Plaza de Toros (2.311)

ASCENSIÓN DESDE NAVALPERAL DE TORMES

POR LOS BARQUILLOS

Recibe el curioso nombre de Plaza de Toros, quizá por lo extenso de su cima, un cerro de silueta redondeada situado en el extremo noroeste de la cabecera que aloja las Cinco Lagunas. En esta modesta prominencia se encuentran varios cordales que separan algunas de las gargantas más apartadas de la sierra. Uno de ellos, el de los Barquillos, que se alza al sur de Navalperal de Tormes entre las Gargantas del Pinar y el Hornillo, definirá la ruta.

La ruta remonta la Cuerda de los Barquillos, pero no por el lomo, sino por la serie de peculiares hoyas alargadas encajadas en la ladera oriental que dan nombre al cordal. Luego, bajaremos por el circo de las Lagunillas, escondido reducto del Gredos más rocoso y vertical.

Vistos desde el este, la cima redondeada de la Plaza de Toros asoma sobre los roquedos del circo de Las Lagunillas

SITUACIÓN:

  • Zona: Sector Principal de Gredos (Sistema Central)
  • Unidad: Circos de Gredos
  • Base de partida: Navalperal de Tormes (Ávila)

ACCESO: El Parking acceso 5 Lagunas de Gredos está situado junto al río Tormes, un kilómetro al sureste del casco urbano de Navalperal. De este pueblo, situado en el suroeste de la provincia, al pie de la sierra, no puede decirse que tenga características propias que le destaquen del pintoresquismo común a la mayor parte de los de esta comarca de El Barco - Piedrahita: calles empedradas, casas de piedra e iglesia antigua. Puedes calcular un itinerario desde tu lugar de origen al punto de partida de la ruta en el siguiente link a GoogleMaps.

OTROS DATOS:

  • Cota mínima / máxima: 1.221 / 2.311
  • Mi tiempo efectivo: 7h21
  • Mi tiempo total: 9h45
  • Dificultades: F+ (en las condiciones del día: nieve continua a partir de los 1.800 m, con un palmo de nieve blanda sobre otra capa dura). En Las Lagunillas, descenso de unos 200 m en nieve con pendiente máxima de 40º en tramos cortos y presencia puntual de hielo. El resto es por camino.
  • Track para descargar en Wikiloc

Mapa tomado del visor Iberpix. ©INSTITUTO GEOGRÁFICO NACIONAL DE ESPAÑA

LA RUTA: Cruzar el Puente de Tormes y seguir por la pista (PR-AV 35). Siguiendo las marcas, desviarse a la derecha (S) para cruzar la Garganta de Gredos por el Puente de las Ranas. Subiendo por el monte de Las Cerradillas, tras dejar de lado el desvío que va a las Cinco Lagunas, abandonar la pista por una segunda senda a la izquierda (S). Ésta sale del vértice de una cerrada curva a la derecha, dobla el espolón y continua luego a través del flanco de la Cuerda de los Barquillos, alternando tramos llanos con otros de suave ascenso hasta el Barquillo Cimero. Dejarlo allí por la derecha (SO) y encaramarse a la loma para seguirla hasta la Plaza de Toros.

Continuar por la cuerda al SE hasta el collado inmediato y girar a la izquierda (NE) para dejarse caer por la vaguada. Ésta se define y empina a partir de un rellano, alternando tramos suaves (20º) con otros más cortos de pendiente moderada (30 / 40º). Al llegar a la más occidental de Las Lagunillas, salir de la cuenca por el desagüe y tomar a la izquierda (NE) una senda que cruza el cauce. Ésta conduce, a través de la ladera, al Barquillo Cimero, donde se retoma la ruta de subida para volver al Puente de Tormes.

Croquis de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH

COMENTARIOS: La Plaza de Toros no tiene entidad como para ser el objetivo de una ascensión pero es el punto más alto que alcancé camino del Meapoco, pico de bastante más porte. Decidí bajarme del cordal en el siguiente collado harto de caminar sin ver más allá de cinco metros, a través de una niebla húmeda que me obligaba a limpiarme las gafas a cada momento. No hacía demasiado frío ni viento pero no era agradable. En todo caso, la ruta tiene sus atractivos: el paso por los curiosos Barquillos y el descenso del circo de Las Lagunillas. Además de unas vistas hermosas, de las que puede disfrutar mientras estuve fuera la nube.

Si repitiera el recorrido en condiciones similares, lo haría en sentido contrario, a fin de tomar de subida las pendientes más fuertes. En seco, tengo mis dudas sobre el sentido más conveniente. Por cierto, que la escasa dificultad desaparece yendo y volviendo por los Barquillos. La ruta completa, tal como está y con nieve, requiere manejo seguro de piolet y crampones y una regular condición física. Con niebla, además, buena capacidad de orientación y cierta intuición, pues el tubo de las Lagunillas no está bien definido en todo su recorrido y presenta bifurcaciones, algunas de las cuales acababan bruscamente al borde de un resalte.

