Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: En mi primera
visita a la Serra da Estrela, intenté ascender a la Torre por un itinerario
interesante, evitando alcanzar la cumbre en coche. Pues, pese a la intensa
urbanización de esta montaña, se encuentran en ella parajes interesantes e
incluso espectaculares, que se pueden visitar de camino a su cumbre.
La ruta tal
como está tiene un fallo: la subida directa al Cantaro Gordo no aporta atractivo
y es incómoda y desagradable por el matorral que crece entre los bloques.
Hubiera sido más cómodo e igual de bonito llegar por la senda al collado
occidental y retroceder por la cuerda, con lo que la dificultad bajaría además (F).
En cambio, la visita a la cota 1.928, que parece un rodeo trivial, es
recomendable; por un lado, nos asomamos a la vertiente occidental de la sierra
y, por otro, se completan las puntas que pasan los 1.900 m.
Aun sin la
mejora expuesta, creo que éste es un itinerario montañero bonito y variado, aunque
reservado a montañeros con experiencia en “terreno mixto”; es decir, agreste,
sin senda en momentos clave y con mala o nula señalización. La visita a los
tres Cantaros es imprescindible en mi opinión. Realmente, en este caso, el paso
por la cumbre está más justificada por hacer otra “muesca en la culata” que por
lo que aporte a la ruta.
RELATO GRÁFICO:
A la
altura del área recreativa de Covão d’Ametade, hay un aparcamiento dominado por
la oscura mole del Cantaro Magro. Tomé allí la pista que, en dirección oeste,
se interna en dicho paraje.
Marcada
con pintura amarilla y roja, tras un corto trecho bajo los árboles, llega a una
zona con mesas y barbacoa. A mi derecha (N), vi un puentecillo sobre un
riachuelo; lo crucé y retomé la dirección original, caminando ahora por una
estrecha senda junto al cauce.
Al poco,
la vereda salió del arbolado y se empinó para remontar una ladera abriendo un
pasillo angosto pero nítido en el denso matorral. A partir de aquí, las marcas
de pintura fueron escasas y estaban medio borradas pero, en cambio,
proliferaron los hitos.
Al
despejarse el terreno, volví a ver el Cantaro Magro, ahora completo.
Paulatinamente,
fui ganando altura, desplazándome a la izquierda del eje del vallecito.
A la
vista de un gran cancho, el camino me devolvió al centro de la vaguada y luego
a la vertiente norte antes de alcanzar...
... un
rellano o collada situado sobre aquél. Volviéndome, podía ver la loma del
Curral do Vento al otro lado del Valle de Zêzere.
Quedaba a
mi izquierda el Cantaro Magro, cada vez más impresionante. Junto al mismo y...
...
delante mía, el Covão d’Ametade acababa en un circo, del tipo de los que se
encuentran en Guadarrama, con tubos que deben de ser bastante interesantes en
invierno. Esta montaña no sólo se parece en sus formas a la sierra madrileña;
como sucede en Peñalara, los circos de origen glaciar están orientados al este.
Para
seguir hacia mi primer objetivo del día, giré a la derecha (N) y, guiado por
abundantes hitos, ascendí en diagonal para rodear una importante prominencia.
Al otro lado,...
... me
encontré ante el Cantaro Gordo y su collado oriental. La senda me llevó hacia
esa horcada, desde la cual...
...
descubrí al noroeste un paisaje de lomas suaves cortado por el gran tajo del
Valle del Zêzere. En el horizonte, llegaban a...
...
distinguirse las crestas nebulosas de la Sierra de la Peña de Francia.
A mi
espalda, la presencia imponente del Cantaro Magro atraía la mirada.
Giré a la
izquierda (NO) y proseguí la subida hacia el Cantaro Gordo, siguiendo primero
la loma y, llegando cerca del pie del cancho cimero, derivando a la izquierda
para rodearlo por el sur.
