COMENTARIOS: La Sierra de
la Tesla es una de las montañas más amenas de recorrer que me he encontrado
últimamente y, por la espectacularidad de sus roquedos y variada vegetación, me
ha recordado a lo mejor del Prepirineo. Por otro lado, la dificultad en la cresta es prácticamente
nula y, los accesos a la misma, por buen terreno y en ausencia de pendientes excesivas, es muy llevadero llevadero.
Este circuito
es una excursión clásica, aunque lo normal es, pasada la Peña Corva, dejarse
caer cuanto antes por los prados de mediana pendiente de la vertiente sur, atajando
directamente hacia la Ermita de Ntra. Sra. de las Pilas. Por mi parte, prolongué
el cresteo por disfrutar un rato más del panorama y, de paso, echar un vistazo
aéreo a la Garganta de los Hocinos. Esto último resultó un poco decepcionante,
pues me había imaginado una vista más aérea; para llegar a un buen punto de
vista, habría tenido que bajar mucho, por muy mal terreno, y luego volver a
subir. En todo caso, llegué a ver el agua del Ebro 400 m más abajo, que era lo
que quería.
RELATO
GRÁFICO:
A veces,
la Montaña te hace un regalo. Eso me pasó bajando con el coche del Puerto de la
Mazorra hacia Valdivielso: cuando el sol surgió del horizonte, una oportuna
nube baja provocó un espectacular juego de luz. Viendo un lugar donde parar al
margen de la carretera, me detuve unos minutos a disfrutar del espectáculo.
Además, se distinguía la Peña Corva sobresaliendo de la gran barrera de
estratos cortada por los dos tajos de los arroyos San Pedro y Quecedo; incluso
se adivinaba el pueblo del que saldría. Un bonito prólogo a la jornada.
Una vez
en Quecedo, dominado por el potente corte del arroyo homónimo, tras aparcar
comencé a caminar por su calle central hacia la sierra.
Al salir
del caserío, en una bifurcación, giré a la derecha (NE), por el camino
balizado...
...
GR-85, que va faldeando la sierra entre campos, hacia Arroyo de Valdivielso y
Trespaderne.
Al poco
atravesé otro carril y empezó a descubrirse a mi izquierda un tajo en el
potente crestón calizo que defiende la sierra. El propio camino me condujo a...
... ese
angosto paso, llamado El Portillo. A la salida del mismo, hay una bifurcación y
continué por la derecha (NE).
A este
lado, hay que volverse para contemplar la potencia y belleza de este roquedo.
Enseguida,
alcancé un collado (729), donde el carril vuelve a dividirse. Giré a la derecha
(E) para, por...
... una
senda más estrecha bajar al fondo del Arroyo de San Pedro, remontando el cual
atravesaría la segunda barrera rocosa, a través del tajo de La Gargantilla, que
se iba descubriendo paulatinamente ante mis ojos.
En el
fondo del barranco, desemboqué en un camino marcado como PR, que tomé a la
izquierda (NE) para atravesar en el estrecho.
El
entorno se hizo espectacular, dominado por grandes agujas y espolones, ...
... la
senda y el torrente transcurrían por un espacio mínimo entre paredes de roca.
De hecho, en bastantes sitios se confundían; afortunadamente el escaso caudal y
la abundancia de piedras me permitieron pasar sin mojarme los pies ni hacer
peripecias.
Los
roquedos espectaculares se sucedieron hasta...
...
llegar a otro congosto de salida, un paso de apenas metro y media, que estaba más bonito volviéndose a mirarlo al salir.
Entraba
ahora en La Canaleja; vallecito más amplio y suave, poblado de un bosque
variado, al fondo del cual se veía ya la cresta de la sierra.
Siempre
por buena senda, lo fui remontando junto al cauce y, mirando atrás, se
adivinaba el tajo de La Gargantilla, medio tapado por el arbolado.
Al rato,
entré en un pinar que me limitó aún más el panorama y, enseguida, topé con la
pista que lleva a la Fuente de San Pedro, que se veía cerca. Tomándola a la
izquierda, hubiera llegado igualmente al siguiente hito de la ruta pero es más
práctico atajar las lazadas del principio, siguiendo las marcas de PR. En este
primero, seguí recto (NE) por la senda al otro lado.
Al salir
por segunda vez a la pista, la tomé a la derecha (E), pero para dejarla tras la
primera curva por la senda, que subía a la izquierda (E).
Aún
volvería a cruzar la pista algo más arriba antes de encontrar el carril por
cuarta vez. Ahí lo tomé a la derecha (SE) para seguirlo, ahora un buen trecho,
...
