Chamizo (1.641)

ASCENSIÓN DESDE VILLANUEVA DEL ROSARIO

CRESTA DEL MORRÓN DE LA CRUZ (1.444) AL CHAMIZO

El Chamizo es el pico más alto de la alineación de sierras que, al este de la provincia de Málaga, separa los llanos de Antequera de la Axarquía. Se trata de una peña caliza que destaca netamente en el tramo llamado Sierra de Camarolos, gran crestón kárstico de relieve relativamente suave, aunque construido con una roca tan quebrada que ralentiza e incomoda el movimiento, incluso cuando se sigue una senda. Esta montaña se eleva sobre prados y pinares que, aun explotados, no han llegado a echarse a perder, pero se han llenado de pistas y buenos caminos que harán agradable la aproximación. Desde su cumbre, se domina un arco montañoso que va de la Sierra de las Nieves a la Tejeda, pasando al norte por la Subbética de Córdoba y Jaén y las sierras Arana y Nevada, mientras que al sur veremos el Mediterráneo brillar por encima de los montes de Málaga.

La ruta consiste en recorrer el tramo de cordal reseñado, partiendo de la vertiente norte y utilizando los accesos más cómodos y fáciles a la cuerda.

El Chamizo, al salir del pueblo de Villanueva

SITUACIÓN:

  • Zona: Cordillera Antequerana (Cadenas Béticas)
  • Unidad: Sierra de Camarolos
  • Base de partida: Villanueva del Rosario (Málaga)

ACCESO: Villanueva del Rosario es un municipio situado en el noreste de la provincia de Málaga, en la vertiente norte de la Cordillera Antequerana, que separa la banda litoral del interior de Andalucía. Población de mediano tamaño, cuenta con todo tipo de servicios. El Llano del Hondonero, de donde parte la excursión, se encuentra unos 3 km al SE del pueblo y, para llegar a él, puede introducirse en GoogleMaps la Fuente de la Zarza, que es el lugar más cercano (apenas 200 metros), o introducir tu lugar de origen en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 1.501 / 2.274
  • Mi tiempo efectivo: 5h13
  • Mi tiempo total: 6h31
  • Dificultades: F, en las condiciones del día (costras de nieve helada en el cantizal, que no requirieron material, pero sí ir con cuidado). Pequeñas trepadas fáciles (I) en la arista del Chamizo. Terreno extremadamente empinado a la bajada y karst irregular en la mayor parte del recorrido.
  • Track para descargar en Wikiloc

Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: En el Llano del Hondonero, seguir por la pista que sube al SO por el hueco entre el Tajo de la Madera y las Camarolas. En el collado (1.218), dejar el camino por la izquierda (S) para seguir una borrosa senda marcada con hitos, que remonta una vaguada kárstica hasta la cima del Morrón de la Cruz.

Descender por la arista al E y seguirla hasta el collado del Rodadero (F). Continuar siguiendo el cordal, pero ahora por una senda que nace allí y evita sucesivas prominencias por el flanco septentrional, hasta el Puerto de Perdigones. Salir de la horcada remontando al N la arista que cae de la cumbre del Chamizo (F).

Proseguir un poco más por la arista, hasta que los hitos nos llevan a bajar a la izquierda por la canal NE. Al dar con una cerca, cruzarla y girar a la izquierda (NO) para, caminando junto a ella, rodear por su base las paredes de la cara N. Al rato, aparece un camino que se separa (NO) de la montaña y encuentra una pista en las cercanías de un mirador. Tomando el carril a la izquierda (SO) y siguiéndolo, sin hacer caso de ningún desvío, se llega al Llano del Hondonero.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: El Chamizo es una cumbre de cierta popularidad a nivel local pero bastante desconocida fuera de Málaga o Granada. Sin embargo, es una bonita montaña, prominente, aislada y que destaca mucho sobre la cresta en que se asienta: el resto de sus picos son 200 m más bajos como mínimo. Y sus vistas son amplísimas, aunque el día que estuve “coincidí” con una nube en cumbre. Pero lo que vi subiendo y bajando me bastó para hacerme una idea.

