Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: El Morrón de
Caparrós es, según el IGN, siete metros más alto que el de la Cruz; mi GPS
reducía la diferencia a cuatro, pero en el mismo sentido. Creo, por tanto, que
se puede asegurar que aquél es el pico más alto de esta Sierra del Saliente.
Sin embargo, la cima conocida y visitada es la segunda: vértice geodésico mucho
más accesible a partir de un santuario popular en la zona, así que no es de
extrañar que ese segundón se quedara con la fama. De hecho, no había ninguna
señal en la cumbre del Morrón de Caparrós: ni un humilde montoncito de piedras
(ojo; en 2014). Tampoco se veían otros indicios de paso frecuente (cáscaras de
pistachos, algún envoltorio olvidado, un viejo tapón... ¡nada de nada!). Y así
la dejé. Por supuesto, no vi un solo hito ni marca de pintura en toda la ruta.
No dudo de que aquí habrá subido gente antes, pero me da la impresión de que la
soledad está garantizada en el Morrón de Caparrós. No así en el de la Cruz, que contaba incluso con libro de firmas.
La visita al Morrón de la
Cruz, más que por el pico en sí, se justifica por la entretenida y panorámica
cresta que lo une a su hermano mayor, mayormente formada por una sucesión de
crestones rocosos fáciles y divertidos. La mayor parte tienen el ancho y
regularidad suficiente como para caminar por su lomo deleitándose con el
paisaje y sintiendo un poco de vacío. Un lujo a su alcance, oiga. Y, aunque
resulta bastante asequible, exige costumbre de pasar por terrenos variados y no
tener vértigo.
RELATO GRÁFICO:
Lloviznaba
cuando llegué al Cortijo de la Fuente. Vaya día; no hacía viento y frío como la
víspera en el Argerín, pero tampoco es que el panorama fuera como para
animarse. Esto es lo que se veía mirando al norte, hacia el cordal de Orce y
María, al otro lado del valle.
Comencé a
caminar al suroeste de la pista por el Camino de los Cerricos, que va paralelo
a la sierra. No tardé en llegar a la salida, a la izquierda (SE), de...
... un
camino más modesto que se dirige a la sierra. Lo tomé y me fui acercando al
primer hito de la jornada: el Cerro del Capitán, pequeño apéndice de la sierra
que se identifica muy bien por el pequeño edificio que se eleva en su cima.
En un
collado, me encontré con una bifurcación marcada por un hito (el único en todo
el día). Continué por la izquierda (E), llevándome este nuevo camino a subir
por derecho, entre pinitos de repoblación. Había dejado de llover y llevaba
camino de despejar, así que paré a quitarme la capa de agua y, de paso, me volví
a contemplar el cortijo de donde había partido y, más allá, las sombras de
algunas de las modestas montañas isla que se elevan en el llano entre las sierras
de las Estancias y María.
Parecía
aclarar, pero muy poco a poco. Al suroeste, me llamó la atención la altivez de
un cerro cercano, que identifiqué como El Picacho, o vértice Roza, en la zona
de Los Cerricos. Más allá, y como pasaba el día anterior, otra pirámide
dominaba el horizonte lejano, inundado de sol: la Tetica de Bacares, en la
Sierra de los Filabres, a 40 km en línea recta.
Ante mí,
al sur, se alzaba la Sierra del Saliente, al otro lado de una depresión y acabé
de planear la subida: de la cima del Morrón de Caparrós caía, a la derecha y
apuntando hacia donde yo estaba, un lomo con una definida arista de roca en su
mitad superior. Me dirigí al pie de la misma, comenzando por bajar hacia el
campo de almendros que ocupaba el collado, a través de una empinada ladera
cubierta de pasto y piedras. Un vez en la linde, que alcancé en el fondo de la
vaguada, la seguí a la derecha (S) ascendiendo muy suavemente, hasta su esquina
superior derecha, desde donde...
...
proseguí la subida, que se empinaba progresivamente, siguiendo la cuerda. Ésta
es ancha y alomada en su base, poco definida, y el terreno es pedregoso y árido
pero bastante estable. Al ir ganando altitud, se fueron descubriendo a mi
izquierda...
... las moles
del Maimón, en la Sierra de María, y la Muela Grande, en la del Gigante.
