Cabeza Pelada (2.248)

ASCENSIÓN DESDE NAVALONGUILLA

POR LA PORTILLA DE LA LUCÍA Y GARGANTA DE CERRADILLAS

La Cabeza Pelada es un pico de la llama Sierra Llana, el largo y monótono tramo de divisoria del Sistema Central que se extiende entre los macizos del Circo de Gredos y de la Covacha. Como es común en toda la zona, se trata de un cerro redondeado, que destaca poco en la cresta, pese ser un pico principal que supera los cien metros de prominencia. Elevándose sobre valles poblados de robledal, en sus laderas se suceden lomas y gargantas donde se mezclan pasto, pedregales y un matorral tan denso como sólo en Gredos puede hallarse.

Desde la Garganta de los Caballeros, la ruta asciende hasta la Portilla de la Lucía, situada al este de Cabeza Pelada, para alcanzar la cima por el cordal. Luego, el regreso se efectúa descendiendo el barranco de Las Cerradillas, que cae al noroeste del pico.

Tramo central de la Sierra Llana visto desde el noroeste. Cabeza Pelada es el pico del centro

SITUACIÓN:

  • Zona: Sector Principal de Gredos (Sistema Central)
  • Unidad: Sierra Llana
  • Base de partida: Navalonguilla (Ávila)
ACCESO: Navalonguilla es un municipio situado en el suroeste de la provincia de Gredos, al pie del sector occidental de la Sierra de Gredos. La ruta parte del Camino de la Lucía, que sale del pueblo por el sur para dirigirse a la portilla del mismo nombre; concretamente, del punto a partir del cual está restringido el paso de vehículos, a dos kilómetros y pico del pueblo Puedes calcular un itinerario hasta allí desde tu lugar de origen en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 1.174 / 2.248
  • Mi tiempo efectivo: 7h20
  • Mi tiempo total: 9h07
  • Dificultades: Muy fácil. Una parte considerable del recorrido transcurre fuera de camino e incluye zonas de matorral bastante cerrado.
  • Track para descargar en Wikiloc
Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: En Los Palancares, seguir al sur por el Camino de la Lucía y, en la zona de Malhorda, tomar a la izquierda (SE) la senda que sube a Las Cabrerizas. Girar allí a la derecha (S), tomando otra vereda que contornea un espolón y entra en el Arroyo del Molino. Remontarlo por su ribera derecha y, al encontrar una pista, seguirla a la derecha (SE) hasta el final. Remontar a la izquierda (SE), a través del matorral, la loma que separa los arroyos del Molino y los Canalones. A partir de un prado despejado, hacia los 1.600 m de altitud, hay camino. Por él, se cruza bajo Los Canalones y se entra en la Garganta de Navalahuesa, que se remonta hasta el cordal. Cuando la senda desaparece, grandes hitos marcan la ruta hasta la Portilla de la Lucía. Tomar allí la cuerda a la derecha (SO) y seguir hasta la Cabeza Pelada.

Bajar al NO, al collado inmediato, y girar a la derecha (N) para descender por el barranco de Las Cerradillas. Junto a una cabaña, proseguir por una senda que conduce, por el Arroyo Berceo y El Estrozadero, hasta el final de la pista del Arroyo del Molino. Regresar por ella a Los Palancares.

Croquis de la parte superior de la  ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: Esto es el territorio comanche de Gredos: valles llenos de buenos caminos, hasta que se sobrepasa la altura de las majadas; a partir de ahí, el matorral está sin tocar y sólo los que han transitado por estos montes saben lo alta y apretada que pueden crecer la jara y la retama. Excursión para buenos andarines acostumbrados a pelear con la maleza. El premio son unas bellas perspectivas, especialmente hacia el vecino Macizo Occidental, y la grandiosa soledad de estos parajes, tan poco frecuentados.