...
atravesando en imperceptible subida la ladera, entre pinos sobre los que se
veía la cresta de la sierra.
Atrás,
pude ver bien, por primera vez en el día, la Peña Corva. Parecía dejarla atrás,
pero es que iba en busca del camino cómodo al cordal.
Es más,
al dejar atrás los pinos, tuve a mi izquierda el Portillo de Medina, donde
comenzaría el cresteo. Puede alcanzarse subiendo directamente por ahí por la
ladera despejada, pero...
...
resulta más cómodo y, sobre todo, reposado, continuar un poco más por la pista,
hasta la collada de la Majada del Nogal. Ahí, a la vista de la oscura silueta
de Peña Serrada, la cima oriental y más alta de la intermedia, giré a la
izquierda (N), para dejar el carril por...
... una
senda que remontaba en diagonal la ladera.
Al ganar
altura, descubrí otro tajo de la barrera intermedia: el del Arroyo de Tartalés.
Más allá, la Sierra de Oña.
Delante,
iba desvelándose el gran cuenco verde donde se forma el Arroyo de Quecedo,
rodeado por los roquedos de Los Cárcavos, en la barrera intermedia, y la Peña
Corva, en el cordal principal de la Tesla.
En medio
de ambas perspectivas, se abría La Gargantilla, que veía de atravesar. Detrás,
al otro lado del valle del Ebro, el Páramo de Masa mostraba su monotonía.
Cerca del
final de la subida, la senda se bifurca. Continué por la izquierda (N) y
enseguida llegué al Portillo de Medina, donde me encontré ante la gran
extensión llana de la Merindad de Cuesta-Uría y el Valle de Tobalina, rodeada
de montañas entre las que destacaban, por su perfil quebrado, ...
... los
Montes de la Peña.
Tomé a la izquierda (NO) la senda que recorre
el cordal, del cual sólo se veía al principio la subida al vecino Alto de San
Mamés (1.273).
Al llegar
al mismo, me volví para mirar al este: al otro lado del collado, la cresta se
alzaba en el Alto de San Lázaro. A la izquierda, la ladera se veía interrumpida
por fajas y crestones de roca, el más cercano de los cuales lucía los restos,
de buena apariencia, de una fortificación. Al fondo, las nubes y la atmósfera
oscura apenas dejaban adivinar la Sierra de Aracena y el Umión.
El
cresteo hacia Peña Corva se presentaba largo, apacible y panorámico. Una
delicia para dejar a los ojos navegar a su aire por el paisaje y, la mente,
libre.
A la
derecha, se extendían las otras Merindades, limitadas por los montes de
Valnera, Ordunte, la Peña, sierras Sálvada y Aracena y el Umión, ya en
Tobalina.
Al otro
lado, se abría la hoya delimitada por la cresta de la Sierra de la Tesla y su
barrera intermedia, más allá de la cual se elevaba el monótono relieve de la
Sierra de Oña y el altiplano del Páramo de Masa.
Al pasar
ante La Gargantilla, hay una bonita perspectiva de las cuchillas de roca que la
dominan. A través del boquete, se ve también uno de los crestones de la barrera
externa y las casas de Población y Arroyo de Valdivielso.
Durante
el cresteo, hay un par de sitios donde la roca interrumpe el paso, pero sin
llegar a suponer un obstáculo; y, en todo caso, el trazo de...
... la
senda siempre permite soslayar estos obstáculos, aunque a costa de perder
alguna altura, que luego hay que recuperar. Así, fui avanzando hacia la Peña
Corva, que se muestra más altiva vista desde la cresta que en la distancia.
La
cercanía de la cumbre coincidió con la aparición a la derecha de una gran hoya
limitada por cantiles verticales de roca.
Poco
antes de llegar a la cima, la senda me metió por un pasillo para cruzar un cancho.
El paso es angosto y empinado, pero carece de dificultad.
Tras él,
ya se ve la Peña Corva más allá de un corto tramo de arista regular y ancha.
Llegando
al hito cimero, se llegaban a apreciar al fondo las crestas del Alto Carrión, a
la izquierda, y el Alto Campoo, a la derecha.
Desde la
peña Corva, la vista al norte seguía amplia, aunque ahora se veían mejor las
cumbres de Valnera, de las que además se habían retirado las nubes.
Incluso
se llegaba a distinguir el gran bloque cimero de Castro Valnera, en la parte
izquierda del grupo.
La gran
hoya interior de la Tesla se veía impresionante, mientras que al fondo se había
descubierto la mole del Umión, entre las sierras de Aracena y Oña.