Parecía que el tiempo hoy se iba a portar mejor. Al otro lado,...
... el
crestón más alto entre los dos morrones (1.481), se mostraba muy airoso por
encima de un descarnado barranco. Y, si me volvía del todo a tomar aire, podía
ver...
... cómo
el llano del que había partido aparecía cada vez más claro aunque, al otro
lado, el cordal de Orce y María seguían bien cubiertas por un denso y oscuro
palio.
Hacia los
1.350 m de altitud y a falta de 150 de desnivel, topé con la roca. Ésta se
presentó en forma de canchos poco sobresalientes y bastante tendidos, que pude
recorrer caminando por sus lomos.
De todas
formas, a los lados, especialmente el derecho, el terreno regular y despejado
permitía una andadura más cómoda aún. Pero creo que es más divertido por la
cuerda que, por otra parte, no puede ser más fácil.
Llegando
cerca de la cima, empecé a poder ver bien, a mi derecha, la cresta que separa
el Morrón de Caparrós del de la Cruz, con el primero de los crestones que
surgen en la misma muy cercano. Las nubes estaban clareando, apenas soplaba
viento y la temperatura era agradable. Perfecto, salvo...
... al
norte, donde el panorama seguía oscuro, más allá del páramo intermedio. Éste me
impresionaba por su carácter, más que llano, liso; no me acostumbro a ver
terreno sin ondular.
En los 15
metros finales, la arista rocosa se yergue y estrecha un tanto, y tuve que
gatear para superarla. Tras ese último paso,...
...
alcancé la extensa cima del Morrón de Caparrós, donde, como ya dije, no
encontré ningún tipo de marca. Tampoco huellas de paso gente. Se ve que es poco
visitada. Estuve un buen rato, más que descansando, ocupado en pensar en mis
cosas y recorriendo con los ojos el horizonte. Volviéndome al suroeste...
... podía
ver la Piedra Lobera, iluminada por el sol, asomando sobre las estribaciones
occidentales de la Sierra de las Estancias. Más a la derecha, al norte,...
... la
llanura aparecía aún más irreal al quedar las montañas del otro lado ocultas
por las nubes.
Del
cordal de Orce - María sólo se llegaba a distinguir la silueta oscura e
imprecisa de la Sierra del Gigante. Más a la derecha, la sierra se prolongaba
hacia la Piedra del Águila, que marca su extremo oriental.
Al este,
el contraluz destacaba el perfil de modestas sierras costeras sin dejar
distinguir el mar.
Finalmente,
al sur, se abría el Valle del Almanzora, limitado al otro lado por el largo
cordal de los Filabres.
Reemprendí
el camino, recorriendo el cordal al suroeste, hacia el Morrón de la Cruz. En
primer lugar, perdí altura por...
... unas
empinadas placas de roca, que me dejaron ante un breve corredor, por el que
terminé de bajar hasta...
... el
pie de la pirámide cimera. Me encontré allí con...
... un
primer crestón de roca, de lomo horizontal, regular y bastante ancho. Es sólo
un poco aéreo y pasé caminando sin más.
A la
salida de la primera horcada (1.443), vi esta curiosa aguja a mi derecha.
A
continuación, el cancho se irguió en el paso más difícil del recorrido: un
resalte de cuatro metros de altura, presas abundantes y firmes y poca
exposición (II). El mismo me dio acceso a...
... la
culminación de un segundo crestón (1.457), desde donde me volví a mirar la
cumbre. ¡Qué pico más bonito!
Este
cancho sigue la tónica del anterior: lomo de roca con algún obstáculo de mínima
dificultad (I), todos bajos, aunque...
... algún
pasaje era vertiginoso.
Al final
del cancho, la cuerda se aloma y se comba en un amplio collado. Tras el mismo,
vino una subida de...
...
pendiente llevadera y sin obstáculos.
Al
disminuir la pendiente, reapareció la roca, con la tónica conocida, al tiempo
que descubrí más allá de este tercer crestón, el Morrón de la Cruz, con su hito
destacando en lo alto. En este tramo, encontré una cueva que se abre en plena
cresta y que, al asomarme, no llegué a verle el fondo.
