OTROS
DATOS:
- Cota mínima / máxima: 1.042 / 2.142
- Mi tiempo efectivo: 5h33
- Mi tiempo total: 6h46
- Dificultades: Muy fácil, en las
condiciones del día (capa de nieve dura de muy poco espesor sobre la cota 1.800).
Itinerario por sendas con tramos de nieve de pendiente ligera (<20º).
- Track
para descargar en Wikiloc
Mapa
tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA
LA RUTA: Salir de Peñalba de Santiago por su extremo sur,
siguiendo el camino balizado (PR LE-14) que conduce a Montes. Tras cruzar los
arroyos del Aro y el Silencio, dejarlo en El
Carballal, girando a la izquierda (SO) para remontar la cresta del Nevero. En el Pico Tuerto, tomar a la izquierda (SE) la divisoria de los Montes
Aquilianos hasta la Cabeza de la Yegua.
Descender al NE por la
loma del Rabanero y, al llegar al collado (1.633) previo a Cosa Ladrón,
girar a la izquierda (NO) para bajar por la vaguada. Cerca del fondo del Arroyo del Aro, al dar con un camino,
tomarlo a la derecha (N) para regresar a Peñalba
de Santiago.
Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Esta
ascensión es un clásico local, dura por desnivel y pendiente: la media del
recorrido está por encima del 10%. Sin embargo, se hace llevadera al transcurrir
por sendas y carecer de obstáculos. Incluso con más nieve sería asequible, pues
las pendientes no llegan siquiera a los 30º
y tampoco hay pasajes expuestos. Sin embargo, aun siendo suave el
relieve, éste me sorprendió; los Montes Aquilianos que yo conocía, llegando
desde la Cabrera, son todavía más suaves. Incluso, si el Teleno presenta alguna
cabecera agreste por el norte, éstas no tienen nada que ver con los dos
barrancos que convergen en Peñalba. Respecto al pueblo, está muy arregladito,
es pintoresco y contaba, cuando estuve, con un correcto bar restaurante.
RELATO GRÁFICO:
En
Peñalaba de Santiago, desde el mismo aparcamiento se ve todo el Arroyo del Aro,
que se abre entre la Cabeza de la Yegua y el Alto de Berdiaínas. Parece una
ruta evidente y estuve pensando en subir por allí pero la poca nieve me hizo
replantearme el recorrido: no quería tener que remontar el circo cabecero
peleando con la maleza. En lugar de eso, me desplazaría al oeste...
...
siguiendo la base del crestón que parece fijar un límite a la montaña y, tras
cruzar ante la boca del otro arroyo, me encaramaría a la loma que baja del Pico
Tuerto; allí tomaría la divisoria de los Montes Aquilianos hasta su cumbre y
descendería por la loma norte. Así completaría un cresteo alrededor de los dos
barrancos, a lo largo del cual iba a contar con senda, evitando la lucha con el
monte bajo.
Para
ello, comencé por internarme por las calles de Peñalba de Santiago y
atravesarlo hasta salir por su extremo meridional, por...
... el
sendero balizado PR LE-14, que comunica este pueblo con el de Montes. En
realidad, de Peñalba salen varios itinerarios cuyas señales, al compartir
tramos, forman un pequeño dédalo de marcas de diversos colores. Ante la duda,
seguí las de PR que, por otra parte, son escasas. Nada más salir, crucé un
pequeño barranco anónimo, siguiendo un umbrío camino que avanza entre laderas
cubiertas de musgo y robles.
Al doblar
un lomo, me encontré en una ladera más abierta, junto al minúsculo cementerio.
Al fondo y a mi derecha, volvía a ver la boca del Arroyo del Silencio y, más
allá, la terraza herbosa a donde me dirigía, dominada por un gran cancho.
Luego, el
camino me llevó a entrar en la cuenca del Arroyo del Aro y bajar al cauce. Tras
girar a la derecha (N) en un cruce, atravesé el torrente por un coqueto
puentecillo de madera y...
... atravesé
la herbosa ladera de la Cruz del Pico, por un estrecho pero estupendo sendero.
Al llegar
a la boca del Arroyo del Silencio, perdí de nuevo altura para cruzarlo. Antes
de alcanzar el torrente, encontré dos bifurcaciones, en las que giré
respectivamente a la derecha (NE) e izquierda (SO), incorporándome a un camino
ancho que avanza a través de un denso bosque de ribera.