La ruta en sí es un clásico de la zona, que combina la cumbre con el paso por parajes atractivos. Aunque está señalizado en su mayor parte, los hitos no siempre se ven bien y las referencias son a veces escasas; si bien es difícil despistarse del todo en un cresteo, con mala visibilidad es fácil perder la senda. Incluso en un día claro, hay que ir atento.

Por otro lado, el recorrido de la zona kárstica es incómodo, al transcurrir por terreno que carece de grandes accidentes pero está extremadamente agrietado, obligando a caminar con cuidado y mirar dónde se apoyan los pies. También el descenso tiene su pequeña complicación: el inicio del paso bajo la cara norte es empinadísimo y, el día que estuve, la senda estaba cubierta por una costra de nieve helada que la convertía en un verdadero tobogán; pero lo que hay debajo es una rampa de arena compactada que, en seco, también debe de patinar bastante.

RELATO GRÁFICO:

Salí del Llano del Hondonero, frente al vistoso Tajo de la Madera, en cuyo flanco vertical, de formas líquidas, se mezclan todos los colores de la caliza.

Al este, me dominaba la cumbre, pero no me dirigí a ella. Dándole la espalda, comencé a...

... caminar por la pista, continuación de la que había recorrido en coche, que sube al oeste entre el Tajo de la Madera y las Camarolas. Ésta gana altura suavemente, trazando amplias lazadas, ora por bosque de pinos,...

... ora a través de prados, desde donde podía contemplar a mi espalda el cuenco del Hondonero bajo la cresta de la sierra.

Al pie de la pared de las Camarolas, me encontré la primera cancela del día; habrá varias más.

Después, el camino gira a la derecha y se deteriora notablemente hasta llegar a borrarse al entrar en un extenso prado rodeado de peñas. Lo atravesé en busca de la collada que veía al fondo.

Si a la izquierda me dominaba la cresta rocosa de la montaña, a la otra mano...

... el terreno al norte se abalconaba sobre el valle del Genil, más allá del cual se elevaba la Horconera, la más alta de las sierras subbéticas cordobesas.

Al salir del prado, me encontré de nuevo el trazo, que pronto fue una pista ancha y bien marcada. El ascenso de una vaguada corta y suave, me llevó a otro rellano, en cuyo borde se asentaban unas cuantas peñas bastante vistosas y desde el que...

... hay una bonita vista del Chamizo rodeado de satélites y mostrando el lomo oeste sobre el Puerto de Perdigones, por el cual alcanzaría la cumbre. Además, hay que volverse ahí pues, al poco, se pierde de vista la cumbre durante un buen rato.

El extremo occidental de este rellano coincide con un collado, de cota 1.218 en el mapa, a partir del cual el camino desciende. Enfrente, pude ver por primera vez el Morrón de la Cruz, primer pico del día e inicio del cresteo. Su aspecto no destacaba mucho, ya que otras puntas más cercanas aparentaban ser más altas. Había llegado el momento de dejar el camino principal, girando a la izquierda (S) para cruzar un portillo en una cerca que llevaba a esa mano.

Al otro lado, un trazo borroso en la hierba me llevó hasta el borde del karst que constituye la cresta de la sierra y, luego, los hitos me guiaron por lo más cómodo para remontar una vaguada abierta y suave, primero hacia el cordal principal y luego, al llegar a una confluencia apenas perceptible, a la derecha (SO) para tomar el tubo que sube hacia el Morrón de la Cruz.

Según ganaba altura, se fue descubriendo a mi espalda una fracción mayor del valle del Genil; incluso se veía algo de Villanueva.

La nieve punteaba de blanco el irregular terreno de hierba y caliza por donde avanzaba.

La orientación no es muy clara y, aunque no hay obstáculos importantes, sin hitos la progresión sería bastante incómoda.

Cuando volví a tener a la vista la cumbre, oculta desde hacía rato, al morir el tubo en un rellano, derivé a la derecha (O), atravesando horizontal la ladera y dejando a la izquierda otro par de vaguadas antes de acometer la subida de una pendiente más recia, que me dejó al pie de un enésimo tubo, también suave.

