Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ésta, más o
menos, es la ruta por la que había subido por primera vez a Cabezas de Hierro
en 1988. En aquella época, pese a contar ya con cierto bagaje en Pirineos y
Gredos, no conocía las montañas que tengo más cerca de casa, el Guadarrama. Así
que me dispuse a recorrerlas, pero prescindí de guías y, armado con los mapas
militares 1.50000 de entonces, fui subiendo a los principales picos por donde mejor
me pareció.
Lo cierto es que este
itinerario del Empalotado, siguiendo el lomo norte tiene coherencia visto sobre
el mapa, pero no es una ruta práctica, por lo incómodo del terreno y el rodeo en
la aproximación. De hecho, apenas está transitada. Pero tiene sus atractivos,
sobre todo el panorama que se disfruta desde que se sale del pinar, al progresar
por un contrafuerte de perspectivas abiertas a ambos lados. Destacan en esto,
por originales y amplias, las vistas desde el hombro de la loma hacia los 1.900
m, donde he colocado una estrella en el mapa, que es un auténtico palco sobre
el Valle del Lozoya.
La subida sin
nieve es muy fácil, relativamente cómoda y clara. El primer tramo sin camino, a
través del pinar en la zona baja del Empalotado, es empinado pero transcurre
por terreno despejado y la cuerda a seguir está clara. Más arriba, fuera del
arbolado, el matorral no tiene entidad para resultar incómodo y, si bien la
arista se difumina en la ladera, estando la cumbre a la vista la orientación es
obvia. Por último, la pedrera no es tan mala como cabría esperar por su
aspecto: de todos los cantos en que me apoyé, apenas se movieron cuatro o cinco.
En la anterior subida, tengo anotado que trepé fácilmente (I) varios crestones
camino de la cima; debí de ir más a la izquierda, donde sí hay unos canchos, ya
que alcancé la cuerda en el extremo oriental del lomo cimero y no directamente
en el hito, como esta vez.
RELATO GRÁFICO:
Desde el
aparcamiento del Puerto de Cotos, el contraluz del sol matinal apenas dejaba
distinguir los detalles de la cara norte de Cabezas de Hierro. Comencé
dirigiéndome al oeste, hacia la salida de la carretera de Valdesquí.
En el
propio cruce, tomé una senda que sube al sur por lo alto de la Loma del Noruego,
que de allí arranca. Junto a la misma, unas estacas y marcas de pintura
señalaban los senderos RV-1, RV-9 y PR-27. Ni más ni menos. El camino asciende
suavemente bajo los pinos y, al poco, dejó a la derecha la ruta hacia las
Guarramillas para bajar a...
... la
carretera de Valdesquí, la cual alcanza justo frente a la barrera que cierra el
paso a la explanada de El Pingarrón. El sendero me llevó de nuevo bajo los
pinos, para rodear por la derecha el modesto cabezo al otro lado del cual se
alza el refugio.
Sin
llegar al mismo, cuando vi entre los árboles a mi derecha un camino pocos
metros por debajo del mío, giré a ese lado
y atajé para tomarlo de bajada (SO). En los huecos que dejaban los
árboles, podía ver el triste espectáculo del Circo de las Guarramillas
devastado por las instalaciones de Valdesquí.
Enseguida,
me encontré ante el arroyo que baja del mismo, el cual crucé por una pasarela.
A
continuación, pasé a atravesar la ladera que recibe el gráfico nombre de El
Pinar, con cortas y suaves subidas y bajadas que venían a mantener más o menos
la cota. Aunque el bosque era denso y, los árboles, de gran desarrollo, por
algún hueco alcancé a ver la cumbre de Peñalara.
Poco
después de doblar el morro de una loma, desde donde se domina el Valle del
Lozoya y se llegan a ver las crestas de Ayllón,...
Me
encontré ante una bifurcación. Tomé la senda de la izquierda (S), la cual
pierde altura con rapidez y...
... no
tarda en alcanzar el Arroyo de las Cerradillas, que cruza por una pasarela.