Cuando la
senda adquirió dirección oeste y comenzó una travesía horizontal al pie del
roquedo, se abrió sobre mí un pasillo de matorral. Estimé que estaba cerca de
la vertical de cima y, aunque no tenía referencias, pareciéndome una ruta
accesible y más directa que la balizada, giré a la derecha (NO) y remonté este
empinado pasillo.
Aunque no
había trazo, no presentaba más obstáculo que una considerable pendiente.
Al ganar
altura, pude distinguir al sureste la superficie azul del Lago de Viriato,
rodeado de los edificios de Penhas da Saude. Más lejos, otras montañas
borrosas: creo que la Sierra de Malcata y el extremo de la de Gata.
Salí del
corredor hacia la izquierda, gateando por una rampa de bloques (I). Al cabo de
la misma,...
... me
encontré en un rellano del que salía a otro pasillo entre rocas, también un
poco a la izquierda. Manteniendo la dirección, me dirigí al mismo y...
...
comencé a remontarlo, primero por una incómoda pendiente llena de matorral y
cantos, hasta llegar a un resalte vertical, formado por...
... dos
escalones de un par de metros cada uno, cuya superación resulta más incómoda,
por los matojos, que difícil (II+).
Tras ese
primer paso, sigue una trepada muy vertical, formada por pasos cortos con
buenos y abundantes apoyos (I / II), separados por estrechas repisas herbosas.
Hubiera
sido una subida divertida si la abundancia de arbustos no la hiciera tan
desagradable. Superados 40 m de desnivel, me encontré un montaje de cintas para
rápel y...
... salí
de la canal a una ladera abierta y suave, pocos metros por debajo de la cresta.
Mirando
al este de la misma, veía más allá de su extremo el valle del Zêzere, dominado
por Poios Brancos y el Curral do Vento; aún más lejos, el horizonte se quebraba
en las crestas de Francia y Gata. También asomaba parte de la Laguna dos
Cantaros.
Pero mi
camino estaba al otro lado: girando a la izquierda (O), me dirigí por la
cuerda, amplia y suave, entre cantos y matorral rastrero hacia la cima del
Cantaro Gordo, la cual tenía a unos 100 m. Pese a su relativa notoriedad, me
llamó la atención que no estaba marcada ni por un triste hito.
Sin
embargo, vale la pena visitarla, pues la vista hacia los cantaros Raso y Magro
es espectacular. También me di cuenta, por primera vez, de que eran visibles
las cúpulas de la cumbre de la Torre.
Al este,
más o menos lo mismo de antes más allá de la cresta recorrida.
Girando a
la izquierda, el Valle Mourisco era visible desde casi su desembocadura en el
de Zêzere, hasta...
... la
cabecera, dominada por el romo cabezo conocido como Cume.
En fin;
al oeste, la cresta que une el Cantaro Gordo con el núcleo principal de la
sierra me indicaba el camino. Al principio, el terreno seguía siendo amplio y
cómodo pero...
... pronto
me encontré ante una profunda brecha. La bajada impresionaba pero resultó
ser...
...
bastante más fácil y tendida de lo que aparentaba, aunque hay que ir apoyando
manos todo el rato (I) durante sus 20 m finales.
A la
salida, en medio de la horcada hay una pequeña aguja pero no llegué a pasarla
pues, antes, me fijé en que a mi izquierda (S), se veía próxima la traza de una
senda. Evidentemente, era la que había abandonado para trepar por la canal y
allí que me fui para...
... tomarla
a la derecha (O) y recorrer una ancha y suave terraza que, enseguida me dejó de
nuevo en la cresta, la cual...
... se
empina al ir a fundirse con el cuerpo principal de la sierra. Al ganar altura,
hay que volverse a contemplar el Cantaro Gordo, que posiblemente muestra desde
aquí su mejor perfil.