El tramo desde el inicio de la ruta al final de la pista del Arroyo del Molino puede hacerse indistintamente por la opción de la ida o la vuelta. Siendo más o menos iguales en distancia, desnivel y comodidad, sin embargo presentan distintos atractivos. Lo mejor creo que es combinarlas.

RELATO GRÁFICO:

Hacía bastante fresco todavía cuando crucé a pie la puerta prohibida a los vehículos, en la zona de Los Palancares. Avanzaba al sur por el Camino de la Lucía, que es aquí una pista de cemento, atravesando un robledal en que las copas aún verdes de los árboles contrastaban con los helechos ya otoñados.

Aunque las nubes cubrían la cresta de la sierra, el cielo estaba despejado sobre el valle, así como sobre el Pelao, que podía ver a mi derecha, al otro lado de la Garganta de los Caballeros, cuando se abría el arbolado.

Sin apenas ganar desnivel, fui progresando hasta la zona de Malhorda donde, pasando entre un robledal limitado por un murete de piedras y un prado del lado del monte, dejé el carril de cemento para tomar, a la izquierda (SE), una senda que remonta la ladera.

A los pocos metros del arranque, me encontré un breve tramo empedrado, tras el que la vereda se hace pedregosa. La subida tiene algún trozo empinado y transcurre entre matorrales y algún árbol disperso, hasta salir a...

... una pradera, donde el camino se esfuma frente a los corrales de  Las Cabrerizas. Sin llegar a los mismos, giré a la derecha (S) para tomar...

... otra senda, tal vez continuación de la anterior, que cortaba el monte bajo en diagonal, doblando el lomo que tenía a ese lado. Así entré en la cuenca del Arroyo del Molino y bajé hasta su cauce. Sin cruzarlo, giré a la izquierda (SE) y lo remonté por una banda de hierba que corta el matorral de su ribera derecha.

Aunque carente de senda o marcas, esta subida es cómoda, transcurriendo por terreno despejado y de pendiente moderada. Al ascender, veía cómo se alejaba el valle, bajo la Cuerda del Prado...

... mientras que, a mi derecha, al otro lado de un gran llano herboso donde confluyen los arroyos de la zona, se descubría la estructura de la montaña, con los huecos de las gargantas abriéndose entre las lomas que confluyen en la cima. Sin embargo, la cumbre, que en ocasiones había vislumbrado entre las nubes, permanecía ahora oculta por sus propias vertientes.

Al salir a una pista de tierra que recorre horizontal la ladera, la tomé a la derecha (SE), en dirección a la boca de la Garganta de Navalahuesa, que baja de la Portilla de la Lucía. Pero no llegué a alcanzarla. Antes, tras cruzar el cauce de la Garganta del Molino, la pista terminó ante un prado pedregoso.

A mi izquierda (SE), se elevaba un lomo cubierto de densa vegetación, de la que sobresalían unos hitos de buen tamaño, marcando los pasos supuestamente más cómodos en el matorral… claro que eso debió ser cuando los colocaron y los arbustos cambian de un año para otro.

Así que me puse a remontar el espolón, buscando el mejor paso entre la retama a base de fijarme y tomando como dirección de referencia simplemente la pendiente.

Al ratito, hacia los 1.600 m de altitud, vi a mi derecha (S) una pradera despejada. Distinguí en ella un par de hitos y, en el matorral por encima, lo que podía ser el corte de una senda. Miré el mapa y ese trazo coincidía con lo pintado en él, así que me dirigí allí.

Efectivamente, salía del borde superior de la pradera una vereda pedregosa que ascendía en zigzag abriendo un buen surco en el matorral. Un verdadero descanso. Como llevaba casi dos horas de andadura, decidí hacer una parada larga y comer algo; aproveché para ver si la senda llegaba al prado por otro lado. No encontré nada; parece que, por debajo de aquí, está totalmente perdida.

