Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ascensión
dura y de dificultad moderada, bellísima y espectacular, a uno de los tresmiles
más hermosos de la cordillera. Combina la belleza de los bosques de Rioumajou
con la espectacularidad del roquedo de la cara norte. Por la dificultad y compromiso
de la arista, es una ruta reservada a montañeros experimentados. Incluso, dada
la mala calidad de la roca, hay que ir sobrado de grado.
Tomé la idea
de este recorrido del blog de Philippe Queinnec, único lugar donde he visto
referenciada esta arista NO. Tuve la idea de haberme subido a la arista más
abajo pero, donde doblé la misma hacia la cota 2.000, lo que hay es bosque
impenetrable y, una vez en la vertiente del Cortail de Roncal, la facilidad de
paso me llevó naturalmente a la brecha a 2.650 m por donde Philippe recomienda
subir. Sin embargo, al llegar a la arista y mirar hacia abajo, creo que se la
podría tomar hacia los 2.200 ó 2.300 m con comodidad pero por la vertiente
contraria, la del Cortail de Batoua, iniciando la ascensión como para tomar el
corredor de la norte clásica.
RELATO GRÁFICO:
Salí de
Fredançon caminando por la pista que cruza el puente sobre el Arroyo de
Rioumajou y se introduce en el bosque para remontar el valle por su vertiente
oriental.
Luego, el
carril me introdujo en el Valle de Péguère y...
...
llegué a un segundo puente, que me encontré casi sepultado por los restos de un
gran alud. Lo crucé y, a los pocos metros, dejé a la derecha un desvío,
continuando...
... por
la misma pista río arriba, llevando ante los ojos el Culfreda que mostraba, por
encima de un cerro boscoso, parte de su arista NO, cuya culminación se perdía
en las nubes. Al cabo de un corto trecho, el camino giró a la derecha y me
condujo a remontar la ladera boscosa trazando amplias lazadas.
Después
de tres curvas, vi un hito a la izquierda del carril; marcaba el arranque de...
... una
estrecha senda que se internaba en el bosque. Como la salida es a contramano,
sin la señal sería fácil pasársela.
La vereda
mejoró y se hizo más ancha al poco y, aunque mantiene una mediana pendiente,
sus condiciones y trazado hicieron cómoda la subida. Sin más que seguirla un
buen rato, desemboqué en...
... un extenso
prado al pie de la cara norte del Culfreda, sostenida por un zócalo por el que
se despeñaban varias cascadas. El lugar es una hermosa mezcla de montaña amable
y ceñuda. Una nube cubría la cresta y no sabría decir si restaba o añadía
belleza al cuadro. A mi izquierda, al otro lado del torrente que atraviesa el
rellano, vi...
... una
cabaña de factura moderna: la sucesora del Cortail de Batoua (“cortail” es como
llaman por estos valles a los chozos de pastores). El pequeño edificio estaba
perfectamente cerrado y lucía un hermoso cartel advirtiendo que, si bien su uso
se reserva a unos pocos, se construyó con el dinero de todos, a través fondos
de la UE. En fin, que dejando la senda por la izquierda (E), me dirigí
directamente a la cabaña.
Tras pararme
a contemplar el fondo del circo, rodeé el edificio, encontrando...
... a su
espalda el hito que marcaba...
... el borroso
inicio de una senda que entra en el bosque y recorre...
... en
suave ascenso diagonal la ladera de un contrafuerte, que no es sino la
prolongación de la arista noroeste del Culfreda; es decir, aquella por la que
pensaba alcanzar su punta nororiental. Si la estaba rodeando era para
encaramarme a ella por un sitio más cómodo que la densa masa de matorral y
pinos que me rodeaba.
Al poco
de haber pasado a la vertiente de la Montaña de Guerreys, salí del bosque.
Estaba en un rellano frente a la cresta del macizo, bajo la que varios
torrentes rayaban de blanco la hierba de una empinada cuenca. En el suelo, un
cuadrángulo de piedras caídas podían ser los restos de un cobijo: el Cortail de
Roncal. Unos hitos indicaban la continuación de la senda, atravesando
horizontalmente esa gran cabecera. Entonces, abandoné el camino por la derecha
(SO), para...
...
caminar a través del monte bajo, aprovechando los huecos cuando los había. Al
principio, subí directamente pendiente arriba, y luego, siendo el terreno
favorable, derivé a la izquierda (SE) para...
... continuar
en diagonal y...
... terminar,
ya por hierba, siguiendo en horizontal el borde superior de un resalte. Por
encima, se adivinaba otro, sobre el que asomaba la arista a la que iba. A fin
de superar el escalón, escogí un lomo herboso a la izquierda de unos chorros de
agua. Tras remontarlo, salí a...
... la
terraza superior, desde la que vi a mi izquierda la cresta del Lustou, elevada
sobre las suaves rampas de su vertiente oeste.
A mi
espalda, el Aret dominaba un paisaje marcado por una sucesión de aristas,
verdes y suaves unas, grises y cortantes otras.
