Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Ruta muy
bonita con nieve y tranquila, tanto por la soledad como por su escasa
dificultad y exposición. Sólo eché de menos una nieve más dura o más espesa: la
capa de polvo no llegaba a eliminar las irregularidades del terreno que,
encima, no se veían. Y haberse puesto las raquetas habría sido arriesgarse a
romperlas e igualmente incómodo. Ésa es la causa de que invirtiera casi cinco
horas de movimiento en una ruta que, en mejores condiciones, me hubiera costado
poco más de cuatro.
Dije en la
introducción que esta montaña es para jornadas calmadas pero, repasando las
fotos me doy cuenta ahora de que se encuentran en ella rincones agrestes, como
la Peña del Castillo o el contrafuerte que proyecta al norte el pico de la
Filera, donde se pueden realizar actividades con cierta dificultad. Pero no es
obligatorio enfrentarlas para alcanzar la cumbre y recorrer la cresta de esta
sierra.
RELATO GRÁFICO:
Tras
aparcar junto a la iglesia de Abelgas de Luna, comencé a caminar por la Calle
Real hacia el fondo del pueblo. Sobre los tejados aún en sombra, brillaban
blancos la Peña Negra, en la cresta de la Filera, y el cercano cerro del Pico.
Cuando la vía se bifurca, continué por la izquierda (S), saliendo poco después
de la población por...
... la
pista que remonta el Río de Pereda, que corre encajonado.
Al salir
del estrecho, giré a la derecha (SO) para cruzar el torrente por una pasarela y
tomar un camino más estrecho que asciende por la vertiente izquierda.
Enseguida
salí a otro carril más ancho, que tomé a la derecha (O), accediendo enseguida a
un cercano collado a cuyo través vi asomar la cima de la Peña del Castillo.
Pasé
entonces a remontar suavemente, trazando una diagonal en su vertiente sur, el
Arroyo Guariza, que penetra en la Sierra de Villabandín hasta Peña Correa.
Al
volverme en otro alto posterior, podía ver el desfiladero de donde había
salido, abierto entre un anónimo cerro cónico y la doble cima del Cuartero; más
lejos, la alineación continuaba en la Sierra Blanca. A la izquierda del primero
y sobre otro estrecho, sobresalía toda blanca la cresta del Cirbanal.
Iba
rodeando la Peña del Castillo, que me dominaba abrupta a mi izquierda. Al
dejarla atrás,...
... dejé
el camino por la izquierda (S), remontando un arroyo, sin senda pero por
terreno cómodo. Podía haber seguido por el camino pero, de esta forma, iba a
recortar un considerable rodeo, al precio de un corto tramo campo a través.
En un par
de minutos, salí a un llano despejado frente a la cresta occidental de la Peña del Castillo y topé con un camino. Lo
tomé a la derecha (O) y, enseguida desemboqué en...
... una
pista que tomé a la izquierda (S). Ésta se desvía de la que va por el valle
principal unos 400 m más adelante de donde yo la dejé; debí ahorrarme unos 600.
En fin, que el nuevo carril me llevó en un ascenso más fuerte hacia una brecha,
visible al suroeste, que corta la cresta meridional.
Al ganar
altura sobre el valle de Guariza, me llamó la atención la atractiva silueta de
un segundón:...
... el
pico Corralines.
Mirando
atrás, el panorama de montañas se había ampliado. En el horizonte,...
... junto
a la larga cresta del Cirbanal, el Cueto
Negro, la Peña de los Corros y la espectacular Peña del Prado.
Tras
pasar por un breve estrecho,...
...
superé una corta pendiente antes de llegar al amplísimo Collado del
Remansadero, encantador lugar rodeado de montañas, donde se levanta una pequeña
cabaña abierta.
Al sur,
la visión hacia las Omañas era bastante limitada.
Al este;
es decir, a mi izquierda según llegué, se elevaba la cresta de la Sierra de la
Filera, en lo alto de una ladera de matorral de mediana pendiente. Me fijé en
que, a la derecha de la vertical de la Peña Negra, había dos bandas de terreno
despejado y, pensando aprovecharlas para facilitar el paso, me dirigí hacia
ellas.
Sin
indicios de senda ni traza de paso, la primera parte de la subida transcurrió
por terreno bastante despejado, cubierto de una capa de nieve fresca en la que
me hundía entre 10 y 15 cm, notando las piedras bajo las suelas: no era
cuestión de usar crampones ni raquetas. La pendiente, por otro lado, se mantuvo
entre los 20 y 30º.
Al ganar
altura, se amplió el horizonte, tanto a la izquierda, donde aparecieron las
Ubiñas sobre la Peña Castillo y la Muesa, como...
... a la
derecha, donde se veía el cordal más oriental de la Sierra de Gistreo, llegando
a asomar el pico Arcos del Agua en el extremo derecho.
Atrás,
sobre el Collado del Remansadero se extendían las crestas de Villabandín. Entre
el Monte Viejo y el Corralines, había aparecido el ahora el Alto de la Cañada y
se distinguía mejor la Peña Correa. A la izquierda del conjunto, destacaba el
Pico Pelao.
