Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Excursión
prolongada pero llevadera y sin dificultad, al alcance de andarines en una
mediana forma física. Durante casi todo su desarrollo transcurre por caminos
marcados, salvo el tramo entre la Punta del Mallo y la cumbre; pero ahí se
trata de caminar por un prado despejado y con la referencia del pico ante los
ojos. Pero, en caso de niebla en la meseta, es mejor ir a la cumbre por el
carril que pasa por el santuario y el camino que utilicé para bajar.
El paso por las ermitas
rupestres añade un punto de atractivo a la ruta, aunque, para mí, lo bonito de
esa bajada fue el entorno de roca y bosque y no esos modestos edificios. Nadie
espere una maravilla de románico: son del XVII. Además, estas construcciones,
si bien son una curiosidad por su emplazamiento, carecen de valor artístico y,
estando la obra correctamente ejecutada, tampoco poseen la gracia que, por
ingenuo, tiene a veces el arte popular. Merece la pena el camino en sí más que por
las ermitas.
Existe la posibilidad de
alcanzar en coche el santuario de Santa Orosia y reducir así a un corto paseo
la culminación del Oturia. Lo desaconsejo: como dije más arriba, lo más
atractivo de la excursión se encuentra por debajo de la altiplanicie.
RELATO GRÁFICO:
En la
Ermita del Angusto, tomé el camino de la izquierda (NO) de los dos que salen
del final del ramal de asfalto, indicado a las ermitas rupestres (PR-HU 4). Por
el mismo, bajé al cauce del barranco y pasé un estrechamiento. Al salir del
mismo,...
... en
una curva a la derecha, giré a la izquierda (O), para tomar el sendero GR-16 en
dirección a San Román de Basa. La salida del mismo no es muy visible y el
cartel que lo indica está separado y medio tapado por las zarzas (no es el que
se ve en la foto). Pero sirven de referencia una torre eléctrica, que hay que
dejar a la izquierda; un hito, que podría desaparecer en la siguiente riada, y,
sobre todo, que hay que vadear el Barranco de Santa Orosia y...
...
remontar la torrentera que recibe del oeste y discurre al pie de una llamativa
ladera margosa. También hay estacas e hitos pero la mitad, al menos, se los ha
debido llevar el agua. Tras unos minutos sin apenas ganar desnivel,...
... la
vereda me llevó a emprender la subida de una áspera pendiente de hierba y
matorral. Por ella, salí del barranco y...
... me
encontré en un gran llano herboso al pie del zócalo que defiende el altiplano
sobre el que se levanta el Oturia. Estaba en la Corona de San Román y, desde lo
alto, me dominaban las antenas de la Punta del Mallo, donde iba a ganar el
nivel superior. Pero antes de iniciar la subida,...
... me
dispuse a faldear un trecho al oeste, donde veía ya las casas de San Román de
Basa, con el fondo sombrío de la Sierra de la Partacúa. Atravesé el prado en
esa dirección, incorporándome al poco a un carril que iba por el límite
meridional del campo, hasta...
... su
extremo oeste. Allí, cuando gira a la izquierda, tomé a la derecha (N) una
senda, cuya salida estaba marcada con una estaca. La misma me introdujo en la
vegetación,...
... a
través de la que bajé al Barranco de Gabardué, que crucé. Al subir la ribera
opuesta,...
... gané
un alto desde el que se veían las sierras de Portiello y Picardiello, que
cierran por el sur el Valle de Basa.
La senda
seguía ahora, siempre al noroeste, el lomo de un reborde de la sierra, desde el
que descubrí también la Peña Oroel.
Al llegar
a su unión al monte, el caminillo giró a la derecha (N), dejándome enseguida...
... en
San Román de Basa, pequeño conjunto de casas modernas, aunque fieles al estilo
tradicional, que rodean una vieja iglesia ruinosa. Atravesé el caserío
siguiendo las señales del GR, saliendo del mismo...
... por
la carretera que viene de Isún, la cual dejé a los pocos metros: cuando hace
una curva a la izquierda, tomé un carril de tierra que sale al lado (NE),
indicado a Santa Orosia. Por él me dirigí directamente hacia el monte.