RELATO GRÁFICO:

Cuando crucé el puente sobre el Tormes, la mañana se presentaba gris y soplaba un vientecillo fresco, aunque no se podía decir que el día fuera desagradable.

Mirando al oeste a través del valle, llegaba a distinguir las nevadas vertientes de la Sierra de Candelario asomar entre las nubes bajas.

Siguiendo la pista balizada como PR-AV 35, rodeé un espolón y entré en la Garganta de Gredos. En una bifurcación, tomé el ramal que baja a la derecha (SE), cruza el cauce por el Puente de las Ranas y gana altura por la vertiente opuesta, al tiempo que sigue remontando el valle.

A continuación entré en el monte de Las Cerradillas, desviándome del eje de la garganta. En la primera curva a la derecha, dejé de lado la senda que conduce a los grandes circos, tanto el de la Laguna Grande como el de Cinco Lagunas. Más adelante, volvería a asomarme a la Garganta del Pinar, sobre la que se alzaba imponente la Cabeza Nevada.

Poco después, en el segundo giro cerrado a la derecha desde el comienzo la remontada, tomé a la izquierda (S) otra senda, estrecha pero bien marcada, que asciende unos metros, cruza el espolón y pasa a atravesar, manteniéndose en imperceptible subida, la ladera oriental de la Cuerda de los Barquillos, bajo el altivo Risco Redondo.

Volviéndome, podía ver ahora el ondulado altiplano que se extiende entre Gredos y las Parameras. Destacaba  entre éstas...

... la armoniosa silueta blanca de la Serrota.

Después de pasar unos cercados, llamados de Rilos, el camino se borró prácticamente y pasé a caminar por el típico terreno gredense de retama y peñascos, sobre los cuales abundantes hitos ayudaban a encontrar el paso cómodo.

Además, fui ganando altura más rápidamente aunque de momento la ascensión seguía sin mostrarse dura.

Llegué a continuación al primero de los curiosos fenómenos llamados barquillos: especie de hoyas alargadas, suavemente cóncavas y con su eje mayor paralelo al cordal, de modo que parecen la marca de la panza de una embarcación.

Los hitos me llevaron por su reborde externo, ligeramente levantado sobre el fondo de la depresión y...

... con una hermosa caída hacia la garganta.

Cuando quedó atrás el Barquillo Bajero, me encontré enseguida ante...

... el Mediano, al fondo del cual se iban viendo ya las nevadas vertientes cabeceras del valle, en medio de las cuales destacaba...

... el Risco de las Hoces, que parte en dos el Circo de las Lagunillas.

Las nubes bajaban cuando llegué a la entrada del Barquillo Cimero, donde hay una pequeña cabaña. Para entonces, no sólo habían quedado ocultas las cumbres, sino que...

... tampoco se veía nada por encima de la cabecera de la garganta y apenas si llegaba a adivinar, a mi izquierda, los huecos de las Lagunillas y Cinco Lagunas.

En el fondo de este barquillo, comenzaba la nieve continua, bastante blanda pero no muy espesa. Al llegar a la pendiente final, la remonté en busca del lomo que, a la derecha (SO), se perdía en la panza de las nubes.

A mi izquierda, las paredes de la Garganta del Pinar impresionaban, con cada repisa y chimenea marcados por la nieve.

Aunque iba perdiendo visibilidad, la ruta a seguir estaba clara, bien definida por el lomo, cada vez más empinado pero amplio y regular.

Mirando atrás antes de internarme en el vapor, pude ver el pliegue que los barquillos forman en la ladera oriental de la loma.

La niebla se cerró del todo cuando llegaba a una zona rocosa, donde el paso se agudizó pero,...

... aunque tuve que ayudarme con las manos para pasar algún canto, la dificultad que encontré fue mínima.

Luego eché de menos esos bloques, pues la loma se hizo amplia, cubierta de una nieve compacta que se confundía con el blanco de la niebla que me rodeaba. Sólo la pendiente me servía de referencia y ésta se iba haciendo cada vez más tenue. Una sombra se materializó ante mí: un peñasco con un hito encima... pero no se veía ningún otro.

Supe que había llegado al entronque de crestas llamado Calvitero al descubrir, asomando del blanco, las losas superiores de una de las tres tapias que se encuentran allí. Por fortuna, se trataba de la que se dirige al sur, que era precisamente mi dirección, así que me sirvió de guía.

Cuando la hilera de cantos giró a la izquierda y dejó de seguir la loma, yo continué recto en busca de la cumbre, con la que di más o menos por casualidad. El hito cimero de la Plaza de Toros, medio escarchado, se elevaba solitario en medio de un mundo blanco y húmedo, en medio de un silencio denso, pesado.