Éste baja del collado abierto entre las dos puntas del Morrón de la Cruz y, derivando ligeramente a la izquierda (SO), ascendí por el mismo. Sin llegar a la horcada, giré a la izquierda (S), dando la espalda a la punta norte, para remontar una empinada rampa de roca semicubierta por delgadas placas de hielo. Apenas encontré dificultad pero, en esas condiciones, hube de poner bastante cuidado en la remontada, evitando pisar las costras heladas, que resbalaban sin tener espesor suficiente para los crampones.

Gané la cresta a veinte metros escasos del hito del Morrón de la Cruz, del que me separaba un lomo de roca ancho, suave y, afortunadamente, limpio de nieve, pues la caída a la izquierda era considerable.

Allá abajo, verdeaba la extensa pradera donde nace el Guadalmedina, el río de Málaga. Al fondo, más allá de otro gran desnivel, el terreno se quebraba en los complejos relieves de la Axarquía hasta interrumpirse en una superficie lisa y brillante: el mar. Girando la vista a la derecha,...

... al suroeste, se elevaban el masivo Realengo y el airoso Morrón de la Gragea, cilindro calizo de flancos verticales que surge de una pradera rodeada de arboledas. Esperaba que estas modestas y apartadas sierras fueran bonitas, pero estaban superando mis expectativas.

A pleno oeste, se alzaban en sucesión la Sierra de las Cabras y el Torcal de Antequera, donde destacaba la silueta oscura y triangular su cumbre, el Camorro Alto.

Al norte, seguía viendo la Horconera, en la subbética, y ahora también el redondeado Gibalto.

Por último, al este, la cresta de la Sierra de Camarolos me limitaba la visión pero me marcaba la ruta hacia el Chamizo, mi objetivo principal. Y podía ver lo que me esperaba: un accidentado crestón o, mejor dicho, una sucesión de ellos separados por amplios collados. Al parecer, no había grandes obstáculos y los lomos rocosos se presentaban airosos sin llegar a aéreos. No estuve mucho rato parado, apenas diez minutos, pues un vientecillo fresco del suroeste hacía poco apacible la estancia en el pico, al tiempo que traía unas nubes oscuras, aunque aún se veía bastante azul. Reemprendí la marcha caminando al este por un lomo ancho y suave. Lo marcado era volver a la horcada norte pero, por lo comentado antes del hielo, preferí progresar por la arista, que estaba bastante limpia.

Pronto, el terreno se desplomó y emprendí la bajada hacia el collado oriental, breve y fácil pero incómoda, pues volvieron a aparecer las pellas de nieve helada, que me obligaron a medir cada apoyo.

Por esa horcada pasa a la vertiente sur la senda, mejor dicho línea de hitos, que recorre la cresta, yendo por una u otra vertiente para moderar el subibaja de los crestones. Sin embargo, en vista de que ya no había trazo y, fuera por lo marcado o no, iba a tener que ir triscando de piedra en piedra, decidí continuar por la arista. Además, ir por la vertiente meridional no me iba a proteger del viento dominante.

Para evitar un resalte, salí del collado por la vertiente izquierda, desde la que el Morrón de la Cruz, al ir tomando perspectiva, se veía atractivo. Aunque la nieve iba ganando terreno paulatinamente a la roca, seguía sin haber espesor para los pinchos ni continuidad para las cadenas.

Cuando me pareció, giré pendiente arriba y alcancé enseguida la cresta. Ésta sigue siendo cómoda pero está más fracturada que hasta entonces y la progresión se convirtió, por momentos, en un ejercicio de funambulismo.

Lo que no quitaba un ápice de atractivo al entorno. Precisamente mirando a mi espalda, vi cómo las nubes eran cada vez más espesas, oscuras y rápidas.

Al final de este primer crestón, el lomo de la sierra se ensanchó y perdió carácter rocoso, para deslizarse como una ancha rampa cubierta de matorral rastrero hacia un collado de cota 1.334,...

