Croquis
de la ruta sobre ©GOOGLE EARTH
COMENTARIOS: Esto hubiera
sido una caminata larga pero sin dificultades reseñables, si no llega a ser
porque fui incapaz de localizar el camino que figura en el mapa entre Buimanco
y el Río Linares. Ni vi con claridad su salida del pueblo, ni luego, pude
localizar su teórico cruce con la pista que sigue la loma entre el Barranco de
San Fructuoso y el Molino de Media Legua. De vuelta a casa, comprobé que en las
fotos aéreas se ve el trazo bajo la línea del track... evidentemente, se ha
perdido. En fin, la cosa es que bajé al Río Linares pero, a partir del final de
la pista, lo que vino fue un trayecto claustrofóbico por el pinar, peleando con
el matorral y sin ver más allá de tres o cuatro metros; luego, una bajada de
cien metros de desnivel por un terraplén suelto y empinado, cortado por
resaltes cortos donde tuve que destrepar por una roca deleznable que se
deshacía. Así que no pretendo que nadie siga mis pasos, sino sólo contar lo que
encontré. La subida a los dos Hayedos y la bajada hasta Buimanco, es una ruta
tranquila, apacible, muy bonita, que transcurre por buen terreno. Eso sí: la
vuelta a partir de la aldea abandonada, mejor por otro sitio. Hay una
alternativa obvia, que es regresar por la pista que, desde la aldea abandonada
baja al Barranco de San Fructuoso.
Un último
comentario sobre el castillo de San Pedro Manrique. Hoy se encuentra en un
estado lamentable y queda bien poco de él. Pero encontré en Internet una foto
de hace cien años, en que persistía un lienzo entero de muralla, con sus vanos;
hace reflexionar cómo la desidia ha llevado a este estado un monumento notable
y en época relativamente reciente, cuando se supone que el valor de los restos
históricos sabía ya apreciarse.
RELATO GRÁFICO:
Desde la
plaza que forma al ensancharse la Calle la Cosa, fui atravesando el pueblo en dirección norte,
guiado por la visión entre las casas de los restos del castillo que dominaba la
población. Fui a salir frente a la Ermita de la Virgen de la Peña, al...
... paseo
que rodea el pueblo por arriba. Lo recorrí a la izquierda (O) un corto trecho,
hasta que disminuyó el terraplén de la derecha (N) y vi un trazo que lo
remontaba. Subí por él y...
... legué
a un depósito de agua, a partir del cual mejoraba algo la senda y aparecieron
marcas de GR. Poco después, llegué a las ruinas del Castillo de San Pedro
Manrique.
Pese a que
no queda mucho de él, aún se puede adivinar que debió de ser una construcción
impresionante. Desde el alto en que está situado, vi por primera vez en la
jornada la verde cúpula cimera del Pico Hayedo.
Para
llegar allí, siguiendo el mismo GR, tomé la cuerda al noroeste.
La senda
que la recorre tiene unos tramos más claros y otros menos, pero el terreno es
siempre cómodo y, la pendiente, suave. Pronto fue quedando atrás San Pedro
Manrique, recostado bajo las lomas de la Sierra de Alcarama.
A mi
izquierda, corría ancho el valle del Río Ventoso bajo la Sierra del Alba.
Según
avanzaba, fui descubriendo el caserío de Taniñe y, al fondo, la cresta oscura
de la Sierra de Monte Real, en tierra de Cameros.
Al pasar
por la Peña del Águila, volví a ver la cima del Pico Hayedo, enmarcada ahora
por el cerro del Castillejo y un cabezo anónimo (1.504) de su lomo suroriental.
El sendero me llevó a continuación al collado intermedio, del cual el GR baja a
la izquierda, hacia Taniñe. Como no era ése mi propósito, giré a la derecha (N)
en la pista que cruza el portillo y...
... tras
recorrerla unos metros, cambiando de vertiente, la dejé por la izquierda (NO)
para remontar el lomo herboso que baja del Castillejo.
Pese a no
contar ya con senda, el terreno no puede ser más cómodo y la orientación,
siguiendo la linde del pinar y la cerca que la recorre es indudable. Pronto,
pude ver a mi espalda la Peña del Águila y, más allá, la Sierra de Alcarama,
con el pico homónimo en lo alto.
Inopinadamente,
fue apareciendo ante mis pies el trazo de una senda, que luego se hizo camino,
me introdujo en el pinar y, finalmente, me dejó en la cumbre del Castillejo de
Taniñe. Allí, un cartel informa de que estamos ante los restos de un castro
prehistórico y hasta proporciona un impresionante dibujo figurativo, muy vivo y
realista, de cómo era; menos mal, pues...
... hay
que tener mucho conocimiento para deducir todo eso del modesto terraplén
pedregoso que hoy queda de la prodigiosa fortaleza. Eso sí; la vista hacia la
cuenca cabecera del Río Ventosa es amplia y bella.
Enfrente,
al noroeste, se alzaba el Pico Hayedo y hacia allí me fui, descendiendo por el
lomo a través del pinar.