Continué mi camino descendiendo por el lado contrario y derivando ligeramente a la izquierda (SE), para topar cuando antes de nuevo con el muro. Precisamente, lo alcancé el collado que se abre entre la Plaza de Toros y el Risco del Fraile. Había previsto seguir hasta el Meapoco pero el panorama no era alentador, aparte de que, al tener que moverme a ciegas, iba muy despacio y el tiempo pasaba. Decidí pues dejar el cordal y dejarme caer por la ladera de la izquierda (NE).

Al principio, el descenso se presentó suave y encontré incluso un par de hitos, aunque no me sirvieron de gran cosa, pues desde cada uno no se veía el siguiente.

Al poco, el terreno fue tomando pendiente y se definió un tubo, sirviéndome de referencia las rocas que sobresalían a ambos lados. También empecé a notar la nieve más consistente y, aunque todavía se marcaban las botas en ella y la pendiente apenas llegaba a 20º, me puse los crampones y saqué el piolet, entonces que todavía era cómodo hacerlo.

Tras perder unos 100 metros, pasé por un pequeño rellano, que recorrí ciñéndome a su lado izquierdo. A la salida, me encontré con una prominencia rocosa que parecía dividir en dos el tubo, aunque la rama izquierda moría enseguida en una terraza; bajé pues por la derecha (NE),...

... para girar enseguida a la izquierda (NO) y entrar en la zona empinada del descenso: la pendiente se mantuvo entre los 30 y 40º en lo que restaba.

Comencé descendiendo en diagonal izquierda al pie de un potente resalte jalonado por cascadas. Perdidos unos 50 metros, giré a la derecha (NE) para evitar un escalón, bajando otros 20 ó 30 antes de...

... retomar la dirección original (NO). En ese giro y durante 10 ó 15 metros, me encontré la máxima pendiente del recorrido, alcanzando, si no superando, los 40º.

En los cien metros finales, la pendiente fue cediendo gradualmente hasta el rellano de Las Lagunillas, concretamente estaba junto a la más occidental, indistinguible ese día en el uniforme manto blanco que lo cubría todo.

Al salir de las nubes, pude echar una ojeada a la vertiente por donde había bajado, que presentaba un aspecto imponente. Sólo podía ver su tercio inferior aunque la cima de donde bajaba parecía definida por dos diagonales: la de la izquierda, por donde había bajado, y la de la derecha que debía caer de los alrededores del Calvitero.

Atravesé la cuenca lacustre hacia el desagüe, paso estrecho al otro lado del cual apareció, a mi derecha,...

... el hoyo que aloja la Lagunilla oriental.

Precisamente entonces las nubes se elevaron tan rápido como habían bajado, llegando a verse algo de azul sobre el Calvitero.

Justo donde el torrente se abarranca, además de parar a quitarme los pinchos, pues la nieve ya era escasa y blanda, giré a la izquierda (NE) y crucé el cauce para tomar una terraza relativamente despejada de cantos y matorral, que unos hitos invitaban a recorrer.

Mientras caminaba, el sol fue ganando terreno a las nubes; la temperatura agradable y la hora me invitaron a un descenso parsimonioso y fui dejándome caer por la suavísima pendiente, volviéndome de vez en cuando a contemplar los riscos que me rodeaban.

Un ruido me sorprendió a mi izquierda y vi asomar una cabra que me miraba descarada desde detrás de un peñasco: el primer animal que veía en horas.

Enfrente a mi derecha, al otro lado del valle, la Cabeza Nevada acababa de despejar su cumbre. Se mostraba en su integridad los 600 m de nieve y roca de la olvidada cara oeste.

Por otro lado, mientras giraba con el monte, se fue descubriendo la zona media, más ancha y suave, de la Garganta del Pinar.

Y en esas, llegué a la cabecera del Barquillo Cimero, que presentaba ahora un aspecto bastante más apacible y risueño que hacía unas horas. Bajando al fondo de la depresión, retomé...

... el camino de la subida que, entre piornos y cantos, me fue llevando de regreso siguiendo esta curiosa arruga en la loma.

Justo antes de dejar atrás el Barquillo Bajero, me volví a echar una mirada de despedida a la Cabeza Nevada, que muestra desde este lado su mejor perfil.

Luego, pasé la gran terraza herbosa al pie del Risco Redondo, en cuyo extremo norte,...

... un grupo de grandes robles desojados me anunciaron de que se acercaba el final de la jornada.

Efectivamente, la senda no tardó en desembocar en la pista de las Cerradillas que, tomada a la derecha (NE), me condujo a...

... la Garganta de Gredos, que crucé antes de acabar en el Puente de Tormes, reflexionando sobre la tarde tan agradable que hacía, lo bonito que se presentaba el día cuando había salido de allí por la mañana y... el paso a ciegas por la cresta que me hizo dejar el objetivo previsto.

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