... amplia pradera cruzada por cercas de demarcación y por la senda que ya había seguido antes, que retorna aquí a la vertiente norte. Dado que el viento había arreciado y que la cresta estaba resultando bastante incómoda, decidí, por una vez, ir por lo marcado. Al llegar al pie de la pendiente, viendo enfrente un trazo en la hierba que evitaba por la izquierda un cancho poblado por varias hiedras, me dirigí directamente a él y lo tomé a la izquierda (NE).

La senda me llevó por la vertiente norte, primero en gradual ascenso diagonal y, luego, horizontalmente, aprovechando estrechos pasillos herbosos entre el karst.

Mirando atrás, el panorama estaba cada vez más nuboso, aunque aún distinguía los picos más característicos: los dos del Realengo y el Morrón de la Cruz.

Porque, al frente, la cumbre ya estaba cubierta por un nubarrón que no se retiraría en varias horas. En este tramo, el terreno se volvió más abrupto y agradecí contar con señales que me llevaran por lo más cómodo. Vi también algún viejo trazo de pintura pero, la mayoría, se debe de haber borrado.

Tras cruzar un espolón, descendí a otro collado, también ancho y herboso. Ahora el terreno se había suavizado algo, tanto por pendiente como por regularidad, y la senda se marcaba bastante bien.

Salí de la horcada atravesando el lomo septentrional de la siguiente prominencia, tras el que bajé a la siguiente depresión, la más ancha de la sierra, por lo que lógicamente es el lugar en que la antigua cañada ganadera de Ríogordo atraviesa la montaña. Además, en medio de la extensa pradería, se alza abruptamente una atractiva lámina caliza triangular de flancos empinados, cuya silueta recuerda una aleta de tiburón. Pero, si el panorama al frente era sombrío, a mi izquierda...

... brillaban al sol los campos en el llano y llegaba a distinguir, por...

... el característico Tajo de la Madera, la pradera de donde había partido.

No encontré hitos en el borde oriental del collado y seguí lo que creí un trazo en la hierba, que me llevó a la vertiente norte del siguiente crestón, a través de un ancho pasillo flanqueado de losas verticales; una auténtica trinchera de verde en la ladera kárstica.

Pero ésta no tardó en cerrarse, desapareciendo el trazo en un terreno rocoso, irregular y quebrado, por donde fui avanzando en horizontal por donde me pareció, hasta que vi a mi izquierda...

... un prado poco más abajo y descendí hasta él, teniendo que usar brevemente las manos para destrepar un modesto resalte en la base del canchal.

Una vez en la hierba, giré a la derecha (NE), para atravesar el rellano hacia el collado que se abre al pie del lomo del Chamizo.

Pronto, me reencontré con la senda, que debe salir del anterior collado más abajo de por donde yo lo hice. Tomándolo, alcancé enseguida el Puerto de Perdigones, donde emprendería la subida final a la cumbre, que se presentaba cubierta aunque, sobre mi cabeza, se abrían y cerraban continuamente ventanas azules que me daban alguna esperanza de coincidir con un claro en la cima.

El inicio de la subida se presentó como una ancha rampa pedregosa que ascendía al norte, hacia una arista rocosa. Al alcanzarla, la tomé a la derecha (NE) y fui recorriéndola, evitando los numerosos cantos que la jalonan por uno u otro lado, según me marcaran los hitos o el propio terreno, pues aquéllos no siempre los veía. Y, como siempre, me faltaron precisamente cuando más falta hacían.

Los vapores que cubrían la montaña se abrieron sobre mí un momento, dejando ver algo con pintan de cima; no lo era, pero resultó una bonita visión.

Justo antes de atravesar la panza de la nube hacia los 1.550 m de altitud, eché una mirada abajo. Hacia la derecha, donde no se veía más allá de la dentada arista que cierra la gran dolina que se abre al sur del puerto, y...

... atrás, donde el sol hacía brillar los prados más allá del ancho lomo por donde iba subiendo. A mi izquierda, no veía más que un muro grisáceo.