Salí del
bosque al tiempo que llegaba al collado (1.368) intermedio.
Poco
después, me encontré con el carril que lo atraviesa. Lo tomé a la derecha (N),
dejando al poco el lomo para dirigirme hacia el Colladillo, que se abre en la
loma vecina.
Para
llegar a él, atravesé por encima de la cabecera del barranco de Valdeavellano.
Al ganar distancia al este, podía ver el cordal de la Peña del Águila y el
Castillejo, que acababa de recorrer, con el fondo de las sierras de Alcarama y
el Alba. Y una novedad: sobre la primera, medio difuminada en la distancia, la
silueta contundente del Moncayo.
En El
Colladillo, dejé la pista por la izquierda (NO) para subir por el cortafuegos
que va por la cuerda.
Tras una
corta remontada, no demasiado empinada, durante la cual el panorama se fue
ampliando a mi espalda,...
... di de
nuevo con la pista, que también sube el lomo, pero a base de lazadas. Como el
cortafuegos no parecía seguir, ahora tomé el carril a la izquierda (O).
Tras un
corto y tendido ascenso entre filas cerradas de pinos, llegué a una bifurcación
desde donde vi una de las antenas de la cima. Giré a la derecha (E) y, al
poco...
...
estaba llegando a la cumbre, desde donde descubrí, en el cuadrante occidental,
la masa achaparrada de la Sierra de la Cebollera y el largo cordal de la de
Monte Real, donde destacaba el picudo Monte Santiago. Más allá, sólo asomaban
ligeramente unas crestas indistintas, que deben de corresponder, por
orientación, a la Demanda y a los cordales más meridionales de la Cantábrica
oriental Ya dije que el panorama de estas sierras es limitado.
Más aún
al suroeste, donde los pinos, que llegan por ese lado a la misma cima, limitan
la visión a un corto segmento de la Sierra del Alba, en los alrededores del
pico Cayo.
Al
sureste, el paisaje estaba dominado por la masa descomunal del Moncayo, junto a
la que se dibujaban sus sierras satélites, Tablado, Toranzo, etc. Más cerca, se
llegaba a ver San Pedro Manrique, bajo el corte entre las sierras de Alcarama y
Alba.
Más a la
izquierda, al este, el terreno cae hacia la Rioja Baja, por las sierras de Peña
Isasa, Yerga y Peñalosa.
Al
noreste, continua el cordal de esta Sierra del Hayedo hacia el siguiente
objetivo del día, el pico Hayedo Pequeño, que aparecía enmarcado entre el
Cabimonteros y Peña Isasa. Retomé la marcha caminando por el cortafuegos que
recorre el cordal, amplio y de apariencia suave. Pero, al cabo de un tramo casi
llano,...
... la
pendiente aumentó bruscamente en la bajada al collado (1.555) intermedio, tras
el cual la subida se presentó también empinada.
Pero
libre de obstáculos, eso sí. Y desde lo alto de la misma, había una bonita
vista atrás del Pico Hayedo, antes de...
... recorrer
una porción de cuerda ondulada por mínimas prominencias antes de alcanzar el
Pico Hayedo Pequeño.
Desde
allí, hay una buena perspectiva de su hermano mayor y la cuerda en medio. Muy
representativa del relieve de la zona.
Al
noroeste, una hermosa vista del barranco Trabazas que corre a desembocar al
Cidacos, con el fondo de la Sierra de Monte Real.
Al norte,
Cabimonteros y Peña Isasa.
Al este,
seguía el cordal, amplio y suave, apuntando a la sierras de Yerga, Alcarama y
Moncayo. Por ahí seguí mi camino, siguiendo el cortafuegos. Pasada la siguiente
prominencia, la...
...
anónima cota (1.603), dejé el cordal principal por...
... un
lomo que cae a la derecha (SE). Bajo la silueta del Moncayo, se distinguía una
interrupción en el pinar; es el rellano en que se asientan las ruinas del
pueblo abandonado de Buimanco, las cuales marcaban la siguiente etapa de la
excursión.
El
descenso de esta suave loma por el cortafuegos, tan cómodo, debiera de haber sido
una panorámica delicia, si no fuera porque los pinos limítrofes tenían la
densidad y altura precisas para tapar el panorama.
Sólo al
paso por algunas prominencias (1.478), al quedar las copas abajo, pude ver por
ejemplo los boscosos barrancos que se extendían al este, entre lomas sobre las
que sobresalía la Peña Isasa. Más cerca, podía intuir el tajo del Río Linares,
gracias a la gran caída del cerro de Lado Frío.
Al paso
por la última de estas pequeñas ondulaciones (1.446),...
... me
volví para despedirme del Pico Hayedo, pues a partir de ahora quedaría oculto.
A
continuación, una corta y empinada bajada me dejó ante Buimanco. Al desembocar
en la pista que pasa ante el pueblo, la tomé a la derecha (S).
