El Miro (1.985)

ASCENSIÓN DESDE VALDEPRADO

POR LOS ARROYOS DE LA BRAÑA DEL MONTE Y BISMORI (INVERNAL)

Los Montes Galaico-Leoneses se tocan con la Cordillera Cantábrica por un cordal que los Ancares proyectan al este, separando las cuencas de los ríos Ibias y Sil. La máxima cumbre de esta apartada comarca es El Miro, monte piramidal de caras surcadas por barrancos que alojan en sus cabeceras algunas pequeñas lagunas. Se mezclan en esta montaña características de ambas cordilleras: si, por un lado, las laderas son empinadas y, las crestas, agudas, por otro las curvas predominan sobre los ángulos y la roca sólo aflora en unas pocas crestas secundarias. Las zonas bajas están pobladas por robles y hayas, que son gradualmente sustituidos, con la altitud, primero por retamas y acebos y luego por hierba hasta las culminaciones.

La ruta combina los dos itinerarios más fáciles y naturales para alcanzar la cresta por la vertiente oriental de la montaña, siguiendo sendos barrancos. El inmediato al sur de la cumbre para subir y el del norte para bajar.

Peña Boquín y el Miro sobre la cabecera del Arroyo del Bigardón, vistos desde el norte

SITUACIÓN:

  • Zona: Los Ancares (Montes Galaico - Leoneses)
  • Unidad: Ancares Orientales
  • Base de partida: Valdeprado (León)
ACCESO: Valdeprado es una población del municipio leonés de Palacios del Sil situada en el noroeste de la provincia, a orillas del río del mismo nombre, que corre a través de las estribaciones meridionales de los Ancares Orientales. Sin entrar en el pueblo, lo ideal es aparcar ante el antiguo bar, cerrado hace años, pero que conservaba hace poco el cartel, situado junto a la carretera. Puedes calcular un itinerario desde tu lugar de origen al punto de partida de la ruta en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 1.116 / 1.985
  • Mi tiempo efectivo: 4h19
  • Mi tiempo total: 6h14
  • Dificultades: F, en las condiciones del día: nieve continua en casi todo el recorrido, con tramos helados y blandos de hasta 40 cm de profundidad. Pendientes de nieve de hasta 40º. Corta y fácil trepada por cantos con nieve (I).
  • Track para descargar en Wikiloc
Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: Salir de Valdeprado y remontar el Arroyo de la Braña del Monte, pasando por el Pozo Cheiroso, hasta llegar al Collado de la Bobia (F). Tomar la cresta a la derecha (N) para llegar a la cumbre de El Miro. Dirigirse por la arista que se desprende a la derecha (NE) a la Peña Boquín (F).

Desde esa punta, volver al collado intermedio y bajar por la vaguada derecha (NO), entrando en el Arroyo Busmori (F), que se sigue para regresar al valle. Al dar con la carretera, cruzarla y entrar en el caserío de la Braña Susañe, donde se toma a la derecha (SE) la pista que desciende por la vertiente izquierda del valle hasta Valdeprado.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: Itinerario montañero con dificultad nula sin nieve y mínima cuando ésta cubre las laderas, ya que no hay pendientes demasiado acusadas ni pasos muy expuestos. La orientación es también sumamente fácil, pues consiste únicamente en dejarse llevar por los valles y la cresta. En las partes bajas tanto del Arroyo de la Braña del Monte como del Busmori, la pérdida de sendas en zonas de vegetación densa o pedregal hacen el paso incómodo. Pero tampoco mucho. Por otro lado, el entorno es hermoso y, las vistas desde la cumbre, extensas y bellas. En suma, en condiciones invernales, resulta una bonita ruta, muy probablemente solitaria.

Pues no debe ir mucha gente por esta zona: no vi marcas de pintura; las sendas eran precarias y, si bien me encontré algunos hitos, estaban tan separados que debían haberse perdido muchos. De hecho, en mis varias visitas a estos montes, la mayoría invernales, pero también en primavera y verano, no me cruzado con casi nadie y los pocos encuentros fueron en el valle. En esta concreta salida, la nieve sin huellas, el silencio en el interior acolchado de los barrancos y la luz apagada por el tamiz de las nubes conformaban un ambiente imponente, un poco irreal, como de tiempo suspendido, como pocas veces he encontrado. Un lujo de montaña… y de día, claro.