La
pendiente acabó en el borde de la gran planicie cimera. Allí, la senda se
bifurcó y yo seguí por la izquierda (SO), Vaya contraste entre lo que tenía
delante y...
... las
vertientes del Covão d’Ametade, que iba bordeando, a mi izquierda.
Con el
desplazamiento, al sur, otra perspectiva del Cantaro Gordo.
La senda
iba girando a la izquierda paulatinamente con el borde del gran hoyo. Cuando
adquiere dirección sur, la dejé por la derecha (O), comenzando por remontar una
suave vaguada cubierta de hierba amarilla, bastante llamativa en el entorno de
matorral rastrero y cantos.
Por ella,
salí enseguida a otro llano superior, al final del cual se veía una modestísima
elevación. Se trata de la cota anónima 1.928, que era mi objetivo al dejar el
camino. La visita tenía dos propósitos, siendo el principal era asomarme a la
vertiente oeste de la sierra. De paso, y ya que iba, completaría la visita a
todas las puntas de más de 1.900 m de la Serra da Estrela. Total, que me dirigí
hacia el punto más alto del horizonte occidental a través del prado, suave y
despejado.
Contrariamente
a lo que pasaba en el Cantaro Gordo, aquí sí que hay hito. Y eso que el...
¿pico? es anónimo. Las vistas, aunque despejadas, no son espectaculares. Al
norte, el cordal va por la Cume a perderse en la lejanía.
Al oeste,
la cima es tan amplia, que no había perspectiva hacia el valle. Así que caminé
hacia allí.
Al cabo
de un buen trecho sólo llegaba a ver las dos lagunas más altas del grupo que
figura en esta zona en el mapa y el corte de un barranco que baja. Además, la
carretera de la sierra estaba ya cerca y tenía bastante tráfico, así que lo
dejé. Aun así, estuvo bien la visita.
Sobre
todo, porque se puede ver al sur la cumbre de la Serra la Estrela, en lo alto
de una ladera ancha y suave, cortada por pistas de esquí que convergen en unos
edificios. No es que sea muy salvaje, pero es lo más alto, así que había que
pasar por allí. Para evitar las pistas de esquí, que además están encerradas
por un vallado, giré a la izquierda (SE) y...
...
caminé por la hierba paralelo a la cerca y la carretera, hasta la esquina de
aquélla momento en que, siguiéndola, giré a la derecha (S), crucé el carril y
emprendí la subida final hacia la Torre, que transcurre por una suave y regular
ladera cubierta a medias de hierba y lanchas de roca.
Al ganar
altura, pude volver a contemplar a mi espalda el Cantaro Gordo y las estribaciones
septentrionales de la sierra.
Así
llegué a la Torre, la cumbre más alta del territorio continental de Portugal,
llena de gente que había subido en coche. Es más, hasta ese momento, apenas me
había cruzado con tres personas durante la jornada. Luego, de bajada, me
encontré con muchos coches y no más de cuatro caminantes más... En fin, que me
acerqué al monumental hito, descubriendo que, por lo extenso de esta cima, no
hay buenas perspectivas, aparte de que los edificios tapan lo suyo.
Por ello,
me dirigí más allá, hacia una modesta prominencia situada a unos 300 m al sur,
a la que se acercaba la gente.
Éste sí
que es mejor punto de vista, al menos hacia (de derecha a izquierda) las
estribaciones meridionales de la propia Serra da Estrela, así como las vecinas
montañas de Muradal y Gardunha.
Llevando
los ojos a la izquierda, la Laguna do Viriato al pie de la loma de Varanda.
Sin
volver a la cima, me dirigí al nordeste, por una ancha terraza, pocos metros
por debajo de la culminación.
