Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Puede
llegarse en coche hasta pocos metros la cima del Jabalcón pero merece la pena
salvar caminando, al menos, el desnivel que separa su cresta de la base de las
paredes que la sustentan, laderas pródigas en rincones amenos y amplias
panorámicas. Incluye tramos de pista donde nos podemos encontrar con vehículos
a motor pero yo tuve la suerte de no cruzarme con ninguno, si bien fui un
lunes.
La ruta que propongo
carece de dificultad en la mayor parte de su recorrido, presentando sus únicos
obstáculos en la subida de la arista norte del Morrón del Fraile, subida de la
que no he encontrado otras referencias que ésta. Desde luego, no había hitos ni
marcas en la zona central y más abrupta de la misma. Aun así, la ruta creo que
puede ser acometida por montañeros habituados a la “pequeña escalada”.
Si se busca algo aún más
fácil sin renunciar a una jornada de montaña completa, al rodear la arista
norte se puede continuar más allá por la pista, entrando en la vertiente
occidental, hasta una senda que remonta la Hoya Varea y sale al collado entre
el Morrón del Fraile y el Jabalcón. Así, se evita toda la dificultad sin dejar
de disfrutar de los principales atractivos de la ruta. Aunque renunciando al
ambiente agreste de la arista norte y esa indefinible sensación que se tiene al
transitar fuera de las rutas marcadas.
RELATO GRÁFICO:
El día se
anunciaba prometedor: una fría y despejada mañana de invierno, sin una nube en
el cielo y, lo que es menos frecuente, el viento casi en calma, cuando aparqué
ante la puerta del recinto de la Balsas del Corral de los Romanos, dominadas
por los desplomes de la Piedra de los Alcones y las antenas de la punta sur del
Jabalcón.
Comencé a
caminar siguiendo la carretera que me había llevado hasta allí y que, ahora, va
faldeando horizontal la vertiente oriental del Jabalcón, justo en el límite
entre sus laderas y el pie de monte, que, a mi derecha,...
... se
extendía hasta la Sierra de Baza y...
... las
de María y las Estancias.
Al doblar
un espolón, entré en el cóncavo de Los Torilones y vino a añadirse a esas
vistas la silueta de La Sagra, que destacaba descomunal y solitaria contra el
cielo.
En una
bifurcación, dejé el asfalto por una pista de tierra que sale a la derecha (N)
y continúa recorriendo la base de la montaña. Al pie del espectacular lienzo de
roca anaranjada llamado Peñón de la Plaza, el carril pasa por una collada,
dejando a la derecha, del lado del valle, un modesto cancho destacado del
espolón. Merece la pena desviarse para alcanzar, por una recia pero breve rampa
de bloques, la cúspide de esa cota 1.019, obteniendo como recompensa...
... una
bonita vista de la vertiente oriental del Jabalcón, aunque la cumbre quedaba
oculta por la perspectiva.
Y, justo
enfrente, el espectacular Peñón de la Plaza, en realidad un modesto espolón del
Morrón del Fraile.
Me había
costado unos tres cuartos de hora llegar allí, así que me tomé un corto respiro
antes de regresar a la pista y continuar la andadura, que ahora transcurría al
noroeste a través de un denso pinar, siempre en suave ascenso.
Al poco
de pasar un desvío a la izquierda, que conduce a unas casas cercanas, el carril
giró al mismo lado y empezó a bajar al rodear el extremo septentrional del
monte. Al mismo tiempo, el bosque se despejó, dejándome ver delante la Sierra
de Mágina. Estaba a unos 1.000 m de altitud y era el momento de dejar el camino
por la izquierda (SO), para...
... subir
directamente por la arista norte, que en su arranque es un amplio lomo
pedregoso de mediana pendiente. Pronto, se desplegó a mi derecha,...
... por
encima de la copa de los árboles y al otro lado del Embalse del Negratín, un
arrugado paisaje de badlands que se
extiende hacia la Sierra de Mágina y otro monte tan aislado como éste al que
estaba ascendiendo: el Cerro Postrero.
Después
de ese inicio de subida, encontré un rellano de pasto, tras el que el terreno
volvía a empinarse. Apareció el crestón calizo que define la arista pero que se
puede evitar, caminando por una rampa al lado izquierdo, hasta los 1.150 m de
altitud.
Allí, un
resalte me cerró el paso y hube de acometer la primera trepada del día,
sumamente fácil, pues por la derecha de la panza de roca más considerable el
desnivel se divide en una serie de escalones fáciles (I) de poco más de un
metro.
Superados
así unos 50 m, al pasar una ligera prominencia merece la pena volverse para
contemplar el tramo ascendido, que ya era casi la mitad del desnivel de la
arista.
Pero
faltaba precisamente lo mejor. A 1.225 m de altitud, me encontré en una brecha
cuya salida estaba defendida por un muro extraplomado y liso de 12 ó 15 metros.
Resolví el paso desviándome a la derecha de la arista para rodear el siguiente
risco por una repisa que desciende ligeramente entre retoños de encinas y
frente a una llamativa ladera trufada de canchos entre los pinos.
Ya en
plena vertiente oeste, el flanqueo acaba con una corta subida para ganar otra
horcada, abierta al pie de una pared vertical. Pese a su aspecto impresionante,
encontré en su lado izquierdo, justo sobre la brecha,...
... un
punto débil: un muro de 10 m de altura, casi vertical pero con buenos apoyos
(II).
Sigue
otra decena de metros por un lomo tendido pero más liso (II-), que me dejó en
una pequeña culminación.
A
continuación, la arista se hace más fácil, formada por bloques (I), que se
alternaban en tramos horizontales y cortos resaltes, en un entorno de gran
belleza, tanto por la cercana combinación y roca y verdor, como...