Por fin
tenía ante mí, al otro lado de una moderada pendiente pedregosa, la arista NO
del Culfreda, que presentaba un flanco vertical rematado por una quebrada arista
de aspecto agudo. Viendo una gran brecha, me dirigí hacia ella.
En la
base del corredor de acceso a la brecha, en torno a 2.600 m de altitud, pisé
nieve y así se veía el vecino Pico de la Niscoude.
La nieve
estaba endurecida y me dio pereza sacar los pinchos, que no había utilizado
hasta entonces (ni lo haría durante la jornada). Para evitar pendientes que me
obligaran a ello, decidí seguir los pasos de Queinnec y subir por el
contrafuerte rocoso a la izquierda del corredor. Aunque, en las condiciones que
lo encontré, hubiera sido más fácil subir por él. Lo primero fue rodear la base
del saliente, a fin de evitar un primer muro por...
... una
rampa de pedrera del flanco izquierdo. El canchal me dejó al pie de un segundo
resalte, desde donde...
... la
arista ya impresionaba de verdad.
Esta
primera trepada del día consistió en unos quince metros casi verticales, de
roca sólida y cincelada en multitud de repisitas, que formaban casi una escala
(II).
Siguen
dos muros algo mayores, unos 25 m cada uno, separados por una terraza estrecha.
Son un poco menos empinados y tienen más apoyos (II-), pero la roca es de mucha
peor calidad. Al final del segundo, el terreno...
... se
tendió en una rampa que recorrí caminando hasta el filo de la arista NO, la
cual presentaba el aspecto sombrío de una cuchilla quebrada de flancos verticales
que iba a perderse en un impreciso palio blanco... ¡Maravilloso!
Aquí, a
2.700 m de altitud, la vista era ya magnífica hacia el Aret y sus vecinos, a
pesar del cielo encapotado, con el palio de nubes cada vez más bajo y oscuro. Mirando
hacia la parte baja de la arista, me pareció que la roca comienza prácticamente
con el fin del bosque y que es abordable con comodidad por bastantes sitios, a
partir de los 2.200 ó 2.300 m. Y, además, por cualquiera de sus dos flancos.
La arista
se presentó al principio como una aérea sucesión de bloques, en que hube de ir
haciendo continuas superaciones (I / II) cortas. La calidad de la roca era
relativa, con una mayoría de agarres firmes, pero varias veces me quedé con un
canto en la mano. En resumen, que no es lo peor que me he encontrado en el
Pirineo y no me llevé ningún susto gordo pero no tardé en ir comprobando cada
presa y a cada apoyo antes de confiarme a ellos.
Al poco
de comenzar el recorrido, me encontré con el que posiblemente sea el paso más
difícil: tras una brecha de la que salí por un muro de unos cuatro metros con
pocos agarres (II+), caminé por una especie de pasarela de roca hasta un
segundo escalón similar, un nuevo tramo horizontal y un tercer muro. Siendo éste
más alto, vertical y liso, lo sorteé por una repisa expuesta del lado derecho
(I+), por la que alcancé...
... un
diedro tumbado (I) de 6 u 8 metros, por el que volví a la arista.
A partir
de ahí, la trepada volvió a discurrir sostenida y aérea (II) durante bastantes
metros. Me fijé en que a la derecha llevaba una buena terraza unos metros más
abajo, que posiblemente hubiera podido alcanzar de seguir el anterior flanqueo.
Pero era más divertido ir por el filo.
Llevaba
superados unos cien metros de desnivel cuando esa repisa se fundió con la
arista y ésta se convirtió en lomo pedregoso, empinado pero sin dificultad,
durante otros cincuenta.
Mirando
abajo a la derecha, podía ver...
... los
prados que se extienden bajo...
.... la
cara norte, inmensidad de roca en la que se adivinaba, cerca,...
... el
costurón blanco que sigue la vía clásica y su salida en lo alto.
Hacia los
2.900 m, empezó a pintarse en la niebla la silueta imprecisa de la cresta.
Progresaba entonces por una arista de bloques estrecha y accidentada (II), que
ascendía regularmente. A la derecha, vi alternativas aún más fáciles pero la
trepada era divertida y me mantuve en el filo.
Los
vapores se iban haciendo más densos en torno a mí y pronto empecé a no distinguir
gran cosa al mirar abajo.
En los
metros finales, la arista presenta un resalte afilado (II), justo antes de ir a
encajarse en la Punta NE de Culfreda,...
... pocos
metros a la derecha del hito cimero. La visibilidad era nula entonces, y sólo
me detuve lo necesario para comer un bocado y recuperar los bastones, pues
volvía a caminar tras más de hora y media de trepada.
Tomé la cuerda
a la derecha (SO), comenzando por bajar a la horcada inmediata, siguiendo una
traza nítidamente marcada en el cascajo del lomo.
No tardó
en irse dibujando el perfil abrupto del Culfreda Central, la más modesta de las
tres puntas, pero también la que presenta un aspecto más altivo.
A partir
de ella, la arista se volvió rocosa pero siguió siendo ancha y sin dificultad.
