Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Excursión
extraordinariamente bonita y variada. No es muy original; me he limitado a unir
dos de las rutas más habituales, cuyos puntos de partida, las aldeas de Cortes
y Lindes, están lo suficientemente cerca como para poder realizar todo el
itinerario en una jornada sin agobios, incluso con los días cortos de finales
de diciembre. Si la subida por el cuchillar es panorámica, la bajada a las
Cochadiechas es espectacular. Y tanto aproximación como retorno transcurren por
pintorescos parajes forestales y ganaderos, encantadores en cualquier época.
Respecto a
las dificultades, ni la zona de pequeños apoyos de manos en el cuchillar ni el
tramo empinado del lomo noroccidental presentan pasajes expuestos. Si el
desnivel es considerable, la comodidad del terreno lo hace más llevadero de lo
esperable.
RELATO GRÁFICO:
Tras
aparcar junto a la bifurcación de la carretera entre Cortes y Lindes, me calcé
las botas, me abrigué bien y comencé a caminar siguiendo el asfalto hacia la
segunda de dichas aldeas. Al salir de los árboles, apareció ante mí el extremo
nevado de la Sierra Vallín: Pico de Bosbigre, Carva de Valseco y Tapinón,
parecían sonreír, cálidos y luminosos, vistos desde la umbría helada por la que
caminaba. Al doblar una curva a la derecha,...
...
apareció Lindes, dominada por el cuchillar, blanco y afilado, contrastando con
el paisaje apagado de árboles desnudos y pastos de invierno que me rodeaba.
Atravesé el breve caserío y, en su extremo sur, me encontré ante el arranque de
dos pistas de tierra divergentes. Tomé la de la derecha (SO), que...
... desde
el principio fue ganando altura entre densa vegetación. En pocos minutos, me
encontré ante una nueva bifurcación, donde volví a girar a la derecha (SO),
tomando la más estrecha de las sendas.
El
caminillo se empinó enseguida y, aunque el arbolado me limitaba mucho la
visión, de vez en cuando una ventanita en el ramaje me dejaba ver algo más.
Por
ejemplo, la Sierra de Aramo, coronada por el Gamoniteiro.
El bosque
fue ganando en porte y solemnidad cuando pasaron a dominar las hayas, en la
zona de Manín.
En Manín
de Arriba, hay un claro donde pisé la primera nieve de la jornada. Una rústica
cabaña colabora al carácter pintoresco del lugar, dominado por un bonito
roquedo y con el fondo del cabezo nevado de Los Antiojos.
A mi
izquierda, al sureste, el Siegalavá y la Peña Arpín se habían añadido a los
picos visibles en la Sierra Vallín. El violento contraluz no impedía apreciar
el carácter agreste de ese rincón, aunque sólo es un aperitivo de lo que
esperaba más allá.
La senda,
cada vez más difusa pero balizada con hitos, me volvió a meter entre árboles,
para salir enseguida a un prado mayor: la Veiga de Manín. Desde este paraje, la
vista se abrió también al este; el blanco Estorbín de Valverde, presidiendo la
cresta del Valle de Cuadro, asomaba por encima del vecino Cordal de Lena.
A mi
derecha (O), un anchísimo tubo verde cortaba los resaltes, permitiendo un
acceso fácil a los niveles superiores de la montaña. Giré hacia allí y tomé la
senda, bien clara, que lo remontaba abriendo un cómodo paso a través del
matorral.
Con la
ganancia de altitud, pronto dominé a mi espalda la gran Veiga de Manín,
delicioso prado cerrado además por dos bonitas peñas. Más allá, en el
horizonte, junto a la cabecera del Valle de Cuadro, se veía ahora el Cellón. El
Brañacaballo, gigante de esa zona, seguía sin aparecer: debía de estar tapado
por ese último.
En lo
alto del tubo, el terreno se estrecha y empina y aparecen algunos roquedos pero
la senda, muy clara como ya dije, serpentea en sabio trazado, evitando los
obstáculos. Pasado un horizonte aparente,...
... me
encontré pisando de nuevo algo de nieve en un embudo menos empinado. A la
salida del mismo, próximo ya a los 1.600 m de altitud, apareció por fin el
Brañacaballo, como una cabecita blanca a la izquierda del Cellón. Pero más me
llamó la atención una silueta grisácea en el horizonte nororiental: Picos de
Europa; en su extremo izquierdo,...
... el
Cornión. La Peña Santa y la Torre de Santa María se distinguían a los extremos
del cresterío de los Tesos pese a estar a más de 80 km.
Estaba en
El Praón y, a mi izquierda, la Vallina Grande ascendía hacia la cumbre. Por
allí va la ruta más utilizada, pero que no era la mía.
En lugar
de eso, mantuve más o menos la dirección (NO), siguiendo un trazo que seguía un
lomo de hierba y matorral rastrero por su flanco izquierdo, hacia la arista
nordeste de la montaña.