A poco de
comenzar a ganar altura por la otra vertiente, dejé el PR por una senda más
modesta, poblada de hierba, que sale a la izquierda (NO) y remonta la ladera...
...
abriéndose paso entre el denso matorral. Al principio la subida fue recia y,
habiéndome alcanzado el sol, me costó los primeros resoplidos del día. Pero no
tardó en ceder la pendiente y, parando entonces a tomar un respiro,...
... pude
ver al volverme el caserío de Peñalba de la Sierra encajado en la verde y
empinada vaguada que se abre entre las alturas del Corón y Cosa Ladrón, en un
terreno vegetación densa, laderas abruptas y grandes peñas que recuerda más a
la Cordillera Cantábrica que a los Montes Galaico-Leoneses. No me esperaba un
terreno tan movido pero estaba encantado con la sorpresa.
En esa
parte menos empinada, comencé a ver en algunas piedras viejas marcas de pintura
de diversos colores pero pocas y muy dispersas. La vegetación fue perdiendo
densidad en la última parte de la remontada. La cuesta culmina en un rellano,
desde donde descubrí las crestas cantábricas, pintadas de nieve, al otro lado
del Bierzo.
También
me encontré ante una nítida senda marcada con las balizas del PR LE-14, por lo
que resulta evidente que su trazado deja la pista que cruza el arroyo más
adelante de donde la dejé yo. En todo caso, había llegado igual y cómodamente
y, tomando esta nueva vereda a la izquierda (NO), comencé a recorrer una
terraza dominada por...
... un
impresionante cancho de roca lisa cortada por repisas de hierba.
Al otro
lado, me llamó la atención un notable ejemplar de roble solitario que, en medio
del mar de matorral elevaba al cielo sus ramas grises.
Más
adelante, pasé junto a una curiosa espiral dibujada con piedras encajadas en el
suelo. No sé si tendrá algún significado místico o su propósito será
simplemente estético; incluso podría ser la obra de alguien aburrido.
La
terraza, que acaba ascendiendo al oeste, me llevó a lo alto del lomo de El
Carballal, desde donde la vista sobre el hoyo donde está Peñalba y los montes
que lo rodean es magnífica.
Al otro
lado, se abría el valle del Arroyo del Pico Tuerto, sobre el que se alza un
vistoso crestón de roca rubia. Sin perder altura, dejé la senda, ahora sí
definitivamente, por la izquierda (SO), dirigiéndome hacia el extremo del
cancho que llevaba a ese lado.
Allí se
dibujaba un rastro que lo atravesaba, una vez perdida su potencia, para continuar...
...
recorriendo la ladera en cómoda repisa ligeramente ascendente. Luego, crucé un
segundo espolón, desde el que...
... hay
una maravillosa vista del pueblecito de Montes de Valdueza, recostado en el
verde regazo del monte Forgos.
A
continuación, ante una banda de matorral cerrado, el trazo giró a la izquierda
y se borró paulatinamente, aunque eso no era ahora un inconveniente: se trataba
de alcanzar la cresta que veía sobre mí, caminando por una pradera empinada y
tan ancha que pude trazar las diagonales que quise.
Al ganar
altitud, descubrí a mi derecha la silueta trapezoidal de la Guiana.
Y, al
alcanzar la cresta, me encontré ante los barrancos ante los que había cruzado
antes. Las nubes se habían levantado mientras tanto y dejaban ver la Cabeza de
la Yegua más allá de la cresta de la Mayada.
Estaba
cerca de los 1.500 m de altitud y, tras una parada para contemplar el hermoso
paisaje y reponer fuerzas, me dispuse a remontar el lomo que cae del Pico
Tuerto y que se elevaba a mi derecha (SO), verde contra el cielo.
El primer
tramo es empinado, pero se hizo cómodo pues, desde el inicio del matorral,
reapareció el trazo que había ido siguiendo desde que dejé al camino a Montes.
Al mirar abajo, veía ahora la otra cara, más vertical y rocosa aún, del cancho
que cierra la cresta.
Vino luego
un segmento más tendido y ancho, casi un rellano tras lo pasado, antes de
acometer otra subida recia que me dejó en El Nevero, modesto hombro que desde
abajo parecía pico.
