Cerro Jabalcuz (1.618)

ASCENSIÓN DESDE EL BALNEARIO DE JABALCUZ

POR LA CRESTA DEL DIABLO Y RETORNO POR LA PATA DEL CABALLO

Quien haya pasado por Jaén camino de Granada habrá visto, desde la autovía, cómo la ciudad se recuesta en el regazo de un prominente monte: ése es el Jabalcuz. Se trata de un macizo relativamente aislado, situado en el límite septentrional de la región subbética central, dando cara al Valle del Guadalquivir. Morfológicamente, se estructura en torno a una cumbre central muy sobresaliente, el Cerro Jabalcuz, a cuyo alrededor se alzan varios satélites. El terreno es empinado pero presentando formas suaves, rotas sólo donde surge vertical la caliza en paredes y crestones cuyos colores claros y brillantes contrastan los tonos oscuros de pinos y cipreses o la los de la propia tierra parduzca. Todo el entorno está muy humanizado, con pistas y fincas que suben hasta la misma cima, aunque se pueden encontrar rincones apartados y fascinantes saliéndose de los caminos principales.

La ruta comienza remontando la arista de la gran cresta de roca que se alza, como un reborde, paralela al norte del cordal principal para luego trasponer el collado intermedio y ascender a la cumbre. Para la bajada, otro cresteo, en este caso el de la más pacífica cuerda que cae al sureste, llamada de la Pata del Caballo, para retornar al punto de partida a través de la ladera septentrional.

El Jabalcuz sobre Jaén, con la rocosa Cresta del Diablo delante y la de la Pata del Caballo cayendo a la izquierda de la cumbre

SITUACIÓN:

  • Zona: Sierras de Alta Coloma y Mágina (Cadenas Béticas)
  • Unidad: Macizo de Jabalcuz
  • Base de partida: Balneario de Jabalcuz (Jaén)

ACCESO: Las Termas de Jabalcuz, actualmente abandonadas están a unos seis kilómetros al suroeste de Jaén, al pie del monte homónimo. Aunque la actividad bañista se remonta al menos al siglo XVII, las actuales ruinas datan de los años 20 del siglo pasado, manteniéndose el establecimiento abierto hasta la década de 1980. Todavía se pueden visitar los jardines que, aunque en estado de gran dejadez, presentan cierto atractivo. De todas formas, no salí exactamente de ahí, sino de la vecina Urbanización Bellavista, concretamente del lugar señalado en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 710 / 1.618
  • Mi tiempo efectivo: 5h57
  • Mi tiempo total: 7h38
  • Dificultades: PD. Varias trepadas cortas de hasta II grado en la Cresta del Diablo, generalmente en buena roca, excepto la primera, para encaramarse a la arista, que es por terreno suelto y expuesto.
  • Track para descargar en Wikiloc

Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: Dejar la Urbanización Bellavista a la derecha, subiendo al oeste por el Camino de Jabalcuz. En la primera curva a la izquierda tras cruzar el Arroyo de Reguchillo, dejar la pista por la derecha (E) y perder algo de altura para entrar en la vaguada que asciende a la izquierda (N) al Portillo de las Lanchas. En esa horcada, girar a la izquierda (NO) y avanzar rodeando el crestón por su base. Al alcanzar el segundo espolón, trepar (II) a la izquierda (SO) hasta encaramarse a lo alto del crestón. Seguir por el filo a la derecha (O), pasando pequeñas dificultades (I y II) hasta la culminación (1.416) de la Cresta del Diablo (PD).

Proseguir por la arista al oeste hasta estar ante el siguiente portillo y, sin bajar al mismo, descender por unas gradas rocosas (I) a la izquierda (S). Continuar por pedrera hasta la linde del pinar y tomar a la izquierda (SE) una senda que sale enseguida al cortafuegos que baja al Puerto del Aire (F). Una vez en el collado, tomar a la izquierda (SE) la pista que lo cruza para llegar a la cumbre del Cerro Jabalcuz.