El camino me llevó con bastante comodidad, primero a terminar de remontar la loma y, luego, cuando el terreno se tornó más agreste y empinado, a atravesar la ladera hacia el sur, cruzando por debajo de los canchos de Los Canalones.

Siguió un tramo abalconado sobre el valle, desde donde dominaba, a mi derecha, el camino recorrido.

Luego, doblé el siguiente espolón por un cancho bajo la punta del Riscazo y...

... entré en la Garganta de Navalahuesa, por la que...

... alcanzaría la cuerda de la sierra en la Portilla de la Lucía. El entorno cambió en este tubo de hierba amarillenta y pedregal, rematado por el verde oscuro de la retama en lo más alto de las lomas.

Al poco, en el cuenco de un hontanar, encontré una cabaña, austera pero bien conservada, a partir de la cual... 

... el camino se fue degradando. Tras atravesar otra loma y...

... un arroyo secundario, la traza acabó por desaparecer en la retama.

A partir de ahí, fui buscándome la vida para atravesar el denso matorral. Grandes hitos espaciados marcan la subida hacia el cordal pero, como en el anterior tramo de monte bajo, el paso más cómodo no se encontraba siempre junto a las señales, así que no les hice demasiado caso, sobre todo teniendo ante los ojos la depresión de la cresta. Al llegar a la Portilla de la Lucía, me encontré con una densa niebla que surgió de la vertiente meridional de la sierra. Tras haber ascendido bajo un cielo despejado, la montaña había decidido hurtarme las vistas. Pero no me arredré, confiando en que el vientecillo fresco que soplaba, como trajo las nubes, igual se las llevaba. Girando a la derecha (SO), comencé a...

... remontar el lomo del inmediato Alto del Horco. Aunque la cresta está recorrida por un murete, no encontré traza en ningún momento y la progresión fue lenta, pues aquí el matorral era aún más denso. Los pasos menos penosos los encontré casi siempre a la izquierda de la divisoria, aunque alguna vez crucé al otro lado, buscando los huecos en el matorral y zonas pedregosas.

El viento removía las nubes de vez en cuando, dejándome ver algo, pero éstas nos llegaron a retirarse nunca del todo. La tónica del cresteo fue una visibilidad escasa y un ambiente frío y desapacible. Al final, las previsiones habían fallado.

Tras el Alto del Horco, vino una zona de pequeños subibajas hasta...

... de la Portilla de los Linares, previa a la cumbre.

Pasando por allí, un nuevo movimiento de las nubes me dejó ver el valle de donde venía iluminado por el sol. También, me encontré un hito sobre una roca… ¡el único que vi en todo el recorrido por el cordal! Se ve que, en tiempos, venía alguien más por aquí.

La subida final, además de más intensa, es donde el matorral crecía más apretado y alto, llegándome al pecho en más de una ocasión. Al paso por un peñasco, me encaramé al mismo, coincidiendo con una nueva ventana en la niebla, que me dejó ver a mi espalda el Peludillo, el Alto del Horco y, entre ambos, la Portilla de la Lucía.

Poco después, vi a mi izquierda un rocoso espolón que cae al sur y, enseguida,...

... un gran hito surgiendo del matorral: Cabeza Pelada. La subida había sido lenta en su fase final y eran ya las tres de la tarde.

Como la niebla era entonces más densa que nunca y la temperatura había bajado notablemente, apenas paré y, girando con la cuerda a la derecha (NO), descendí por ella a través del matorral. Antes de llegar al siguiente collado, la Portilla del Guarro, la retama fue interrumpida por un canchal. A mi derecha (N), distinguí...

... borrosamente el hueco de Las Cerradillas, por donde iba a regresar. Hacia allá me dejé caer, a través de...

... una cómoda ladera que mezclaba pedreras y pasto.

Al disminuir la pendiente, el eje del barranco pasó a estar ocupado por un abrupto tajo, cuyo curso seguí por una terraza herbosa de su vertiente izquierda.