El camino
se estrechó y fue empinándose gradualmente al elevarse el terreno en el Solano
de San Román. Al principio, gané altura muy gradualmente a través de un paisaje
de aspecto árido con algún matorral.
Pronto
entré en un denso pinar, entre cuyas copas veía la Punta del Mallo cada vez más
encima de mí.
Con la
altura, aumentaba la pendiente y los pinos iban siendo paulatinamente
sustituidos por los robles. Hacia los 1.250 m, salí del bosque y me encontré
enfrentado a la primera banda de roca de las que defienden el altiplano de
Santa Orosia. Su aspecto impresiona al principio, pero...
... no
tardé en descubrir que el sendero va enroscándose en torno a los canchos, buscando
entre...
... fajas
y canales el paso mejor, de modo que la subida transcurre cómodamente y sin
ninguna dificultad. Ni siquiera llega a ser fuerte la pendiente. Y, cuando el
camino se abalcona,...
... las
vistas sobre el valle son amplias y hermosas.
Al cabo
de esa amena remontada, llegué a una faja herbosa recorrida por un camino,
donde va a desembocar la senda que llevaba. Aquí, ya no hay ni que atender a
las señales. Girando la vista a la izquierda, se ven cercanas las antenas de la
Punta del Mallo y hacia ellas (NO) me dirigí.
Tras un
trecho por la terraza, desde la que se veía la Sierra de Guara hasta entonces oculta,
una brevísima subida me dejó...
... al
borde de un gran llano herboso al fondo del cual se elevaba el Oturia.
Pero,
antes de coronar la cumbre del día, quería pasar por un picacho secundario con
pinta de ser un buen mirador: la Punta del Mallo, que se elevaba al oeste, muy
cerca. La senda se perdía en la hierba, pero ese amplio prado suavemente
ascendente, no era un problema: caminé directamente hacia las antenas que se
alzaban en la cima.
Al
asomarme, entre ellas, al oeste, se desplegó a mis pies la Val Ancha,
flanqueada por cordales modestísimos, donde la Peña Oroel destacaba como única
cumbre de relieve.
Al norte,
el Gállego se abre paso entre las sierras de la Partacúa y Tendeñera. Por el
boquete abierto, veía las siluetas lejanas de las cimas fronterizas, de
Ferraturas al Balaitús.
Más a la
derecha, tenía la verde pirámide del Oturia, al otro lado de una gran pradera.
La misma estaba interrumpida por el corte cabecero del Barranco de las
Gargantas. Así, pues, me dirigí a la cumbre trazando un ligero rodeo para dejar
de lado ese hoyo.
Mientras
caminaba, veía a la derecha alzarse sobre el cercano horizonte del prado las
siluetas anchas pero armoniosas de los montes Suerio, San Loriente y Canciás.
Más lejos, a través del hueco entre los dos primeros, llegaba distinguir las
siluetas borrosas del Cotiella y la Peña Montañesa.
Si miraba
al sur, veía la Sierra de Guara o, al menos, sus dos núcleos más importantes:
el Tozal y la Gabardiella.
Pasado el
Barranco de las Gargantas, tampoco subí directamente hacia la cumbre, sino que
proseguí al norte, dejando a la derecha el pico y entrando en el testero de La
Lera, asomándome a la cabecera de un segundo barranco, el de Vallés. En él,
prospera un bosque, cuyas copas otoñadas mostraban un colorido
extraordinariamente variado.
Al llegar
al lomo que cae al oeste del Pico de Oturia, giré a la derecha (E) y, entonces
sí, emprendí la subida final. El terreno seguía siendo un prado despejado de
obstáculos, comodísimo de caminar, donde no se marcaba ninguna senda, ni falta
que hacía. Eso sí, la pendiente que empezó suave, fue aumentando paulatinamente
y la última parte de la subida es extremadamente empinada.
Llegando
a la cima del Oturia, me volví a contemplar el altiplano a través del cual
llegué desde la Punta del Mallo. No dejan de sorprenderme estas praderas
colgadas en altura.
Al oeste,
por encima de las cabeceras de los barrancos de las Gargantas y Vallés, veía la
Val Ancha entre Peña Oroel y la Partacúa. Al fondo, el aire se tornaba gris por
las nubes bajas y las cortinas de lluvia: había un cambio de tiempo anunciado a
media tarde y ahí venía.
