Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: El principal
atractivo de esta excursión son las magníficas vistas sobre la Vega de Granada y
Sierra Nevada, además de un horizonte quebrado por las montañas que van de los Montes
de Málaga a Mágina, pasando por la Sierra Harana o las subbéticas de Córdoba.
El entorno está, si no degradado, sí muy transformado por la mano del hombre y,
si encontraremos pocos excursionistas, no será raro compartir la jornada con
moteros y cazadores si es temporada. Sin embargo, por lo primero que dije, creo
que merece la pena la visita a esta cumbre.
Respecto a la ruta, es
relativamente entretenida, al alcance de cualquier senderista en mediano estado
de forma. Además de las amplias panorámicas, se pasa por alguna antigüedad y
paraje curiosos. También, la soledad en el lomo sobre los pinares llega a ser
impresionante. Claro que a mí siempre me han fascinado esas extensas
desolaciones kársticas que culminan algunas sierras béticas, especialmente
cuando el viento bate bien fuerte; en esos lugares, la vivencia compensa de
aguantar el vendaval.
En el mapa que acompaña a
la descripción, he señalado con flecha azul un punto de arranque alternativo
para la ruta: ese lugar es accesible en coche y, si partí de Íllora, es porque
no lo sabía. El ahorro, ida y vuelta, es de unos 45 minutos y 160 m de desnivel
(subida y bajada). El único inconveniente sería perderse la vieja fuente de
Cerca del Padre, pero a ésta se llega en cinco minutos desde el cruce, si se
quiere ver. Si se sale de Íllora caminando, la alternativa que tomé de regreso
es bastante más práctica que la de la ida, también con un poco de ahorro de
desnivel y distancia; tenerlo en cuenta, aunque dejo reseñada la ruta tal como
la hice.
RELATO GRÁFICO:
Dieron
las diez de la mañana mientras atravesaba las estrechas calles de Íllora, viendo
al fondo las boscosas laderas de la Sierra de Parapanda. A pesar de la hora y
del sol ya alto, hacía frío todavía pero, a cambio, la jornada prometía: un día
claro y con la atmósfera transparente, ideal para visitar una cumbre cuyo mayor
atractivo es un horizonte despejado. Llegado a la Calle de la Joya, que corre
horizontal por lo alto del pueblo, la tomé hacia el oeste. A la salida del
casco urbano, la calle se prolonga por una pista de tierra. Sin embargo, ese
camino está cortado por una finca privada. Para salir de la población, al pasar
por un hueco entre las casas superiores, a través del cual veía un cerro
cercano coronado por una cruz, dejé la calle por la derecha (N) y...
...
remonté una árida ladera salpicada por unos pocos árboles raquíticos y
chumberas. En lo alto de la misma, reencontré la pista a la salida de la finca
de marras y la tomé a la derecha (NE), para...
...
rodear otro modesto cabezo, al cabo del cual, torcí a la izquierda (N) en un
desvío indicado al antiguo vertedero, hoy sellado. Enseguida salí a un
colladito desde donde se domina el Arroyo del Moral.
Delante, tenía
la sierra y, aunque la cumbre quedaba oculta, distinguía el cortafuegos por
donde habría de superar el pinar y la pista que conduce a su base. Bajé por una
empinada pendiente terrosa hacia...
... el
torrente, cuyo abrupto tajo tiene su encanto. Una vez junto al cauce, tomé a la
derecha (N) la senda que va junto la orilla, llegando enseguida al vado de
Cercas del Padre. Al otro lado, vi los muros de cantos que afirman un camino
que asciende por la ladera y, cruzando el arroyuelo, comencé a seguirlo.
No tardé
en encontrar una curiosa fuente con pilón hecho de losas de piedra unidas con
grapas, eficacísimo procedimiento de origen romano para obtener estanqueidad:
las grapas se fijan cuando están al rojo y, al enfriarse, se comprimen y
aplastan una lámina de estaño o plomo previamente colocada en la juntura.
Prueba de la bondad del método es que aún funciona.
Como se
puede ver, la construcción data de 1709, según una lápida bastante erosionada
que hay sobre el caño. La inscripción también específica, en una muy castiza
ortografía, que “NO CEPERMITE LABAR EN EFTE PILAR”.
A partir
de la fuente, el senderillo que sube del vado se transforma en pista de
cemento, por la cual fui ascendiendo al este entre olivares hasta el cruce con
una carretera, a la vista de nuevo de la cresta de la sierra. Por esa otra vía
regresaría por la tarde pero, de momento, proseguí recto (E), aproximándome a
las laderas cubiertas de pinos.
Al ganar
suavemente altura, comenzó a desvelarse a mi izquierda Sierra Nevada, por
encima de las lomas cercanas.