A
continuación, girando a la izquierda, desciende junto a la orilla cruzando otro
par de veces el torrente en busca del mejor paso antes de desembocar en el
extremo de una pista forestal.
Por la
misma proseguí el suave descenso hasta un cruce, donde giré a la derecha (E),
pasando a recorrer, primero en suave ascenso y luego en horizontal, la ladera
de las Navas de Cabezas de Hierro, boscosa vertiente que se extiende bajo la
cara norte de la montaña.
A través
del hermoso bosque, las únicas vistas lejanas eran de nuevo, al paso por algún
breve claro, la rocosa cresta de Peñalara.
Al rato,
la pista hizo una cerrada curva a la derecha y los árboles clarearon. Estaba en
el morro de la Loma del Empalotado, mi vía de subida. Así pues, dejé el carril
por la derecha (SO) y emprendí la remontada...
... por
la arista. La misma, siendo roma, está lo suficientemente marcada como para
poder seguirla con facilidad. Si bien al principio vi un trazo en la pinaza,
éste desapareció pronto, pero no lo eché de menos, pues el terreno bajo los
pinos, despejado y poblado de hierba y helechos dispersos, era bastante cómodo.
Sólo la fuerte pendiente penalizaba un tanto la subida. Pero era sólo cuestión
de tomarlo con calma.
Hacia los
1.900 m de altitud, dejé atrás el arbolado, saliendo a una eminencia pedregosa,
extraordinario mirador sobre el Valle de Lozoya. Había un pequeño hito de
piedras sobre la roca cimera del mismo: no soy el primero en pasar por aquí y
fijarse. En el mapa, no llega a reflejarse en las curvas de nivel pero he
marcado con una estrella el lugar. Como muestra de las vistas, al oeste
aparecían Valdemartín mostrando los huecos de Las Cortadillas y, en un
horizonte más lejano, la cresta de la Mujer Muerta.
Volviéndome
al norte, veía la omnipresente Peñalara, con sus circos y las praderas de Cotos
destacando sobre el pinar.
Al este,
más allá de Cabeza Mediana, corría el Valle del Lozoya bajo la monótona
divisoria del Guadarrama, donde destacaban el Nevero y el Reajo Alto. Al fondo,
las crestas oscuras de Ayllón sobresalían de tiras de nubes bajas.
En fin,
al sur tenía ante mí la cumbre sobre la cabecera de Peñas Malas, que seguía
velada por el contraluz. Pese a ello, llegaba a distinguir cómo el matorral se
extendía sobre una loma cada vez más ancha, por debajo de una fuerte rampa
final de pedrera. Si vuelvo otro día, tengo que salir más temprano: no es
agradable llevar todo el rato el sol en la cara.
De
momento continué caminando por el lomo, que ahora era más suave y cómodo pero
aún estaba bien marcado. Aparecieron retamas y enebros, entre otro matorral,
pero tan abiertos que el paso quedaba franco entre las plantas.
Por aquí,
me encontré una barra de hierro puesta en pie y sostenida por unas piedras
cuidadosamente dispuestas al efecto. No hay otras señales que den continuidad a
ésta. Misterios de la montaña.
Según
ganaba altura, la pendiente se intensificaba, el matorral se adensaba y la loma
se ensanchaba hasta que se fundió en la ladera. Así, cada vez costaba más
avanzar, pero no llegaría a calificar de penosa la progresión. El principal
obstáculo, el matorral, apenas me pasaba del tobillo y, aunque las plantas se
tocaban, quedaba espacio para pasar.
A partir
de la cota 2.100, la vegetación desapareció del todo y una rampa de pedrera se
extendió ante mí. Estaba formada por bloques de tamaño mediano, bastante
estables; no los conté pero no creo que lleguen a la decena los que se movieron
al pisarlos. La pendiente es generalmente moderada, aunque presenta algunos
escalones en los que hube de gatear para superarlos; por otro lado, son tan
cortos que no cabe hablar de trepada. En parte para dulcificar la subida y en
parte para buscar la cumbre, fui derivando a la derecha (S), guiado por dos
canchos que sobresalían sobre la ladera en esa dirección.
