Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ascensión que
puede calificarse de agreste: subida ruda por zonas de vegetación
extremadamente densa, a través de un terreno complejo, y rematada por una
trepada final. He encontrado reseñas en que se señalan hasta pasos de III grado
en esta ruta; no los encontré por ningún lado. El asunto es que esta poco
practicada alternativa para ascender al Umión está al alcance de cualquier
excursionista con cierta habilidad, más que para orientarse en el monte, para
el rastreo: la principal dificultad estriba en que el trazo en la mitad
inferior del contrafuerte se hace irreconocible en el denso matorral que invade
el suelo del bosque.
Por lo demás, no hay
tramos demasiado expuestos o pasos de escalada; incluso la placa penúltima, 40
m por una rampa de roca continua, está muy lejos de la vertical, aunque hay que
apoyar las manos para superarla. Sólo con el terreno mojado es desaconsejable
esta ruta, pues el empinado final de la subida será entonces muy resbaladizo.
Por último, debo decir que
he nombrado como arista el accidente que define eta ruta por seguir la misma
nomenclatura de reseñas preexistentes pero, tras subirlo, yo lo llamaría mejor
contrafuerte, ya que no llega a definirse filo hasta casi alcanzar la cuerda.
RELATO GRÁFICO:
Tras
aparcar en el extremo sur de Orbañanos, comencé a caminar por la pista de
cemento que prolonga la Calle Real y pasa junto el pequeño cementerio al
abandonar el caserío. Un cartel indica que esta es la ruta al “Humión”, así que
iba bien encaminado hacia la inmensa masa verde y gris que domina el horizonte
meridional del pueblo, reluciente a la luz matinal que bajaba de un cielo
totalmente despejado. Pese a lo temprano de la hora, hacía ya un calor más
propio del verano.
Al poco,
dejé atrás un pequeño depósito de agua y un par de desvíos. El tercero, situado
al pie de una empinada ladera boscosa dominada por las crestas recortadas del
Alto de Orbaños, es una senda que sale a la izquierda; se trata de la ruta
normal al Umión y está indicada con cartel. Por ahí bajaría más tarde pero, de
momento, la dejé de lado y continué por el carril, que gira a la derecha (O)
para rodear el monte siguiendo su falda.
A partir
de ahí, además, el piso del camino se deteriora y pasa a transcurrir bajo los
pinos. Al salir del bosque, me encontré ante un enhiesto monolito de flancos
lisos y verticales surgiendo del denso verdor que me rodeaba: la Peña Aguda.
Si miraba
a mi izquierda, no sólo me encontraba la cumbre del Umión allá en lo alto, sino
también las espectaculares agujas que surgen en la base de la arista. Su roca
es de un rojizo moreno muy distinto del gris claro del resto de los canchos del
monte.
Enseguida,
me encontré ante una corta bajada y una doble bifurcación situada en medio del
llano de San Pedro. Al otro lado, el arranque del contrafuerte septentrional
estaba definido por...
... una
collada bajo las agujas. Unas rodadas accedían a la misma y, para tomarlas,
continué hasta la encrucijada y giré a la derecha (NO) en el primer cruce,
dejando de lado...
... el
camino que va hacia la ladera nordeste.
A los
pocos metros, cuando el camino empieza a perder altura de nuevo, tomé a la
izquierda (SO) las rodadas, claras pero que no pueden calificarse ya de camino.
Al llegar
a la collada, el rastro desapareció y se me descubrió la vertiente del otro
lado, extremadamente accidentada y poblada de una vegetación de aspecto
impenetrable. A mi izquierda,...
... se
elevaba el contrafuerte norte, ancho y cubierto de una densa masa de árboles y
matorral, de la que surgían imponentes canchos. Busqué una forma de atravesar ese
incómodo terreno y la encontré a la izquierda y ligeramente a contramano (SE).
En la
vertiente oriental, un par de metros por debajo del collado, un trazo en la
hierba apenas perceptible abría un estrecho resquicio entre los arbustos que,
en apretada línea, cerraban el paso hacia arriba. Sirve de referencia que,
desde el punto más bajo de la horcada, hay apuntar al pico de San Torcaz.
Afortunadamente,
la senda se hizo muy clara enseguida ya que el pasillo que abre es la única
manera razonable de internarse en la vegetación.