Merecía
la pena bajar un poco la noroeste para ver mejor la cabecera multicolor del
Barranco de Vallés.
Al norte,
sobre las últimas estribaciones orientales de la Partacúa, descubrí la silueta
oscura del Midi d’Ossau.
Más a la
derecha, al norte, corría el monótono paredón de la Sierra de Tendeñera.
Siguiendo la vuelta, se distinguían las paredes de Ordesa bajo una banda de nubes y,
sobre ellas, las cimas de las Tres Sorores.
A
oriente, la montaña se mostraba aún sonriente, con mucho azul entre las nubes
sobre unos valles aún mayoritariamente verdes, pero donde el otoño se agazapaba
en los bosques expuestos al norte, rodeados por los picos amables de la
Manchoya, Suerio y Canciás.
Más allá
del segundo, seguían Cotiella y la Peña Montañesa.
Y, al
sureste, Guara. En esa dirección abandoné la cumbre, caminando por un lomo
herboso carente de obstáculos. El mismo es al principio casi horizontal pero...
... no
tarda en adquirir cierta pendiente, aunque nunca es extrema ni presenta ningún
obstáculo.
En suma,
que se trata de una bajada, la de este lomo suroriental, cómoda por el terreno
y bella por el panorama. Al cabo de cierto tiempo, me cortó el paso una pista y
la atravesé, siguiendo las indicaciones pintura amarilla y blanca y los hitos
que habían ido apareciendo según bajaba. Al llegar a un segundo carril, lo tomé
a la derecha (O) y, tras pasar junto a la Caseta San Cocoba,...
... pasé
a atravesar, casi horizontalmente, la falda meridional del Oturia.
Caminaba
a cierta altura sobre el altiplano, donde iba viendo el edificio rodeado de
coches del santuario y, más cerca, un cruce de caminos. El mismo marca el
Puerto de Santa Orosia, collado amplísimo y tan suave que cuesta trabajo
distinguirlo. Para llegar a él, estando a su altura, giré a la izquierda (S)
para bajar por una vereda mucho más deteriorada y de arranque impreciso, la
cual se dirige directamente a la encrucijada. En todo caso, ésta es bien
visible y el terreno carece de obstáculos. Una vez en la misma, tomé la pista
que va al suroeste, la cual me llevó...
... al
cercano Santuario de Santa Orosia, en aquel momento en obras, que estaba
rodeado de coches y paseantes. No me daban envidia: como ya dije en la
introducción, subir hasta aquí así resta a la ascensión buena parte de su
atractivo. Total, que giré a la izquierda (S) en el cruce de pistas cercano al
edificio y, apenas 50 ó 60 metros más allá, tomé a la derecha (SO)...
... una
senda indicada a los “Santuarios Rupestres”. Desde su arranque se tiene quizá
la composición más atractiva del Oturia y el santuario.
El
camino, que empieza borroso pero enseguida se aclara, me llevó a atravesar
entre matorrales un llano a cuya izquierda...
... hay
una atractiva perspectiva del Canciás. Bajo el mismo, distinguía el corte del
Barranco de Santa Orosia, referencia de la bajada, pero que no tomaría por su
cabecera, cosa lógica, sino siguiendo un itinerario sorprendente.
Alcancé
de nuevo el borde del altiplano en el lugar donde se levanta la Ermita de la
Cruz. Es un buen mirador, pero empezaban a caer algunas gotas y no quise
entretenerme mucho más. Dejando el edificio a la derecha, en su parte trasera,...
... un
cartel indicaba el incierto arranque de una senda que bajaba a Yebra. Era mi
camino y, tras un corto descenso cara al valle,...
... salí
a una faja colgada sobre el abismo. La tomé a la izquierda (SE) e inicié la
bajada hacia el barranco, recorriendo el zócalo cerca de su culminación. La
misma es, en todo su recorrido, una amplia y despejada banda de hierba, sin
ningún obstáculo, colgada entre una gran caída y una pared de roca. Esto último
me vino bien pues se puso a llover y, cuando caía con cierta intensidad, me
encontré...