RELATO GRÁFICO:

Partí de Valdeprado por una pista que sale casi enfrente del bar que hay sobre la infame carreterita que recorre este encajonado valle. El día estaba gris, pero, sin viento, la temperatura era agradable para caminar y, sobre mí, las nubes dejaban huecos suficientes para distinguir las crestas de las montañas.

El carril, tras un corto rodeo al sur, gira a la derecha (O) y remonta el Arroyo de la Braña del Monte junto a unas casas, hasta acabar junto a la última. A partir de allí, se prolonga como un camino más estrecho que sube suavemente, paralelo a un murete de piedra, entre la densa vegetación de jóvenes robles y diverso matorral que puebla la vertiente izquierda del barranco.

Según quedaban atrás los campos, la senda se volvía aún más precaria, al tiempo que se cubría de nieve, sobre la que el agua, al chorrear, dibujaba un trazo verde. Aquel comienzo de primavera fue retornar al invierno; en la luz apagada, la visión de los árboles desnudos enfriaba más que la temperatura real y hacía resaltar los colores intensos y brillantes de los acebos.

Al compás marcado por el terreno, la senda me fue acercando y separando del cauce del arroyo, aunque sin cruzarlo nunca, hasta que terminó por desaparecer. A partir de ese momento, proseguí barranco arriba, caminando por donde mejor me pareció; aunque vi algunos hitos, éstos desaparecían durante largos trechos, con lo que no resultaban muy útiles. Había ganado bastante altura y, volviéndome, veía los campos del fondo del valle y la vertiente opuesta.

A mi derecha, las nubes habían bajado y ocultaban la cresta rocosa que me dominaba. No pude evitar recordar la visita anterior en que, en una mañana parecida, la niebla densa y una ventisca me hicieron bajar antes de tiempo. El piso se hacía pedregoso y la vegetación disminuía en porte y densidad al subir, de modo que ya no tenía que ir buscando los huecos en el matorral. Pero el avance no se hizo cómodo por ello: la capa poco espesa de nieve blanda que cubría los cantos era más inconveniente que ayuda.

Donde el barranco se empina hasta formar un pequeño escalón, giré a la derecha (N) y, separándome del torrente, remonté una pedrera de mediana inclinación, llevando a la izquierda la linde de un bosquecillo de jovencísimos abedules. Cuando me encontré ante una banda de matorral cerrado, busqué a mi izquierda (O) un paso entre la cerrada masa de arbolitos. Tras el bosquete, que apenas serían veinte metros, salí a…

… un rellano nevado en cuyo centro se levantan unas mínimas ruinas: los restos de la Braña del Monte, a que debe su nombre al arroyo. Continué adelante, girando con el barranco a la derecha (NO), y cruzando el cauce para…

… afrontar la subida de un tramo más abierto y despejado, hacia un portillo que medio tapaban algunas lomas más cercanas y donde el vallecito parecía volver a cambiar de dirección. La nieve era ahora más espesa, de modo que ya no sentía el suelo al caminar, pero continuaba blanda y, sin una sola huella a la vista, comencé a hundirme bastante por encima del tobillo. Pareciéndome un buen lugar para una parada prolongada, aproveché para desayunar y ponerme las raquetas, mientras paseaba la vista alrededor de …

… esta cuenca cerrada y silenciosa, cuya blancura se rompía bajo las peñas de La Cornadiella por grupos de hayas desnudas. Aunque la atmósfera era apacible, las nubes bajas no dejaban de hacerme desconfiar del final de la ascensión.

Retomé la subida, llevando ahora a mi derecha el torrente, que bajaba en pequeños saltos en medio de la nieve.

Encontré pendientes más intensas al acercarme a la boca del rellano donde está el Pozo Cheiroso, aunque éstas sólo superaban los 30º ocasionalmente y durante pocos metros. Al tiempo, las nubes se abrieron, dejando incluso ver retazos de azul sobre los potentes canchos de mi derecha.

Mirando abajo, veía el recodo del barranco y cómo la luz era más intensa en lo alto de las laderas que en el valle de Valdeprado, oscurecido por un denso palio de nubes bajas.

Buscando la subida más cómoda, me había ido separando paulatinamente del torrente y me encontré caminando sobre una terraza de la vertiente derecha. Ésta termina justo cuando la ladera dobla a la izquierda, al curvarse el barranco para tomar dirección oeste, en medio de un entorno cada vez más montañero. A mi derecha,…

… me dominaban los canchos y corredores, espectaculares, que sostienen un pico de 1.888 m que, al parecer, es anónimo: un pastor de la zona que me encontré en Susañe no supo decirme su nombre.