Desde ese
punto destacado, pude ver a placer las vertientes noroccidentales de la Cabeza
de la Yegua y el Alto de Berdiaínas, con sus estratos y corredores pintados de
blanco. Por otro lado, las nubes se iban dispersando y el azul ganaba terreno
sobre el rincón más alpino de los Montes Aquilianos.
Mirando
atrás, más allá del hoyo de Peñalba asomaba ahora el Becerril, máxima cumbre
del monótono cordal llamado propiamente Montes de León y que enlaza las
cordilleras Galaico-Leonesa y Cantábrica a través de las Omañas.
La cresta
que tenía por delante hasta el Pico Tuerto era ya bastante tendida y, además,
para más comodidad, la nieve la cubrió poco después, haciéndose continua a
partir de los 1.850 m, especialmente...
... en la
vertiente oriental del lomo. Por ese lado fui, pues el manto era consistente y,
con los crampones, el avance era incluso más confortable y regular que por la
senda.
Al
reganar la cuerda, muy cerca ya de la cima, vi a mi derecha la bonita cresta
que va a la Cruz Mayor. También apareció en el horizonte el Macizo de Trevinca.
Al otro
lado, la Cabeza de la Yegua y el Berdiaínas mostraban ya sus amplias cimas. Finalmente,
el sol había ganado la batalla y el cielo se despejó casi en su totalidad.
Claro que el viento que se llevó las nubes también me alcanzó a mí en cuanto
perdí la protección del cordal principal. Venía del sureste y, aunque no
soplaba muy frío, su fuerza lo hacía molesto. A pesar de ello, y aunque el Pico
Tuerto no deja de ser más que una cima secundaria, satélite modesto del
objetivo del día, estuve casi media hora dedicado a recorrer con la vista un
horizonte amplio y hermoso.
Al
volverme a contemplar el camino recorrido, lo primero que me impresionó fue el
larguísimo trazo blanco del gran arco montañoso que va de los Ancares a los
montes de Luna, brillando sobre una indistinta extensión de tonos apagados.
Al sur,
se abría el Arroyo de la Sierra entre el Funtirín y la Cruz Mayor, que servían
de marco a la Sierra de la Cabrera. Más allá del segundo de esos picos,...
... en la
Sierra Segundera, se llegaba distinguir Peña Trevinca.
Siguiendo
el giro a la derecha, la montaña se volvía toda verde, aunque altiva en la
Guiana.
Al
nordeste, seguía viendo abajo las bocas de los dos arroyos que corren hacia
Peñalba.
Al este,
sucesivas lomas bajaban del cordal principal bajo la cumbre de la Cabeza de la
Yegua.
Por
último, al sureste se alzaban las tres cimas más altas de los Montes
Aquilianos: Cabeza de la Yegua, Berdiaínas y Funtirín. Para llegar a aquélla,
sólo tenía que recorrer el ancho y suave lomo, que cuenta además por una senda
estrecha pero clara. Comencé por bajar de la cima del Pico Tuerto hacia ese
lado, por...
... un
apacible lomo, primero de nieve y luego de matorral, cortado por una buena
traza. Tras una corta bajada empinada, pasé...
... un
rellano, en que la vista hacia la cumbre del macizo es aún más impresionante,
quizá por la cercanía de la caída al norte.
Una
segunda bajada me dejó en el punto más bajo de la cresta. A mi izquierda tenía
el enorme surco curvado del Arroyo del Silencio, que se proyectaba hacia el
horizonte cantábrico, en el que destacaba una mancha blanca más nítida: la Sierra
de Gistreo.
Todo este
tramo es suave y cómodo y su carácter panorámico, que no aéreo, invita a la
parsimonia. De vez en cuando, me volvía incluso a contemplar la cada vez más
impresionante caída septentrional del Pico Tuerto.
Durante
la subida hacia el Alto de Berdiaínas, pasé ante un par de corredores que
subían desde la vertiente del Arroyo del Aro y que servían de marco magnífico a
la Cabeza de la Yegua.
Con el
cambio de perspectiva, también se había descubierto en su totalidad la cresta
de la Cruz Mayor al Pico Tuerto.