...
caminando bajo el techo natural que forma, en buena parte de su recorrido el
estrato calizo superior. Al poco, llegaba a la segunda de las ermitas que
jalonan el recorrido, primera de las rupestres. La de Santa Bárbara, como sus
compañeras, no es en realidad un edificio sino el cierre de mampostería de una
cueva usada como oratorio. Construidas en la primera mitad del siglo XVII, no
responden a ningún estilo definido pero su factura es buena, profesional; por
ello, digo más arriba que carecen de tanto de valor artístico como del encanto de las construcciones populares. Su principal interés es la curiosidad
de su emplazamiento.
Lo cual
no es poco, pues el entorno es realmente impresionante y parece lugar adecuado
para que un creyente identifique la grandeza de la naturaleza con la de su creador.
En poco
tiempo, llegué a una nueva ermita, la de San Blas, más pequeña pero parecida a
la anterior.
A
continuación, doblé un espolón y entré en la cuenca del Barranco de Santa
Orosia, al fondo del cual se encuentra el mayor y más espectacular de estas
capillas: la Ermita de San Cornelio consta de dos partes, la inferior tan
sencilla como las anteriores, y la superior más grande, encajada entre dos
paredes y dotada incluso de hueco para campanas. Al final de la faja, la senda
se prolonga a través del bosque, yendo a cruzar el torrente para bajar por la
ribera opuesta. Antes del vado, sale a la izquierda (N) un tramo de escalones
que permite visitar el edificio superior de San Cornelio.
Lo hice y
puedo decir que carece de interés, salvo por ver el conjunto, y la parte final
de la faja, desde otro ángulo. Además, creo que no lo he comentado, todos los
edificios estaban cerrados; no sé si existe la posibilidad de verlos por
dentro. Si estuve un rato en este lugar fue porque, a partir de él no hay
resguardo y a lo lejos se veía llegar algún claro.
Efectivamente,
en menos de media hora había dejado de llover y volví a la bifurcación para
retomar la senda. Ésta, como ya dije, cruza a la ladera opuesta para emprender
un descenso más decidido. A través de los árboles, al tomar distancia, merece
la pena ir fijándose en las nuevas perspectiva que va mostrando San Cornelio,
antes de...
... que
la senda se introduzca en un túnel vegetal durante un rato considerable. La
senda se mantuvo cómoda y amplia hasta el final. Primeramente, bajé en
prolongada diagonal derecha la ladera de Canecillo, que constituye vertiente
izquierda del Barranco de Santa Orosia.
Luego,
cambié de dirección para volver al eje del vallecito y pude ver enfrente una de
las ermitas, que me marcó la faja por donde había iniciado la bajada del
zócalo.
Tras
vadear el torrente,...
...
proseguí el descenso y pronto tuve ocasión de ver el final de la excursión: a
la izquierda del llamativo terreno margoso bajo el que subí a la Corona de San
Román, distinguía el estrecho por donde había comenzado a caminar esa mañana.
Pasé por
otra ermita, la llamada de las Rodillas, que no es en realidad más que una capilla
con hornacina asentada sobre una roca al borde del camino.
Poco
después, descubrí al pie de la ladera otra formación de marga multicolor que,
junto a los árboles con distinto grado de coloración otoñal formaba un cuadro
muy atractivo. Su nombre, la Sierras.
La última
capilla recibe el nombre de As Coronillas, tomado del estrato sobre el que se
asienta, que forma un reborde que remata la ladera del monte y...
... desde
el que hay una hermosa perspectiva del Barranco de Santa Orosia.
A partir
de ese punto, la senda se prolonga en una pista, ya por terreno menos empinado,
pero que dejé enseguida, guiado por las señales de PR, tomando una senda que
sale a la derecha (S). Ésta baja más directamente pero es igualmente cómoda.
Incluso
cuenta con escalones cuando la pendiente se agudiza. Por ella llegué enseguida
al cruce donde esa mañana me desvié por el GR-16 y, de ahí, por camino
conocido, en minutos...
...
arribé de vuelta a la Ermita del Angusto mientras caían las sombras de la tarde
y el cielo se iba terminando de aclarar.
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