Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Itinerario
montañero con dificultad nula sin nieve y mínima cuando ésta cubre las laderas,
ya que no hay pendientes demasiado acusadas ni pasos muy expuestos. La
orientación es también sumamente fácil, pues consiste únicamente en dejarse
llevar por los valles y la cresta. En las partes bajas tanto del Arroyo de la
Braña del Monte como del Busmori, la pérdida de sendas en zonas de vegetación
densa o pedregal hacen el paso incómodo. Pero tampoco mucho. Por otro lado, el
entorno es hermoso y, las vistas desde la cumbre, extensas y bellas. En suma,
en condiciones invernales, resulta una bonita ruta, muy probablemente solitaria.
Pues no debe ir mucha
gente por esta zona: no vi marcas de pintura; las sendas eran precarias y, si
bien me encontré algunos hitos, estaban tan separados que debían haberse
perdido muchos. De hecho, en mis varias visitas a estos montes, la mayoría invernales,
pero también en primavera y verano, no me cruzado con casi nadie y los pocos
encuentros fueron en el valle. En esta concreta salida, la nieve sin huellas,
el silencio en el interior acolchado de los barrancos y la luz apagada por el
tamiz de las nubes conformaban un ambiente imponente, un poco irreal, como de
tiempo suspendido, como pocas veces he encontrado. Un lujo de montaña… y de
día, claro.
RELATO GRÁFICO:
Partí de
Valdeprado por una pista que sale casi enfrente del bar que hay sobre la infame
carreterita que recorre este encajonado valle. El día estaba gris, pero, sin
viento, la temperatura era agradable para caminar y, sobre mí, las nubes
dejaban huecos suficientes para distinguir las crestas de las montañas.
El
carril, tras un corto rodeo al sur, gira a la derecha (O) y remonta el Arroyo
de la Braña del Monte junto a unas casas, hasta acabar junto a la última. A
partir de allí, se prolonga como un camino más estrecho que sube suavemente,
paralelo a un murete de piedra, entre la densa vegetación de jóvenes robles y
diverso matorral que puebla la vertiente izquierda del barranco.
Según
quedaban atrás los campos, la senda se volvía aún más precaria, al tiempo que
se cubría de nieve, sobre la que el agua, al chorrear, dibujaba un trazo verde.
Aquel comienzo de primavera fue retornar al invierno; en la luz apagada, la
visión de los árboles desnudos enfriaba más que la temperatura real y hacía
resaltar los colores intensos y brillantes de los acebos.
Al compás
marcado por el terreno, la senda me fue acercando y separando del cauce del
arroyo, aunque sin cruzarlo nunca, hasta que terminó por desaparecer. A partir
de ese momento, proseguí barranco arriba, caminando por donde mejor me pareció;
aunque vi algunos hitos, éstos desaparecían durante largos trechos, con lo que no
resultaban muy útiles. Había ganado bastante altura y, volviéndome, veía los
campos del fondo del valle y la vertiente opuesta.
A mi
derecha, las nubes habían bajado y ocultaban la cresta rocosa que me dominaba.
No pude evitar recordar la visita anterior en que, en una mañana parecida, la
niebla densa y una ventisca me hicieron bajar antes de tiempo. El piso se hacía
pedregoso y la vegetación disminuía en porte y densidad al subir, de modo que
ya no tenía que ir buscando los huecos en el matorral. Pero el avance no se
hizo cómodo por ello: la capa poco espesa de nieve blanda que cubría los cantos
era más inconveniente que ayuda.