No tardé
en encontrar marcas de pintura, hitos y trazas intermitentes de camino,
interrumpidas habitualmente por los restos de viejas obras, excavaciones o
basamentos de hormigón, de irreconocible propósito. Así que, sin hacer caso de
las señales, me dediqué a ir rodeando la cumbre por la derecha, al tiempo que
perdía altitud según me marcaba la comodidad del paso. Así llegué al Covão do
Boi, hoya herbosa en el costado oriental de la Torre, al otro lado de la cual
vi un edificio ruinoso. Me dirigí hacia él rodeando la depresión para no tener
que recuperar altura.
Desde
allí, vi los dos picos con que cerraría la jornada: los cantaros Magro y Raso.
Tenía delante un arroyo que bajaba al nordeste. Bajé junto al cauce, donde
encontré una senda que va junto al mismo y la tomé a la derecha para descender.
Poco antes de llegar a la carretera, dejé torrente y vereda por la izquierda
(N), para trasponer un modesto lomo pedregoso e intentar alcanzar la vía junto
al collado del Cantaro Magro.
No fue
exactamente así, sino que salí un poco al oeste, pero no estuvo mal: desde allí
hay una perspectiva estupenda del Cantaro Magro.
A
continuación, giré a la derecha (E) y recorrí por la carretera los escasos
metros que me separaban de la cerrada curva con aparcamiento que hay justo
frente al pico. Podía ver desde allí su única ruta fácil de subida: bajar al
collado y tomar una terraza a la derecha (bien marcada por el matorral), en
cuyo extremo se distingue el arranque de una canal que sube en diagonal
izquierda.
Pues
bueno, manos a la obra; tras un breve descenso entre bloques de roca y tramos
de tierra un poco suelta, llegué al fondo de la horcada y busqué el paso a la
derecha (NE). La vía normal tiene senda y su arranque está marcado por un gran
hito algo más arriba; en la foto, se ve a la misma altura y a la derecha de los
escaladores que examinan el espolón por donde se disponían a subir.
La senda,
en su recorrido por la repisa, baja para luego recuperar altura por unas
chimeneas en que...
... unos
bloques encajados permiten pasar sin dificultad.
Durante
todo este recorrido por el flanco meridional del pico sólo hube de ayudarme de
las manos tres o cuatro veces, siempre en superaciones cortas, fáciles (I) y
sin apenas exposición.
La repisa
va a morir al pie de una rampa que sube en diagonal a la izquierda (O), la cual
empieza como terraza y acaba como canal, manteniéndose la misma tónica de
avance fácil con unos pocos obstáculos mínimos.
Salí de
ahí a la cima del risco, teniendo el punto más alto unos 50 m a la derecha
(NE). Allí me encontré un par de grupos, que habían subido escalando por vías
de la otra vertiente... curiosamente, en esta jornada me encontré más
escaladores que caminantes; y la suma de ambos grupos es mucho menor que los
coches con me crucé en mis encuentros con la cartera. Esto es el revés del
mundo, que dicen en mi pueblo.
Asomándome
al extremo oriental de la cima, dominaba el valle del Zêzere, en cuyo fondo
veía la curva de la carretera de donde había salido.
Dando la
vuelta hacia la izquierda, el Cantaro Gordo al otro lado del Covão d’Ametade.
La
cabecera del circo.
Al
suroeste, las cúpulas marcaban la cumbre de la Torre.
Más a la
izquierda, al otro lado de un profundo corte, el último objetivo del día: el
Cantaro Raso. Aunque su mejor vista no es desde aquí, sino...
... durante
el descenso, que realicé deshaciendo la ruta de subida, al pasar de la canal a la repisa.
Una vez
de vuelta en la carretera, la tomé a la izquierda (SO), hasta que el terreno a
esa misma mano (SE) me permitió dejar el asfalto para atravesar una pradera
y...
...
encaramarme a un cancho al otro lado, aprovechando una suave canal. En lo alto
del lomo, encontré el trazo de una senda y la tomé a la izquierda (E).