Seguir la cuerda a la izquierda (SE), pasando el Cerro de la Pata del Caballo, hasta la Fuente Cardear. Girar a la izquierda (N) y avanzar manteniendo cota, cruzando primero un barranco seco y luego una incómoda ladera, hasta dar con una senda. Tomarla a la izquierda (NO) y, al desembocar en la Vereda de los Pinchos, continuar el flanqueo tomándola a la derecha (N) hasta dar con el Camino de Jabalcuz, que se coge a la derecha (SE) para regresar a la Urbanización Bellavista.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: Partí de donde salen las rutas más transitadas para subir a este monte, ya sea el Camino de Jabalcuz, pista forestal excelente que alcanza la cima, o la no menos cómoda Vereda de los Pinchos. Y por ahí deben de ir quienes quieran ascender a este pico con un esfuerzo y dificultad mínimos. Ahora bien, para los que buscamos soledad y alguna diversión, encontraremos ambas cosas en esta alternativa, que implica superar pequeñas dificultades y alarga la jornada aunque no en exceso. La bajada por la Pata del Caballo es panorámica y relajada (y más lo sería sin tener que compartir la aguda arista con una cerca). Y la Cresta del Diablo combina la belleza de unas vistas aéreas con el juego de superar cortas trepadas asequibles. Por cierto, que la arista se podría tomar más abajo, pero el Portillo de las Lanchas es una opción más práctica si luego se quiere ascender al Jabalcuz y volver al punto de partida.

Un detalle práctico. Dejé el coche donde lo hice por desconocimiento: podría haber aparcado más arriba, pues la barrera que corta el paso de vehículos está pasada la cota 900. O al menos, para no perderme ningún tramo atractivo, haber llegado con él hasta el primer cruce, donde la pista coincide con el trazado del viejo camino de cordel, ahorrándome 90 m de desnivel y evitando pisar cemento.

RELATO GRÁFICO:

Cuando aparqué junto al acceso a la Urbanización Bellavista, una bruma reluciente cubría el valle del Río Jaén, que se domina desde allí. Más allá, se recortaban oscuras las estribaciones septentrionales de Mágina, sobre las que destacaba en el último horizonte la silueta cónica del Almadén. El cielo estaba despejado y el sol calentaba bastante, aunque el aire bajaba frío de las crestas, haciendo desapacible las umbrías.

Dejando de lado los chalés, comencé a caminar por un carril de cemento que sale a la izquierda (O) de la carretera. Ésta es la ruta más popular para ascender a un monte que es un icono local, así que, mientras caminé por la pista, fui encontrándome con gente.

La pendiente se suavizó a partir de una curva a la izquierda, de la que sale un desvío a la derecha. También acabó el cemento y la pista, ahora de tierra, pasó a atravesar la ladera al sureste, coincidiendo su trazado durante un trecho con el viejo Cordel de Jabalcuz. Mientras ascendía suavemente entre olivares, podía ver sobre mí los escarpes que defienden la cresta en el Cerro de la Pata del Caballo y sobre los que caminaría de regreso de la cumbre.

Al cambiar de dirección en una lazada, pasé a tener ante los ojos el Cerro de los Morteros, donde destacaba la banda rojiza de un corte rocoso y vertical en la regular ladera.

Cerca de la siguiente curva y del límite del pinar que se extiende por encima de los campos, comenzó a asomar la Cresta del Diablo. A su portillo más bajo, llamado de las Lanchas, me dirigía para encaramarme a la misma.

Tras otra lazada, alcancé el pinar, que guardaba una sorpresa: una única fila de almendros había sido plantada junto al camino; estando florecidos, la blancura de sus copas contrastaba hermosamente contra el verde oscuro de las coníferas.

Dejé a la izquierda el desvío de la Vereda de los Pinchos, por donde bajaría más tarde, y poco después se abrió el bosque del lado del valle, dejándome ver una panorámica más amplia al este, donde el Almadén aparecía ahora entre el Aznaitín y los Grajales.

A continuación, doblé un lomo dominado por una muy cercana Cresta del Diablo y entré en...

... el Arroyo de Reguchillo, boscosa vaguada encajada entre aquélla y el Cerro de Jabalcuz. En lo alto del tubo verde, se curvaba el terreno en el Puerto del Aire, abierto entre ambos montes.

Cuando los árboles me dejaban, iba situando a mi derecha el Portillo de las Lanchas y examinando su acceso desde este lado: el camino llega cerca del pie de la vaguada que accede al mismo y ésta no parece difícil ni penosa.

No tardó el carril en cruzar el cauce, donde se encuentra también con una vereda que asciende por el mismo; un camino más directo al collado. Al ganar altura por la vertiente norte, se fue descubriendo, al otro lado del vallecito, las extensas y áridas laderas que sostienen la cima del Jabalcuz, que se distingue con facilidad por el edificio blanco que allí se levanta.

También iba viendo cada vez más cerca la hermosa pared de caliza multicolor del flanco de la Cresta del Diablo.