La nieve
acabó por cubrir totalmente el terreno justo antes de culminar la cota 1.712,
desde la cual,...
... hube
de perder unos pocos metros antes de emprender otra subida, que transcurrió por
un lomo menos definido aún, ancho y que sólo en los metros finales y...
... más
empinados rozaba los 30º. Desde el Cuchillar de Rueda, volviéndome podía ver,
sobre la cota 1.712 y la última subida, más allá del Siegalavá y la Peña Chana,
un arco de montañas que iba del Cornión al Cueto Negro.
Al norte,
sobre la caída de la arista y los verdes
collados Cimeru y de la Mortera, por donde bajaría a Cortes más tarde, la
Sierra de Aramo.
Al oeste,
junto a la pared tremenda del Tambarón, destacaba la Sierra de Sobia más allá
del cono herboso de la Siete, bajo el que destacaban las líneas marcadas por la
nieve de tres caminos paralelos; por el intermedio descendería esa tarde.
Estaba a
1.840 m de altitud; es decir, que me quedaban poco más de 300 de desnivel hasta
la cumbre y el primer tramo se presentaba como una arista ancha, de pendiente
moderada (<30º) y constante, que se extendía 110 m hasta una culminación
aparente... que realmente era de lo más aparente.
A poco de
iniciar la remontada hacia ella, me fijé en que, sobre el lomo suroriental de
Peña Rueda asomaba la cumbre del Fariñentu, afectada por una brutal ventisca. A
mí el viento me golpeaba más levemente... pero se me puso carne de gallina sólo
de ver lo que me esperaba en cumbre.
Al otro
lado, los espolones y corredores de la vertiente septentrional impresionaban.
Tras el
primer tramo, a 1.950 m, llegué a un hombro desde donde era visible Cortes.
A
continuación, la arista se ensanchó y perdió pendiente durante otros 100 m de
desnivel.
En este
segundo tramo, destacaba, a mi izquierda, la vista del Siegalavá, flanqueado al
fondo por las Tres Marías y las peñas de la cresta del Cirbanal.
A mi
derecha, la caída tremenda de la cara norte, aunque recuerdo que la arista
nunca presenta exposición.
El final
de este segundo tramo está marcado por un resalte que es lo más empinado que
encontré en el Cuchillar: unos 30 m de nieve a 35º, con algunas rocas
sobresalientes donde hube de apoyar las manos (I).
Estaba a
2.080 m de altitud y...
... la
arista se aplanaba ya mucho a partir de ahí hasta la cercana cumbre. Además, se
descubrieron más allá las cimas mayores del macizo: aparte del Fariñentu,
Ubiñas y Fontanes a un lado, y Ranchón y Huerto del Diablo al otro. También me
fije, a la izquierda, en que el Cirbanal ya era totalmente visible.
El tramo
final era tan plano de hecho que, desde el hito cimero, era invisible el valle
de donde había partido.
Otra cosa
era al norte, donde las sierras de Sobia y Aramo enmarcaban el Monte del
Carrizal, por donde transcurriría el retorno.
Al otro
lado del cuchillar, al este, dominaba el paisaje el brillo de la nieve en las
sierras de Casomera y Cuadro. Más a la izquierda, grises y adustos,...
... los
Picos de Europa, de la Torre de Santa María al Jario, con la peña Santa
destacadísima.
Al sur,
las cumbres mayores del macizo ponían un fondo agreste a los campos de nieve
superiores de la Vallina Grande:...
... el
Siegalavá,...
... el
Cirbanal más lejos,...
...
Fariñentu, las dos Ubiñas y los Picos del Fontán.
Al oeste,
uno de los tramos más abruptos y afilados de la divisoria cantábrica: el que va
del Ranchón al Tambarón. Por encima, asomaba el auténtico mar de picos de las
comarcas de Babia y Laciana. Conseguí identificar el espectacular Montihuero,
pese a estar medio tapado por el Huerto del Diablo y un lejanísimo Cornón de
Peña Rubia. Pese a lo duro que efectivamente pegaba el viento, estuve un buen
rato antes de emprender el descenso a ese lado; caminando por una ancha arista horizontal proyectada al oeste
que, enseguida, picó y giró, transformándose en...
... un
amplio lomo que descendía suavemente al noroeste, que no tardó en hurtarme la
visión de la cumbre.
A cambio,
se me despejó el panorama a mi izquierda, dejándome ver en toda su magnitud los
paredones que caen a plomo sobre los Puertos de Agüeria y el Reguero Salgada:
entre 500 y 800 m de verticalidad durante casi cinco kilómetros.
Para no
cansarse de mirar. Vaya día. Y ni una sola huella en la nieve.