No tardó
en dibujarse un trazo estrecho pero bien definido en el suelo, mientras
superaba la recia pendiente en cómodas lazadas. Al pasar por zonas
despejadas,...
... podía
ver al norte el llano de San Pedro, donde destacaba el azul de una balsa de
agua que no había visto al pasar, y la Peña Aguda. Más allá se alzaba la Sierra
de Arcena al otro lado del valle del Ebro, sembrado de campos.
Pronto empezó
a asomar sobre la vegetación la primera banda de agujas. No fui consciente del
paso entre ellas, que transcurrió a través de un túnel vegetal, hasta que se
despejaron de nuevo las plantas y vi que estaba...
... por
encima de la base de un par de agudos monolitos. En lo alto del de la derecha,
distinguí algo de color más claro.
Un buitre
me seguía con la mirada. Luego vería bastantes más.
En un
tramo en que la senda se abalcona sobre un barranco y se abren los árboles a la
derecha, pude contemplar a placer el mayor de estos riscos, marcado en el mapa
con la cota 998.
La senda
ascendía ahora al suroeste y creí que me llevaría hacia una collada que veía
sobre el mismo a mi derecha, bajo una gran placa.
Pero no
fue así: súbitamente se abrió a mi izquierda (E) un pasillo de pedrera fina,
sobre la que el trazo se marcaba indudable. Alcancé así una collada a mil
metros de altitud, desde donde...
... además
de la gran aguja, aún más espectacular que antes, se distinguían su vecina cota
1.007 y, al fondo, la Sierra de la Tesla.
Si quería
ver buitres, sobre esas peñas había un buen número. Estuve bastante rato
viéndoles levantar el suelo y aterrizar sobre sus atalayas. Al otro lado,...
... sobre
el cuenco suroriental del Umión, en el que se despeñaba espectacular la cresta
formada por la continuación a ese lado del mismo estrato de las agujas, el
contraluz marcaba la entrada oeste del cañón del Ebro entre las alturas de
Yebas y la Mota, ésta en la Sierra de Arcena.
La
ascensión prosiguió atravesando una segunda barrera, ésta de caliza gris claro.
La senda me llevó recto pendiente arriba y luego a la derecha, para pasar por
el más cercano de los pasillos boscosos entre canchos.
El paso
es estrecho, empinado y espectacular al pasar bajo los desplomes, pero carece
en absoluto de dificultad.
A
continuación, derivé a la derecha (O) para remontar en diagonal otra rampa de
grava hacia una segunda collada, dominada por un característico risco cóncavo.
Asomándome
al mismo, pude disfrutar de una amplia vista del Valle del Ebro, aguas arriba;
un apacible y extenso pasillo lleno de campos cultivados de colores varios. Por
desgracia, la atmósfera no estaba demasiado clara y los montes de Valnera
apenas se distinguían en la distancia. Como contraste, el entorno que me
rodeaba era agreste y salvaje.
Volviéndome,
tenía ante mí la última etapa de la subida: una impresionante placa de unos 80
m de altura. Sin embargo, el obstáculo no fue para tanto. El trazo me llevó
primero a ganar altura hacia la izquierda (SE), hasta alcanzar el extremo de
una repisa herbosa que asciende en suave diagonal a la derecha (O). Es ancha y
despejada y no llegué a tener sensación de exposición en ningún momento, a
pesar de...
... las
despejadas vistas que ofrecía. De la misma, salí a...
... una rampa
herbosa con árboles dispersos y continué ascendiendo.
La senda
había desaparecido pero, a partir de aquí, cerca de los 1.200 m de altitud, era
innecesario, pues el terreno, aunque empinado, había perdido complejidad y, la
vegetación, densidad y porte.
A mi
derecha, me llamaron la atención los blanquecinos estratos paralelos que cortan
la hierba de la arista norte del Talos Somos, vecino occidental del Umión.
Al pasar
un hombro, la pendiente disminuyó y pude ver ya cercana, una cima aparente, en
forma de cancho triangular elevado sobre el lomo herboso.
El mismo
carece de obstáculos y los pocos peñascos que lo jalonan los rodeé
tranquilamente.
Paulatinamente,
la roca fue ganando terreno a la hierba y aumentó la pendiente.