No llegué
a pasar por la cima del Berdiaínas, ligeramente desplazada al sur de la
divisoria, sino que, al pasar por un rellano próximo a la misma, la rodeé para bajar
a la depresión inmediata.
Apareció
ahora a mi derecha el valle del Río Caprada bajo la cresta del Funtirín.
Al llegar
a la Cabeza de la Yegua, pude ver los dos corredores ante cuya boca había
pasado, que tienen una pinta estupenda. Más allá, las siluetas blanca y verde,
respectivamente, del Pico Tuerto y la Guiana, que formaban una armónica pareja.
A
continuación, crucé la extensa y herbosa explanada cimera, ligeramente convexa,
para asomarme a su extremo oriental y ver la gran masa del Teleno al cabo de un
largo lomo de monótona suavidad. Estaba solo y únicamente rompían el silencio
el viento y el tintineo de los cristalitos de hielo que se desprendían de las
antenas. Lo bueno es que pude aprovechar una de sus casetas para refugiarme a
sotavento.
Como esa
cara era también soleada, estuve muy a gusto almorzando, con la cara más
abrupta del Funtirín ante los ojos y, más allá, la sombra de la Sierra de la Cabrera, toda
oscura salvo por la nieve del Vizcodillo.
Al norte,
seguía viendo la Cordillera Cantábrica, más allá de un gran hito. Éste está en
la cumbre, sino, a...
... la
salida de un camino que, a su derecha, recorre la cuerda de los Montes
Aquilianos, que aquí se orienta al nordeste. Por él abandoné la cima, al cabo
de un buen rato. Cuando cordal y carril giran a la derecha, yo continué recto
(NE)...
... por
lo alto de la cresta que baja por el Rabanero. Seguía una senda estrecha
marcada con estacas y viejas manchas de pintura roja. Algunas señales debían de
haber desaparecido y otras estaban medio borradas o caídas pero el trazo en los
matojos estaba tan definido que no se echaban de menos... además ¿quién
necesita que le balicen una cresta? Enseguida, el terreno se empinó pero carece
de obstáculos. Con la pérdida de altitud, el viento cesó de golpearme y la
nieve se fue haciendo escasa hasta desaparecer al llegar al rellano rematado
por el Rabanero.
La vista
sobre la Cordillera Cantábrica era ahora más nítida pues la atmósfera se estaba
aclarando y pude identificar, al menos, unos pocos picos: Cuiña, Miro,
Valdeiglesia, Catoute, entre otros.
Y, si a
mi derecha llevaba la apacible hermosura de la vertiente norte de la Silla de
la Yegua,...
... al otro
lado, los barrancos del Aro y el Silencio aparecían como tajos bravíos bajo los
picos Tuerto y de la Guiana.
La cumbre
iba quedando atrás y la tarde estaba cada vez más cálida y plácida.
Tras la
zona más tendida del Rabanero, la loma volvió a empinarse en el tramo anterior
al collado (1.633) previo al remate de la cresta en la Cosa Ladrón.
La vista
hacia el oeste desde allí, con la cara norte del Berdiaínas nuevamente visible
junto al Pico Tuerto, era ya sublime.
En la
horcada, giré con la senda a la izquierda (NO) y bajé por una banda de hierba
que descendía hacia la boca del Arroyo del Silencio, abierta entre el matorral
y una vistosa cresta rocosa.
El
terreno era muy empinado pero, siendo despejado y sin obstáculos, el descenso
fue rápido y tan relajado como para poder disfrutar de...
... las
hermosas perspectivas, cambiantes a cada paso.
Cerca del
final, atravesé un encinar y, al salir del mismo,...
... me
encontré muy cerca del fondo del Arroyo del Aro, que a mi izquierda trepaba
hacia el Berdiaínas.
Cuando di
con un ancho camino cubierto de hierba, lo tomé a la derecha (N) e,
inmediatamente, me encontré ante una bifurcación por donde ya había pasado esa
mañana. En esta ocasión, continué por la derecha (NE) y, tras una corta subida,...
... doblé
el espolón del cementerio, desde donde pude ver Peñalba de Santiago al otro
lado del barranco que lo bordea. Sólo me quedó cruzarlo para entrar en el
caserío y atravesarlo para acabar...
... en el
aparcamiento, desde donde el Arroyo del Aro mostraba ahora un aspecto muy distinto
del tristón que tenía cuando salí.
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