Tras la curva del barranco, proseguí atravesando en diagonal la ladera nevada, hacia una prominencia que se alza en mitad del vallecito, en el cierre de la laguna. Pasando la zona de mayor pendiente lateral, donde se alcanzan los 40º, comencé a encontrarme una capa de hielo por debajo de la nieve reciente y opté por cambiar raquetas por crampones, pese a que seguía hundiéndome hasta media pantorrilla.

Las nubes seguían levantando y, al llegar a la cuenca que encierra el Pozo Cheiroso, pude contemplar las cimas del Miro y la peña Boquín. La cantidad de nieve era tal que no llegaba a distinguirse dónde estaba laguna.

Ante mí, al oeste, se extendía una rampa blanca ligeramente ondulada que ascendía hacia el cordal, alternando zonas de mediana pendiente con otras prácticamente llanas. Me dirigí hacia el rellano que veía bajo un collado bien definido, dando un rodeo por el lado izquierdo (meridional) del circo cabecero, buscando suavizar la subida. Ésta se desarrolló por pendientes menores de 30º, aunque fue el tramo más penoso de la ruta, pues la nieve polvo acumulada me llegaba casi a la rodilla en ocasiones y no podía usar las raquetas debido al hielo que había debajo.

La intención era subir desde ahí directamente la cuerda, alcanzándola en su depresión. Sin embargo, la presencia de cornisas me hizo cambiar de idea y decidí, dando casi media vuelta,…

… ganar los 80 m que me restaban por el contrafuerte de una ligera prominencia que veía a mi izquierda. Así, subí en diagonal a ese lado (SO), encontrándome pendientes entre los 30 y 40º; una nieve cada vez más consistente hasta dejar prácticamente de hundirme, y acceso franco a la cresta.

Estaba sobre el cordal principal de los Ancares Orientales, muy cerca y al sur del Collado de la Bobia. Abajo dejaba el hoyo del Pozo Cheiroso dominado por las cimas del Miro y el pico anónimo que, desde aquí, se descubría como poco prominente (55 m en el mapa) pero bonito. Más allá, las nubes tapaban casi todo, excepto un estrecho sector, sobre el Alto de Bismor, donde, entre las cumbres más occidentales de la Cordillera Cantábrica, destaca apenas el Cueto de Arbas.

Ya sólo que quedó tomar la ancha cuerda a la derecha (N) y recorrerla con el único cuidado de no acercarme demasiado al borde que daba sobre el Pozo Cheiroso, donde podía ceder la cornisa. El tramo final, un poco más empinado y entre rocas, …

… tampoco presentaba una dificultad especial.

Junto al escarchado hito cimero de El Miro, descubrí la silueta esbelta de la Peña Boquín. Se estaba levantando viento, lo que limpiaba las nubes, pero hacía también más desapacible la estancia en cresta. Pese a ello, estuve un rato en cumbre, resguardado en una concavidad que había bajo la misma del lado oeste, donde la visibilidad era todavía muy escasa.

Mejor estaba el panorama al otro lado, donde ahora veía la mayor parte del barranco que había remontado bajo el pico anónimo. Y, más allá, se iba desvelando la Sierra de Gistreo.

Al norte, más allá del vecino Cornón de Busmori, me llamó la atención una sobresaliente pirámide: se trata del…

… Caniellas, que asomaba sobre la monótona cresta de la Sierra de Degaña.

Al nordeste, rematando un espolón desprendido de la divisoria, veía un airoso picacho que, en la edición actual del mapa del IGN aparece como un metro más alto que el propio Miro. Decidí comprobarlo y recorrí la cuerda entre una y otra cima, descendiendo a la horcada intermedia por pendiente moderada (30º) y ascendiendo a continuación a la Peña Boquín, medio caminando medio trepando por el lomo donde se mezclaban nieve (40º) y cantos (I).

En la cima, señalada por un humilde montoncito de piedras, comprobé que mi GPS marcaba tres metros menos que junto al vértice del Miro que, además, a la vista parecía también algo más alto; un factor importante.

Pero dejemos las preocupaciones altimétricas. Lo cierto es que esta punta tiene un estupendo panorama que, además, estaba cada vez más despejado, dejándome ver…

… el cordal de los Ancares Orientales, que se curva al oeste sobre al Valle de Fornela para ir a unirse con la Sierra de los Ancares propiamente dicha. En la lejanía, llegaba a distinguir la pirámide del Miravalles.