Enseguida
llegué a un ancho rellano entre dos elevaciones; la más alta estaba a la
derecha pero yo giré al otro lado (N), dejando el caminillo para alcanzar la
punta a través de piornos dispersos. Merece la pena este pequeño desvío por la
cota 1.906 para disfrutar de otra bonita vista del cantaro Magro. Además, distinguiendo
bien toda la vía normal.
Volviéndome,
me dirigí hacia la cumbre, de la que me separaba la pequeña depresión que ya
conocía. Se yergue en la cima un círculo de grandes hitos, aunque el punto más
alto no está ahí sino en el de más alejado de los dos canchos que se veían a la
derecha.
Encaramado
al modesto roquedo cimero del Cantaro Magro, volviéndome al oeste podía ver
todas las puntas visitadas durante la jornada, excepción hecha de aquella
modestísima cota 1.928.
Asomándome
al borde de la amplia cima, el valle del Zêzere.
Al
suroeste y sobre ese cortado y rocoso borde, Penhas da Saude junto al Lago de
Viriato.
Regresé
por la senda que recorre al lomo.
Cerca del
collado en que se une el cantaro al cuerpo de la sierra, me encontré a la
izquierda con la enorme imagen de una virgen (Senhora da Boa Estrela) tallada
en bajorrelieve en uno de los riscos de un espectacular roquedo. No me lo
imaginaba así...
Enseguida
llegué a la carretera y la tomé a la izquierda (S). Este tramo, aunque bonito
por las vistas, es bastante incómodo, por el intenso tráfico que soporta la vía
y la falta de arcenes. Según el mapa, y era mi idea, una senda sale del asfalto
a unos 400 m de donde salí; pero no la encontré; es posible que me la pasara.
La cosa es que acabé siguiendo la carretera durante casi kilómetro y medio,
hasta que traspone...
... el
Espinhaço de Cao, cuyo flanco derecho había ido siguiendo. Entonces, al volver
a dar vista al Lago de Viriato, me fijé en un hueco en la barrera del lado
derecho de la vía. Se trata del...
...
arranque de un camino que va a buscar el lomo de este espolón. Lo tomé, pues me
ahorraba una gran curva de la carretera. Tras una zona en que el trazo
prácticamente se pierde en el alto pasto amarillento, cuando el terreno pierde
pendiente, me encontré con una senda balizada que lo cruza, saliendo de la
vertiente del Covão do Ferro; debe de ser el mismo camino cuyo arranque no
encontré. En fin, lo tomé a la izquierda (SE) y entré en...
... el
flanco oriental del lomo, que descendía en diagonal, cruzando la carretera
antes de alcanzar el amplio llano, cuenca plana de un barranco que corre al
nordeste, llamado Nave de Santo Antonio.
La senda
desembocó en un carril más ancho, que tomé a la izquierda (NE), para descender
suavemente el curso. Durante el trayecto, pasé junto a un espartano y
deteriorado refugio abierto y...
... llevé
a mi izquierda la silueta de los tres Cantaros sobre la vertiente más rocosa de
la sierra. Pasada la casita, estuve buscando la salida de una senda que, según
el mapa, evita una curva, bajando paralelamente al cauce arroyo; encontré lo
que parecía el arranque, incluso con una borrosa señal de pintura pero, a los
pocos metros, el matorral se cerraba y enmarañaba: el paso se había perdido o
fui incapaz de seguirlo.
Así pues,
seguí por el mismo camino que, al entrar en el bosque, fue mejorando hasta...
...
acabar siendo una calzada elevada poco antes de encontrarme, una vez más, con
la carretera.
Para
regresar al aparcamiento del Covão d’Ametade había de tomarla a la izquierda
(NE) y seguirla durante más de dos kilómetros. Al menos, ya a esas horas,
cayendo la tarde, no me encontré tanto coche y este tramo final no estuvo mal,
sobre todo cuando al pasar una curva me encontré a la vista de los cantaros
sobre el Covão, con la curva de donde había salido al pie.
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