Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Travesía
clásica, de esas que todo el mundo conoce pero luego resulta que hacen más bien
pocos. Posiblemente, la causa sea la incomodidad de toda ruta lineal, pese a
que, en ésta, el ferrocarril facilita el regreso. Se trata de una ruta muy
fácil, bonita y variada pero que cubre unos buenos desnivel y distancia.
Recomendable para andarines equipados adecuadamente (se asciende a casi 2.200
metros), no tiene más complicación que seguir la senda y los hitos y no
despistarse en ninguna de las (pocas y claras) bifurcaciones por las que se
pasa.
La idea de atravesar la
sierra, cresteando de paso la Mujer Muerta, para volver en tren, admite otras
combinaciones y todas son bonitas. Como salidas posibles, están también el
Puerto de Navacerrada y el Espinar y, como llegadas, los Ángeles de San Rafael,
Otero Herreros y Ortigosa del Monte. Esta última estación era en tiempos el
final más conveniente, pues es la más próxima al pie de monte, lo que elimina
el tramo “estepario” del final pero, con el actual horario de trenes, ha dejado
de resultar práctica.
En esta realización de la
travesía, el tiempo nos vino un poco justo para llegar al tren de las 14:57 y
esperar cuatro horas en un entorno como el de la estación de Navas de Riofrío
no es plato de gusto. Como no siempre es de día para salir más temprano, creo
que lo práctico es resignarse a tomar el tren de las 18:57, pudiendo empezar
más tarde e ir con más calma, o, si se puede, subir un coche a las Dehesas (el
aparcamiento más alto del Valle de la Fuenfría), ahorrando casi una hora de
camino. También, si se opta por el último tren, se pueden añadir otros dos
picos al recorrido: Cerro Minguete y el Montón de Trigo, que en esta versión de
la travesía contorneamos.
RELATO GRÁFICO:
A las
ocho menos cuarto de la mañana, arrancamos a andar desde la estación de Cercedilla,
subiendo al norte por la cuesta donde se encuentra y continuando por la
carretera que remonta el Valle de la Fuenfría. El cielo estaba despejado y el
viento en calma, pero el sol aún no había bajado de las crestas y hacía frío en
la umbría húmeda bajo los árboles. El camino es simple: seguir el eje del valle
por su vertiente derecha. Dejamos atrás algún desvío hasta que, cerca de la
casa forestal de las Dehesas, abandonamos el asfalto para tomar un camino de
tierra que sale a la derecha y que va casi paralelo a la carretera. Por él,
llegamos a Majavilán, a partir de donde se prohíbe el tráfico privado.
Continuamos
por la calzada romana, de momento siempre al norte. La entrada en la misma, a
través del Puente del Descalzo, es espectacular, con el empedrado irregular, imaginativa
recreación del irregular, entre los dos pretiles del puente. Nada que ver con
el aspecto que debió de tener, pero mola.
No
tardamos en llegar al cruce con la Carretera de la República, en los
Corralitos. Seguimos rectos (N) por la calzada, que en este tramo está reducida
a una cinta de pedruscos sueltos entre matorral y pinos. Por aquí nos alcanzó
por fin el deseado calorcillo del sol, que...
... asomó
junto a los dos primeros de los Siete Picos, que dominaban el bosque a nuestra
derecha, al otro lado del barranco.
Al rato
de cruzar el cauce por el Puente de Enmedio y ya bastante alto, mirando atrás veíamos
el valle descendiendo hasta la llanura madrileña, bajo las crestas de la Peña
del Águila, la Peñota y el Abantos.
Los
últimos metros antes de llegar al Puerto de la Fuenfría están de nuevo
recreados y, otras vez, echándole imaginación.
Al ganar
el cordal, salimos del bosque y nos encontramos con los dos picos que dominan por
la izquierda el paso: el Cerro Minguete y el Montón de Trigo. Debíamos
dirigirnos a la horcada que se abre entre ambos, para lo cual tomamos a la
izquierda (O) la senda, pedregosa y empinada, que remonta el lomo que baja del
primero.
Antes de
alcanzar la cima, derivamos a la derecha (NO), siguiendo un trazo en el
matorral, más difuso pero marcado con hitos, que nos condujo al Collado Minguete
sin tener que perder altura.
Durante
esta subida, habíamos ido viendo cómo se descubrían las grandes cumbres del
nudo central del Guadarrama. Una vez en la horcada, eran totalmente visibles de
Peñalara, la mitad oeste de la Cuerda Larga y Siete Picos rodeando el pinar de
Valsaín. Al otro lado,...
... la
vista se extendía hasta Gredos y las Parameras, más allá de la Garganta del
Espinar, limitada a la derecha por...
... el
objetivo del día: la cresta de la Mujer Muerta. Para dirigirnos a ella, giramos
a ese lado (NO) para...
... atravesar
la ladera occidental del Montón de Trigo, por una senda bastante clara que va a
salir...
... sobre
el siguiente collado, el de Tirobarra, teniendo que bajar un poco antes de
atravesarlo y emprender la subida, siempre por senda bien marcada, al primero
de los picos de la jornada.
Durante
el ascenso, comenzamos a ver el páramo segoviano, que, si ya es amarillento y
liso por sí, aún lo parece más en contraste con el ondulado mar de pinos de la
sierra.