Pero al poco,
llegando frente al límite oriental del caserío, la dejé por la izquierda (E),
siguiendo una cerca. Mi propósito era buscar un camino que aparece en trazos
discontinuos en el mapa y cuyo trazo se distingue en las ortofotos y parece
proporcionar una cómoda bajada al Río Linares, ahorrándome camino frente a la
opción de seguir la pista hasta el fondo del Barranco de San Fructuoso. Al
llegar frente a las primeras casa, me volví a la derecha (S), buscando...
... la
senda bajo los pinos. Estaba en el sitio adecuado, no había duda; pero el trazo
no aparecía. Aun así, como soy cabezota, avancé sobre su teórico trazado y...
... no
tardé en dar con un rastro, precario pero suficiente, que avanzaba en la buena
dirección (S). Además, a cierta distancia, a la derecha, llevaba un muro de
contención; buena señal. Pero también empecé a ver restos de poda y tala; mala
señal. Efectivamente, como suele pasar donde han trabajado la madera,
desapareció el camino del todo; continué manteniendo dirección sur y salí...
... a una
pista forestal. No figura en el mapa pero luego comprobé, en foto aérea, que
sale de la que rodea Buimanco y va al barranco de San Fructuoso. Entonces,
buscando la dirección del río, la tomé a la izquierda (SE).
Además,
intenté también buscar el cruce del camino, que debía de estar en esa
dirección; pero tampoco lo encontré. Por cierto, que he repasado las ortofotos
después y el trazo está; pues bien, según el track debí de pisarlo pero no lo
vi... sólo se me ocurre pensar que, en el tiempo transcurrido desde que se tomó
la foto, el camino ha desaparecido, al menos en ese tramo.
Al cabo
de un rato, la pista acabó en un ensanche frente a un muro vegetal. Estaba en
el extremo de un espolón y, al este y norte, el terreno se desplomaba hacia el
Río linares, pero poblado de un espeso bosque de pinos y jara. Recorrí la linde
buscando una senda pero no encontré más que, delante y a la derecha (S) de la
explanada terminal,...
... una
zona un poco menos densa. Además, la menor pendiente por ese lado acabó de
decidirme y entré en el bosque, abriéndome paso por el matorral bajo los pinos
para bajar a una vaguada, por la que pensaba descender. La encontré invadida
por las zarzas y crucé su fondo para continuar al sur, remontando ahora el
siguiente lomo, a ver si había más suerte.
Pero
antes de culminarlo, me encontré en una zona de repoblación. Una de las
terrazas me pareció menos incómoda, casi despejada de matorral y con no
demasiadas ramas cruzando a poca altura, y la tomé a la izquierda (E),
dirigiéndome de nuevo al río.
Por la
misma, alcancé el morro del espolón meridional (derecho) de la vaguada y, al
tiempo, salí del bosque. Estaba ahora frente al tajo que abre el Río Linares,
de cuyo cauce...
... me
separaban cien metros de ladera empinada de tierra suelta cortada por algunas
bandas de roca.
Mirando a
derecha e izquierda, no me costó encontrar un lugar con buena pinta para
descender, con pocas jaras y, aparentemente, una pendiente intensa pero
razonable.
Luego, ya
metido en faena, me fui encontrando hasta tres resaltes, muy cortos todos; el
mayor podía tener tres metros, pero que
me hicieron utilizar las manos (I). Más que dificultad o exposición real, lo
que esta ladera tiene es que “da sensación” .
Al final
de la misma, topé con una senda, balizada con marcas rojiblancas, que remonta
el Río Linares. Éste GR es el mismo que el del inicio, lo tomé a la derecha
(SO) para regresar a San Pedro Manrique. Lo que quedaba sería ya plácido y
bonito. Primero, un tramito entre pinos, que enseguida...
...
terminó para dejar ver el corte que el río ha hecho en el terreno. Se fueron
alternando trechos más separados con otros...
... junto
al cauce donde, entre saltitos y remansos, se encontraban buenos sitios para
descansar y refrescarse.
El
Barranco de San Fructuoso se cruza por un puente poco visible, pero que merece
la pena buscar para admirar su curiosa factura.
Y, si
levantaba la vista, me encontraba con una espectacular geología estratificada,
dispuesta unas veces en extensos lienzos.
Otras, en
esbeltos riscos y espolones.
A veces,
sobre la propia senda, contrastando entonces la roca descarnada a mi derecha
con...
... el
túnel verde de vegetación de ribera por el que al otro lado corría el
agua.
En la
zona del Pedroso, el vallecito se abrió y pasé cerca de varios molinos. La
senda, a partir del primero de ellos, se transformó...
... en una
pista que, al poco, me llevó a una doble bifurcación. En la primera, seguí por
la izquierda (SO) y, en la segunda (foto), por la derecha (NO).
Poco
después, apareció sobre un alto, a mi derecha, la Ermita de la Virgen de la
Peña, marcando el final de la excursión. Efectivamente, no tardé en llegar a
San Pedro Manrique; encontrándome ante una calle de cemento, que crucé para
seguir por otra que se dirigía al oeste. Luego, callejeé hasta dar con el eje
que había seguido para salir al inicio que, tomado a la izquierda (S), me llevó
de vuelta al punto inicial.
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