En la primera lazada tras cruzar el barranco, la pista alcanza la base de la roca: llegó el momento de abandonar la comodidad para entrar en la parte agreste de la ruta. En la curva, seguí recto (E), saliendo del carril y pasando bajo una chimenea, para...

... perder unos pocos metros a través del pinar y situarme...

... en la base de una canal herbosa de mediana pendiente. Girando a la izquierda (N), entré en ella y, superados unos 40 m de desnivel, me encontré en el Portillo de las Lanchas.

Volviéndome, tuve una visión más amplia del Cerro Jabalcuz y su lomo suroriental, por donde bajaría.

Al otro lado, tenía el Cerro de los Morteros, con su vertiente sur cortada por el resalte rojizo que ya había observado pero que ahora mostraba mejor perspectiva. Girando a la izquierda (O), comencé a...

... recorrer la cresta, ganando altura para salir de la horcada. Caminaba por terreno de pendiente moderada y bastante cómodo, pese a no incluir senda ni marcas. Al llegar a la roca, la sorteé por la derecha, por una repisa...

... desde la que me volví a contemplar las crestas de Mágina, más allá del primer cancho de la cresta.

Proseguí atravesando el flanco norte del cordal, manteniéndome junto a la roca. El terreno era aquí más incómodo: irregular, cubierto de piedras sueltas y con fuerte pendiente lateral, ideal para dar un mal tropezón. Así, al ganar el siguiente espolón, estimando a ojo que la roca sobre mí era abordable, giré a la izquierda (SO) y ataqué la cresta, que tendrá aquí unos 40 m de altura.

Comencé trepando en diagonal a la derecha por unas placas tumbadas y con abundantes agarres (II), hacia una terraza inclinada situada unos ocho metros más arriba.

El paso es fácil pero impresionante y algunos apoyos resultaban inseguros al estar llenos de tierra y plantas.

Tras superar la rampa herbosa, me encontré un segundo muro, de unos ocho metros también, que una fisura ancha (II) permitía superar con seguridad. Después, la roca perdió pendiente, de modo que sólo me restó caminar para alcanzar la cuerda, que tomé a la derecha (O).

Al principio, la arista se presentó como un lomo de roca sólida y pendiente moderada, aéreo al principio, pero no tanto como para no poder caminar tranquilamente por él.

Más adelante, según avanzaba hacia una primera prominencia, de cota 1.274, se fue ensanchando.

Al ganar altura, empezó a descubrirse al norte, más allá del Cerro de los Morteros, la línea oscura y monótona de Sierra Morena, mientras que, al lado contrario,...

... el Jabalcuz mostraba, por encima del pinar, una extensa ladera desolada.

La cresta volvió a estrecharse llegando a esa modesta punta, desde la que...

... la vista empezaba a impresionar de verdad, con todas esas siluetas oscuras de los montes de Mágina resaltadas por la bruma brillante, más allá del llano de Jaén, que se veía ya muy abajo.

Descubrí entonces el primer pico del día: la culminación de la Cresta del Diablo, en forma de aguda pirámide rocosa elevada sobre la cresta. Es más, podía ver también la suave comba del Puerto del Aire y, ya por encima del pinar, el trazo de la pista que alcanza el Jabalcuz a través de su árido lomo norte: el resto del camino a la cumbre.

La cuerda hasta el pico volvía a ser ancha y, al principio de muy escasa pendiente, hasta llegar al portillo a 1.300 m, donde comencé la subida final. Aunque podría haber subido caminando por una terraza a la izquierda del crestón, por mero juego, preferí atacarlo de frente.

En primer lugar, me encontré con cuatro o cinco metros de roca muy cincelada que se yergue hasta casi la vertical (II).

A continuación, la arista se tiende paulatinamente hasta tomar una pendiente moderada, si bien se afila bastante.

Así, a ratos caminando, a ratos gateando (I), gané unos 80 m, hasta un rellano seguido de...

... un paso horizontal muy estrecho (I) que antecede a la cima de la Cresta del Diablo. Más allá, asomaron sobre su continuación un par de bonitos cerros: la Grana y, más lejos, distinguible sólo su silueta, el Ahíllo. Me detuve poco aquí, pues la cumbre del macizo me atraía desde enfrente.