Próximo
el pie de monte, el carril, por entonces de tierra, giró a la izquierda y, tras
un tramo horizontal, acabó en un cortijo en La Hoja, muy cerca de la base de un
cortafuegos. Dejando la finca a la izquierda, me dirigí a ese ancho corte en el
bosque,...
... muy
empinado en algunas partes y recorrido por un trazo abierto por motos.
Precisamente, me encontré a un trío empeñado en pasar lo más recio de la
subida. Los motores se negaban y yo creo que acabé de desmoralizarlos cuando me
vieron pasar entre ellos caminando tan pancho: poco después se daban la vuelta.
De todas
formas, este cortafuegos es para tomárselo con calma. Además, merece la pena ir
parándose a mirar atrás un panorama cada vez más amplio. Poco antes de culminar
la cuesta, el trazo que iba siguiendo se desvió a la derecha, dibujando una
tendida diagonal bajo los pinos. Me pensé si seguir directamente el
cortafuegos, pues más arriba habría de volver a él, pero me pudo la comodidad y
me dejé llevar por ese rodeo, que acabó sacándome del bosque...
... al
borde de un rellano herboso: la Hoya de los Endrinos. Enfrente, donde vuelve a
erguirse la ladera, se levantaban...
... unos
rústicos refugios pastoriles. Por la factura y condiciones, parecían bastante
antiguos. Había un par de carteles pero no informaban de nada que no estuviera
a la vista, aparte de calificar las construcciones con la curiosa (y
desenfocada) expresión de “artesanía étnica”.
Atravesé
el claro hacia su extremo izquierdo (SO), por donde pasa el cortafuegos y,
entrando de nuevo en él, comencé a remontar lo que me quedaba.
Este otro
tramo no tiene nada que envidiar en pendiente al anterior pero, además, no
había traza y, en algún sitio, peñascos y zarzas hacían el paso incómodo,
aunque sin llegar a suponer obstáculo.
No sé si
fue el cortafuegos o el bosque lo que se acabó antes. El caso es que no tardé
en encontrarme fuera de aquél, siguiendo la línea eléctrica que lo recorre.
Estaba en una pendiente pedregosa más suave, salpicada por pinos dispersos y
muy cerca de una culminación aparente, hacia la cual continué subiendo. Al
perder la cubierta vegetal, el terreno mostraba con más claridad su carácter
kárstico y, aunque no vi formaciones espectaculares, pasé junto a algún que
otro canto curioso.
Al topar
con una pista horizontal, la tomé a la izquierda (SO), con objeto de rodear por
ese lado el Cerrajón, modesto mogote que me separaba de la cumbre. Durante el
recorrido de este carril, pasé por varios desvíos y bifurcaciones: en todos
seguí por la derecha.
El final
del rodeo se anunció cuando comencé a ver a mi derecha, sobre la copa de los
árboles, las numerosas y grandes antenas que se levantan en la cima:
servidumbres de las cimas destacadas a la vez que accesibles.
La
circunvalación acabó por meterme en la Hoya del Brezal, extenso y suave cóncavo
abierto entre Morrón y Cerrajón. Al llegar al fondo de la depresión, giré con
la pista a la derecha y la remonté hasta el collado cabecero.
Allí, al
dar vista al contrafuerte de Las Yeseras, dejé la pista por una senda que, a la
izquierda (NO),...
...
supera la ladera hacia la cumbre. En el inicio, la subida fue suave, a través
de...
... una
ladera desnuda, donde sólo crecían unos pocos arbolitos dispersos.
Al pie de
la roca, el sendero me llevó a rodear por la izquierda el cueto cimero y se
perdió ante las primeras instalaciones. Pero ya ahí el camino a seguir era
indudable: junto a las dos antenas más altas, alcancé a ver el vértice
geodésico, que resulta inalcanzable al estar dentro de una zona vallada.
Al llegar
lo más cerca que pude al hito cimero del Morrón, me asomé al suroeste, donde se
extiende la vega granadina bajo las sierras Harana y Nevada y con la modesta de
Elvira plantada en medio.
Alcazaba,
Mulhacén y Veleta se distinguían perfectamente. Girando la vista hacia la
derecha,...
... un
contraluz violento destacaba el perfil de la alineación que forman las sierras
malagueñas de Tejeda y Almijara, más allá de la extensa Hoya del Brezal.
Al oeste,
sobre un panorama de suaves lomas, destacaba el grupo de sierras en torno a la
Horconera, cumbre de la subbética cordobesa.
En fin,
al nordeste, hacia donde seguía mi camino, el horizonte se elevaba con las
montañas jiennenses. Pero la vista era breve sobre el cordal, interrumpida por
un vecino resalte. Al cabo de veinte minutos en la cumbre, me cansé de aguantar
el ventarrón helado del que, racheado como venía, era casi imposible
protegerse. Así que bajé de la cumbre y, dirigiéndome al desnivel precitado, lo
superé caminando por donde mejor me pareció.
