Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: En la cara
norte de Cabezas de Hierro podemos complicarnos la vida lo que queramos. Hay
trazados difíciles (la cascada) o sin apenas dificultad (vaguada de
Entrecabezas). Ésta que traigo aquí es una ruta clásica, más bien fácil pero
larga, que transcurre por lo más impresionante de estos parajes. El trazado
hace dos curvas para mantener la línea lógica de subida a través del tubo;
aquélla que evita, en lo posible, los tramos más empinados o dados a la
formación de cascadas. De todas formas, esto puede variar según las condiciones
de la nieve. Aunque hay catalogado un puñado de vías en ese pasillo, para mí
sólo cabe distinguir entre con o sin cascada; el resto, son tan parecidas en
pendiente y longitud, que no se trata más que de variaciones más o menos
aconsejables según espesor, distribución y calidad del manto nivoso. Y he
probado la mayoría.
Ya dije que era una ruta
más bien fácil y, de hecho, salvo el corto tramo a 45º, apenas diez metros,
todo el resto lo hice con el piolet en plan bastón. Con precaución, pues había
hielo, pero sin necesidad de emplear otra técnica que caminar. Diría incluso
que la mayor dificultad inevitable dentro del pasillo entre los Pulmones es dar
con la línea buena, la de menor pendiente y, luego, en las rampas de salida,
escoger la que lleva directo a de la cima. Así pues, la ascensión es más un
asunto de orientación e instinto, si es que no es lo mismo, que de técnica de
progresión.
RELATO GRÁFICO:
Dejé el
aparcamiento del Puerto de Cotos con las primeras luces del día, tomando la
carretera que va, al sur, hacia Valdesquí. La mañana, totalmente despejada, no
era, sin embargo, demasiado fría: apenas cero grados. Ya desde el inicio de la
excursión, iba viendo ya la helada cara norte de las Cabezas de Hierro por
encima de los pinos. Al cabo de aproximadamente un kilómetro, me desvié a la
izquierda (SE) por una pista cerrada con barrera.
Al
momento, me encontré en un pequeño alto, desde donde la vista se amplía. A la derecha,
apareció el circo que aloja la estación de esquí, mientras que, al otro lado,...
...
dominaba el barranco que baja al Valle del Lozoya y, más allá, las crestas de Ayllón
recibiendo el primer sol.
También
Peñalara iba dorándose a mi espalda.
Estaba
junto al Refugio del Pingarrón y, más allá, veía ahora más claramente las
Cabezas de Hierro. Destacaban allí, oscuros en la vertiente, los dos canchos
llamados Los Pulmones,...
... entre
los cuales pasa la ruta que pensaba ascender. Incluso distinguía el hito cimero
y, así, me detuve a ir calculando el trazado de la subida, buscando con los
ojos las zonas más blanqueadas.
Dejé el
refugio tomando un sendero balizado que, desde la puerta misma del edificio, se
interna en el pinar en ligera bajada al sur, camino del Circo de Las Cerradillas.
El
descenso me llevó ante el Arroyo de las Guarramillas, que crucé por una
pasarela.
Sigue luego una breve subida y un flanqueo a
través del pinar que cubre el espolón que baja al norte del Cerro de Valdemartín.
Traspuesto
el mismo, llegué una bifurcación, indicada con un postecillo. El camino de la
derecha continua a Las Cerradillas y, por él, regresaría más tarde. De momento,
tomé el de la izquierda (S), que...
...
pierde altura hacia el cauce del Arroyo de las Cerradillas, también con su
puentecillo.
El
riachuelo, semihelado, presentaba un atractivo aspecto.
Tras
cruzarlo, me encontré esta otra bifurcación, donde seguí por la derecha (E),
manteniendo cota a través del bosque. Aquí ya no se distinguía el trazo pero
una copiosa huella no dejaba lugar a dudas.
Tras
cruzar un par más de torrentes helados, me cortó el paso un cauce más importante,
que abre a su paso un considerable surco. Se trata del arroyo que baja del tubo
norte y, girando a la derecha (SE), comencé a remontarlo, siempre siguiendo
huella. Y menos mal que la había, pues las condiciones de la nieve no eran
demasiado buenas: pese al tiempo transcurrido desde la última nevada y las
heladas, persistían 30 ó 40 cm de polvo sobre el suelo irregular y era muy
incómodo caminar fuera de la traza.
Al
ratito, llegué a un claro, donde me encontré con uno de los varios grupos con
que me iría topando durante toda la ascensión. Sin ser un lugar de multitudes,
ésta es una ruta clásica y difícilmente se encontrará aquí la soledad un sábado
con nieve y buen tiempo. El tubo norte ya se iba viendo bastante cercano,
sobresaliendo sobre los últimos pinos.
Desde
este rellano, había también una estupenda vista de Peñalara y aproveché para
hacer otra parada, comer algo y, de paso, separarme un poco.
Cuando
dejé atrás los últimos pinos, pasé un pequeño lomo y la traza me llevó a
flanquear en subida muy suave la vertiente izquierda del torrente, acercándome
poco a poco al cauce hasta alcanzarlo y cruzarlo.
Podía ver
ya muy bien la cascada de hielo que suele formarse en la base del gran
corredor. Bajo la misma, pasaban de vez en cuando montañeros para rodearla por
la izquierda.