También,
la sección más aérea del recorrido, aunque el filo de la roca carecía de
obstáculos.
A mi
derecha, se extendía el altiplano entre los dos cordales de Las Estancias y
Orce.
Cuando se
acabó la roca, volvió el terreno alomado de tierra compacta y pasto clareado.
Sólo me quedó trasponer un último collado para alcanzar la cima del Morrón de
la Cruz. Aparte del hito topográfico y una caseta que debe ser algún tipo de
repetidor, encontré un libro de firmas del Club de Montaña Desamparados, bien
resguardado en un bidón de plástico. Se ve que este pico es más visitado que,...
... el de
Caparrós, que presentaba un aspecto ya definitivamente magnífico. Coincidiendo
con la llegada a esta cima, por cierto, dejaron las nubes pasar al sol. ¿Qué
más podía pedir?
Pasé aquí
otro buen rato pues nuevos detalles del paisaje se presentaban ahora a la
vista. Por ejemplo, al este, tenía a mis pies este curioso llano arrugado.
Al sur,
la Sierra de los Filabres llenaba el horizonte más allá del cercano Peñón de la
Chaparra, atractivo cerro que mostraba una bonita cara rocosa sobre una de las
escasas masas forestales del área. En la Sierra de los Filabres, sólo destacaba
un cono solitario:...
... la
Tetica de Bacares.
Al oeste,
más allá de la cárcava del Monte Zurrio y de la sombría Piedra Lobera, las
nieves de la Sierra de Baza asomaban bajo las nubes que tapaban la cresta.
Y, del
páramo al norte, ¿qué voy a decir?
Llegaba
el momento de regresar y lo hice volviendo unos metros atrás por la cresta,
para dejarme caer por lo alto de un contrafuerte que cae al noroeste, rampa
empinada pero regular de tierra compacta sembrada de matojos raquíticos y
guijarros. Desde el inicio del descenso veía dos elementos clave: una
repoblación de pinos, que atravesaría, y el Cortijo de la Fuente, muy a la
derecha.
Cuando afloró
la roca, sin suponer obstáculo y la pendiente aumentó hasta que no pude bajar caminando,
giré a la derecha (N) y descendí por una ladera muy empinada y bastante suelta
al fondo de...
... la
torrentera que llevaba a ese lado. La crucé y me encaramé al siguiente lomo.
Continué
el descenso al otro lado, manteniendo la dirección norte para cruzar el
siguiente cóncavo y ganar un tercer lomo, de curvatura y pendiente más suaves
que los anteriores. Por lo alto del mismo...
...
terminé de bajar hasta el llano. Una vez al pie de la ladera, me acerqué al
torrente seco que llevaba a mi derecha y me dejé guiar por él en una suave
bajada hasta dar con un deteriorado camino, que alcancé cerca de la linde de la
plantación de pinos que veía desde arriba. Tomando el carril a la derecha (NE),
entré...
... entre
los arbolitos, no sin antes echar una mirada atrás, al...
...
Morrón de la Cruz y la ladera por donde acababa de descender.
El camino
no estaba muy pisado, pero servía para atravesar con comodidad esta
repoblación, bastante poco próspera, algo normal dadas las condiciones del
lugar.
Lo que sí
se dan bien son las plantas aromáticas: el olor a tomillo, sobre todo, pero
también a romero o espliego era intensísimo bajo el Morrón de Caparrós. Luego
encontré la causa, en forma de cartel prohibiendo su recolección. Lo había
visto con setas o piña, pero no con esto.
Al cabo,
salí de entre los pinos frente a unas construcciones al pie del Cerro del
Capitán. Aquí el camino gira a la izquierda y se dirige al norte.
No tardé
en llegar cerca de la segunda bifurcación que había tomado esa mañana, sólo que
ahora regresaba por el otro ramal. Encontrándose en un alto entre el Capitán y
otro cerrillo anónimo, era un buen mirador hacia la cresta recorrida.
Ya sólo
me quedaba deshacer camino durante pocos minutos para estar de vuelta en el
Cortijo de la Fuente. Al fondo, las nubes seguían cubriendo la Sierra de María.
Yo mismo entraba bajo su sombra, dejando atrás la luz alegre que había
disfrutado mientras recorría el cordal de la Sierra del Saliente.
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