Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Subir a la
Pandera en coche está bien para los turistas pero, por parte de un montañero,
me parecería una falta de respeto a una de las cumbres más destacadas del sur
peninsular, por prominencia y belleza. Buscando alternativas, me topé con un
par de reseñas en Internet que ascendían por la cara sur a la Peña del Altar,
aunque de manera no tan directa como hice yo. Esa rectificación de la ruta no
fue consciente: fui buscando el itinerario a ojo, intentando ir por lo mejor, y
me salió así. Y es que esa subida es igual por casi cualquier parte: si bien no
hay obstáculos inevitables, tampoco vi líneas especialmente favorables.
Respecto a lo
que nos vamos a encontrar, la subida a la cresta es una recia y larga remontada
que alterna caminar por fuertes pendientes y trepar cortas placas y resaltes,
siempre muy fáciles (I) y con muy poca exposición. El terreno no se hace
incómodo de andar, pues es el piso es compacto, con poca pedrera, y tampoco hay
zonas de matorral cerrado. Por otra parte, al menos en 2017, estaba sin marcar
y supongo que se requiere algo de instinto para subir sin pasar más fatigas que
las del desnivel. Luego, una vez en la Peña del Altar, el retorno es por buenos
caminos, salvo en el Puerto de la Nava, donde hay que prestar atención para
encontrar la continuidad de la senda.
RELATO GRÁFICO:
Ya desde
el arranque de la excursión en el citado Puerto de las Coberteras, podía ver lo
esencial de la ascensión: a la derecha de la Pandera, la Peña del Altar sobre
la vertiente sur. Ésta es...
... una
recia rampa mixta de hierba y piedras trufada de canchos, entre los que existen
pasillos de sobra para subir sin afrontar grandes obstáculos. La iba a remontar
por donde mejor me pareció y creo que la traza sería una línea a un tercio del
borde izquierdo de la foto, aunque no me atrevería a pintarla. Hay que tener en
cuenta que la cima no es la aparente sino que viene a estar en el límite entre
sol y sombra en la cresta. Además, ya comenté que se puede subir por casi
cualquier lado.
Sea como
fuere, comencé por dirigirme al sur, subiendo por una mediana pendiente, entre
encinas y matorral dispersos. No había senda ni marcas, pero el terreno era razonablemente cómodo y, la
orientación, obvia.
Tras
cruzar una cerca, al llegar al límite del arbolado, hacia los 1.320 m de
altitud, el entorno se fue tornando rocoso y, pasando entre los canchos, hube
de superar algún que otro escaloncito, todos cortos y fáciles (I).
Aquí y
allá, riscos airosos amenizaban la subida.
No tardé
en encontrarme con una primera zona de placas; luego vendrían más, sin plantear
nunca más que una dificultad mínima (I). Si el roquedo sobre mí era bonito,...
... lo
bueno estaba mirando atrás: el Puerto de las Coberteras iba quedando abajo,
dominado por el núcleo meridional de la sierra, coronado por el Cerro de la
Horca.
La
remontada sigue todo el rato una tónica parecida e insisto en que uno aquí se
complicará la vida justo lo que quiera.
Según
ganaba altura, la vista hacia abajo se hacía más impresionante, pero nunca hay
una exposición real.
A mi
izquierda, entre pináculos, veía más allá del Morrón las lomas nebulosas del
extremo occidental de la Sierra de Alta Coloma.
Al otro
lado, la cresta suroriental, por donde parece que habría una subida más agreste
aún pero fácil. Si vuelvo, se puede probar. Y esas nubes que asoman por
detrás... vaya, con lo despejado que estaba el día.
Todavía
andaba entre canchos cuando noté que la pendiente disminuía paulatinamente. De
repente, dejé atrás los últimos peñascos y...
... salí
a una rampa herbosa, desde la que veía la gran antena de la Pandera a mi
izquierda.
Estaba a
1.700 m y, mirando atrás, el Puerto de las Coberteras se veía muy abajo. Por
cierto, que la cima del Cerro de la Horca era ahora visible, más allá de los
agrestes corredor y espolón de Los Ventisqueros. Más a la izquierda,
descubrí...
... el
cordal difuminado de Sierra Nevada más allá de la Peña del Alacún. Incluso
podía reconocer la Alcazaba y el Mulhacén.
Ya sólo
me quedaban por superar poco más de cien metros, a través de un prado pedregoso
cada vez más tendido, para...
...
alcanzar la cima de la Peña del Altar, con su caseta y antena. Allí me topé con
aquella nube que ya vi antes asomar, la cual me restó toda visión al este,
salvo el nacimiento de la arista noroeste.
Sólo por
un momento, asomaron sobre los vapores las cumbres de Grajales y, más lejos, el
picudo Almadén y Mágina, el gigante provincial.
Al norte,
apenas se ve nada más allá de lomas vecinas. Entre ellas, pinoso, llegaba a ver
el Puerto de la Nava, por donde bajaría.
La cumbre
de la Pandera, cuajada de antenas y edificios, se elevaba altiva al noroeste,
más allá de un corto tramo de lomo ancho y suave recorrido por una pista. Por
ella me encaminé hacia allí.
Durante
el trayecto, observé a la izquierda las siluetas del Cerro de la Horca y el
Morrón y, en medio, las crestas de Alta Coloma.
