo y yo. Sin plantear un gran obstáculo, fue incómodo atravesarlo,
teniendo que ayudarme de las manos con frecuencia y realizando peripecias al
pasar de un canto a otro, pisando sobre puntas agudas. Fue un descanso poner de
nuevo los pies en la hierba.
Descendí
por el pasto, menos empinado ahora, directamente pendiente abajo y, de pronto,
me encontré ante una senda, clara y bien marcada, que nacía de repente y bajaba
en lazadas hacia los árboles. Sin embargo, tan súbitamente como surgió, se
esfumó cerca de la linde. Sin entrar en la arboleda, giré a la derecha (N) para...
...
continuar por una pradera despejada, de moderada pendiente regular. Al dejar atrás
los árboles, me encontré en la parte superior del gran prado de Sabugo, con el
vado y las cabañas a la vista. Con el único apremio del calor, me dejé caer
directamente hacia allí pasando...
... bajo
la vertiente occidental del Canto Cabronero, hacia el que me iba volviendo para
despedirme. Podía ver la bajada directa que había hecho; no me falló la
intuición; estuvo bien. Y quizá sea una bonita subida en invierno: 800 m de
pala nevada regular pueden estar bien. Tras vadear el riachuelo, atravesé las
cabañas y, al pasar junto a una fuente con pilón, me detuve y, aparte tomar
agua más fresca que el caldo que llevaba en la cantimplora, me entretuve en
remojarme un poco los pies... placeres del campo.
Dejé
Sabugo por la Senda del Arcediano, que ya había recorrido esa mañana. Ahora
hacía más calor pero las cambiantes perspectivas, con mejor luz, de la muralla
occidental del Cornión hicieron ameno el trayecto.
Pero esto
no quita que, cuando perdí las vistas al entrar en el bosque, me alegrara.
Parece mentira pero, siendo las cuatro de la tarde, seguía húmedo y fresco, con
zonas todavía resbaladizas por los cantos mojados, aunque el paso era mucho más
cómodo que esa mañana.
La
vegetación se abrió llegando al Collado del Angón. Eran cerca de las cuatro y
media de la tarde, cuando lo alcancé, a la vista de un bonito roquedo en el que
no me había fijado al salir. “Les Texuques” se llama.
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