Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Breve y
bonita ascensión que realicé intentando evitar las lluvias generalizadas en
toda la Península ese fin de semana. Al final, me mojé pero poco y sin
violencias. No estuvo mal.
Pese a la
trepada, la excursión está al alcance de cualquier senderista algo decidido. Ya
dije más arriba que el equipamiento sobraba pues los 30 m de trepada están
lejos de ser verticales, hay un par de rellanos para descansar y el terreno, muy
escalonado, presenta agarres y apoyos de sobra. Ni siquiera creo que pueda
provocar vértigo.
RELATO GRÁFICO:
En el collado de las Herradas, la pista que sube desde el pueblo muere en una explanada. Tras aparcar, comencé a caminar por un carril de grava que sube al sureste, buscando una brecha por la que cruzar el resalte superior.
Pasada la
misma, me encontré ante la gran pradera de Solacueva, al fondo de la cual se
alzaba altiva la Peña del Castillo. El camino se fue difuminando poco a poco
hasta desaparecer junto a un cartel que indicaba las diversas rutas para ir a
la Peña Amaya. Siguiendo la indicación al Castillo, giré ligeramente a la
izquierda (NE) y me dirigí hacia un rellano visible a la derecha de la peña,
conocido como La Nariz.
La
pendiente es fuerte pero no excesiva y gané altura con rapidez, pudiendo ver a
mi espalada cómo quedaba atrás la gran terraza. Más allá la bruma apenas dejaba
distinguir nada al sur de la sierra.
Llegando
a la Nariz, vi sobre mí, a la izquierda (NE) una discontinuidad en el roquedo
que permitía un acceso fácil a la cima y por ella entré.
A media
subida, me desvié a un saliente a la derecha para ver desde arriba el Cinto y la
senda que lo recorre, por debajo de las paredes superiores de Peña Amaya. Esa
es una ruta bastante conocida, por la Fuente Hongarrera y era por donde había
pensado volver pero, como el viento dominante sur era bastante molesto, cambié
de idea y decidí regresar por el norte.
En su
tramo final, el tubo herboso se fue definiendo y estrechando, justo antes de
llegar a un rellano, donde giré a la izquierda (N) y superé, con ayuda de
manos, dos pequeños escalones rocosos sin dificultad para pisar la cima de la
Peña del Castillo.
Al
llegar, apareció ante mis ojos la larga cresta de la Sierra de Albacastro, que
se extiende al otro lado del Vallejo. A mis pies, el tramo norte del Cinto.
Al este,
se elevaba la Peña Amaya, cumbre principal de la jornada, sobre la que estaba
aterrizando una nube... ¡Vaya! Al sur y oeste seguía sin verse casi nada y no
pasé mucho tiempo antes de proseguir camino.
Lo
primero fue regresar al tubo herboso; concretamente a su rellano superior. Del
mismo, cae al noreste otro corredor que...
... me
facilitaría el descenso de la peña.
Una vez
al pie de la pared, giré a la izquierda para bordearla hacia una brecha
cercana... ¿Y a qué me recordará esto?
Allí, en
el collado del Castillo, merece la pena volverse a contemplar la peña homónima,
antes de continuar...
...
bordeando la base de la pared de la Peña Amaya por la vertiente norte; es
decir, dejando el espolón a la derecha. Una senda recorre una pequeña repisa al
pie de la roca,...
...
colgada sobre el Vallejo y el Cinto, la gran faja que va más abajo.
Al cabo
de unos 200 metros, se abrió un hueco a mi derecha y parecía que había rastro
de paso entrando en él. Al alzar la vista,...
... vi
unas estacas de hierro y una cuerda que recorrían un resalte muy empinado pero
lejos de ser vertical.
El
equipamiento en cuestión lo encontré bastante deteriorado y no lo usé. La
verdad es que, incluso así, la trepada es francamente fácil (I) y creo que, al
menos en condiciones normales, ese material es innecesario.
Salí a un
rellano desde el que se veían más clavijas que, si para algo sirven es para
marcar el recorrido.
Pasado
ese segundo tramo, al volverme, constaté lo que llevaba subido y, la verdad, creo
que ni siquiera puede calificarse de expuesto el paso: una caída no tendría
mucho recorrido.
Aún
tendría que superar un tercer tramo equipado, éste más rocoso y vertical pero
igualmente fácil (I). Tras superar así un total de 30 m de desnivel,...
... me
encontré en el gran llano cimero, topándome de paso con la niebla. Pero no hay
problema, ya que unos hitos me indicaban el camino a la cumbre. Giré a la
izquierda (NE) y me puse a seguirlos, ganando altura ahora muy suave y
cómodamente, aunque lamentando la falta de visibilidad.
Por
fortuna, la nube comenzó a levantar llegando cerca de la cumbre, donde la
pendiente se intensifica un poco.
Volviéndome
en la subida final, pude ver la gran extensión herbosa que corona la Peña Amaya,
en cuya cumbre...
... se
alza un pequeño chozo junto al hito.
La vista
desde allí es muy buena sobre la vecina Sierra de Albacastro, aunque ese día
era un tanto nebulosa.
Bajando
la vista y a la derecha, se llegaba a ver Rebolledo de Traspeña y, al fondo, la
vertiente de la Peña del Monte; otra de estas mesetas.
Desplazándome
un poco al este, a través de un rellano con dolinas, pude distinguir en la
bruma la Peña de la Ulana, otra de las Loras principales.
Y poco
más se distinguía. Comenzaba a lloviznar y el viento era desagradable, así que,
al poco rato de llegar, comencé el regreso, deshaciendo el camino de subida
pero pegado al borde norte de la meseta. Al cabo de unos 200m,...
...
encontré un hito de piedras bastante grande. Marca el inicio de una senda que
baja hacia el Cinto por la vertiente norte. No se veía el trazo al principio
pero giré a la derecha (NO) y...
... me
acerqué más al borde. Al asomarme,...
... vi
más abajo el trazo clarísimo de una zigzagueante senda. Localicé el arranque y
descendí por ella.
Superada
la parte más abrupta de la vertiente, el camino se va al noreste. Yo entonces,
dado que el terreno no presentaba obstáculos, lo dejé por la izquierda (NO),
atravesando una suave pendiente de hierba y piedras hacia la parte más plana
del Cinto.
Una vez
en ella, volvía a girar a la izquierda (SO) para recorrer la faja. La misma es
ancha y casi horizontal; por otro lado, el terreno, herboso, es muy cómodo.
Así, sin molestarme en buscar rastro ninguno, fui recorriendo la repisa...
... bajo
el resalte que defiende Peña Amaya. Mirando atrás, podía ver el
corte en los canchos por donde acababa de bajar.
Algo más
adelante, pasado un cóncavo, me cerró el paso...
... una
alambrada, que rodeé por abajo. Con la pérdida de altura,...
... al
volverme disfruté de una bonita perspectiva de los farallones que dominan el
Vallejo bajo el Cinto.
Al ratito
de panorámico paseo (lástima de día...), comenzó a asomar la Peña del Castillo
y, poco después,...
... la
brecha que la separa de la de Amaya. Alzando la vista,...
...
aproveché para examinar el lugar por donde había trepado a esta última. Hasta
se distinguían las estacas de hierro.
Luego,
fui bordeando la Peña del Castillo.
Antes de
doblar un lomo, me volví a echar un último vistazo al Cinto bajo las paredes
superiores.
Al otro
lado, veía ya cercanos los prados de Solacueva, donde me reencontré con...
... el
itinerario de subida, que me devolvió a Las Herradas.
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