Pasados
los 1.700 m de altitud, llegué al límite superior del claro más alto y no me
quedó más remedio que acometer la travesía del matorral; por fortuna éste era
bajo y el paso no estaba tan cerrado, pero la progresión fue incómoda. Éste
tramo, de unos cincuenta metros de desnivel fue el más empinado de la ruta pero
no llegaba a 30º.
Salí del
matorral al tiempo que la pendiente remitía, muy cerca ya del collado que se
abre entre la Peña Negra y la Viesca, que ponía un toque agreste en la suavidad
general del entorno inmediato.
Al
asomarme a la horcada, me encontré ante un horizonte quebrado por las crestas
de la Tercia, del Cueto Negro al Cerroso, enmarcado por el Cirbanal y la cumbre
de la Filera, que culminaba el ancho lomón en que me encontraba; la ruta era ya
obvia.
En primer
lugar, giré a la derecha (E) y rodeé por la izquierda (norte) la peña de La
Viesca, hacia el siguiente collado. Este tramo también fue incómodo, pues
transcurrió por una pedrera de bloques medianos, estables pero resbaladizos por
la nieve blanca que los “glaseaba”.
A mi
derecha, impresionaba la pared de la peña.
Al
reganar la cuerda, me encontré ante un bonito cuadro: el llano se extendía,
infinito y brumoso, más allá de un crestón helado.
Tomando
la loma a la izquierda (E), acometí la parte final del ascenso. Siguiendo con
la tónica de nieve blanda con poco espesor, remonté un anchísimo lomo de
curvatura y pendiente ligeras.
En un
momento de esta subida, me fijé en que era visible Abelgas de Luna, alineado
precisamente en la vertical de la Peña Ubiña.
La
pendiente aún disminuyó en los metros finales, pues la cumbre se encuentra en
un sector de cresta...
... casi
horizontal. Al llegar junto al hito, fui descubriendo, al este, el núcleo
oriental de los Montes de Luna, aunque lo que más destacaba era la gran
pirámide del Pico Cerroso en segundo término.
Ese mundo
de picos y aristas contrastaba con el llano que, al sur, se extendía hasta un
horizonte impreciso.
Al oeste,
por encima de la vecina peña de La Viesca, el cono del Cueto Agudo y, en el
último horizonte, la Sierra de Gistreo, donde destacaban los picos de Arcos del
Agua y Catoute.
Siguiendo
con la vuelta, a mis pies el Arroyo Guariza corría a clavarse en el núcleo
principal de Villabandín. Sobre él, las montañas de Laciana y Babia marcaban el
horizonte nororiental, destacando mucho la cresta alargada del Morro Negro. Seguían,
ya al norte, las Ubiñas y los Montes de Luna.
Más
cerca, el grupo de los Fontanes a la Peña Ubiña Pequeña.
Peña de
la Silla y Cirbanal.
Al
noreste, más montañas, del Cellón al Bodón.
En medio
y en primer término, espectacular, la Peña del Prado. Más allá, el Cueto Negro,
el gripo de la Peña de los Corros y el Brañacaballo.
Emprendí
el regreso recorriendo la amplia cresta al este. Encontré una huella reciente,
posiblemente de esa misma mañana, y la aproveché para hacer más cómoda la
progresión.
Buena
parte del tiempo me llevó por la vertiente meridional, pero estaba bien: así me
protegía del viento. Pronto quedó atrás la cima y...
... vino
un corto tramo empinado, donde hube de poner cierto cuidado pero sin poder
hablarse de obstáculo ni exposición. Enseguida, la cuerda volvía a su tónica de
amplitud y suavidad y se veía ya el ancho collado entre las peñas Blanca y del
Palomar donde dejaría el cresteo.
Mirando
al norte, entre las Ubiñas y el Cirbanal se distinguían bien ahora el Fariñentu
y la Almagrera.
Al otro
lado, aparte de la serenidad de la bruma brillante sobre la llanura apagada,
nada que resaltar.
Lo dicho;
tras ese tramo (ligeramente) abrupto, un levísimo subibaja por terreno cómodo
me dejó en lo alto de la Peña Blanca.
Apareció
allí un camino y lo tomé para terminar lo poquito que me quedaba de cresteo. En
la horcada siguiente, giré a la izquierda (NE) para bajar por la vaguada, ya
siempre por buen camino.
Dejé
atrás un desvío a la derecha, sin confusión posible pues sube, y no tardé en
llegar al extenso puerto de La Raya. Mejor dicho, a su vaguada oriental, pero
muy cerca. Allí desemboqué en el Camino de Abelgas a Mallo, que tomé a la izquierda
(NO) para dirigirme al primero de los pueblos. Tras breve subida, en el collado
mismo,...
... pasé
una cancela y nueva bifurcación; continué por la izquierda (O), descendiendo
suavemente el Arroyo del cuartero, que corre entre la cresta homónima y la
Filera.
El valle
se fue haciendo más profundo y estrecho al bajar.
Tras
seguir por la derecha (NO) en una bifurcación, enseguida pasé por el primer
desvío que había tomado por la mañana y entré en el estrecho bajo El Pico. Al
cabo de un día luminoso y brillante, alcanzaba Abelgas junto con las sombras de
la tarde declinante.
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