Esta otra
horcada es más acusada y, desde su punto más bajo, llegué a ver a mi derecha el
verde de los prados, al fondo de una caída de mil y pico metros.
La subida
subsiguiente transcurre por una suave pasarela de roca. Había algo melancólico
en este cresteo sin sobresaltos y a través de una niebla inmóvil, silenciosa y
húmeda.
En la
cumbre de los Picos de Culfreda, me detuve un rato, a ver si tenía suerte y
despejaba aunque fuera por un momento. Pero el viento continuaba ausente y,
tras un descanso que no me vino mal, continué camino.
Tras
recorrer hacia el suroeste la alargada cima, comencé a perder altura por el
lomo, que es al principio ancho, pedregoso y de pendiente moderada. Apenas
perdidos 50 m, me encontré ante...
... un
resalte de 12 m de roca sólida, que destrepé con facilidad (I). A continuación,
vino otro tramo por lomo de cascajo, junto a un haz de estratos que surgía en
plena arista. Otros 50 m más abajo, los mismos forman un crestón rocoso más
abrupto, que...
... la
senda me llevó a soslayar por una repisa del lado izquierdo, teniendo que apoyar
las manos alguna vez, más por seguridad que por otra cosa.
Un poco
más abajo, llegué a una amplia horcada y el cordal cambió momentáneamente de
naturaleza: por un momento, pasé a caminar por un ancho lomo formado por una
grava negra apretada y compacta.
A
continuación, de nuevo me encontré con el cascajo esquistoso de antes y una breve
subida me dejó en el Pic de Cauarère, donde el lomo se divide en dos. Los hitos
indican girar a la izquierda (S) para seguir la divisoria de la cordillera.
Pero no era ese mi camino. Yo debía volver a Fredançon y, para ello, continué recto
al oeste, por...
... el
cordal que se proyecta en esa dirección y luego gira al norte para abrazar los
prados del Cortail de Batoua. El descenso es acusado pero...
... el
terreno, amplio y cubierto de pedrera razonablemente estable, resultó cómodo.
Con la
pérdida de altitud, salí de las nubes y, a mi izquierda, vi incluso por
momentos algo de la vertiente opuesta: las laderas verdes de la Montaña de la
Plagne, pues estaba entre las cabeceras de Péguère y Rioumajou.
Al llegar
al collado oeste del Cauarère, giré a la derecha (NE) y dejé el cordal,
deslizándome por una amplia y empinada vaguada de pedrera fina. A la derecha,
tenía...
... la
impresionante cara norte de los Culfredas, donde los vapores que tapaban la
cresta formaban bonitos juegos de sombras con las aristas que cortan el
murallón.
El
descenso fue cómo y raudo, tanto la primera parte por grava y nevero, como...
... la continuación
por cascajo más grueso. Tras un estrechamiento de la canal, llegué a...
... un
rellano en que la hierba ya era continua, a unos 2.220 m de altitud. Estaba
cerca de donde los torrentes se despeñan por las cascadas del resalte inferior,
bajo un picacho verde marcado en el mapa con la cota 2.471.
Me cortó
entonces el paso un rastro no muy claramente dibujado en la hierba. Como
cruzaba horizontalmente y no viene en los mapas, cabía la duda de en qué
dirección debía tomarlo. Pareciéndome que lo lógico sería que buscara la bajada
fuera de la zona más rocosa del zócalo y de las cascadas, lo tomé a la
izquierda (O).
Acerté.
Tras un corto trecho de travesía casi horizontal por prado y pedreras, la traza
giró a la derecha (N), perdiendo altura junto a un arroyo, que cruzó más abajo,
cuando el lecho rocoso presentó unas repisas abordables. Aun así, el paso es
delicado: la superficie pulida de la roca resbalaba bastante y, con una
película de agua corriendo sobre la misma, es fácil dar un resbalón que acabe
en una mala caída. Al otro lado, prosigue el descenso en diagonal, hasta cruzar
un segundo chorro, éste sin complicaciones.
A
continuación, el trazo, casi imperceptible entonces, giró a la derecha (NE),
frente al zócalo de las cascadas: estaba a mitad de su altura.
Los
últimos 80 m de bajada fueron por una zona rocosa abarrancada, que ese día
estaba afortunadamente seca. Y ahora no había dudas pues precisamente ahí me
encontré el único hito de toda esta parte de la bajada. Durante el descenso,
hube ayudarme de las manos en algún escalón un poco más alto, pero sin dificultad
ni exposición, yendo a salir al pie de la cascada más occidental.
Estaba ya
en los prados del Cortail de Batoua, que crucé hacia la boca del circo, a
través de una hierba mullida, donde dejé de prestar atención al trazado de la
senda.
Al llegar
cerca de la cabaña, me detuve para echar una última mirada a este bonito circo,
antes de...
...
deshacer el camino esa mañana: primero la senda a través del bosque y luego, la
amplia pista de Péguère hasta...
... Fredançon,
donde llegué muy oportunamente, pues arrancó a llover cuando pasaba junto a una
casa a la vista del aparcamiento.
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