Una vez
al otro lado del torrente, inicié la subida hacia el tubo, a través de una
empinada pedrera, cuya travesía sin huella y con la nieve tan blanda y poco
espesa hubiera sido una tortura. Había comenzado la verdadera subida: 600 m de
desnivel me separaban de la cumbre, pero...
... de
momento, la pendiente no pasaba de 30º.Mientras ganaba altura, se iban
desvelando nuevas montañas. A mi izquierda, asomaba el Nevero, más abajo en el
Valle del Lozoya.
Al cabo,
llegué al pie de la cascada, que cubría, con algún hueco, una extensa llambria
suspendida. Colgando bonitamente del borde, numerosos carámbanos decoraban la
cosa.
Allí
empieza el tubo de verdad. Dejando la helada maravilla a mi derecha, tomé un
tubo poco marcado a pocos metros, por donde iba la huella. El mismo, gira
enseguida a la derecha y...
... se
empina, alcanzando los 45º durante una decena de metros. Aquí me encontré
algunas panzas de hielo pero tan pequeñas que pude superarlas pisando y
apoyándome sólo en la nieve.
A la
salida de ese tramo,...
... la
ladera se tiende un poco y vienen unos 100 m a menos de 40º, donde derivé a la
derecha con la huella. Ésta buscaba la nieve mejor y, aun así, en cuanto
apoyaba un pie fuera de la misma era para hundirme dos palmos en el polvo y tocar
la roca con los crampones. Sin embargo, la traza estaba bien.
A mi
derecha, por encima del Pulmón de ese lado, iba viendo ya la Mujer Muerta que,
dentro de los montes que podía distinguir, era el que tenía mejor pinta.
Caprichos de la nieve. Cerca ya de la roca, enderecé la trayectoria pendiente
arriba para salir del tubo.
Me
quedaban unos 60 m, en los que la pendiente fue disminuyendo poco a poco hasta
acabar en 30º o algo menos.
Desde lo
alto del pasillo, la vista hacia atrás, viendo lo ya subido bajo la mole de
Peñalara, era estupenda.
Estaba
fuera del corredor, pero aún me quedaban 100 m de desnivel, ya por una pala más
tendida, entre 20 y 25º, a la cumbre.
A mi
izquierda, divisaba ya un buen trozo de Valle del Lozoya bajo las cumbres de Peñalara,
el Nevero y La Muela.
Al otro
lado, Las Guarramillas y Valdemartín se habían unido a la Mujer Muerta. Incluso
veía el perfil de Gredos en el horizonte.
Los metros finales se anunciaron por la
escasez de nieve y el murmullo de voces que bajaban de la cumbre de Cabezas de
Hierro.
Al culminar,
el sol me golpeó en la cara y se extendió ante mis ojos la llanura brillante
más allá de las crestas de La Pedriza.
Sorprendentemente,
hacía incluso calor y no soplaba nada de aire. Pese a lo cual, el aire estaba
muy claro y la vista se extendía a gran distancia. Al oeste, más allá de la
Cabeza Menor y las Guarramillas, se llegaban a individualizar algunas cumbres
de Gredos.
La Mujer
Muerta se veía muy bien, lo mismo que...
...
Peñalara.
Al
nordeste, más allá del cordal principal del Guadarrama, se llegaban a distinguir
trozos del Urbión a través de los collados.
Para
cerrar la vuelta, al este se veía continuar la cuerda y, a la derecha, la
Pedriza y el Cerro de San Pedro.
Tras 45
minutos en la cumbre, emprendí el retorno, siguiendo el cordal al suroeste,
camino del collado de Entrecabezas. Allí giré a la derecha (NO), pero no para
dejarme caer por la vaguada, sino...
... para
trazar una diagonal a la izquierda, bajo la Cabeza Menor, hacia un rellano en
el lomo norte de dicho pico al. De ahí, cae al otro lado, al oeste,...
... el
tubo de Las Cerradillas. Descendí por él, bastante rápido, pues la nieve aquí
estaba ideal, perdiendo 200 m de desnivel...
... por pendientes
entre 20 y 25º.
Cuando
ésta se atenúa aún más, el tubo gira a la derecha y yo con él, con Peñalara
ante los ojos. Más adelante, la huella, que seguía el recorrido de lo que es un
sendero en verano, me separó del cauce para evitar la parte más cerrada del mismo.
Volviéndome,
veía quedar atrás el tubo por donde había bajado.
Pasando
un pequeño lomo, aparecieron a mi izquierda los resaltes de Las Cortadillas, la
parte más agreste de este circo.
Luego,
entré en el pinar y crucé varios torrentes, haciéndose el camino cada vez más
nítido. Por cierto, que es el mismo por el que había dejado el Pingarrón, así
que sólo me quedaba seguirlo.
No tardé
en llegar a la bifurcación de esa mañana, aquélla en que tomé a la izquierda.
En esta ocasión, seguí recto. A través de un hueco en los pinos, pude ver las
Cabezas de Hierro, entre el tubo norte y el de las Cerradillas; es decir, entre
las rutas de subida y bajada, ahora brillando por el sol.
Pronto
alcancé el Refugio del Pingarrón y me topé con una considerable multitud
disfrutando del sábado soleado. De ahí salí a la carretera de Valdesquí, por
donde regresé al Puerto de Cotos.
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