Más allá,
se extiende una extensa loma hacia unas antenas más modestas que marcan la
situación del siguiente punto de referencia: el observatorio forestal donde
pensaba dejar la cresta. El terreno, sin plantear obstáculos, no era cómodo
para caminar, pues el suelo era irregular, sembrado de piedras y matojos. El
viento seguía soplando, a veces bastante fuerte, acentuando, junto a la
soledad, el carácter desolado de esta cuerda.
Mientras
avanzaba, pasé junto a una cantera de mármol, más allá de la cual se veía la
Sierra de Ahillo.
A partir
de la explotación, encontré un camino que iba en mi dirección y lo tomé. Desde
aquí, volviéndome, podía contemplar la urbanizada cumbre.
El carril
me dejó en la antedicha caseta de observación de Las Yeseras, que estaba
cerrada.
Como era
de esperar, una extensa vista se domina desde ese lugar: valles del Cubillas y
el Colomera, bajo un horizonte que va de la sierra de Alta Coloma a la de
Alhama.
También
veía desde allí mi ruta de regreso: descender al rellano árido que tenía a mis
pies, continuar bajando hasta el nivel de los olivares y tomar allí la
carretera que me conduciría a Íllora. Así, tras unos minutos, reemprendí la
marcha dejándome caer directamente al sudeste, por la ladera empinada y predominantemente
pedregosa, tras...
...
despedirme de la cumbre.
La bajada
fue rápida y poco incómoda, pese a la carencia de senda y a la fuerte pendiente
los 250 de descenso.
Hacia su
último tercio, me encontré otra de las enormes zanjas mineras y, rodeándola por
encima, terminé de bajar recorriendo su borde derecho, yendo a salir...
... junto
a una caseta, en un amplio rellano que se extiende bajo los desplomes
impresionantes de Las Yeseras.
A pocos
metros, una pista que va de nordeste a suroeste se bifurca precisamente allí,
como yendo a abrazar el Cerrajón. Giré a la derecha (SO) y me fui por el ramal
izquierdo (S), que me llevó...
... a
atravesar el rellano bajo paredes calizas.
Luego, se
acerca al borde del mismo y lo sigue.
Al pasar
sobre el arranque de una torrentera ancha y suave pero bien definida, dejé el
carril por la izquierda (SE) y descendí por ella, encontrado al poco una senda.
Ésta me llevó
en cómoda bajada hacia el pie de monte, donde huertos y arboledas se extendían
hasta un resalte que parecía marcar el límite entre monte y valle. Llegué
entonces al inicio de un ancho carril de tierra que, enseguida, desembocó en
otra pista horizontal, donde giré a la izquierda (N) para encontrarme a los
pocos metros ante el Cortijo Bajo de Pajuela.
Esa
construcción está abrazada por la curva de una carretera, que tomé a la derecha
(NE) para proseguir el suave descenso, llevando al fondo la Sierra Madrid,
estribación más oriental de la de Parapanda.
El
asfalto acabó, poco después, junto a una casa en construcción. Tomé allí una
senda que rodea el edificio por la derecha y prosigue ladera abajo entre olivos
hasta...
... una
segunda carretera, que alcancé al pie de un potente cantil. La tomé a la
derecha (S) y no tardé en salir a un terreno más despejado, cerca de...
... la
Fuente del Zumacal, que mana de un doble caño, en el fondo de un pozo de un par
de metros de profundidad. A diferencia de la otra que había pasado, ésta se
encuentra muy “retocada”, vandalismos aparte, y no posee el encanto de la que
encontré en Cercas del Padre, a pesar de que tampoco la hicieron ayer: 1887.
Luego, me
encontré caminando entre olivares, con Sierra Nevada ante los ojos. No tardé en
llegar a aquél primer cruce de pistas que había encontrado al poco de dejar
Íllora, cerrando la ruta. Girando a la izquierda (E), comencé a...
...
deshacer camino, pasando junto a la vieja fuente donde no se podía lavar y
llegando a Cercas del Padre. Allí, tras vadear el torrente, en vez de remontar
directamente la ladera del Cerro Joaquín, tomé a la derecha (SE) el camino que
sigue la ribera del riachuelo, que me pareció mejor forma de regresar.
En
efecto, cuando el tajo se estrecha, la vereda remonta la ladera pero cruza el
monte sin ganar tanta altura. Una vez arriba, me volví para echar un vistazo a
la sierra, donde podía con los ojos casi toda la ruta menos, precisamente, el paso
por cumbre.
Al otro
lado del lomo, me encontré junto a la cerca de la finca que cortaba la pista a
la salida del pueblo. Dejándola a la derecha, la fui rodeando hasta encontrarme
con su puerta superior. Allí, volví a tomar la ruta de ida, cruzando el carril
y bajando por la desolada pendiente de las chumberas por la que había dejado
Íllora esa mañana. Poco después entraba entre las casas del pueblo.
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