... por la
amplitud de las vistas sobre el llano y sierras circundantes. Ésta fue sin duda
la parte más bonita de la ruta; precisamente aquélla de la que no he encontrado
referencias y que, aparentemente, no debe visitar casi nadie.
Pero todo
acaba, especialmente lo bueno. El crestón fue perdiendo potencia hasta
desaparecer bajo tierra hacia los 1.300 m de altitud. Desde el último canto, el
panorama al norte era asombroso: la Sagra, flanqueada por las sierras de
Castril, a un lado, y Taibilla y Moratalla al otro, servía de fondo a un
arrugado paisaje arcilloso, donde ríos de escaso caudal habían trazado anchas
avenidas de fondo plano, en las que se apretujaban las huertas.
Los cien
metros que me restaban para culminar la arista, transcurrieron por un ancho
lomo de pendiente moderada densamente cubierto de encinas rastreras entre las
que, con paciencia, pude encontrar huecos suficientes para pasar sin pelea.
Alcancé la cresta en el Morrón del Fraile, desde donde contemplé, por primera
vez en el día, la cima del Jabalcón, en lo alto de un gran abombamiento
sostenido por una impresionante pared.
Más
impresionante la visión, a la derecha, hacia el oeste.
Sin
apenas detenerme, comencé el descenso hacia el collado inmediato, caminando con
cuidado por el lapiaz que cubre la empinada loma cimera. En la horcada, me
encontré con un camino estrecho pero bien acondicionado, que ascendía
suavemente, junto al lomo del monte, hacia la base de la pared del Jabalcón.
Mirando
atrás desde la misma, así se ve la cima del Morrón del Fraile.
Cuando da
contra la roca, la senda gira a la derecha y cambiar de vertiente para luego
superar en lazadas la intensa pendiente de la vertiente occidental hasta salir
de nuevo al...
... lomo
del monte, más llevadero, por donde sólo tuve que seguir el claro trazo
pedregoso entre el matorral para alcanzar la cumbre del Cerro Jabalcón.
Al oeste,
más allá de las aguas del pantano y el llano arcilloso, el horizonte se
quebraba con las Sierras de Harana, Alta Coloma y Mágina. Mirando a la derecha,
veía...
... las
crestas de Cazorla y Segura, en cuyo extremo oriental se alzaba tremenda la
mole de...
... La
Sagra.
Al este, los cordales de María y Las
Estancias, enmarcaban el árido altiplano de Chirivel, donde se tocan las
cadenas béticas.
Dando
vista al mediodía, el contraluz apenas dejaba distinguir Baza bajo la monótona
sombra de los Filabres y, por fin, completando la vuelta,...
... al
sureste se alzaban las nieves de las sierras de Baza y Nevada. También tenía en
esa dirección el Pico Jabalcón, mi siguiente objetivo del día, y hacia él me
dirigí, caminando por la loma entre las antenas. Al quedar éstas atrás, pude
contemplar...
...
Sierra Nevada sin la interferencia de sus hierros. Se veía muy bien el Veleta,
pero el Mulhacén quedaba medio tapado por el Cerro Pelao.
Al
encontrar un carril que alcanzaba la loma desde la izquierda (E), lo tomé,
pasando a descender suavemente entre encinas y pinos espaciados hasta una pista
asfaltada, la misma del principio, que tomé a la derecha (SO).
Ésta me
condujo, siguiendo la cuerda, hasta el collado inmediato (1.429), desde el que ascendí
a la más meridional de las puntas del monte por un carril de cemento, de
pendiente más recia pero sin obstáculos.
Al paso
por la horcada, me llamó la atención a la derecha el contraste entre la suave
loma del Cerro Capallón, que domina Zújar, con las aristas descarnadas de la
llanura arcillosa alrededor. Al otro lado,...
...
bajaba el barranco por el que retornaría pero no sin antes visitar la cima del
Pico Jabalcón.
Allí,
aparte de las antenas de rigor, se alza una ermita que, la verdad, me pareció
más bien fea, pese a que se insiste en un cartel junto a la puerta en que el
edificio (obra de un arquitecto, al parecer, de fama) se caracteriza por
integrarse muy bien en el paisaje. O yo tengo un concepto de integración algo peculiar
o me lo tienen que explicar. Claro que, como no soy arquitecto, no debo saber
apreciar esas cosas... Reconozco que dar la espalda al edificio supuso una
doble satisfacción: primeramente, dejé de verlo y, además, pude...
...
contemplar, más allá de Zújar, las nieves de la cresta más alta de la península
brillar al sol a través de una atmósfera serena y transparente.
Esa mayor
claridad que trae la tarde, sobre todo en estos días tranquilos de invierno, se
notaba también mirando ahora al norte, donde las aristas de las torrenteras se
marcaban con más precisión.
Y lo
mismo al este, hacia María y las Estancias, sobre las que andaba ya la luna.
Más cerca, abajo a la derecha, una de las balsas junto a las cuales había
salido. Para dirigirme a ellas,...
... dejé
el Pico Jabalcón bajando por el mismo camino de subida hasta el collado (1.429).
Allí, giré a la derecha (E), por una pista de tierra que se introduce en el
estrecho barranco de la Lancha del Romero.
Éste
presenta un angosto paso entre crestones y agujas de roca, al cabo del
cual...
... me
encontré muy cerca ya de los aljibes de marras.
Y el
mismo camino me sacó a la suave rampa que une el pie de monte con los canchos
del Jabalcón. Tras atravesarla entre campos de frutales, di con la cerca de las
balsas, que rodeé para llegar frente a su puerta y acabar la excursión.
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