A ambos
lados, la vista se extendía en amplias panorámicas, hacia el Valle del Lozoya a
la izquierda y...
... su
cabecera y la Mujer Muerta a la derecha.
Cuando
los dos cuetos de referencia estuvieron cerca, decidí pasar entre ellos,
aprovechando además, que ahí interrumpía la pedrera un islote de hierba.
Pasé
pegado al roquedo de la derecha, por unas placas tan tendidas que pude
superarlas caminando. Al otro lado,...
... me
encontré a 50 metros del hito cimero, alzado al otro lado de una pradera de
escasa pendiente, a la que llegan unos hitos desde la derecha: la salida de las
vías del Tubo Norte. Antes de dirigirme a la cima,...
... me
encaramé a la peña que acababa de rodear para disfrutar de una soberbia
perspectiva hacia el norte: el Valle del Lozoya en toda su extensión.
En el
extremo izquierdo, destacaban las Guarramillas, Siete Picos y la Mujer Muerta.
Las primeras presentaban...
... una
curiosa alineación con una montaña lejana: el Pico Zapatero, en la Sierra de la
Paramera, a más de 80 km. También se identificaba la Peña Cabrera a la
izquierda.
Naturalmente,
Peñalara.
El
Nevero, la Somosierra y Ayllón sobre el Valle del Lozoya.
Al ganar
la cima de Cabezas de Hierro, apareció la vertiente sur, donde un palio de
nubes bajas cubría la mayor parte de la llanura, aunque llegaban a verse el
cerro de San Pedro o la Sierra de Hoyo de Manzanares en una perspectiva
limitada por el Asómate de Hoyos y la Maliciosa.
Estuve un
buen rato en la cumbre antes de emprender el retorno, cresteando al suroeste,
hacia la Cabeza de Hierro Menor. La Cuerda Larga se presentaba amplia y cómoda;
un suave lomo cubierto de hierba rala, con algo de matorral y cantos dispersos.
Al llegar
al collado de Entrecabezas, dejé la cuerda, girando a la derecha (NO) para
bajar por la vaguada de ese lado, pero...
... no
siguiendo su eje, sino derivando en diagonal a la izquierda, en busca de un
hombro que hace el lomo que limita el tubo por ese lado. Además, pronto unos
hitos me guiaron.
Desde
allí, tenía una buena visión del perfil de la subida por el Empalotado, desde la salida del bosque hasta la cumbre.
Bajé
hacia el otro lado, donde se abría el Circo de las Cerradillas, por una
torrentera...
...
pedregosa y empinada. Unos hitos marcaban una senda estrecha pero muy pisada
que iba haciendo cortos zigzags en busca de los lugares más cómodos.
Llegando
al fondo del circo, al tiempo que la pendiente se atenúa, el camino me llevó a
girar a la derecha, siguiendo ahora uno de los cursos de agua que dan origen al
Arroyo de las Cerradillas.
El trazo
se fue haciendo más claro al perder altura, apareciendo hitos y marcas de
pintura; estaba el PR-27, que me conduciría hasta Cotos.
Al entrar
en el pinar, lo que ya era buen camino, me llevó a vadear varios brazos de agua
para entrar en la ladera de El Pinar. Requiere atención el segundo, donde un
derrumbe ha borrado la senda durante varios metros; manteniendo una subida
mediana en diagonal una vez cruzado el torrente y fijándome un poco, no me
costó retomar el camino.
Tras un
ratito atravesando casi en horizontal esta amplia ladera boscosa, llegué a la
bifurcación de sendas desde donde esa mañana bajé a cruzar el Arroyo de las
Cerradillas. Ya sólo me quedó deshacer el itinerario de ida, lo que hice con la
única variación de...
... pasar
por el Refugio del Pingarrón, para llevarme una buena perspectiva de Cabezas de
Hierro, con la ruta de subida bien distinguible. No sólo se veía bien la Loma
del Empalotado; también, el corte en el pinar de la pista que me había llevado
a la misma.
Y
asimismo se ve bien Peñalara desde este lugar.
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