Al menos, el juego de las nubes con la roca producía un ambiente fascinante... o quizás pensé eso para consolarme por la falta de visibilidad. La cosa es que continué el ascenso, procurando primar la vertiente izquierda para protegerme del viento, que se había hecho realmente fuerte, capaz de zarandearme cuando no estaba a cubierto. También acabé por ponerme las suelas antideslizantes, aunque pisara roca alguna vez.

Progresaba alternando flanqueos más o menos inclinados con...

... cortísimas trepadas y algún paso afilado por la arista (I). Lógicamente, según ganaba altura, el viento pegaba más duro, las nubes estaban más cerradas y, el mundo, más helado.

No es de extrañar que, al llegar por fin al hito cimero del Chamizo, me limitara a “tocar chepa” y proseguir...

... bajando por el lomo nordeste, amplio y cubierto de una nieve helada pero menos dura que antes. Mejor; así no tendría que ir con los crampones arañando roca.

Enseguida, llegué a una horcada, de la que salía a la izquierda (NE) una repisa que baja en diagonal adosada al flanco de la cresta: es el arranque de la canal NE y me metí por ella, siguiendo...

... unos hitos, por fin bastante claros y seguidos.

El tubo se fue definiendo según perdía altura entre la niebla y, en su interior, encontré nieve continua por primera vez en el día. Por fin volvía a caminar con comodidad.

Perdidos unos 50 metros, me encontré protegido del viento por la pared de la cresta y me detuve a almorzar y descansar un poco.

A continuación, seguí bajando en medio de un silencio absoluto y...

... bajo sombrías paredes veteadas de blanco, más impresionantes aún al perderse su culminación en confusas siluetas veladas por el vapor.

Pese a la escasa visibilidad, el camino era claro, además de más cómodo por la continuidad de la nieve, por lo que pude relajar bastante el paso.

A la salida del tubo, me encontré con una cerca. La crucé por un hueco y giré a la izquierda (NO), para continuar el descenso junto a ella. Aquí me encontré zonas empinadísimas y que, incluso sin la costra blanca, se adivinaban delicadas, pues cuando más abajo se abrió algún hueco, apareció un suelo arenoso bastante resbaladizo.

Mirar arriba seguía siendo fascinante, aunque lo que ahora tenía sobre mi cabeza era la cara norte del Chamizo: 300 m de empinadísima caliza. 

Hacia los 1.300 m de altitud, salí de la niebla y pude ver lo que me restaba de bajada, menos empinado ya, hasta los prados, donde llegaba a distinguir un mirador al final de una pista: el siguiente hito de la ruta.

También, a mi derecha, otros bonitos riscos, delimitando este pasillo, único hueco que permite salvar caminando el flanco rocoso de la sierra.

Inopinadamente, la senda fue transformándose en un camino ancho y bien acondicionado. También fueron apareciendo huellas sobre la nieve al acercarme a las cercanías de la pista transitable del Hondonero y entrar en los dominios del paseante dominical.

Mirando atrás, podía apreciar el contraste entre el sombrío mundo mineral y helado que dejaba con...

... los sonrientes prados a los que llegaba, interrumpidos al fondo por las airosas peñas que marcan el pie de monte. No tardé en desembocar una pista forestal apta para turismos, que recorría horizontal la ladera para alcanzar un cercano mirador. Dejándolo a la derecha, tomé el nuevo carril a la izquierda (S) para...

... deshacer el recorrido de la cresta por la falda del Chamizo, cuya cumbre fue despejándose irónicamente según me alejaba.

Al llegar a una segunda bifurcación, giré de nuevo a la izquierda (SO). Tras atravesar el collado que une el Peñón de los Becerros al monte, pasé un breve bosquecillo y, al dejarlo atrás, di vista ya al Tajo de la Madera, a cuya izquierda veía asomar ligeramente, en el último horizonte, la doble cima del Morrón de la Cruz. El final se anunciaba.

No tardé en llegar al Llano del Hondonero donde, a la vista del coche y sin esperar a llegar al cruce de la pista que llevaba con aquélla por la comencé la ruta, dejé el camino por la izquierda (O) para atajar por el prado, mientras la luz comenzaba a declinar.

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