Al
principio, sólo me supuso poner algo más de cuidado en ver dónde apoyaba los
pies, hasta que llegué a la base de una placa de roca inclinada y lisa. Estaba
a 1.330 m de altitud y aquí debía encontrarme los pasos de dificultad, pero no
fue así. Durante 40 metros, gateé sobre la roca que está lejos de ser vertical
y, si bien...
... la
vista impresiona, la dificultad es mínima, al menos con la piedra seca (I).
A
continuación, se forma una verdadera arista, al tiempo que la roca se tiende y
gané otros 40 m caminando...
... por un
lomo regular.
Si a mi
derecha veía la impresionante vertiente del Talos Somos, al otro lado,...
... la
cruz cimera del Umión no tardó en asomar, más allá de una suave rampa mixta de
hierba y piedra.
Al llegar a la cumbre, lo primero que hice fue
volverme a contemplar el Valle del Ebro, con el fondo borroso de la Sierra
Valnera.
Al oeste,
la cresta de la sierra perdía mucha altura a partir del talos Somos. Más allá,
estaba la modesta Sierra de Oña, continuación al oeste de esta alineación
meridional de la Cordillera Cantábrica.
Al sur
del Umión, se abre un bonito cuenco boscoso entre crestas; por él transcurre la
ruta de ascensión más frecuente. Más lejos, al otro lado del Río Molinar, se
alza la Sierra de Pancorbo, cuyo cordal se curva al este, hacia la Peña Horcada
y el Mancubo, apenas visible.
Si al
norte el terreno se desliza suavemente en una verde rampa, cantiles verticales
defienden el flanco sur. Al fondo, el contraluz recorta las crestas abruptas de
las sierras de Toloño y, mucho más lejos, Lókiz, Urbasa, Andía...
Por
último, al norte, la Sierra de Arcena domina un buen tramo del Ebro, entre
Garoña y el cañón de Sobrón. A mis pies, podía ver también Orbañanos.
Tras un
buen rato, me despedí de la cumbre y...
... bajé
siguiendo la cuerda al sureste, por un senderillo que va, cerca de la arista,
por el flanco izquierdo.
De vez en
cuando, me asomaba al filo, para ver la hermosa caída meridional de la sierra.
Me llamó
la atención un haz de estratos paralelos que rayaban de blanco el prado, como una
calzada natural. Siguiéndolos llegué al Portillo de Jarrillas, que se abre
entre el Umión y Peña Horcada. Allí, me dejé caer a la izquierda (NE),...
... por
la ancha vaguada, siguiendo unos hitos bastante espaciados pero bien visibles.
Ellos me llevaron a dejar a la izquierda una torrentera, buscando el lomo que
la limita por el este, desde el que.....
... hay
una bonita vista “de perfil” del Umión.
Al otro
lado del lomo, proseguí el descenso guiado por los hitos, pues el trazo en la
hierba era apenas perceptible.
Al perder
altura, se fue descubriendo de nuevo el Ebro y, más cerca, el tajo rocoso del
Arroyo de Coreo, que iba a evitar por la derecha.
También
se fue apareció una clara senda, que, cuando se extremó la pendiente, comenzó a
trazar diagonales.
Al poco,
me encontré caminando a la sombra de un hermoso hayedo, lo que agradecí pues,
si hacía calor temprano, ahora, cerca del mediodía, la cosa comenzaba a ser
agobiante.
Al salir
de la arboleda, me encontré ante otra perspectiva de la cumbre, de figura roma pero
armoniosa desde este lado.
Abajo a
mi izquierda, podía una espectacular V rocosa que marca un estrechamiento del
Arroyo de Coreo, en cuya boca está Orbañanos. Para evitar ese paso abrupto, la
senda deriva a la derecha para...
... entrar
en El Calabozo, barranco secundario, paralelo y también bastante cerrado pero
más transitable. Se trata de un pasillo boscoso entre paredes de roca, de
pendiente suave y sin obstáculos en su fondo.
Al salir
de la zona más angosta, me encontré también fuera del bosque y a la vista de
otro característico cancho que domina...
... el
lugar en que, esa mañana, a poco de iniciar la excursión, había dejado de lado
este sendero. Así pues, llegado a la pista, la tomé a la derecha (N) y llegué
por ella en pocos minutos a Orbañanos.
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