Más
cerca, si antes se veía bien el tajo de la Gargantilla, ahora era el de Los
Cárcavos, con Quecedo asomando a su través, el que mostraba sus impresionantes
roquedos.
Más a la
derecha, al suroeste, se veía un lomo en forma malecón, que prolongaba una gran
terraza adosada a la cara sur de la sierra. Encima, un edificio: la Ermita de
las Pilas, punto de referencia de la bajada. Para ir allí, comencé por...
...
prolongar el cresteo hacia el oeste, donde destacaba una punta cercana de
similar altitud (le dan exactamente la misma en el IGN).
Desde esa
antecima occidental, sin embargo, se constata incluso a ojo que la punta de
vértice es algo más alta.
El
recorrido del cordal sigue por terreno cada vez más amplio y cómodo, aunque con
una buena caída a los lados.
Caída que
fue remitiendo del lado sur. A partir de cierto momento, podía haber bajado
directamente, a través de prados empinados, hacia la ermita, como se hace
habitualmente.
Pero,
como hacía buen tiempo, decidí seguir por el cordal para echar un vistazo, de
paso, a la Garganta de los Hocinos, cuyo corte se iba ya adivinando. Además, el
lomo era muy cómodo; incluso, llegando al canto Modorrillo, se volvió cóncavo y
aparecieron primero unas rodadas y, luego, un verdadero carril.
Al rato,
éste giró a la izquierda para ir a la vertiente sur. En ese punto, continué
recto por lo alto del amplio lomo, primero por prado y, luego...
... a
través de un matorral no muy denso que permitía el paso cómodo.
Perdidos
unos 50 metros de desnivel, hacia la cota 975, la cosa cambió: aumentó la
pendiente y se cerró el matorral. La perspectiva sobre Los Hocinos no es tan
buena como esperaba; para ello hubiera tenido que descender algo más pero no
quería gastar más tiempo. De todas formas, se veían los resaltes y empinadas
laderas de matorral que, bajo la cima de La Torada, forman la pared occidental
del cañón. Incluso, un trocito de Río Ebro. Suficiente.
De vuelta
en el carril, continué por él mi camino, entrando en la vertiente sur de la
sierra, pasando a caminar por...
... una
ancha terraza frente bajo la cresta defendida por resaltes.
Durante
ese tramo, pasé junto a una curiosa cavidad.
También
algunos desvíos, ante los que pasé manteniéndome siempre recto al sureste,
hasta pasar frente a la Ermita de Ntra. Sra. De las Pilas.
Poco más
adelante, prácticamente en la vertical de la cima de Peña Corva, ...
...
encontré sendas balizas de madera, medio caídas, una de GR y la otra de PR.
Entre ambas, giré a la derecha (S) para...
... tomar
una senda estrecha y borrosa, con la salida marcada por un hito de piedras.
Poco después, pasado el borde de la terraza, cuando...
... el terreno se empina, el caminillo se aclaró, mientras bajaba en diagonal hacia el valle del Ebro. En realidad, este trazado es un atajo que hace la misma bajada de la pista más directamente.
Pronto me
encontré con ella, a la entrada de una curva, de donde salí por el mismo lado
(derecha) a los pocos metros.
Más
adelante, la crucé antes de desembocar definitivamente en el carril, que tomé a
la derecha (E) para continuar bajando, viendo ya la cresta de la barrera
intermedia y, poco después, ...
... el
corte de los Cárcavos, por donde corre el Arroyo de Quecedo, en cuyo fondo
acabaría. También por aquí dejé de lado varios desvíos, ninguno de los cuales
plantea duda sobre el camino a seguir.
Descendía
ahora entre las dos barreras inferiores de esta cara de la sierra y se sucedían
las vistas de roquedos curiosos.
Al llegar
al fondo del barranco, el camino giró a la derecha para continuar siguiendo el
curso del Arroyo de Quecedo y pasar un crestón rocoso por un estrecho.
Pasado el
mismo, volviéndome, pude ver una estupenda perspectiva de los Cárcavos.
Continuando
el camino, tras dejar de lado los canchos de la barrera más exterior,
desemboqué en otra pista que, tomada...
... a la
izquierda (SE), me condujo en pocos minutos a Quecedo, donde entré por la misma
calle por la que esa mañana había comenzado la excursión. Ya en plazuela junto
al ayuntamiento donde había aparcado, me fijé en que era desde allí visible la
cresta de la sierra, a través del boquete de los Cárcavos.
Comentarios
Publicar un comentario