Donde el
barranco se empina hasta formar un pequeño escalón, giré a la derecha (N) y,
separándome del torrente, remonté una pedrera de mediana inclinación, llevando
a la izquierda la linde de un bosquecillo de jovencísimos abedules. Cuando me
encontré ante una banda de matorral cerrado, busqué a mi izquierda (O) un paso
entre la cerrada masa de arbolitos. Tras el bosquete, que apenas serían veinte
metros, salí a…
… un
rellano nevado en cuyo centro se levantan unas mínimas ruinas: los restos de la
Braña del Monte, a que debe su nombre al arroyo. Continué adelante, girando con
el barranco a la derecha (NO), y cruzando el cauce para…
…
afrontar la subida de un tramo más abierto y despejado, hacia un portillo que
medio tapaban algunas lomas más cercanas y donde el vallecito parecía volver a
cambiar de dirección. La nieve era ahora más espesa, de modo que ya no sentía
el suelo al caminar, pero continuaba blanda y, sin una sola huella a la vista,
comencé a hundirme bastante por encima del tobillo. Pareciéndome un buen lugar
para una parada prolongada, aproveché para desayunar y ponerme las raquetas,
mientras paseaba la vista alrededor de …
… esta
cuenca cerrada y silenciosa, cuya blancura se rompía bajo las peñas de La
Cornadiella por grupos de hayas desnudas. Aunque la atmósfera era apacible, las
nubes bajas no dejaban de hacerme desconfiar del final de la ascensión.
Retomé la
subida, llevando ahora a mi derecha el torrente, que bajaba en pequeños saltos en
medio de la nieve.
Encontré
pendientes más intensas al acercarme a la boca del rellano donde está el Pozo
Cheiroso, aunque éstas sólo superaban los 30º ocasionalmente y durante pocos
metros. Al tiempo, las nubes se abrieron, dejando incluso ver retazos de azul sobre
los potentes canchos de mi derecha.
Mirando
abajo, veía el recodo del barranco y cómo la luz era más intensa en lo alto de
las laderas que en el valle de Valdeprado, oscurecido por un denso palio de
nubes bajas.
Buscando
la subida más cómoda, me había ido separando paulatinamente del torrente y me
encontré caminando sobre una terraza de la vertiente derecha. Ésta termina
justo cuando la ladera dobla a la izquierda, al curvarse el barranco para tomar
dirección oeste, en medio de un entorno cada vez más montañero. A mi derecha,…
… me
dominaban los canchos y corredores, espectaculares, que sostienen un pico de
1.888 m que, al parecer, es anónimo: un pastor de la zona que me encontré en
Susañe no supo decirme su nombre.
Tras la
curva del barranco, proseguí atravesando en diagonal la ladera nevada, hacia
una prominencia que se alza en mitad del vallecito, en el cierre de la laguna.
Pasando la zona de mayor pendiente lateral, donde se alcanzan los 40º, comencé
a encontrarme una capa de hielo por debajo de la nieve reciente y opté por
cambiar raquetas por crampones, pese a que seguía hundiéndome hasta media
pantorrilla.
Las nubes
seguían levantando y, al llegar a la cuenca que encierra el Pozo Cheiroso, pude
contemplar las cimas del Miro y la peña Boquín. La cantidad de nieve era tal
que no llegaba a distinguirse dónde estaba laguna.
Ante mí,
al oeste, se extendía una rampa blanca ligeramente ondulada que ascendía hacia el
cordal, alternando zonas de mediana pendiente con otras prácticamente llanas.
Me dirigí hacia el rellano que veía bajo un collado bien definido, dando un
rodeo por el lado izquierdo (meridional) del circo cabecero, buscando suavizar
la subida. Ésta se desarrolló por pendientes menores de 30º, aunque fue el tramo
más penoso de la ruta, pues la nieve polvo acumulada me llegaba casi a la
rodilla en ocasiones y no podía usar las raquetas debido al hielo que había
debajo.
La
intención era subir desde ahí directamente la cuerda, alcanzándola en su
depresión. Sin embargo, la presencia de cornisas me hizo cambiar de idea y
decidí, dando casi media vuelta,…
… ganar
los 80 m que me restaban por el contrafuerte de una ligera prominencia que veía
a mi izquierda. Así, subí en diagonal a ese lado (SO), encontrándome pendientes
entre los 30 y 40º; una nieve cada vez más consistente hasta dejar
prácticamente de hundirme, y acceso franco a la cresta.