Luego, encontré otro escalón, bajo el cual se extendía un prado en que confluían varios torrentes. En esta nueva cuesta, volví a encontrar matorral y cantos pero no tenía ya nada que ver con lo que había pasado antes. Además, unos hitos me ayudaron (esta vez, sí) a encontrar el paso cómodo. Ellos me llevaron al cauce, que...

... crucé en una zona donde el escaso caudal resbalaba por grandes placas escalonadas.

Ya en el prado, el volumen de agua aumentó con los múltiples aportes. El paraje es delicioso y, además, cuando lo alcancé se retiraron las nubes, dejando ver atrás la cumbre de la Cabeza Pelada.

Siguió un tubo herboso, suavemente curvado e inclinado, que es un placer descender junto al agua, que va formando pequeños remansos entre...

... la miríada de pequeños saltos de lo jalonan.

Pese a ser tantas, cada cascada tiene su propia personalidad...

... y la variedad de formas me hizo amena... 

... la bajada hasta...

... a un nuevo rellano. Éste es más estrecho y hay en él una cabaña, austera pero adecuada, al igual que la del Riscazo. Continué bajando por una terraza en la vertiente derecha y, al poco,...

... di con una senda que me llevó, derivando a la derecha, a doblar un espolón y atravesar en horizontal una ladera, desde donde...

... se dominaba espectacularmente la Garganta de los Caballeros abrazando el Alto del Corral del Diablo. No es la primera vez que recorro esta zona y ésta es una de las perspectivas más impresionantes que he visto.

Al pasar un segundo contrafuerte, apareció la parte baja del valle, con Navalonguilla más allá de los robledales que había cruzado esa mañana. Se acercaba el final de la excursión.

Al acercarme a un tercer lomo, cual empezó a asomar por encima del mismo un cancho que corona una de las lomas que bajan de la Cabeza Pelada y que ya me había llamado la atención cuando me acercaba al cordal.

Al otro lado, el camino me llevó a un descenso empinado pero cómodo, en cerradas zetas, hacia los prados donde confluyen las gargantas que cortan la vertiente de Cabeza Pelada, con las de Navalahuesa y los Caballeros.

La bajada acabó en el fondo del Arroyo del Berceo, que crucé para entrar en...

... los prados de El Estrozadero. Allí se interrumpe la senda y, aunque unos hitos parecen indicar la dirección, no les hice caso, sino que crucé la pradera directamente hacia el cerro de Los Picarios, que veía enfrente. Al final del prado, cuando...

... el terreno se llenó de matorral y rocas en el cauce de la Garganta de Navalahuesa, vi un puente que cruza el torrente. Me dirigí al mismo y...

... lo crucé. En la otra orilla,...

... encontré algo que no calificaría de camino: un trazo irregular y pedregoso, con agua corriendo en bastantes sitios. Sin embargo, corta el matorral y está bastante claro. Incómodo, pero peor sería atravesar esa retama por las buenas. 

No tardé en alcanzar el Arroyo del Molino, cerca del final de la pista que me había llevado allí esa mañana. Tomándola en su arranque, comencé a desandar camino.

Pero no volvería exactamente por la ruta de ida, sino que continué por el mismo carril, recorriendo a media altura la ladera de la Cuerda de los Majanillos.

Cuando los robles clareaban, podía ver a mi izquierda la cuerda de la sierra, con la cumbre de la Cabeza Pelada poco marcada para su relevancia. Pero por eso se llama esto la Sierra Llana. Ni siquiera el Cancho, su máxima altura, que aún conservaba una nube agarrada, llega a destacar demasiado.

El bosque se fue adensando según me acercaba al final e iba perdiendo altitud, suave pero constantemente. Llegué a Los Palancares, donde tenía el coche, cerca de las siete y media de la tarde. Refrescaba ya y el valle se llenaba de sombras. Un largo día gredense. La única pena es que las nubes me habían estropeado el cresteo.

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