Llegamos
a La Pinareja poco antes de las once de la mañana. La temperatura era agradable
mientras nos mantuviéramos a resguardo del gélido vientecillo que soplaba de
poniente; afortunadamente, rodean la cumbre cantidad de abrigos bastante bien
preparados. Mirando atrás, veíamos ante nosotros desplegarse muchas de las cumbres
mayores de Guadarrama: Peñalara, Cabezas, Maliciosa, Siete Picos, Montón de
Trigo... y, más allá, flotando en la neblina de la llanura de Madrid, la Sierra
de Hoyo de Manzanares.
Al
suroeste, la Garganta del Espinar baja hacia San Rafael, que distinguíamos bajo
las alturas de Cabeza Líjar y Cueva Valiente. Dentro de la masificación del
Guadarrama, estos parajes son de los menos frecuentados y, hasta bajar del
monte, ya apenas nos cruzamos un par de grupos pequeños en lo que quedaba de
jornada.
No
estuvimos mucho en la cumbre, pues pretendíamos coger el primer tren de la
tarde: en diez minutos, estábamos de nuevo en marcha, siguiendo el cordal al
suroeste, hacia el Pico del Oso. Bajamos de la Pinareja, guiados por unos
hitos, a través de un empinado canchal, dejando a la derecha el crestón que
ocupa la divisoria.
En el
collado, cambió el decorado y la pendiente pasó a ser más suave, alternando
tramos de hierba...
... y
pedregal. Así, a las doce menos cuarto hicimos cumbre en el Pico del Oso.
La cresta
entre los dos picos de la Mujer Muerta puede pasarse también por encima; una
vez lo hicimos y, sin ser difícil, presenta algunas emociones adicionales.
Tras otra
breve parada en esta cima, iniciamos el descenso por el lomo occidental antes
de las doce, teniendo a la vista desde el inicio tanto el siguiente pico, el
del Pasapán, como el collado donde dejaríamos la cuerda y, a la derecha, las
dos primeras lazadas de la pista por donde bajaríamos hacia la vertiente
segoviana.
Todo el
cresteo, además de carecer de obstáculos significativos, estaba marcado por
hitos y, en los pocos sitios en que levantaba algo el matorral, una clara traza
facilitaba el paso. Una subida breve nos dejó en lo alto del modesto Pico del
Pasapán, donde merece la pena parar y...
...
volverse a contemplar el Pico del Oso, con las grandes cumbres del Guadarrama
al fondo.
La bajada
de esta última punta de la jornada al Puerto del Pasapán fue todavía más cómoda
y tendida. Al llegar a éste, giramos a la derecha (N) y tomamos...
... una
pista que baja en lazadas por la ladera septentrional, bajo la cresta que
acabábamos de recorrer.
Donde los
árboles se abrían, podíamos ver el corte del Río Milanillos, por donde
transcurriría la primera parte de la bajada, hasta cambiar de vertiente por la
collada del Portachuelo, que divisábamos también al fondo, oscura de pinos
contra el fondo difuminado de la llanura.
Tras un
primer tramo en rápido descenso, giramos a la derecha (E) en una bifurcación y
siguió un largo llaneo a través de la vertiente norte de la Mujer Muerta,
durante el que fuimos cogiendo altura sobre el cauce del barranco. En el
Portachuelo encontramos otra bifurcación, en la que continuamos por el mismo
camino que llevábamos, a la derecha (NE), trasponiendo el collado.
El
arbolado era más denso en esta nueva vertiente, que atravesamos brevemente en
diagonal hasta un nuevo cruce, donde seguimos la pista que traíamos (NO), pasando
a través de una cancela.
Entramos
entonces en una ladera abierta, de suave pendiente, ocupada por un pinar con
signos evidentes de estar trabajado.
Salimos
del bosque, cruzando otra cancela, a los despejados campos de Matazarzal. La
estepa se veía ya cercana, e incluso llegábamos a distinguir la torre de la
Catedral de Segovia y la mole rosada del Palacio de Riofrío. Llegábamos al
final de la ruta. El camino nos llevó en una doble curva izquierda - derecha,
cruzando el Arroyo de las Víboras, antes de una nueva puerta.
A partir
de allí, el piso pasó a ser de grava y una nueva doble curva, pero al revés,
nos llevó a recruzar el mismo riachuelo antes de tomar dirección noroeste para
dejar atrás definitivamente la sierra.
Atravesábamos
ahora un terreno bastante poco montañero: el pie de monte es un plano de escasa
pendiente, poblado de pasto amarillo y encinas, que se desliza hacia el llano.
La pista
termina encontrándose con la N-603, la carretera de San Rafael a Segovia. La
cruzamos y, al otro lado, tomamos un sendero que, dejando a la izquierda un
murete de piedras, sale al oeste junto a una señal de stop. Por el mismo
llegamos enseguida a...
... otra
carretera, la SG-721. Tomándola a la derecha (N), cruzamos la autopista por un
paso inferior y recorrimos el kilómetro y pico que nos restaba hasta la
Estación de las Navas de Riofrío, donde llegamos a las tres menos diez de la
tarde. Faltaban pocos minutos para que llegara el tren por donde regresaríamos
a Cercedilla y eso que habíamos caminado a buen ritmo y sin parar demasiado.
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