Estaba
sobre el cordal principal de los Ancares Orientales, muy cerca y al sur del
Collado de la Bobia. Abajo dejaba el hoyo del Pozo Cheiroso dominado por las
cimas del Miro y el pico anónimo que, desde aquí, se descubría como poco
prominente (55 m en el mapa) pero bonito. Más allá, las nubes tapaban casi
todo, excepto un estrecho sector, sobre el Alto de Bismor, donde, entre las
cumbres más occidentales de la Cordillera Cantábrica, destaca apenas el Cueto
de Arbas.
Ya sólo
que quedó tomar la ancha cuerda a la derecha (N) y recorrerla con el único
cuidado de no acercarme demasiado al borde que daba sobre el Pozo Cheiroso,
donde podía ceder la cornisa. El tramo final, un poco más empinado y entre rocas,
…
… tampoco
presentaba una dificultad especial.
Junto al
escarchado hito cimero de El Miro, descubrí la silueta esbelta de la Peña
Boquín. Se estaba levantando viento, lo que limpiaba las nubes, pero hacía
también más desapacible la estancia en cresta. Pese a ello, estuve un rato en
cumbre, resguardado en una concavidad que había bajo la misma del lado oeste,
donde la visibilidad era todavía muy escasa.
Mejor
estaba el panorama al otro lado, donde ahora veía la mayor parte del barranco
que había remontado bajo el pico anónimo. Y, más allá, se iba desvelando la
Sierra de Gistreo.
Al norte,
más allá del vecino Cornón de Busmori, me llamó la atención una sobresaliente
pirámide: se trata del…
…
Caniellas, que asomaba sobre la monótona cresta de la Sierra de Degaña.
Al
nordeste, rematando un espolón desprendido de la divisoria, veía un airoso
picacho que, en la edición actual del mapa del IGN aparece como un metro más
alto que el propio Miro. Decidí comprobarlo y recorrí la cuerda entre una y
otra cima, descendiendo a la horcada intermedia por pendiente moderada (30º) y
ascendiendo a continuación a la Peña Boquín, medio caminando medio trepando por
el lomo donde se mezclaban nieve (40º) y cantos (I).
En la
cima, señalada por un humilde montoncito de piedras, comprobé que mi GPS
marcaba tres metros menos que junto al vértice del Miro que, además, a la vista
parecía también algo más alto; un factor importante.
Pero
dejemos las preocupaciones altimétricas. Lo cierto es que esta punta tiene un
estupendo panorama que, además, estaba cada vez más despejado, dejándome ver…
… el
cordal de los Ancares Orientales, que se curva al oeste sobre al Valle de
Fornela para ir a unirse con la Sierra de los Ancares propiamente dicha. En la
lejanía, llegaba a distinguir la pirámide del Miravalles.
Al
sureste, la Sierra de Gistreo estaba ya casi totalmente despejada, mostrando
algunas de sus cimas mayores. Más cerca, el pico anónimo, entre el Arroyo de
Braña Vieja y…
… el de
Busmori, por donde pensaba bajar a la Braña Susañe, visible 750 m más abajo. Y,
al otro lado del valle, la otra gran cumbre de la zona: el Bustatán, por detrás
del cual se extendían los montes de Laciana.
No estuve
aquí mucho tiempo, pues el día iba avanzando. Regresé sobre mis pasos al
collado intermedio entre el Miro y la Peña Boquín. Allí, giré a la derecha (O)
para bajar por la vaguada, teniendo enfrente el bonito cordal de la Sierra
Moreda y el más lejano del Rañadoiro, ya en Asturias. El inicio del descenso es
muy suave, pero, enseguida,…
… se
empina el terreno, llegando a alcanzar los 40º en algunos tramos. La capa
blanda tenía poco espesor y los crampones se clavaban bien en la inferior, así
que perdí altura con rapidez, llevando a la derecha…
… la
aguda cresta norte de Peña Boquín, que, estando en el Alto del Bigardón, me
había llamado la atención hacía ya 21 años.