Como no vi clara la bajada directa del lado del Jabalcuz, preferí continuar por la cresta para buscar un mejor destrepe. Primeramente, recorrí un tramo casi horizontal de ancho lomo, donde se mezclaban hierba y roca, al cabo del cual, me encontré un escalón de unos tres metros, lleno de apoyos, que superé aprovechando una fractura vertical (II-). A continuación, el terreno baja y se ensancha un trecho hasta que me encontré ante un corte vertical sobre un profundo portillo. Girando entonces a la izquierda (S), destrepé...

... por el flanco del crestón, perdiendo una decena de metros por unas gradas fáciles (I), tras las que continué por...

... una empinada rampa pedregosa hacia la linde del pinar que se extiende debajo.

Allí me encontré con un senderillo claro y bien trazado, que tomé a la izquierda (SE) para dirigirme al cercano collado.

En el lomo que une el Jabalcuz y la Cresta del Diablo, salí a un cortafuegos. También regresé a la civilización: además de volver a transitar por camino tras la Cresta del Diablo, de nuevo empecé a cruzarme con otros excursionistas.

Giré entonces a la derecha (S) para bajar hasta el Puerto del Aire. Allí tomé a la izquierda (SE) la pista que lo traspone y que se encarama a continuación por el lomo del Jabalcuz. La subida por el camino transcurrió en suaves lazadas, en la primera de las cuales dejé a la izquierda la Vereda de los Pinchos, otra ruta habitual a este cerro.

Durante la subida, me acompañó la hermosa visión de la Cresta del Diablo, reluciente sobre el pinar.

En las curvas más orientales, me asomaba al extremo inferior de la cresta, llegando a ver el Portillo de las Lanchas.

Casi sin sentir, me encontré llegando a la blanca caseta de observación que ocupa la cima del Cerro Jabalcuz. La temperatura agradable al sol y la suavidad del viento, aunque a la sombra seguía haciendo fresco, estuve una hora en la cumbre, reponiendo fuerzas y entretenido en identificar viejos conocidos y futuros objetivos.

Mirando al sur, lo primero que atrae los ojos es la enorme masa oscura de la Pandera, sobre cuya cresta asomaba otra más lejana: Parapanda.

Al suroeste, el típico llano arrugado de los terrenos arcillosos se extendía hasta el Ahíllo. Prosiguiendo con la vuelta al horizonte hacia la derecha,...

... la cresta del monte, en forma de estrecho lomo herboso recorrido por una alambrada, caía antes de volver a ganar altura en la Grana, extremo occidental del macizo.

Luego venía el hueco del Arroyo de la Cueva, vaguada oeste del Puerto del Aire, a cuyo través se veían, blancos sobre la llanura apagada, Torredonjimeno y Torre del Campo.

Y, a continuación, la Cresta del Diablo y el Cerro de los Morteros, por delante del Valle del Guadalquivir.

En fin, el panorama suroriental se llenaba con otros montes del sur de Jaén: Aznaitín, Almadén, Mágina, la Laguna, Grajales, Alta Coloma, etc. El regreso sería de nuevo solitario, por terreno sin senda y sin marcar. Comencé bajando por la cuerda al sureste, caminando junto a la cerca que la recorre, por un terreno mixto, herboso y pedregoso, ancho y de pendiente moderada al principio.

El lomo se hizo más amplio y suave al perder altura, pero...

... con unas vistas vertiginosas a la izquierda.

Luego, se tornó rocoso y agudo al volver a elevarse hacia el Cerro de la Pata del Caballo.

Sin poder decir que hubiera pasos difíciles o delicados, a veces hube de poner cuidado para mantenerme en el estrecho espacio entre la alambrada y los desplomes al norte. Había terreno más cómodo a la derecha pero eso, aparte de tener que saltar la valla, implicaba perder las vistas vertiginosas.

El Cerro de la Pata del Caballo es una modestísima prominencia en esta monótona cresta sureste del Jabalcuz y un buen lugar para despedirse de la cima del macizo pues su aspecto es airoso desde aquí. Además, a partir de ahora se perderá de vista.

También es uno de los pocos momentos de la ruta en que se disfruta de una vista atrayente aunque parcial de Jaén: la gran masa parda de la catedral destacando entre lo que, desde ahí, parecían casitas. Y, a la izquierda, sobre un cerro, el castillo.

Al otro lado, podía ver la Pandera más allá de una característica estribación del propio monte, que no forma parte del cordal principal.