Al poco
de empezar la bajada, aparecieron piedras sobresaliendo de la nieve y me fui
hacia el lado el lado derecho (norte) de la arista. Allí el terreno es más
empinado, llegando a los 35º y manteniéndose durante unos 60 m, pero...
... la
pala era también más regular y limpia.
Por
debajo de los 1.800 m, la pendiente decreció mucho y desparecieron los cantos,
con lo que volví al lomo. Ante mí, veía ya cerca las Cochadiechas, donde
acabaría el verdadero descenso, delante de un verde y plácido Cueto de la Siete
y de la Sierra de Aramo.
Sobre mí,
la cresta de Peña Rueda empezaba a ser visible.
A mi
izquierda todavía no estaba oculta del todo la gran pared ¡Qué contraste con...
... el
panorama al oeste! Y me importa un rábano ser repetitivo con las imágenes; la
tarde lo merecía.
Para
cuando llegué a las Cochadiechas, vi a mi derecha el Arroyo Buseca, que me
marcaría el camino del regreso, aunque éste transcurriría por la loma de la
izquierda.
Para
entonces, impresionaba ya mirar atrás, hacia la Peña Rueda.
Al llegar
a la segunda de las horcadas que forman este collado, giré a la derecha (SE) y
me dejé caer por la vaguada. Aunque había bastantes piornos, no llegaban a
cerrarse como para entorpecer el paso. Perdidos unos 40 m y tras pasar junto a
una cabaña en ruinas, di con...
... el
cauce del barranco. Girando a la izquierda (NE), comencé a seguirlo, hasta que,
al cabo de 200 m de caminar,...
... vi
unas marcas poco visibles a la izquierda que parecían alejarse del cauce,
manteniendo cota, por esa vertiente. Pensando (acertadamente), que sería la
senda que buscaba, me puse a seguirlas.
Antes de
meterme entre la vegetación, eché una mirada a la Peña Rueda, que ahora sí que
se iba viendo bien. Por cierto, bonitas canales.
No tardó
mucho el caminillo en aclararse.
Ya en
terreno despejado y al poco de pasar una fuente, la senda se bifurcó. Dejando
de lado un ramal que sube ligeramente (mi sombra), proseguí por el derecho
(NE).
El camino
estaba jalonado por abundantes acebos.
Alcancé
el lomo de este Monte del Carrizal en el Colláu Cimeru, delicioso lugar, amplio
y cubierto de una hierba mullida caldeada todavía por el sol. Me pareció un
buen sitio para parar y dejar pasar el tiempo sobrante, ahora que ya sólo
quedaban buenos caminos hasta Cortes.
Además,
goza de buenas vistas hacia la Peña Rueda; aunque llevaba un rato viéndola, la
perspectiva iba cambiando y ahora se veía muy bien el Cuchillar, último tramo
de mi subida.
Al este,
las sierras del Cuadro y Casomera iban ocultándose pero aún eran visibles sus
crestas.
Al norte,
al otro lado, la Sierra de Aramo. Cuando me pareció prudente retomar camino,
hacia allí lo hice, cambiando de vertiente respecto a la que me había llevado
allí. Abandoné la horcada por un buen camino en el lado derecho de la vaguada,
que me fue llevando horizontal a rodear el Pico Rueda.
Pronto,
al entrar del todo en la vertiente septentrional, me encontré caminando entre
árboles.
Justo
antes del siguiente collado, el de la Mortera, la vereda se bifurcó y tomé por
la derecha (E).
Traspuse
la horcada y descendí por la vaguada oriental. A partir de ahí, la senda se
tornó incómoda; estrecha, empinada y con tramos con agua corriendo. Aun así,
era suficiente para pasar el matorral con comodidad.
Volví a
ver la cumbre, que seguía cambiando con el ángulo; ahora sí que se ve bien el
Cuchillar de Rueda.
La
cercanía del final me la anunciaron los característicos canchos del Pico
Cangón, que dominan Cortes. Durante este tramo intermedio, dejé de lado varios
desvíos, ninguna de los cuales plantea dudas de orientación: o dejan de bajar o
son aún más precarios que la senda principal.
Ésta
mejoró además al acercarme al pueblo, ensanchándose y apareciendo tramos
empedrados.
Los
tejados de Cortes aparecieron de improviso, a la vuelta de un recodo, casi al
alcance de la mano. Ya sólo me quedó atravesar la aldea por donde me pareció,
siempre en bajada, hasta...
... dar
con la carretera, que tomé a la derecha (O) para cubrir el medio kilómetro que
me separaba del cruce donde había comenzado la excursión, bajo la arista
nororiental de Peña Rueda. Por cierto, que en Cortes estaban cerradas el par de
casa rurales que hay pero, acercándome a Lindes, aún me pude tomar un café
calentito (de puchero y en conserva, eso sí) mientras terminaba de caer el sol.
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