Al sureste, la Sierra de Gistreo estaba ya casi totalmente despejada, mostrando algunas de sus cimas mayores. Más cerca, el pico anónimo, entre el Arroyo de Braña Vieja y…

… el de Busmori, por donde pensaba bajar a la Braña Susañe, visible 750 m más abajo. Y, al otro lado del valle, la otra gran cumbre de la zona: el Bustatán, por detrás del cual se extendían los montes de Laciana.

No estuve aquí mucho tiempo, pues el día iba avanzando. Regresé sobre mis pasos al collado intermedio entre el Miro y la Peña Boquín. Allí, giré a la derecha (O) para bajar por la vaguada, teniendo enfrente el bonito cordal de la Sierra Moreda y el más lejano del Rañadoiro, ya en Asturias. El inicio del descenso es muy suave, pero, enseguida,…

… se empina el terreno, llegando a alcanzar los 40º en algunos tramos. La capa blanda tenía poco espesor y los crampones se clavaban bien en la inferior, así que perdí altura con rapidez, llevando a la derecha…

… la aguda cresta norte de Peña Boquín, que, estando en el Alto del Bigardón, me había llamado la atención hacía ya 21 años.

Alcancé el Arroyo Busmori en un cóncavo bajo el Cornón y, girando a la derecha (NE), proseguí la bajada por el eje del tubo.

Caminaba de nuevo en un valle encajonado y a resguardo del viento, donde la atmósfera inmóvil y la presencia de la nieve absorbían todo sonido. La Peña Boquín iba variando de aspecto al rodearla.

Tras pasar un rellano, vi en el fondo de la siguiente cuesta las ruinas de varias majadas y el límite del arbolado.

Por entonces, comencé a oír también el murmullo del agua bajo mis pies; un par de huecos en la nieve confirmaron el aviso: el torrente corría bajo la nieve y, prudentemente, tomé distancia del eje del barranco.

El agua acabó asomando entre la nieve en el rellano, aquél de las ruinas, que iba viendo.

Cada dos por tres me iba parando para mirar atrás, pues la vista de la cresta que dejaba me fascinaba.

Con la pérdida de altitud, la vegetación se fue adueñando del paisaje. Yo continuaba siguiendo el torrente, por una u otra orilla según fuera más cómodo. El barranco iba alternando zonas más y menos abiertas, pero la belleza era impresionante siempre. Si el silencio había sido sobrecogedor más arriba, el canto del agua, a veces rumor, a veces estruendo en las cascadas, no era mala compañía en mi descenso. No seguía una ruta definida y, si parece lógico que alguna senda alcanzara la vieja braña de la cabecera del arroyo, no vi rastro de la misma. Tampoco la busqué, sino que fui por donde mejor me pareció, guiado sólo por el agua.

Ya cerca del valle, me encontré sobre una senda. Igual la había estado siguiendo inconscientemente desde hacía rato. Cuando uno intenta trazar un itinerario lógico, suele suceder que acabe en un camino. La cosa es que, al retirarse la nieve, encontré el trazo de una vereda que descendía en diagonal sobre la vertiente izquierda.

El caminillo desembocó en un carril más ancho al acabar la pendiente al borde del llano de Trambasregueras, frente a un paisaje de campos y corrales. Salía de la montaña. Tomando este nuevo camino a la izquierda (NE), me dirigí al fondo del valle de Valdeprado, no sin antes darme la vuelta para...

... despedirme del Miro y el Arroyo de Busmori.

Al dar con la carretera que recorre el valle, la crucé, tomando al otro lado la pista que da acceso a la Braña Susañe. Ante las primeras casas, crucé un puente sobre el Río Valdeprado y seguí por la derecha (E) en una bifurcación. Atravesando el caserío, hay otro par de cruces, en los que hay que tomar siempre el ramal derecho para descender el valle.

A mi derecha, el Arroyo de Busmori, enmarcado por las montañas, presentaba un aspecto magnífico. Hay veces en que se siente cierta melancolía al  acabar la ascensión.

El camino me llevó por la vertiente derecha del Valdeprado, entre campos y, a veces, junto a una acequia. Otras veces los piornos parecían a punto de comerse el carril, pero éste permanecía claro y cómodo de transitar. Por aquí me encontré al pastor, única persona que vi durante la jornada, que me aclaró los nombres de ciertos lugares por los que había pasado, pero no supo decirme si lo tenía el que hay sobre el Pozo Cheiroso.

Estuve un buen rato de charla antes de continuar hacia la aldea de Valdeprado, que hube de atravesar para alcanzar el aparcamiento del bar, inicio y fin de la ruta.

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