Éste continúa ahora más ancho y suave, un comodísimo lomo cubierto de prado pedregoso, de donde desapreció incluso la cerca, que iba ahora por la vertiente norte. Por ello, cuando empezó a perder altura, la crucé, pasando a llevarla a la izquierda. Delante, casi como guía, llevaba la peculiar cresta, de lomo plano y flancos verticales, que culmina en el Grajales. Su carácter abrupto se acusaba más si cabe al mirar al otro lado y...

... ver los suaves campos que se extendían hacia el Ahíllo y la Grana.

Como suele pasar en las culminaciones de las sierras calizas cuando son anchas, no tardaron en aparecer lapiaces y dolinas, que acabaron de amenizarme el descenso.

Entonces me reencontré con la alambrada; mejor dicho, con un cruce de dos de ellas, junto a un gran hito. La crucé de nuevo para seguir por su lado izquierdo y asomarme a la vertiente norte, que volvía a presentar bonitos contrafuertes y desplomes y desde donde...

... había una vertiginosa visión de la Urbanización Bellavista. Incluso llegué a identificar el cruce donde había aparcado.

Otra pequeña prominencia interrumpió la monotonía de la cuerda: cota 1.389. En el verde collado previo, nace un camino que baja a la derecha (S); lo dejé de lado para continuar cresteando. Luego me arrepentí, pues acabé junto al mismo tras haber tenido que caminar por terreno bastante escabroso. Pero, de momento, una cómoda subida, breve y suave, me dejó en lo alto de la pequeña culminación, donde merece la pena volverse un momento a mirar...

... el estratificado resalte terminal de la vertiente norte, barreado de gris y verde.

En la continuación del descenso, la cuerda se hace tan amplia que pierde definición, al tiempo que se empina y torna incómoda, plagada de cantos sueltos entre...

... duros arbustos rastreros que, sin impedir el paso, lo incomodan. Aunque encontré algunos rastros de animales, éstos eran tan estrechos que no ayudaban mucho.

Entonces, en lo más agreste, vi delante un camino: el mismo que había desechado. El terreno se abarrancó más abajo y, aunque por orientación debería de haber ido por la vertiente izquierda, buscando el mejor paso, fui por la derecha. Entonces, distinguí un abrevadero junto al camino, con el que evidentemente iba convergiendo.

Allí acabé, en la Fuente Cardear, pensando que, para llegar allí, podía haber aprovechado el carril, ahorrando tiempo y esfuerzo y, supongo, sin restar apenas atractivo a la ruta. Estaba a 1.080 de altitud y había llegado el momento de volver a la vertiente norte. Para ello, giré a la izquierda (NE) y bajé en diagonal por la empinada pradera hacia un cercano barranco, que debía cruzar.

Para alcanzar el cauce, aproveché unas terrazas herbosas que cortaban la abrupta vertiente, por las que llegué al fondo sin tener que ayudarme de las manos.

Salí por el otro lado a través de una pedrera, en la que encontré un evidente rastro de paso, que me sirvió a partir de aquí de guía pues, aunque se perdía de vez en cuando, volvía a aparecer...

... marcando una travesía horizontal de la ladera herbosa.

Estaba ligeramente por debajo de los 1.050 metros de altitud y me convenía mantenerme precisamente ahí. Girando con el monte, tras pasar de la vertiente oriental a noreste, me fui acercando a una masa de matorral y arbolado. La atravesé manteniendo cota en lo posible y aprovechando los trazos discontinuos y, al salir, me...

... topé con una senda, precisamente en el vértice de una curva. La tomé a la izquierda (NO); es decir, en subida, pues bajar no me interesaba: debía volver al Camino de Jabalcuz y aún quedaba bastante ladera que atravesar.

Si la pendiente era suave al principio, pronto se volvió nula, ensanchándose y mejorando el piso. Al ratito, llegué a una cerca reforzada, que crucé por un hueco en un lateral.

Luego, la senda desembocó en la Vereda de los Pinchos, también en el vértice de una curva. Tomándola a la derecha (N) volví a descender tras la prolongada travesía.

Este camino es aún más bonito y cómodo que el anterior. Siempre bien acondicionado y suave, alterna tramos encerrado entre árboles con...

... otros en que se despeja y se disfrutan...

... amplios panoramas.

El final de la travesía de la ladera se anunció cuando asomó ante mí la Cresta del Diablo y...

... aparecieron algunos almendros junto al camino.

Poco después, efectivamente, llegaba al Camino de Jabalcuz, que tomé a la derecha (SE) para regresar, por terreno conocido a la Urbanización Bellavista, mientras...

... la luz vespertina iba decayendo, dorando campos y montes.

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