Alcancé
el Arroyo Busmori en un cóncavo bajo el Cornón y, girando a la derecha (NE),
proseguí la bajada por el eje del tubo.
Caminaba
de nuevo en un valle encajonado y a resguardo del viento, donde la atmósfera
inmóvil y la presencia de la nieve absorbían todo sonido. La Peña Boquín iba
variando de aspecto al rodearla.
Tras
pasar un rellano, vi en el fondo de la siguiente cuesta las ruinas de varias majadas
y el límite del arbolado.
Por
entonces, comencé a oír también el murmullo del agua bajo mis pies; un par de
huecos en la nieve confirmaron el aviso: el torrente corría bajo la nieve y,
prudentemente, tomé distancia del eje del barranco.
El agua
acabó asomando entre la nieve en el rellano, aquél de las ruinas, que iba
viendo.
Cada dos
por tres me iba parando para mirar atrás, pues la vista de la cresta que dejaba
me fascinaba.
Con la
pérdida de altitud, la vegetación se fue adueñando del paisaje. Yo continuaba
siguiendo el torrente, por una u otra orilla según fuera más cómodo. El
barranco iba alternando zonas más y menos abiertas, pero la belleza era
impresionante siempre. Si el silencio había sido sobrecogedor más arriba, el
canto del agua, a veces rumor, a veces estruendo en las cascadas, no era mala
compañía en mi descenso. No seguía una ruta definida y, si parece lógico que
alguna senda alcanzara la vieja braña de la cabecera del arroyo, no vi rastro
de la misma. Tampoco la busqué, sino que fui por donde mejor me pareció, guiado
sólo por el agua.
Ya cerca
del valle, me encontré sobre una senda. Igual la había estado siguiendo
inconscientemente desde hacía rato. Cuando uno intenta trazar un itinerario
lógico, suele suceder que acabe en un camino. La cosa es que, al retirarse la
nieve, encontré el trazo de una vereda que descendía en diagonal sobre la
vertiente izquierda.
El
caminillo desembocó en un carril más ancho al acabar la pendiente al borde del
llano de Trambasregueras, frente a un paisaje de campos y corrales. Salía de la
montaña. Tomando este nuevo camino a la izquierda (NE), me dirigí al fondo del
valle de Valdeprado, no sin antes darme la vuelta para...
...
despedirme del Miro y el Arroyo de Busmori.
Al dar
con la carretera que recorre el valle, la crucé, tomando al otro lado la pista
que da acceso a la Braña Susañe. Ante las primeras casas, crucé un puente sobre
el Río Valdeprado y seguí por la derecha (E) en una bifurcación. Atravesando el
caserío, hay otro par de cruces, en los que hay que tomar siempre el ramal
derecho para descender el valle.
A mi
derecha, el Arroyo de Busmori, enmarcado por las montañas, presentaba un
aspecto magnífico. Hay veces en que se siente cierta melancolía al acabar la ascensión.
El camino
me llevó por la vertiente derecha del Valdeprado, entre campos y, a veces,
junto a una acequia. Otras veces los piornos parecían a punto de comerse el
carril, pero éste permanecía claro y cómodo de transitar. Por aquí me encontré
al pastor, única persona que vi durante la jornada, que me aclaró los nombres
de ciertos lugares por los que había pasado, pero no supo decirme si lo tenía
el que hay sobre el Pozo Cheiroso.
Estuve un
buen rato de charla antes de continuar hacia la aldea de Valdeprado, que hube
de atravesar para alcanzar el aparcamiento del bar, inicio y fin de la ruta.
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