A la
entrada de las instalaciones de la Pandera, la pista de tierra me dejó ya sobre
asfalto. Hasta aquí se puede llegar en vehículo y algo de gente llegó y se
marchó el tiempo que estuve. Eso sí, la perspectiva hacia la Peña del Altar
tenía su aquél.
Subí a la
cima por el carril asfaltado, caminando entre edificios abandonados, hasta que
una cerca me cerró el paso. Entonces, la dejé por la derecha (S), para seguir
una senda muy clara, con tramos incluso de peldaños y pasamanos para superar el
risco hasta...
... el
vértice geodésico, rodeado de antenas y alambradas. La nube estorbaba las vistas
pero también daba algo de encanto (si es que, el que no se consuela...).
Al sur
sólo veía algo mirando abajo, a las canales que suben por ese lado. Otras
posibles rutas, por cierto.
Más
despejado estaba al oeste, al menos por lo que toca a la sierra en sí. A ese
lado, veía el Cerrillo Caldera, también con antenas. Y la carretera, por donde
seguía llegando algún coche de vez en cuando.
En fin,
que bajé por donde había subido, hasta el arranque de la carretera, que tomé al
oeste, hacia el Cerrillo Caldera, aunque no llegaría a él: ya desde el
principio, distinguía un trazo en el pedregal bajo el collado intermedio, que
sería el inicio de mi bajada.
Desde la
horcada, tuve la mejor visión del día hacia el sureste, hacia la Sierra de Alta
Coloma, y pude también adivinar la mancha clara de Valdepeñas de Jaén.
Al otro
lado, el terreno se deslizaba hacia el Barranco de la Hoya del Caño, entre la
loma de las Cimbras y el Cagasebo.
Dejé el
asfalto por la izquierda (NE), para seguir un trazo, estrecho y bastante roto,
a través del pedregal. Las trialeras habían hecho de las suyas y, por momentos,
era más cómodo bajar fuera de la huella. Para tomar la bajada, hay que girar en
redondo y, ya que daba cara a la Pandera, aproveché para despedirme. Después de
una corta bajada empinada por la vaguada,...
... el
trazo me llevó hacia la derecha (NE) para atravesar en diagonal más suave la
vertiente de ese lado. Más allá se elevaba el Cagasebo y, en medio, el Puerto
de la Nava, mi siguiente objetivo. Por encima de ese cerro, se veía ahora muy
bien la cresta de Grajales.
Tras el
pedregal soleado, entré en un pinar y, enseguida, salí a un claro cubierto de
hierba: el Puerto de la Nava.
Volviéndome,
podía ver sobre mí los riscos que defienden la cresta de la sierra a ambos
lados del Portillo del Lobo.
Derivando
a la derecha (E), unos hitos muy separados y un trazo más que difuso me guiaron
al arranque de la vaguada de ese lado. Tras caminar apenas 200 m por ella,...
... dejé
el cauce seco por la derecha (SE), siguiendo el borroso trazo, aunque ahora
tuve que agradecer a los moteros la mejora de la huella.
Enseguida,
la senda se aclaró considerablemente y pasé a atravesar en ligera bajada la
vertiente nororiental de la montaña,...
... a
través de un hermoso pinar que, de vez en cuando, se abría para dejarme ver
vertiginosas perspectivas de la cresta.
Tras
vadear un arroyuelo a la altura de un pilón, gané unos metros de altura antes
de salir a una terraza despejada, literalmente colgada sobre el valle del
Quiebrajano, con su embalse, tras el que el terreno se escalona en el Matamulos
y el Grajales. A la derecha, en el horizonte, se veían las siluetas nebulosas
del Cerro de las Caballerías y el de Alta Coloma (que no se debe no confundir
con la sierra homónima); ambos son las alturas principal de la Sierra de Lucena
(que tampoco hay que confundir con la ciudad cordobesa de ese nombre, ni tiene
nada que ver con ella).
Del lado
del monte, la Peña del Altar, mostraba sobre los pinos el perfil de su arista
sureste.
Al sur,
bajo el Peñón de Alacún, podía ver la vaguada oriental del Puerto de las
Coberteras. El camino a seguir era obvio: terminar de rodear la sierra.
Para
ello, tomé un camino, éste sí, claro y afirmado con muros de contención de
piedra, el cual arranca del prado donde estaba y atraviesa en suave diagonal
descendente la vertiente bajo la Peña del Altar, que...
...
muestra aquí lo mejor de sus riscos. Y entre todos esos perfiles de aires
góticos, se adivinan subidas juguetonas: fáciles al tiempo que espectaculares.
Lo que no sé es si volveré por aquí y cuándo.
Tras un
tramo suave, el camino baja más bruscamente, trazando lazadas, asomado a la
vertiente del Arroyo de los Miradores.
Para
luego volver a la suave diagonal y al arbolado. Poco a poco, se fue
descubriendo la umbría del Ventisquero, marcando el final de la excursión.
Antes aún
pasaría al pie de la arista de la Peña del Altar que llevaba rato viendo de vez
en cuando y pude ver de cerca su roca.
Cerca del
final, desemboqué en una carretera junto al Cortijo Nuevo. Tomándola a la
derecha (SO), me llevó minutos plantarme de vuelta en el Puerto de las
Coberteras.
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